Mayo triste y
con sabor a Coca-Cola
Trató de cruzar la calle pero después de unos minutos optó por usar el
puente peatonal, cuando estaba a la altura de los postes se detuvo a mirar una
volqueta llena de machetes, palas y manos negras; —seguimos siendo esclavos—
pensó. Descendió a pasos acelerados y se puso las gafas para ver el número
del bus que la llevaría a su casa, allí venía, Transverde número cinco.
¿Tiene más sencillo?
No, señor.
Ahora le doy la vuelta.
Una mano sucia le recibió el billete. Observó el único lugar disponible,
trató de acomodarse al lado de una gorda que cargaba bolsas azules pero la
mitad de su cuerpo quedó suspendida en el aire.
Intentó repasar las tareas que realizaría el día siguiente pero su
vecino, el de la silla de atrás, emitía sonidos extraños que le provocaron
náuseas; odiaba a quienes escupían pero más aún a los que tragaban su
miseria condensada en flema. Un rato después decidió cederle el puesto a una
hablantinosa embarazada que la estaba mareando con su bla, bla, bla; el pobre
muchacho que la acompañaba asentía con la cabeza. Tres cuadras después de
eso, se bajó y caminó hasta su edificio.
Buenas tardes, señorita, aquí están sus facturas.
Buenas, ¿ha venido alguien a buscarme?
Sí, vinieron los de la empresa de televisión por cable y dijeron que
volverían el sábado a las diez de la mañana.
Gracias.
Al entrar al apartamento, encendió la luz y mientras abría la nevera,
recordó que no había comprado leche, tendría que tomar café negro a pesar
de la gastritis. Se quitó el brasier sin desprenderse la blusa, botó los
zapatos y activó el contestador telefónico: "Gracias por llamar a su
contestador Vox, usted no tiene mensajes nuevos".
Se recostó en el sillón y al contemplar el reloj de la pared, justo el
que está al lado del comedor, se dio cuenta de todo el tiempo que tenía para
sí misma; podría leer, ver televisión o simplemente quedarse allí,
quietica y en silencio, sin tener que contestar el teléfono o hacer una
llamada de rutina: "¿Cómo estás? Bien, sí muy bien, me quedé en
la oficina veinte minutos más de lo normal, no, no, cómo se te ocurre, el
colectivo se demoró en pasar y tuve que venirme en bus de los baratos, en uno
de esos que para dos veces por cuadra; ¿mañana? no, nada en especial,
pensaba ir a visitar a mi mamá, pero si quiere venir está bien, la llamo y
le digo que otro día nos vemos. Listo, hablamos más tarde o mañana
temprano, chao, besos, te quiero mucho".
En lugar de un novio, necesitaba un amante para los fines de semana, o
mejor, para la noche del viernes, alguien que la esperara a la hora en que las
calles de la ciudad inician un recreo de cuarenta y ocho horas ambientado por
música, risas, rumba, licor, sexo... Un amante que la llevara a comer, que
masajeara sus pies, le besara la espalda, le rascara la cabeza, lamiera su
pubis, le diera un pico en la frente y se marchara sin la promesa de una
llamada. "Se busca amante vigoroso, alegre, descomplicado, 1,70 de
estatura, entre 30 y 35 años de edad. Liliana24@tutopia.com.
De pronto le dio risa de la gran mentira que estaba maquinando, era imposible
inventarse la felicidad sin él y sin sus besos con sabor a Coca-Cola; tomó
el calendario y contó casilla por casilla los días que faltaban para que
regresara.
Inédito
Lleva tres días escribiendo, ha consumido algunos cigarrillos y un poco de
brandy. Hace un momento se paró en el balcón a mirar la noche y aproveché
para ponerle un rollo de cinta a la máquina, me da pesar que tanto ingenio
sólo quede grabado en los tipos de la Olivetti.
Perdí el tiempo, cuando tuvo enfrente sus palabras, destruyó el papel y
pacientemente retiró la cinta antes de reanudar la labor.
He aprendido a leer sus hojas en blanco, por ellas sé que aún está
conmigo. Mi temor ha sido que abandone su lucidez hacia un mundo en el que yo
no tenga cabida. Pienso acompañarlo en su ascenso hacia el perpetuo estado de
creatividad que alcanzan las mentes brillantes después de liberar, durante
años, la superficie disforme que oculta la verdadera obra de arte, yo me he
incrustado de modo voluntario en sus búsquedas y juntos recompondremos el
superficial concepto de los críticos, inventaremos nuevas reglas a través de
palabras que surjan de las cenizas de los prejuicios, serán palabras sordas
al rechazo de las élites.
Lo mejor será dejar correr el tiempo, porque no importa cuánto escriba ni
cuántos cigarrillos se fume, lo que importa es que su estilo, poco a poco, se
va ajustando y madurando para el momento en que decida ponerle cinta a su
máquina de escribir.
Nostalgia
Cuando te mueres después de hacer el amor, el frío que sale de tu boca
confirma que nuestra relación está deshaciendo los pasos. Algunos de
nuestros orgasmos han titubeado ante cualquier distracción que ofrece la TV.
No es necesario que nos sigamos esforzando, en la calle hay gente solitaria
dispuesta a dar besos pasajeros, pero al fin besos, no picos de pajarito que
dicen hola o chao. Apliquemos la eutanasia, viviré un ahogo profundo que
empañará la razón, la sinrazón, el corazón; cualquier cosa es mejor que
este estado vegetativo.
El problema es que no quiero hacer el amor con alguien a quien ya no amo,
podría tener sexo, pero no, sí, pero no, tengo ganas pero no contigo. Paso
el lápiz por mi antebrazo y la pelvis se contrae, aprieto los muslos y un
pringonazo endereza mi espalda; necesito unas pestañas largas que peinen mi
lengua con la paciencia de los longevos.
El perro no se enterará de tu ausencia, hace tiempo que no espía los
olores que arrastras en la suela de tus zapatos; también para él hueles
siempre igual. Abandona la idea de enriquecerte trabajando, ninguna quincena
alcanza ni alcanzará, mi estómago revienta en cólico cuando me incluyes en
tus planes.
No necesito estar enamorada para acostarme con alguien, cada semana podría
tener sexo con alguien distinto, un desconocido que baile y haga el amor con
ritmo, porque un hombre que confunda los movimientos de la salsa, el merengue
y el son cubano, seguramente no es capaz de besar un cuello y acariciar los
senos al mismo tiempo.
Inquieta
Acepta que tuvo la culpa en ese incidente, pero si su mamá hubiera
complacido a su padre en darle otro hijo, ella habría abandonado aquellas
tardes en el cuarto del inválido jardinero para compartir travesuras con un
hermanito.
Se divertía lanzando porcelanas y muñecos de cristal, aunque después
tuviera que jugar al rompecabezas frente a una madre furiosa, en la cocina le
tenían pánico, algunas veces tomó las tijeras y persiguió a Anita, la hija
de la cocinera para cortarle tres verrugas que afloraban en una de sus
rodillas. El espacio en casa se agotaba y decidió explorar el jardín, le
sorprendió encontrar al hombre que antes bañaba las plantas, allí,
dormitando en un cuartito húmedo. Lo visitó a diario, al principio le
contaba historias; luego, pensó que debía hacer sentir viva a esa momia
escondida entre sábanas y, pese a su resistencia, lo cabalgó; primero
tímidamente, después abusó de su fuerza y por poco se rompe la espalda
tratando de domar a la bestia.
Su madre manifestó desagrado ante su amistad con ese indio mañoso, quien
además de nunca haber querido hablar, ahora le había dado dizque por
enfermarse; la pequeña le explicó lo divertido que era inventar cuentos para
alguien que los creía o que al menos no expresaba dudas. La mujer aceptó sus
razones, pero en las noches, cuando se oían los quejidos provenientes del
jardín, decía que si el enfermo pretendía que la niña también pasara las
noches junto a él, se tendría que quedar toda la vida produciendo alaridos.
Nunca imaginó que las largas cabalgatas de su hija habían magullado la
mascota y que las cabullas, usadas como riendas, le habían pelado la
garganta.
El día de navidad tomó sus juguetes nuevos y los llevó a donde su amigo.
Sacó de la caja las hormigas a control remoto y las puso sobre él, mientras
éstas se desplazaban, dio cuerda a una araña que realmente tejía enredos y
la puso en su cabello; le pareció fabuloso cuando encendió el pájaro loco
de pilas y lo puso a picotear el ombligo del hombre. Era un espectáculo: las
hormigas presionaban para introducirse en su nariz, la araña le había
estirado las orejas casi hasta la nuca, el pájaro loco se descontroló y
perforaba cada vez más rápido. El sujeto, luego de mucho convulsionar, se
calmó y justo cuando la miraba angustiado, la sangre brotó de su vientre y
el muñeco humedecido dejó de funcionar.
Infancia
En la escuela hablaba de ti como el héroe de las aventuras filmadas por mi
imaginación. Eras perfecto. Significabas más que el amigo imaginario que
todos alguna vez tuvimos. Cómplice de travesuras y compañero de
dificultades, aun en la enfermedad de mis muñecas lograbas que sonriera, o
cuando mamá se enfadaba, me permitías mantener la calma. Inventaba que no
hacía esto o lo otro porque me reprenderías, y el juego tenía sentido.
Explicaba que el juguete o vestido nuevo era uno más de tus obsequios, que
me lo compraste en uno de nuestros paseos de fin de semana; ¡qué paseo!,
jugando y riendo como los niños y los papás de las películas.
Cada trescientos sesenta y cinco días, la noche anterior a mi cumpleaños,
soñaba que durante la fiesta, justo en el momento en el que entonaba el
"japi verdi", hacías tu entrada triunfal portando el moño rojo que
abrazaba una sorpresa, te acercabas, me cargabas y en frente de todos me dabas
un beso.
Al día siguiente, ante al pastel, apretaba fuertemente los ojos y deseaba
tenerte cerca, pero por más que soplara, tu imagen era sólo humo.
Nunca me engañaste, ni siquiera eso pudiste hacer por mí, en forma
voluntaria abandoné el juego y te encontré en el infinito número de una
cuenta bancaria.
Ahora la cicatriz apenas arde, debe ser porque está sanando y tú estás
muerto.
Muerte
De pronto, esos grandes ojos me invitaron a seguir su sombra. Su mirada
dominante me indicaría el camino. Había esperado por ella desde siempre y
oculté un indicio de arrepentimiento.
Con movimientos de animal marino me envolvió entre sueños e ilusiones,
esparció calma sobre mis recuerdos. Mi alma se desperezó, se midió en la
silueta de la oscuridad y se permitió un viaje diferente por la memoria. Ella
sin tocarme apretó mi mano; contuve el aire con el pecho y presurosa me
dispuse a acompañarla.
El mercado
La empujaba para que fuera a la casa de su madre y trajera la remesa —como
decía él. Al mediodía llegarían los niños de la escuela y no había ni
arroz con tajadas para el almuerzo. Le gritaba que no fuera desconsiderada,
¿acaso le daba pereza ir por la tragadera? —Ni siquiera tiene que caminar,
el bus pasa por la esquina, si no fuera porque sus hermanos me odian yo iría
pero no puedo arriesgar mi vida sólo por su terquedad—. Por momentos
Rogelio intentaba imponerse con el tono elevado de su voz pero se controlaba
porque sabía que así nunca conseguía que su mujer le hiciera caso, cambiaba
de estrategia y simulaba una crisis, ponía la cabeza entre sus manos y a
punto de llorar le pedía a Mariela que lo comprendiera, si él salía a la
calle lo podrían matar, ¿acaso ella no había visto el letrero que pintaron
en la esquina? ¿ese que dice "muerte a jaladores de carros"? ¿Es
que se quiere quedar viuda? —continuaba remojando sus palabras entre
lágrimas y mocos—, mija, no le dé pena ir por la comidita donde su mamá,
usted se la merece más que sus hermanos, usted es la menor y la única hija
que tuvo su papá; esa parrandada de arrimaos que están en su casa son los
que provocaron la ruina de él, ellos se robaban los repuestos del taller
hasta que lo tumbaron por completo, reclame lo suyo mamita, hágalo por los
niños y por mí, si usted quiere yo hablo con Richar para que quiebre a sus
hermanos, vendemos la casa y el local, le damos algo a su mamá y nos vamos
para Cúcuta, ¿qué le parece mi amor?, pero venga... no se ponga así... yo
con su mamá no me meto, a ella no le hacemos nada si usted no quiere pero
tampoco no la llevamos a vivir con nosotros, yo no me la aguantaría con esa
quejadera: "Me duele el brazo, me duele la rodilla, mírame cómo se me
está hinchando el ojo", nooo, ni por el putas yo cometería ese error,
terminaría ahorcándola para ahorrarle tantas penas. Pero ¿al fin qué?,
¿va a ir o no?, ya son las once y no se ha movido.
Mariela salió de su casa, llevaba en la mano una bolsa y en la espalda,
con mucha naturalidad, cargaba una joroba llena de culpas y arrepentimientos.
—Señor ¿me lleva por quinientos pesos hasta la Quince?—. Se subió por
la parte trasera del bus, se sentó en la última silla, en el rincón.
Mientras el bus estuviera en movimiento, ella no miraba hacia afuera porque se
mareaba; una vez se vomitó en las piernas de su marido y éste, tomándola
del pelo, la obligó a bajar, los niños prácticamente se arrojaron por las
escalas y olvidaron la remesa que les había regalado la madrina Betty.
Después de dar a su mujer el castigo que se merecía por cochina, Rogelio
cruzó la calle y desapareció por tres días; lo peor, fue que Mariela y sus
hijos tuvieron que caminar a lo largo de la autopista Simón Bolívar, durante
dos horas y veinte minutos hasta llegar a su casa. Tuvo curiosidad por conocer
el trayecto que realizaba esa nueva ruta de bus, una vecina le dijo que en
ella se llegaba más rápido al centro, que no entraba a tantos barrios de
Aguablanca y que no se subían tantos ladrones como en el Azul Crema; sostuvo
la bolsa para auxiliarse ante cualquier síntoma de mareo y se arriesgó a
mirar la ciudad. Contrario a lo que dice la gente, las calles le parecieron
amplias, el sol calentaba la cabeza de los transeúntes pero a ella le
empezaba a gustar el vientecito que la despeinaba como una mano acariciadora.
Aparecieron muchas mujeres del otro lado de la ventanilla, las envidió a
todas, jovencitas de cabelleras largas y brillantes, adolescentes que sacaban
a pasear sus caderas, señoras bonitas en carros elegantes; se sintió fea,
pobre, mísera, se convenció de que, efectivamente, se ajustaba al término
con el que Rogelio la definía: esperpento.
Aparecieron muchas mujeres al otro lado de la ventanilla, jovencitas de
cabelleras largas y brillantes, adolescentes que sacaban a pasear sus caderas,
señoras bonitas en carros lujosos, madres que llevaban sus manos adornadas
con niños de rostros limpios, damas de cartera, chicas con morral, espaldas
livianas, piernas de seda, labios de colores, pulseras, collares, aretes,
divas que pueden lucir lo que se ofrece en las vitrinas, las envidió a todas,
se sintió fea, pobre, mísera, se convenció de que efectivamente, se
ajustaba al término con el que Rogelio la definía: espanto.
Esta ruta sería la que seguiría tomando para ir donde su mamá. Al
abandonar la autopista, el bus se envolvió en una última nube de polvo que
luego se metió por las ventanas; se subieron vendedores de dulces, de
lapiceros, de agujas; se subieron señoras cargando a sus tres hijos y pagando
un solo pasaje, un señor pidió que le abrieran la puerta de atrás para
poder subir al bus sus cajas con herramienta; sintió miedo de que los
ladrones que estaban sentados en la última banca la golpearan por no llevar
nada de valor para ellos, se concentró en su hambre constante para distraer
el temor. En la casa de su mamá no había más que arroz y panela,
seguramente su hermano Wilmer había puesto bajo llave la papa y los granos,
Mariela cogió una bolsa de La 14 y guardó en ella varias libras de arroz y
tres panelas, su mamá la estaba mirando, bajó la cabeza, a su papá gracias
a Dios no le tocó verla así, su hermano estaba viendo televisión con un ojo
mientras con el otro la vigilaba. La calles del barrio Popular fueron la
pasarela por la cual desfiló a sus quince años —tan bueno cuando era
pelada—, piensa, recuerda la época en la que le hacían visita en la puerta
de su casa, durante los siete días de la semana recibía por lo menos once o
catorce pretendientes, se sentaba con ellos en un tronquito de madera, cerca
de la ventana para que su papá la viera que no estaba haciendo nada malo. Los
viernes la visitaba el trabajador de Emcali, le gustaba porque llegaba en el
carro oficial y salían a comer perro caliente, también charlaba con el de la
ferretería, con el hijo de doña Nelly —tan bello que se veía con el
uniforme de enfermero—, pero el que más le gustaba era el que ahora es su
marido; con él derrochaba coquetería, salían en la moto a la estatua de
Sebastián de Benalcazar, al Kilómetro 18 o, los domingos, al lago Calima.
Durante las curvas acostadas se aferraba a él, recordó el frío, el miedo a
caer, a la sangre, a ser vista entrando a un motel. Algunas de sus amigas la
saludaron y ella les dijo que todo está muy bien, sí gracias, muy contenta
con los niños, cada día más bellos y alentaos, chao. Caminó rápido para
evitar preguntas.
Haría lo necesario para que sus tesoros no terminaran trabajando en medio
de la grasa como su abuelo, o no terminaran viviendo de lo ajeno como su papá
y sus tíos. Saludó con la mano a don Palacios el de la revuentería, se
paró de nuevo en la esquina donde en algún momento pasaría el bus de
regreso a su casa, deseó que no se demorara mucho porque tenía que llegar a
hacer el almuerzo, el chofer del colectivo no la llevó por $500, regresó al
anden para seguirle poniendo más paciencia a la vida.
Será coger un bus y pensar en que no hay de otra, que palabra, no hay de
otra, se había vuelto común su vida y no hay de otra, tanto que sería muy
complicado que ella tomara una decisión sola, seria mejor que el destino la
sacudiera a su antojo, ella nunca ha tomado una decisión por ella, qué tal
que se equivoque como cuando su panza grande la obligó a vivir con el esposo
ese al que ella se ve diariamente obligada a amar para no coger sus hijos y
largarse a esperar a que él llegue y los mate a todos.
Hacer el amor
Si hubiera sabido que hacer el amor era hacer el dolor, nunca lo hubiera
acompañado a ese hotelucho, El Placer creo que se llamaba. Recuerdo cuando
estaba considerando la idea de hacerlo con él, ya me había dicho como cinco
veces, vamos, sólo hacemos hasta donde tú quieras, no voy a dejar que te
sientas mal, sólo que aquí en tu casa me pone nervioso el chancleatear de
tus tías y su hipócrita amabilidad, ¿quiere juguito mijo?, cómase este
quesito con bocadillo veleño que está riquísimo, viejas maliciosas,
seguramente ellas en su juventud se dejaban chupar las tetas del novio y por
eso es que me tienen tanto miedo. Duré varios días pensando en eso, ya casi
ni hacía tareas, en cinco meses presentaría el Icfes y no me había inscrito
en el curso preparatorio porque en mi casa no tenían plata, estaba a punto de
decirle que sí, tendría que hacerlo alguna vez, probemos a ver qué pasa.
Estaba en el colegio y la profesora de historia se estaba demorando, me puse a
charlar con mi amiga Lila y le pregunté si ella se había acostado con el
novio, me dijo que no, cómo se me iba a ocurrir esa pendejada, el papá de
ella tenía ojo biónico y por el caminado de una muchacha reconocía si era
virgen o no, vos sos como tonta le contesté después de un empujón, ella se
rió y dijo que prefería no arriesgarse, esperaría hasta casarse o hasta que
su papá se muriera, igual ya estaba muy viejito y bastante enfermo.
Durante esta tarde pensé en los temores de mi amiga y descarté la
posibilidad de que mis tías notaran algo en mi caminar, de la única manera
que ellas se darían cuenta, sería porque me vieran en el acto o embarazada y
yo no soy tan boba como para cometer alguno de esos errores. El martes pedí
permiso en la casa para ir a la casa de Lila a hacer un trabajo de química,
me encontré con Julián en el centro de la ciudad, ni siquiera nos saludamos
de beso, estábamos muy nerviosos, quiubo, quiubo le contesté. Me tomó de la
mano, caminamos dos cuadras y me hizo entrar a Residencias El Placer. Le
dieron una llave y un número, subimos las escaleras que no eran al cielo como
dice la canción, más bien parecían al infierno, qué sitio tan
desagradable, olía a ambientador y me dio alergia, tuve que usar el
inhalador. Cuando entramos a la habitación repudié la sonrisa de imbécil
que lucía Julián, me senté en la cama, pensé en todas las personas que
habrán puesto su culo sucio allí y me dio asco, automáticamente me puse de
pie y él me abrazó, puso su cara en mi cuello y dijo: Hagamos que esto
sea bello.
Idiota, como a él no le iba a doler, estaba fresco. Ya había pasado la
vergüenza y el susto de entrar a ese lugar, decidí tranquilizarme y dejar
que él me condujera. Nos desnudamos, tomamos un baño, no usé jabón porque
dicen que la gente con amores clandestinos se delata por su olor a jabón
chiquito. Ya debajo de las sábanas todo me empezó a gustar, cada beso era
como un viaje en la montaña rusa, no sabía si las piernas me temblaban de
emoción o por la humedad que corría entre ellas. Pero el disfrute
desapareció cuando él intentó una unión absurda, quería que nos
conectáramos pero yo no era de su tamaño ni él era de mi talla, era
imposible forzar algo que no entraba con ligereza, yo gritaba y él sudaba,
invocaba a Dios y él, molesto, decía que no metiéramos a Dios en esto, que
resistiera un poco que ya casi entraba, en contra de su voluntad y usando toda
mi fuerza, me liberé de su cuerpo, me vestí y tomé la decisión de esperar
al hombre adecuado.