Antes y después del Chino
Desespero por un cigarrillo. Anteayer sacrifiqué mi dólar de la suerte: la última cajetilla del mes.
De modo que comienzo a buscar colillas en el pavimento para aprovechar lo que sobre de tabaco o, en el peor
de los casos, el amargo filtro. Eso, recuerdo, lo hacía cierto personaje de Kerouac: ¿En el camino
?, ¿Los subterráneos
? O Ribeyro en París, según cuenta en Sólo para fumadores.
Pero la berma central de la avenida Arequipa se muestra inusualmente limpia, inconveniente para mis
propósitos. Resuelvo torcer en Emilio Fernández. Apenas doblo la esquina, en las faldas de un cajero
automático, me espera un cigarrillo completo, intacto, sin pisotear. Sólo es un barato Hamilton pero qué
diablos; mejor dicho, un bendito Hamilton, un regalo del cielo... ¿una señal de la Providencia?
Cargo con un walk-man Sony digital que, cuando lo compré, era el último grito de la tecnología en este
tipo de trastos. Me ha durado como diez años. Escucho una cinta, pirata, por supuesto, y la etiqueta kitsh,
plena de colores, reza "The Grates Heats of the Beattles" (así en el original). Pienso en la
complicada o mezquina tarea que debió haber sido seleccionar apenas doce canciones de un total de, qué se
yo, ¿cuántas canciones tendrán los Beatles?, ¿un centenar?, ¿cuántos discos?, ¿diez, doce?,
¿cuántas canciones por disco?, ¿diez en promedio?, ¿cuánto es doce por diez? Si yo acometiera mi propia
selección, mi "antología personal" tipo Borges, seguro que los temas escogidos no serían menos
de treinta.
Pienso también en la antología de mis cuentos. Me han pedido sólo doce. De igual modo, sería muy
complicado elegir sólo doce cuentos de un total de, ¿cuántos tengo?, ¿cuántos reposan, se empolvan, se
añejan, y duermen el sueño de los justos en la caja de Leche Gloria bajo mi camastro? ¿Cincuenta?
¿Sesenta? Sin duda: es imposible. Por otro lado, si finalmente cayera en la tentación de confeccionar tan
injusta antología, debo pensar en el tiempo que me tomaría, primero, revisar la totalidad de mis relatos
para elegir los pasibles de publicación (si es que no todos), y, segundo, el tiempo que me demandaría
volver a corregirlos. La primera etapa, conjeturo, implicaría no menos de ¿dos?, ¿tres?, ¿cuatro meses
de compulsiva lectura diaria? Y el proceso de corrección, calculo, si cada cuento me exige, por lo general,
un mes entero, y teniendo en cuenta que se trata de doce textos, digo que la corrección, entonces,
redundaría en un año completo de trabajo. En suma, preparar la antología de mis cuentos me costaría un
año y cuatro meses como mínimo.
Pero la editorial no lo entiende. Me ha impuesto tres meses de plazo. Saldaña es un pobre imbécil.
¿Qué sabe él de literatura? ¿Habrá escrito alguna cosa digna de publicación en toda su perra vida? No
es más que un capitalista que todo lo ve números. Y quiere engordar sus arcas y sus ancas a costa mía.
Seguro que, en este momento, apura un trozo de bife o demora su capuchino en el Haití mientras yo
vagabundeo por la ciudad en busca de colillas. Si quiere esperar, que espere. Terminaré cuando termine,
como dijo Miguel Ángel. Además, la suya no es la última editorial sobre la tierra. Por ejemplo, mi
compañero de facultad y gran amigo Daniel Sarria dirige el sello "El Unicornio Alado" y me ha
ofrecido publicar mis escritos cuando yo lo desee. ¿Qué más da una editorial u otra? Finalmente, el
público lector reconocerá mi talento. La cubierta, el empaque, la envoltura son sólo detalles.
Siguiendo por Arenales y a un paso de toparme con la plaza Washington, aparece de pronto, nervioso,
distraído, nada menos que el Chino Villegas. Está igualito: mi compinche de legendarias travesuras en el
Quinto B. Lo veo cruzar la calle y detener un taxi. Yo cruzo también e intento sorprenderlo por atrás,
hincando su espalda con mi dedo índice para simular un revólver o una navaja. El Chino voltea bruscamente
y casi me golpea. No me reconoce. Abre con torpeza la puerta del Tico y se sienta de inmediato sin discutir
la tarifa. Es comprensible: han pasado más de diez años desde que terminamos la secundaria. Por otro lado,
lo reconozco, mis trazas no inspiran mucha confianza que digamos: mi barba de dos meses, mi sobretodo
grasiento, los lentes parchados con cinta aislante... Finalmente, mirándome a los ojos desde el taxi que se
resiste a ignorar el semáforo, el Chino logra reconocerme. Sonríe a medias. Baja sin mucha convicción
pero, luego de los saludos protocolares, me propone unas cervezas para recordar los viejos tiempos. Acepto:
intuyo que correrá con todos los gastos.
Caminamos por Natalio Sánchez, frente a la plaza, y nos ocultamos en un discreto pero elegante cafetín.
El mozo lo saluda con familiaridad. Me explica que trabaja en el piso ¿diez?, ¿once?, ¿doce? del edificio
que se alza sobre nosotros y que almuerza justamente ahí, en el "Henry’s", casi todos los
días. El Chino viene a ser el asesor financiero o algo parecido de la embajada de ¿Israel?, ¿Inglaterra?,
¿Suiza?, y apenas salió del colegio ingresó a la Católica para estudiar Contabilidad. Se casó y tuvo
dos hijos. Yo, le dije, todavía curso Literatura en San Marcos y no hago otra cosa que escribir. No estoy
casado. Escribo cuentos. Aún no publico. No, Chino, yo no escribo cuentos infantiles. ¿Blancanieves y
Los Siete Chanchitos
? No, Chino, yo escribo cuentos para adultos: para tipos como tú, digamos. Y los cuentos son algo así como
novelas pequeñitas... en términos simples. No, Chino, Coelho no. Bayly tampoco. Bueno, quizá Vargas
Llosa. Ribeyro, Chino, ¿nunca lo leíste? ¿Ni en el colegio? No, pues, no son Los Gallinazos sin Nido.
No, Chino, tampoco están Hambrientos.
Y La Ciudad
no es Ancha
ni Ajena.
Sí, claro que hay Perros
pero no es lo mismo... La verdad, no sé nada de la promoción. ¿Pedro? ¿Saúl? ¿Guevara?... ¿La chata,
la gorda, la perra?... No, pues, qué mierda será de sus vidas.
En esas estamos, ciertamente ya picados y fumando esos cigarrillos importados de cinta dorada entre el
tabaco y el filtro, cuando el Chino me suelta las siguientes tres preguntas aparentemente casuales e
inocentes pero que a la larga resultarán trascendentales.
Pregunta uno: ¿qué estás escuchando en esos audífonos pegados con cinta scotch? Le respondo que los
Beatles. Él se acuerda de inmediato de todas aquellas noches que pasamos en la casa del Negro Guevara
jugando cartas, viendo pornos y escuchando a los Beatles. Me confiesa que en esa época no le gustaban
mucho, que simplemente los toleraba para no chocar con el gusto mayoritario, pero que ahora, más bien, se
han convertido en una obsesión y que se ha comprado, no sé cómo, todos los discos en vinilo. Y que
nosotros somos los culpables de su adicción. Replico que yo todavía estoy muy lejos de ser un
beatlemaniaco como él y que ese cassette lo encontré por casualidad en la casa de mi hermana, donde a
veces caigo para almorzar.
Pregunta número dos: ¿qué estás escribiendo ahora? Le respondo que, casualmente, mi último cuento
tiene mucho que ver con los Beatles. Que mi personaje es un fanático, hasta la caricatura, y que mi
propósito inicial, por otro lado, fue tramar un argumento a partir de la canción Eleanor Rigby.
Y que, además, el protagonista frecuenta un pub llamado "Honey Pie" donde los nombres de todos
los cocteles se inspiran en canciones de los Beatles. No, Chino, ahora no podemos ir. No, Chino, ese pub no
existe. Sí, Chino, los escritores tenemos la costumbre de inventar cosas y no copiar las que ya existen...
en términos simples.
Me dice entonces que se le acaba de prender el foco. Exige dos botellas más, entusiasmado, y me cuenta
que comenzó a ahorrar desde que salió del colegio y que ya tiene un capital ciertamente considerable como
para poner un negocio propio; el problema es que no sabe cuál. A estas alturas, yo ya estoy borracho y, la
verdad, no entiendo gran cosa de su verborrea febril sobre costos, beneficios, préstamos, permisos,
sueldos, ganancias, etc., etc. A medias escucho al Chino, a medias a los Beatles.
Pero la tercera pregunta me quita el sopor etílico de golpe, y debo bajar el volumen de mi walk-man para
que me la repita: oye, compadre, si ese bar beatle no existe, ¿por qué no lo hacemos realidad?
***
A la semana siguiente nos volvimos a encontrar, otra vez en el Henry’s, y en voz alta debí leer el
cuento susodicho. El Chino quedó boquiabierto. Dos meses después alquilamos (es decir, el Chino alquiló)
la primera planta de una vieja casona de dos pisos en República de Chile, a cinco o seis cuadras del Henry’s.
Las remodelaciones comenzaron de inmediato y yo me encargué de supervisarlas: el Chino, debido a los
trajines de la embajada, no podía visitar el local con mucha frecuencia. De más está decir que yo nunca
puse un centavo: él siempre me decía que las grandes ideas también valen dinero y que yo era nada más y
nada menos que el creador, el autor intelectual del Honey Pie. Creador, autor intelectual... hace tiempo que
esperaba esos piropos pero sólo con respecto a mis cuentos. El caso es que abandoné la corrección de mi
libro cuando tuve que ocuparme totalmente del negocio.
Una vez se inauguró el Honey Pie, yo tuve que atender la caja mientras el Chino se encargaba de los
asuntos administrativos y del manejo de las finanzas a distancia. Durante los seis primeros meses, debo
decir que las ganancias fueron mínimas y que apenas pudimos sufragar el alquiler y los sueldos de las dos
meseras. La concurrencia era exigua y eso me permitió volver, de cuando en cuando, a la corrección de mis
relatos detrás de la máquina registradora. Eso, cuando no cortejaba a Penny: dos piernas pálidas y
turgentes bajo el mandil amarillo. Pero, muy cerca de las navidades, las cosas comenzaron a mejorar. Y yo
dejé de escribir definitivamente. El Honey Pie se abarrotaba, especialmente los fines de semana, y ya no me
quedaba tiempo libre entre la atención de la caja y la supervisión de las meseras. Sólo usaba la pluma
para firmar cheques y llenar facturas.
***
Han pasado ya casi dos años desde aquel encuentro fortuito y trascendental con el Chino Villegas. Ya no
fumo colillas pisoteadas: ahora fumo habanos y, a veces, incluso algo de hierba con los muchachos de la
discoteca del segundo piso. Me casé con Penny, una de las meseras, que naturalmente ya no lo es: ahora se
dedica a las labores domésticas y a la crianza de mi primogénito. El Honey Pie ha crecido
considerablemente. Al principio no era más que un pequeño y discreto cafetín; hoy es un
restaurante-bar-discoteca-librería de tres pisos y estoy meditando comprar la peluquería del costado para
abrir una tienda de discos. Ahora yo, personalmente, debo tomar todas las decisiones.
El Chino Villegas ya no viene por aquí y sólo se conforma con recibir su porcentaje mensualmente. Que
no es poca cosa, por supuesto, pero el pobre tiene que hacer malabares para costear los gastos astronómicos
de la clínica. Y es que el Chino, hasta no hace mucho, no dejaba pasar un fin de semana sin tragar hasta el
vómito y beber hasta la inconsciencia. Incluso, algunas veces mandó cerrar el Honey Pie para agasajar a
sus compañeros de trabajo. (Cuando esto sucedía, yo, discretamente, me ocultaba en el sillón de la
librería y disfrutaba, en solitario, observando las formas ondulantes del humo de mi habano; esto, cuando
no acosaba a Rita, la mesera de las madrugadas.) Los años también pasan la factura, Chinito. La última
vez que lo vi, se apareció con 10 kilos menos. Estoy yendo al gimnasio, bromeaba. Fue necesario un cólico
infernal para someterse recién al cuidado de un especialista. Lleva dos meses internado. Llamó por
teléfono anteayer; siempre optimista, prometió celebrar su "libertad" apenas salga de la
clínica. Es ahora su esposa quien viene regularmente a preguntar por el cheque.
***
Han pasado quince años desde aquel encuentro fortuito y trascendental con el Chino Villegas. Sin duda:
antes del Chino, todo era diferente; después del Chino, nada fue igual. Supongo que le agradeceré toda la
vida. Lamentablemente, la solución a su tragedia escapa completamente de mis manos. No es una cuestión de
dinero y por eso no le puedo devolver el favor. Hace unos seis meses y medio, el diagnóstico final arrojó
un cáncer al estómago muy avanzado. Pero aún sobrevive, para sorpresa de los médicos. Sobrevive de
milagro; por razones no medibles, no cuantificables. O quizá por su infinito optimismo, no lo sé. Me
llamó el viernes: se supone que debo estar muerto, ¿no crees que deberíamos celebrarlo?
Son las diez de la mañana y todavía no aparece ningún cliente. Es domingo. Yo estoy en la librería
del fondo, tomándome un Blackbird
(un expresso) y comiéndome un Strawberry Fields
(postre de fresas) para rematar los Little Piggies
(piqueo de chicharrones) que acostumbro desayunar después de cada sábado farragoso. Hojeo la última Newsweek
donde se informa del divorcio entre Paul McCartney y la modelo inválida Heather Mills (perdón:
"Sir" Paul McCartney... ¿no fue Lennon quien, en nombre de los cuatro, rechazó la condecoración
de la reina Isabel?). Además de los libros, álbumes de fotos y cancioneros, tenemos todas las revistas, en
cualquier idioma, que tengan alguna relación con los Beatles. Dejo la Newsweek:
todavía no domino el inglés y la traducción se me hace tediosa. Me levanto y bostezo. Aún es temprano y
el público no llegará sino hasta el mediodía. Me entretengo probando puntería con los dardos: el bull es
una foto de Yoko Ono repleta de insultos anotados por los primeros parroquianos. Luego voy al baño, al cabo
de un largo corredor oscuro cuyas paredes rezan The Long and Winding Road
y Across the Universe.
Subo al segundo piso, la discoteca, y encuentro a los mozos ocultando los residuos de la juerga de
anoche. Me detengo en una mesa llena de copas y colillas. Siento la tentación de coger un cigarrillo
abandonado a la mitad pero me contengo. Reparo en que casi todas las copas exhiben rastros de cerveza y cuba
libre, y que sólo una, casi llena, contiene la especialidad de la casa: el célebre Lucy in the Sky with
Diamonds
(Lucy
es la cereza, Diamonds
los hielos, y Sky
es una azulina mezcla de licores que, bromeando, digo siempre que es absinto pero nadie me entiende). Es
cierto que dicho trago es relativamente costoso —quince soles la copa— pero también es cierto que el
grueso de mi clientela —y lo corrobora un estudio de mercado— bien puede darse el gusto de probarlo sin
refunfuñar. Supongo que no se dan el gusto porque no tienen buen gusto. Pienso que, de un tiempo a esta
parte, los asistentes al Honey Pie ya no son los cuatro gatos maltrajeados y de escaso poder adquisitivo de
los comienzos. Eran pobretones, sí, pero también, para ser justos, beatlemaniacos a rabiar como nos
esperábamos. En cambio, ahora recibimos una parvada de falsos yuppies ignorantes que apenas si saben el
nombre exacto de los Fab Four y ni siquiera son capaces de cantar el coro de Love Me Do.
El ochenta por ciento viene sólo por novelería. Pienso que hasta el empleado que escudriña los inodoros
sabe más de los Beatles que estos nuevos ricos que apenas si saben hablar bien el castellano. Quizá
deberíamos reservarnos el derecho de admisión. Quizá deberíamos tomar un examen de mínima cultura
beatle antes de autorizar el ingreso. No lo sé.
Enciendo un habano. Una serpiente de humo denso recorre todo el salón, flotando sobre la cabeza de mis
empleados, y se pierde en el laberinto de soportes metálicos, cables y tambores de luz que cubren el techo.
Hago un cálculo mental del monto invertido en todo eso que el Chino define como "activos fijos"
(con esa cantidad, tranquilamente me hubiera comprado un departamentito en Miraflores... no se lo diré a
Penny).
Pienso también que, la verdad, si no fuera por estos noveleros, el Honey Pie seguiría siendo un
pequeño y triste cafetín. Y yo seguiría mosqueándome detrás de la caja registradora. O el cafetín tal
vez ya hubiera quebrado. Entonces yo seguiría buscando colillas en el pavimento. Y seguiría corrigiendo
infinitamente mis relatos mediocres para un libro que tal vez nunca se publicaría. O, más bien, si el
negocio nunca producía ganancias, yo hubiera terminado publicando mis cuentos en la editorial de mi amigo
Sarria. Y quizá no me hubiera ido tan mal. No lo sé. Pero, sin duda, incluso en el mejor de los casos, no
tendría la cuenta corriente que manejo ahora.
Me distraigo en tales cavilaciones, aspirando mi habano en el marco de la ventana que mira a República
de Chile (por donde antaño yo vagabundeaba en busca de colillas), cuando el cajero sube corriendo para
informarme sobre una llamada urgente. Bajo con calma, asentando los talones en cada peldaño de fierro,
repasando las imágenes de las paredes (portadas de vinilos y curiosas fotos de la banda que tanto trabajo
me costó conseguir) y pensando que el Honey Pie no fue creado para ese ochenta por ciento de yuppies
noveleros sino, más bien, para ese veinte por ciento de beatlemaniacos como el Chino y como yo
(exactamente, un 18,5% según el estudio de mercado). En última instancia, ahora que reparo en ello, el
Honey Pie fue creado realmente para nosotros mismos. Como un libro. Porque uno se engaña pensando que
escribe para un enorme público objetivo, cuando, finalmente, el único lector que cuenta es el propio
autor. Tampoco importa, entonces, que mis mamotretos no sean leídos por nadie más que yo. No tengo por
qué convertirme en un Paperback Writer.
Pero... la verdad, hace años que no escribo. Lo recuerdo con precisión: interrumpí mi libro para las
navidades del 2002, justo cuando el cafetín comenzó a prosperar. Supongo que ya es hora de volver a
hacerlo. El negocio parece muy sólido y no es indispensable que me multiplique para que marche debidamente.
Como dijo Roberto Arlt, la estabilidad económica también es necesaria para hacer buena literatura. Ahora
dispongo de mucho tiempo libre. Y no tengo la presión de publicar para vender porque mis inconvenientes
económicos están resueltos. Al menos por el momento.
Cojo el teléfono. Es la esposa del Chino. Me dice que falleció a las tres y cuarto de la madrugada y
que el velorio será esta misma tarde, a las seis, en la iglesia María Reyna del óvalo Gutiérrez. Cuelgo.
No sé cómo reaccionar. Es decir, no puedo reaccionar. Intento imaginarme el rostro cadavérico del Chino y
el llanto de su esposa arrodillada a los pies de la cama. También recuerdo vagamente un cuento de Cortázar
sobre un pato muerto inundado de hormigas pero el título se me escapa. Sólo puedo pensar en números; es
decir, los números comienzan a bailar en mi cabeza. La verdad es que estoy pensando en el futuro del Honey
Pie. Estoy pensando en mi futuro inmediato. Estoy pensando en el testamento, si es que lo hay: hace dos
meses el Chino me dijo que lo estaba considerando pero que la doña se oponía cada vez que se lo
mencionaba. Estoy calculando si la muerte del Chino es rentable o no. ¿Y si la doña hereda su porcentaje?
¿Y si la doña, peor aun, no se conforma con el porcentaje que, valgan verdades, ya es bastante cuantioso?
¿Y si decide asumir un papel activo en la administración del negocio? Mejor no pienso: me preocuparé
cuando haya realmente necesidad de hacerlo. Por último, me busco un abogado para que me asesore al
respecto.
Paso por la cocina y me sirvo un té cargado con Taste of Honey.
Noto la ausencia del habano en mis labios. Debí dejarlo en la caja, al costado del teléfono. Regreso sobre
mis pasos. No está; más bien, sin saber por qué, de modo inconsciente, me llevo el talonario de facturas.
Quizá el habano se quedó en la discoteca pero me da flojera subir las escaleras. Regreso a la librería.
Un Hamilton intacto, sin encender, ocupa el cenicero cristalino. Volteo: un tipo enternado se desliza por el
Long and Winding Road.
Qué diablos: sólo un par de pitadas. Hace mucho que no pruebo un cigarrillo. Me hundo en el sillón y
vuelvo a la Newsweek.
¿En qué página me quedé? ¿25, 35, 52? No. Cierro la revista. Sin ninguna intención precisa, comienzo a
garrapatear el reverso del talonario de facturas con una mezcla de números y frases sueltas. Caigo dormido
muy pronto.
Crucidrama
Larva. Tenia. Parásito. Bicho. El gordo, pues. Dizque enfermo. Ahorita me llama. Ahorita suena. Sueno,
Chino. Campana. Manzana. Gusano. Lombriz. Dobla por mí. Manzana. Pera. Papaya. Se tiró a la pera. Mango.
Cheque. Chequeo. Doctor. El gordo, chino. Lima-limón. Lima, limonta. Montaner. Cantante. Dos letras. A esta
hora, Chino. En la clínica. Bimbo. Me llegó la hora. Bingo. ¿Por qué a mí? Premio gordo. Mejor a él.
La hora nona. A eso. Nona. Nena. La tinka. Nana. Nene. Todavía no es. Nona. Nonato. Na. No. Calcio. Nata. Y
nunca será. La hora H. El día D. Juicio final. Trompetas. Campanas. La bomba H. Se hizo la vaca. Autor del
Apocalipsis. El gordo, pues. Bomba. Bimbo. Tinka. San Juan. Premio. Gordo. Timba. Timbal. Cuatro letras. Mi
trompeta por sus cuatro letras. Mi reino por una yegua. Mi flauta por Detroit. ¿Quién dijo eso? En la
primera, Chino. Qué burro, Chino. En prima. Se las sabe todas. No, Chino. Puro cuento. Virgen de las
Mercedes. ¿Símbolo del sodio? Como el Gordo. Ése no es. Patrona de los reclusos. Mentira, estará
chupando. ¿No lo conoces? No me gusta, Chino. En emergencia, dizque. La salsa, digo. Y Don Paco le cree. No
es la primera vez. Y en pleno cierre. Y yo pago el pato. No sé cómo se hace. Don Paco es un pato. Así me
dijo. Nunca lo hice. Nunca lo resuelvo. Mi primera vez. Ni leo la revista. Sólo mis artículos. Cuando
llevan mi firma. No lo firmaré. No existe. Don Paco dice que puedo. Ojalá. No soy una enciclopedia.
Exageró, Chino. Me tiró la pelota. En el aniversario. La bomba. El Gordo, pues. Le dijo a Don Paco. Me la
presentó. Me recomendó. Bomba. Bola. Bolivia. Por eso llamará. Me hizo propaganda. ¿La capital no es
Sucre? Le dijo que tenía carro. Me sobra una letra. Que me sobra la plata. Casilla negra y se acabó.
Casilla roja. Ruleta. Bingo. Números rojos. Feriado. Jalado. Cagado. Gordo cagón. La bicla, dice. Pasó la
noche en el water. Y en pleno cierre. No le viene. Prefiero reseñar. Como tú, Chino. ¿Seis libros? Dame
tres. Dos semanas. Y tú acaba con esto. Muy simple. Una operación. ¿Cuánto costará? No puedo. El
crucigrama, digo. Estoy atorado. No avanzo. Embotellado. ¿Me zafo? ¿Me quito el bulto? Su problema. Su
barriga. Su chamba. Yo no hago crucigramas. Gordo pendejo. Estará en el Chevy’s. Yo hago crónicas. Gordo
borracho. Yo hago cuentos. ¿Enfermo? Cirrosis. No me sale, Chino. Me falta un huevo. No le viene, Chino.
Prefijo de huevo. Ya viene Don Paco. ¿Y tú cómo vas? Ahorita llama. Termina y me ayudas. La soga al
cuello. Chino de mierda. Dos fuegos. Mal amigo. Cuello de botella. Dos piernas. Tú me quemas. Escila y
Caribdis. Apaga esa mierda. Abrió las piernas. Devórame otra vez. No soy de fierro. Fierro a fondo. Con un
bisturí. Ya se lo dije. El gordo y sus rucas. Símbolo del fierro. Ferro. Mango. Cheque. Luca. Dijo que no.
Es un crimen. Estaba zampado. Pecado. Picado. Ella no. Soy una víctima. ¿Qué dices? Ni cagando, Chino.
¿Arroz con leche? Eso quisiera. ¿Y tú qué sabes? Me quiere enganchar. ¿No te pasó igualito? Cambia de
radio. A pedido de la hinchada. ¿No te arrepientes? Te resignas. Te persignas. Borracho dices otra cosa. Yo
no. Mírate nomás. Base cuatro. Y sigues aquí. Yo tengo futuro. El libro, la beca y lo demás. No me voy a
cagar. ¿Por un microbio? Bacteria. Virus. Parásito. Bicho. Seis letras. No me hables de moral. ¿Árbol de
moras? La olla a la sartén. ¿Amor? Resignación. Peor es nada. Te cagaron, Chino. Tranquilo, Chino...
relájate... no quise… no me hagas caso. Estoy nervioso. Pero no sabes más que yo. ¿Ah, sí? Has el
crucigrama. Te cambio. Que lo haga Don Paco. Cambia de radio. No hace nada. Se la pasa en el fonavi. Y luego
jode. O en el Haití. Ahorita viene. Ligando fletes. Ahorita llama. Viene a chequear. Otear. Oler.
Olisquear. Apesta. La vida apesta. Sobretodo el Gordo. La vida es sueño. Sólo dos letras. Iniciales. Otro
café, chino. Me cago de sueño. Y puchos. Winston rojo. Tus Ducales apestan. El Gordo apesta. No es la
primera vez. ¿Virgen? Por las orejas. Vieja zorra. ¿Y si no es mío? Tiene machete. Montaner. Cheroca.
Cherokee. Chevrolet. ¿Puede ser? ¿Yo pago el pato? ¿Eso vale? Bajada de motor. ¿Marcas de carro? Otro
misio como ella. Por eso me buscó. Buscona. Player. Ruca. Pacha. Furcia. Viajera. Apaga eso, Chino.
¿Frankie Ruiz? Jura que tengo Billegas. Ficha. Centavo. Cobre. Ruleta. Bingo. ¿Plan de los dos? Moneda
rusa. Puede ser. Apura, Chino. Sin puchos no trabajo. Gordo de mierda. Él tiene la culpa. Me la presentó.
Mal amigo. En el aniversario. ¿Te acuerdas, Chino? ¿Chino?... Me cagaste, Gordo. Con tus cagues. Con tus
ruflas. ¿Tan rápido, Chino? Gordo caficho. En la clínica. Eso dijo. Los análisis. ¿El Gordo? En el
Chevy’s. ¿Tú crees? Ahorita viene. ¿Don Paco? En el Haití. De sangre. Te dije Winston. De orina. La
oficina vacía. Don Paco le cree. John Winston Lennon. Iniciales. ¿Qué pasa? Luego te doy. Y le di. Te
invito el café. Por todos lados. Para hacer las paces. ¿Primera vez? Y anda al Chevy’s. Nica, pues.
Tráete al Gordo. Sácalo del water. La bicla, dice. Cólera. Sarampión. Bacilo. No encaja. Le pongo una
negra. Viruela. Virus. Bicho. Microbio. Cuento de Bryce. Un suicidio. Quiere cagar. No lo dejan. Como el
Gordo. ¿Su macho? Muerte de Sevilla en Madrid. ¿Me la quieren hacer? No me gusta. ¿Tú crees? El título.
La salsa. El cuento menos. Chonguero. Lúdico. Lúbrico. Viscoso. Gusano. Larva. El tipo se llama Sevilla.
Ciudad de España. Capital de Andalucía. ¿Cómo lo pongo? Otro cuento. A pelo. Repite el error. Igual que
mis viejos. La misma historia. Tu historia, Chino. Mentira... tranquilo... no te jodo más. El
Descubrimiento de América. El mismo truco. Tantas veces Bryce. América es una fulana. Huachafita.
Cucaracha. Como dice mi abuela. Ruca. Perra. Furcia. Un título tipo Don Paco. Jala. Provoca. Llama.
¿Llamará? ¿Y si no? Engaña. Enyuca. Liga. Negocia. Y después se atoran. Eso buscaba, creo. En el
Haití. No sabes titular. Don Paco, pues. No lo digo yo. ¿Cuánto pagará? Relájate, Chino... Don Paco los
pone. A mí también. El título nomás. ¿Cuánto por atorarlo? Le gusta parafrasear. Lo más fácil.
Rápido. Simple. Básico. Instintivo. Salvaje. Sádico. Lúbrico. Viscoso. Gusano. Yo no fui. Nunca fallo.
Fue Teté. No concibo gusanos. Letra repetida. Fue su cheroka. Yo no lo hago. ¿El gordo? En mis cuentos. No
creo. El título, digo. ¿Llamará? Cuento chino. Me agarró de cholito. El Cholito Sotil. Jugador de la U.
Cuatro letras. Historia de O. Me sobra una. Me sobra la plata. Eso creíste. ¿Mi carrera? ¿Mi libro? ¿La
beca? Primero el título. Luego me caso. Ahora no. Arroz con leche. Con ella no. Arroz con gorgojo. Leche.
Lechón. Para títulos, Onetti. Aprende, Chino. El Infierno tan Temido. Ya debería llamar. La que me
espera, Chino. Campanas. Juntacadáveres. Tan Triste como Ella. Ni que me llore. Ya viene Don Paco. Llora,
cagón. Gordo conchetumadre. Te admiro, Gordo. Los hace todos. Llorarás y llorarás. Todas las secciones.
Buen tipo. Todos los crucigramas. En el fondo. Eres un genio, Gordo cagón. Vago quizá. Cagado para
siempre. Borracho también. ¿Y mis planes? Putañero, sí. Arroz con leche. Pero buen tipo. ¿Si lo llamas?
Al Gordo, Chino. Que me ayude, pues. Me quiero casar. No puedo. Soy una bestia. Con una señorita. Y no es
tan bella. La ex–señorita. Sólo culona. De Portugal. En el aniversario. Ciudad de España. Cuatro
letras. ¿Te acuerdas? No me liga. No la chunto. Con ésta sí. No apunto bien. Con ésta no. Meo fuera. Me
la corro fuera. Siempre. No sé qué pasó. Que sepa coger. Me cago de sueño. Me orino en el lompa. Que
sepa bordar. Frikeado. Noico. También por el café. Los puchos. Y Don Paco. ¿A qué hora viene? Y este
crucigrama de mierda. No le viene. ¿Qué pongo aquí? Y esa llamada. No me puse, Chino. Pon otra cosa. Pero
ella atracó. Cambia de radio. Se me puso. Más a la izquierda. Pendeja. Telestéreo. No avanzo. La salsa me
arrecha. ¿Otra casilla negra? Ni atrás, ni adelante. No me quiero acordar. Por atrás. Por las cuatro
letras. Horizontal. Vertical. De Costa Rica. Perrito. Columpio. Izquierda. Derecha. Centro. Y adentro.
Flancos de la P. Al fondo. Sin parar. Tú eres la rueda. Hasta morir. Yo soy el camino. Trance. Nirvana.
Éxtasis. Luego lo saco. No sé qué pasó. Tocando el cielo. Las Puertas del Cielo. Cortázar, Chino.
Escalera al cielo. Apócope de santo. Led Zeppelin. Abreviatura de doctor. Clásica, Chino. Prefijo: huevo.
Sólo salsa, ¿no, Chino? Desde la clínica. Globo. Gordo. Símbolo del Mercurio. Los resultados, Chino.
Chicle globo. Tierra. Marte. Saturno. Venus. Diosa del amor. Sólo un aguirre. Un affaire. Vacilón. Bacilo.
Microbio. Bicho. No estoy templado. Ni cagando. Sólo arrecho. Otro de Bryce. Tu ídolo. Eisenhower y la
Tiqui-tiqui-tín. El personaje de siempre. Se repite la historia. Ni digas. Pituco arruinado. Puro apellido.
Pura pinta. Cero Villegas. Sólo arrechura. Sin blanca. Se levanta a una pacha. Empleadita de boutique.
Pachamama. Negrita. Zambita. Quemada. Teta. Cochina. Pezón. Se casan. Mama. Yo nica. Mamona. Huachafita.
Ruca. Ramera. Buscona. El Buscón. Quevedo. El título primero. Para Bryce. Tu Bryce. Luego hace el cuento.
Yo nica. Lo pongo al final. Lo saco a tiempo. Siempre, Chino. Al final de dial. Se cae de maduro.
Telestéreo. El título, digo. A la izquierda. ¿Y esta foto? Soltero maduro. ¿Quién es? Don Paco, pues.
No hay leyenda. Gordo de mierda. Se cae de podrido. Vencido. Agusanado. Don Paco pato. No importa. Qué se
hace primero. Qué después. Tampoco el tiempo. De escritura, digo. Una noche o diez años. Una noche de
copas. Diez años de cárcel. No tiene documentos. Querrá asustarme. ¿Qué hora es? Una noche en un bar.
Los tragos. La salsa. Su faldita, Chino. Escribiendo en servilletas. No me hagas acordar. Como Martín
Adán. Odio la salsa. En el Cordano. En el Palais. Pura leyenda. En el Haití. Don Paco. En el Chevy’s. El
Gordo. Es lo de menos. Menos eso. Don Paco chivo. Sólo el producto. Chivo en el Chevy’s. No el proceso.
Chavón en el Chevy’s. No el sexo. En el Bolívar. El texto. El aniversario, Chino. Su amiga, pues.
Bailamos todo. Bueno, dizque. No las servilletas. Pura salsa. No los tragos. No me hagas acordar. Tabaco y
ron. La copa rota. ¿Y esta foto? Llama a Diagramación. ¿Kerouac? En el Camino. Poeta beatnik. Tú eres la
rueda. Un libro en dos días. Dos semanas. Dizque. Bien por él. No le viene. Una anécdota. Nada más. Va
pa la peña. Pura leyenda. Tertulia. Cafetín. Fonda. Chingana. Chifa. Chaufa. Wantán. Pollo con piña.
Piña, pues. Pan con pollo. Flema. Moco. Soy un pollo. Su culpa también. A comer pastel. Caí con la
segunda. ¿Piña yo? Vomité. A comer lechón. Siento náuseas. Gordo lechón. ¿Cómo tú? Ahorita llama.
Ni cagando, Chino. Por la salsa. A esta hora. El borrador es un vómito. Eso dijo. Eso dice Elguera. Luego
se quita. Se ordena. Se ordeña. Se exprime. Se mama. Lactando en el micro. Pacha. Bolívar. Bola. Bolivia.
Qué asco. Ni digas, Chino. Sin cobre. Ag. Estoy cagado. Plata. Hasta el culo. Au. Hasta el queque. Oro.
Hasta el queso. Fe. Piden queso. Na. Hasta el cien. Sodio. Menos eso. Hierro. ¿Cuánto costará? Lacio.
Misio. Arrancado. Pelado. Cien en romanos. La bajada, pues. ¿Doscientos? Sin cobre. Hijo de Cronos. Cara o
sello. Consonante. Coleóptero. Bicho. Bache. No me hago problemas. En el camino. Bajada de reyes. Pero no
quiere. Bajar de peso. Cagar. Botar. Pisar una hormiga. Depredador. Carroñero. Trepadora. Arribista. La
Tiqui-tiqui-tín. Se creyó el cuento. Chica plástica. Soy un personaje de Bryce. Fue por lana. Pedro
Navaja. Salió trasquilada. Gato por liebre. Gata caliente. Carne de burro. Leche vencida. Gusano en
manzana. Gorgojo en arroz. Arroz con leche. Fruto de tu vientre. Liendre. Me emborrachó. Piojo. Me sedujo.
Chinche. Se ensartó. Ladilla. Se ensartaron. Ambos. Piden pan. Ella y su macho. No va atracar. Yo nica. No
les dan. Si lo tiene. Ya lo dijo. Un crimen. Acabaron mal. Él borracho. Ella puta. El hijo mendigo. ¿Plan
de los dos? Gordo borracho. Piden queso. Es un vals. Puede ser. No es salsa. Él cuenta la historia. ¿El
gordo? En la mesa de un bar. Chingana. Chifa. Tasca. Fonda. Baja el volumen. Atascado. Hasta el fondo.
Bajada. Chingado. En el Chevy’s. Efectista. Previsible. Sádico. El vals, digo. Se casó con la zambita.
Yo nica. Metió la pata. Que se case con su cheroka. Hasta el fondo. Si lo tiene. Fonda. Fundido. Funda.
Condón. Ribeyro tiene un cuento. ¿Pensión? Otra huachafita. ¿Extorsión? Otro pituco. Otro final. Un
pintor. ¿Un escritor? Una servilleta. Empleada. Muchacha. Tranca. Natacha. Vive en San Juan. La de mi
cuento. Los maderos. Otra zambita. La cruz. De Color Modesto. Piden pan. El título, digo. Color serio. De
luto. Una fiesta. Quiere bailar. Se me pegaba. No hay con quién. Se mete a la cocina. Besitos en el cuello.
Con la natacha, pues. No soy de fierro. Salen a bailar. Fierro a fondo. Los botan. El café ya se enfrió.
Mejor lo boto. Tiene que estar caliente. Que lo bote. Debe quemar. Humear. Llamear. Brasas. Brassiere.
Flamear. Flama. Flema. Pus. Pusanga. Tanga. Erectol. Mástil. Verga. Madero. Cruz. Estaca. Navaja. Raja.
Crucigrama de M. Los maderos. Flancos de la T. Se me cruza. Trusa. En el camino. Trecho. De San Juan. Hecho.
Piedrita. Arrecho. En la taba. Tacos. ¿Es justo? Susto. Astilla. Ladilla. Lapa. Larva. Gusano. Feto. Dedo
en culo. Otro café. Ahorita, Chino. Un café tibio no es café. Ahorita llama. Ceviche sin ají. Partido
sin goles. Piden ají. Cache sin orgasmo. Eso sí. ¿Qué hora es? La zambita, pues. ¿Sin amor? Sin
condón. Apura, Chino. Pura. Virgen. Casta. Perro sin pulgas. Tú contesta. Sin piojos. Garrapatas.
Chinches. Por favor, Chinito. Bichos. Gusanos. Larvas. Cuento sin romance. Un favor, chivito. Dice Elguera.
Un favor, bichito. Pero escribe mal. Pero es mi pata. Mi yunta. Mi chochera. Cápsula. En la clínica,
Chino. Pastilla. Pepa. Tableta. Gotas. Ahorita llama. Inyección. Suero. Toques. Cucharada. Sopa. Análisis
de orina. Con eso basta. Sopa de tigre. Chilcano. Pisco. Tigresa. Gata. Las gatitas del gordo. Lechón.
Vaca. Gordo caficho. Gato negro. Perra. ¿Y si el gordo? Cabo blanco. Whisky. No le venía la regla. Dos
semanas. La ex–señorita. Tinto. Sangría. Vino. Vinagre. Cagado, ¿no? Café amargo. ¿Tú crees? Más
que nunca. ¿El gordo? Quizá mi saliva. Flujos. Placenta. Náuseas. Que pase de mí esta copa. El atorado
soy yo. La copa rota. Mejor paso. Don Paco roto. Que venga ya. El cáliz. El gordo. ¿Y si el gordo? Me
tiemblan las manos. Contesta, pues. ¿Su macho? La hostia. ¿Tú crees? Yo no. Que haga su chamba. Piden
pan. Yo no puedo. Bajada de reyes. El rey de los chongos. El doctor. Pan y vino. El gordo, digo. ¿Cuánto
cobrará? Pan bajo el brazo. ¿Si el gordo? No creo, Chino. ¿Si repetimos? Cuánto por desatorarla. Uno del
año pasado. Dile a Don Paco. Quién se va a acordar. No me sale nada. No me quiero acordar. Crucigrama de
mierda. Gordo de mierda. ¿Tú crees, Chino? Los resultados, pues. ¿Estás chambeando? Para eso llama. ¿En
internet? A esta hora, me dijo. Buscando calatas. La hora H. Vicioso. El día D. Bilioso. Bilabial. Bucal.
Vocal repetida. ¿Sería capaz? Cría del lobo. ¿No lo conoces? Nota musical. Yo tampoco. Ahorita sueno.
Verbo. Putamare. Puta. Loba. Perra. Gata. Zorra. Palo. Naipe. Baraja. Rey. Rey de los chongos. Corazón.
Coco. Trébol. Espada. Sable. Gillette. No creo, Chino. ¿Está sonando? Machete. Navaja. Bisturí.
Cuchillo. Cheroka. Horca. Palo. Cruz. Madero. San Juan. Misa de gallo. Niégame tres veces. Caldo de
gallina. Un favor, Chinito. Caballero Carmelo. Canta por mí. ¿Caballero nomás? Palais. Bar. Café.
Bulín. El rey del bulín. Ni cagando, Chino. ¿El gordo? Fumadero. Chifa. Chingana. Chevy’s. ¿Su
cheroka? Sonando, Chino. ¿A la mierda con todo? El mañana nunca muere. Doctor No. No creo. Die and let
live. Sam Spade. Licencia para matar. Bond. Bogart. Maltés. Halcón. Águila. Buitre. Chesterton. Gallo.
Brown. Chetumare. ¿Padre? Goldeneye. ¿Mi libro? Sigue sonando... El hombre que fue jueves. Viernes.
Crusoe. Defoe. Isla. Capital. Provincia. Prefijo. ¿Hijo? Ciudad. Pronombre. Río. Sin nombre. N. Rímac. Ni
firma. Nilo. Apellido. Po. Aguirre. Montaner. Montana. Winston. Lennon. Wilson. Tacna. Arequipa. Cuzco.
Apurímac. Rímac. Sena. Seno. Poto. Po. Delta. Lago. Laguna. Río. Desagüe. Cloaca. Mojón. Cu. Bosta.
Guano. Caca. Sonando. Ca. ¿Chino? Ag. Placenta. Bilis. Caca. Suena. Sangre. Suena. Feto. Sangre. Caca.
¿Chino? Au. Caca. Fe. Sangre. Contesta. No. Contesta. Na. Testa. He. Fui. Si. Ca. No. Po. He... Que me
disculpe, Chino. En el ñoba, dile. Si. Fe. Fui. No. Na. Exonere. Sangre. Excuse. Ag. Excusado. Caca.
Retrete. Silo. Caca. Gordo. Chino. Si. Caca. Po. Sangre. Ag. Diarrea. Panza. Barriga. Na. Sangre. Bola.
Bomba. Gordo. Bimbo. H. Bolivia. Día. Perú. D. ¿Chino? Suena. Soné. Ag... Ag... ¿El gordo? ¿Conmigo?
¿Seguro? Qué quiere. ¿Confidencial? ¿Piensa venir? Pásamelo. ¿Gordo? ¿Qué? ¿En la clínica? ¿Con
quién? ¿Es una broma? ¿Qué yo qué? O sea que tú. Ya entiendo. Hijo de p. Estás loco. Ni cagando.
Cabrón. Quién te crees. No, tranquilo... Está bien, está bien... ¿Cuánto dijiste?... ¿Dónde?