Ausencia con flores de apamates
Las hojas de los apamates de mayo extrañan, amor, los lagos de tu mirada. Una luna susurrante siente que
su caída derrumbará más de una soledad, pero el ingenio de Babel escapará de su holocausto.
La gente se acerca, pero nosotros estamos lejos, lejos, cual rosa sin pétalos, y esa línea de
melancolía colorea los vientos que viajan al sur, y llena los mares de flores perdidas, sin dueño. Dime,
amor, ¿acaso soy yo quien se ha perdido? ¿acaso es que te has disuelto en la bruma marina y te has
confundido con la savia de las algas?
Tu ausencia es mi presencia y las luciérnagas son las hadas secretas que nos hacen compañía, que
iluminan la humedad tibia del vapor de sueños que nos rodea.
Han floreado los apamates de mayo. Sus flores alfombran el pavimento y gritan en silencio su dolor;
¿acaso sus semillas volarán tan lejos, como para que traspasen el mar?
Las mariposas amarillas las besan, las consuelan, pero del beso llega la muerte, y las mariposas vuelan
en otra dimensión, incolora, inmensa, inmóvil.
Y nosotros, amor, ¿te has fijado que no somos más que los restos de una flor que acaba de caer?
Pétalos repetidos, separados por una ráfaga de viento feroz, arrastrados por las hormigas que deben
vivir. ¿Te das cuenta, amor, de que sólo somos una partícula de sal en la marea?, un trozo de nada en el
silencio.
Dime, amor, ¿cómo se cura el cristal hecho añicos en el piso?
Acaso, ¿bastaría para revivir el aire que se escapa en el gorjear de un ave?
El silencio no desea hablar más, no quiere decirme dónde estás, o dónde estoy yo.
Los pájaros vuelan hoy a su guarida: el eterno secreto de su poder sobre el vacío. Los peces se ocultan
tras la arena del mar insondable, y los apamates melancólicos lloran la caída de sus amantes.
Ausencia, ¿acaso eres tú la presencia más verdadera?
Cristales de luz
Espiras bullentes alrededor de tu sexo. Aves del paraíso que sueñan con tu cara y las rosas de tus
mejillas, que se marchitan en la plenitud de su brillo. Unas piedras misteriosas relumbran discretamente en
torno a las cuencas vacías en las que deberían estar tus ojos, y tus dientes de maíz son sólo los restos
que las larvas han querido dejar.
En silencio, ¿sabes que el silencio es el murmullo de los ecos que arrullan con sus ondas las cuerdas de
tu voz? La sonrisa del animal, del perro, relumbra de saliva y hambre, como tus apetitos y tu lengua.
¡Silencio! que hoy has de morir.
En la mañana
En la mañana se consumen los últimos suspiros frente al horno, al pastel que se quema con un olor
dulzón, fatal, el aroma de lo que ya no sirve más.
En la mañana, frente al horno, perecen las últimas gotas de esperanza, que se funden con la textura del
pastel quemado.
En la mañana, el amargo de la costra quemada del pastel se confunde con la resignación y el oscuro
presentimiento de la verdad:
"lo que no sirve se bota"
En la mañana, la sangre del alma de la mujer se funde con el café, que nadie ya beberá.