El encuentro con un poeta es siempre la posibilidad de redescubrir la vida.
Con otros ojos, otras manos y otro corazón uno se acerca a dimensiones
arraigadas al alma pero pocas veces exploradas. Es el encuentro con esa parte
del entendimiento y el sentimiento que se esconden para salvaguardarnos del
dolor que produce la vida en su cotidiano devenir, pero a la vez de protegernos,
aquel olvido voluntario también nos impide la imagen frente al espejo que nos
recuerda que aún existe el camino para ser bellos y para temblar ante la propia
presencia colmada ya de miles de historias y pensamientos, que si quisiéramos
podrían ser el motor para un mejor hoy, para un mejor mañana.
Con esos retazos de ideas me dispuse a entrevistar a Antonio
María Flórez, quien cuenta con numerosos reconocimientos y concursos ganados,
que demuestran su experticia en aquel asunto de hacer magia con el verbo. Es
así como, en 2003, una vez más su talento es laureado, esta vez como ganador
del Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá, que es anualmente organizado
por el Instituto Distrital de Cultura y Turismo. Este triunfo lo logró con su
poemario Desplazados del Paraíso.
Este escritor y poeta mitad español, mitad caldense, recorre
las jornadas diarias entre consultas y recetas médicas, pero siempre saca
tiempo para imprimir palabras en trozos de papel que recoge de las calles, del
campo, del amor o la tristeza. Ante tal personaje, que con su risa abierta, sus
oraciones certeras y su amabilidad tranquila, deja a su interlocutor pleno de
sueños y alegría, no queda otra opción que lanzar preguntas que por su
aparente simpleza guardan los contenidos más sabios de la existencia.
—¿Por qué hacer poesía?
—Por mi amor a la libertad, por mi rechazo a la tiranía, a la
guerra y a los fundamentalismos aniquilantes. Porque a veces navego alucinado
entre el sueño y la realidad. Porque he bebido de fuentes culturales dispares y
quisiera entender la esencia del ser humano. Porque siempre me desconcierta el
paso del tiempo y el abismo de la muerte. Porque un día me asombré con la
humedad anhelante de los besos y el ardor tremulante de los abrazos y el fervor
acucioso de la paternidad. Porque un día descubrí los textos de Machado,
Lorca, Alberti, Paz, Breton, Ginsberg, Aridjis, Mutis, Pessoa, Drummond de
Andrade, Murilo Mendes y Júdice y porque también un día me iluminó la
pintura de Zurbarán, Velázquez, Modigliani, Miró, Dalí, Picasso y me pobló
la música de Bob Dylan, Van Morrison, Leonard Cohen, Lou Reed, Luis Pastor,
Pablo Guerrero y Triana.
—¿Para qué hacer poesía?
—Para poner en contacto los diversos mundos que creo y habito;
para plasmar mis obsesiones, para deambular en la penumbra incierta donde locura
es razón y el sueño certeza; para acceder a la verdad de las cosas y a la
esencia de las personas; para buscar un camino y encontrar lo impensado; para
hacer música y sugerir imágenes a través del lenguaje, por medio de palabras
míticas, telúricas, oceánicas, simples, cotidianas, elementales, inservibles
que, cabalgando a lomos de mi respiración honda y sentida, marquen el registro
perplejo de mi ser y el decir asombrado de quien quiere perpetuarse y dejar
huella en los otros y en la Tierra. Y también para rendirle tributo a mis
artistas esenciales, a mis amigos fieles y a mis seres queridos.
Cuando uno le pregunta a Antonio María por su poemario Desplazados
del Paraíso su mirada se eleva, y en ella se refleja con rapidez la
historia de muchos colombianos que se despiden de la tierra en busca esmerada de
la felicidad. Por eso también su voz se matiza de emoción entristecida y un
halo de esperanza que se agarra al futuro para jamás desprenderse de él.
—¿De qué se trata o qué temas toca Desplazados del
Paraíso y por qué?
—Es la historia de una pareja de desplazados que se ve
obligada a huir de su tierra, a desarraigarse, signada por la violencia e
ilusionada con encontrar un nuevo país, un nuevo lugar, en la ciudad o el mar,
que le abra las puertas de la felicidad, de un nuevo paraíso donde concretar su
amor y coronar sus sueños. Pero también es una parábola de la vida, es una
recreación del ciclo vital, desde la niñez hasta la adultez, que marca ciertos
hitos individuales, no por ello menos universales. Es una evocación de la
infancia, es un tributo a la tierra y a sus seres primigenios, es un canto al
amor y a la esperanza, es una reflexión dolida sobre el desamor, el destino, el
fracaso y el engaño; Desplazados del Paraíso es la vida misma de este
país ahora mismo...
—¿Qué inspira Desplazados del Paraíso?
—Desplazados nace de algunas vivencias personales bastante
significativas y de mi voluntad de reflejar la actual situación de Colombia y
de proponerle a la gente que esto tiene que parar, que no podemos seguir así,
que tenemos que ser generosos y, a pesar de las heridas, abrir las puertas de
nuestros corazones y de sus casas, e invitar a nuestros enemigos y sus
contradictores a seguir adentro y a cejar en sus odios y rencores; porque es que
tenemos el derecho y la obligación de ayudar a construir un país y un mundo
mucho mejores.
—¿Cuál es su paraíso?
—Mi paraíso es todo aquello que amo y también todo aquello
que me falta. Es mi pueblo natal, es el mar y es el pueblo de mi infancia, la
mítica Marquetalia; son sus paisajes y vivencias ya nunca más recuperables
salvo en el recuerdo; son los seres amados que la habitaron y me dieron sus
afectos. Pero también es aquello que sueño, aquello que quiero; es la Ítaca
prefigurada que me obliga a lanzarme a los procelosos mares del destino y a
luchar contra las inclemencias del tiempo para llegar a buen puerto. Es
también, y por supuesto, el anhelo de encontrar a mi hijo y señalarle el
camino a la libertad. Mi paraíso es aquello que le da sentido a mi vida, pasado
o futuro, vivido o soñado.
—¿Qué significa ser desplazado del Paraíso?
—El drama del desarraigamiento, el miedo al infierno de lo
desconocido y no querido.
—En la reseña de esta obra dice que "el poemario
constituye una revaloración de la imagen bella como esencia de la poesía,
¿cómo surge esa revaloración y qué significa?
—Bueno, ese fue el concepto del jurado del premio. Habría que
preguntarles a Juan Manuel Roca, Piedad Bonnet y Juan Felipe Robledo, los
jurados, cuál fue el sentido de su fallo. Yo diría que a pesar de ser un libro
muy moderno y que utiliza muchos recursos estilísticos de la contemporaneidad,
recurre a la esencia clásica del lirismo, de la emocionalidad, sin excesivos
malabarismos verbales, sin tanto artificio, en donde la imagen prima, se
potencia la metáfora y se da una mayor densidad a los textos, lográndose, tal
vez, que la belleza sobresalga a pesar del dramatismo y la dureza de los temas
tratados.
Como un breve ejercicio, que permitiera seguir abriendo las
puertas de la percepción para seguir disfrutando de la calidez y el sentido
entrañable de su obra, le pedí a Antonio María que con un mínimo de palabras
condensara el principio vital de cada una de las unidades de este poemario.
Paraíso: La evocación de la infancia y de los seres
queridos, el descubrimiento del amor y del odio...
La huida: El desgarramiento del desarraigo, la lucha por
sobrevivir, la angustia de enfrentar lo desconocido, pero también la esperanza
de que alguien detenga esta ignominia del odio y la violencia.
La muerte: La muerte es un instante infinitamente lento en
el que la esperanza de la luz se torna angustia, es el miedo a lo desconocido,
es un acto de valor porque todavía hay viejos sueños por cumplir. La muerte es
lo que es... la muerte.
Tocando a las puertas: Es llegar a la ciudad o al mar
todavía con la esperanza de encontrar el cielo, el paraíso; pero también es
la brutalidad de toparse con una realidad ajena a la esperanza y la crónica de
la disolución del amor y la confianza.
Perdido amor: Es la concreción del irónico fin de los
sueños y del amor, la pérdida del sentido y del norte, la asunción de la
derrota, el desterramiento del paraíso. Pero siempre quedará la esperanza de
encontrar un nuevo camino, la ilusión de un nuevo amor, de llegar a la ansiada
Ítaca de nuestros sueños preteridos.
Así, con esta acertada alusión mitológica, Antonio María se
despidió. Para mí quedó la certeza de que este hombre seguirá curando a
otros hombres, ya sea del cuerpo cumpliendo con su juramento a Hipócrates, sus
remedios y sus exámenes; o del alma con sus versos, sus ritmos y sus imágenes
escritas. Cuando se alejaba vi cómo fragmentos de vida se le abrazaban para no
dejarlo ir nunca.