La ciudad con sus elementos desconocidos. Con sus momentos en que el
hombre recién nacido no conoce su futuro. Lo espera. La incertidumbre de
mecerse en una cuna construida de perspectivas. Todos le sonríen pero
cuando el orín se pasee entre sus piernas no habrá nadie que cambie los
pañales hasta el instante que las tenga irritadas, entonces un desconocido
se acercará por piedad.
Asiste en una escuela donde utilizan la tiza para jugar a la guerra.
En esas calles pisadas, pisadas, marcadas, marcadas de huellas
invisibles, mira los zapatos desde abajo y los ve gastados, agujereados y
tropieza con los chicles que lleva para dejarlos en las paradas de los
ómnibus, allí espera otro zapato agujereado.
Avanza hacia las esquinas desconfiado de encontrar la jerarquía al final
de la cuadra, y oye ruidos de pasos y es entonces que teme chocarse con el
recién llegado, dobla y mira de soslayo, en guardia para pasar inadvertido.
Mientras los autos pasan acelerados, salpicando los pantalones, con un
garaje como destino, el hombre llega pronto a su casa seca, afuera llueve
torrencialmente.
Hace cola en la embajada, se lleva un refuerzo de mortadela y huele a
ajo, pero qué importa, pasará frío y sueño, qué importa, tendrá
augurosas expectativas, subirá a un avión repleto, tendrá hijos, cantará
que veinte años no es nada y su mirada no será febril, retornará en un
avión vacío, a una ciudad vacía, pero qué importa.
Y en el fondo se describe un cuadro de colores, hojas verdes, amarillas,
rojas que vuelan hacia un cielo celeste mezclándose con los gritos de la
muchedumbre, allí va sin pan en la valija, sin trampas, con la sola
esperanza de un futuro mejor.
De la otra vereda algunos se quedan, ellos creen en el conejo blanco que
recorrerá la ciudad sin mancharse, y sonríen.
Y al final, golpearás la puerta cerrada, mientras el portero estará
ocupado leyendo una revista de Tarzán.
Ciudad irresoluta. Construcciones antiguas apuntan al mar, un hombre
bosteza en una esquina donde se amontona la basura. Un caballo tira de un
carro.
Ciudad para vivir. Vuelven de sus trabajos. Se duchan. Leen el periódico
apoyando los pies en el taburete. El sábado van a la playa. El domingo al
fútbol.
Ciudad desconcertada. Las calles se dirigen hacia afuera, los habitantes
se tropiezan en la huida.
Ciudad sin identidad. Un tejido de calles que forman un laberinto.
Ciudad sonora. Lanzan globos. Los niños no los alcanzan. El cielo se
convierte en una gran sonrisa. Los globos revientan.
Ciudad ceñida. La vida se concentra alrededor de la plaza.
Ciudad somnolienta. Los párpados cansados cierran los ojos. Las luces se
apagan. Una niebla abraza las casas.
Ciudad germinadora. Los viejos se despiden temprano.
Ciudad mala conciencia. Sucedió. Viste algo. No. Escuché gritos.
Alcancé a ver sangre. Pero no vi nada.
Ciudad lacrimosa. Las casas humedecidas parecen afligidas.
Nunca fuiste mía del todo, los extraños te coparon, no logré
rescatarte, costaba tanto esfuerzo, y el trabajo de reconocer que hemos
perdido, ahogados en un llanto de frustración de ciudad, tener y no tener,
para terminar cantando tango, la terapia de nuestra vida.