Sala de ensayo
KamasutraApuntes
sobre literatura erótica

Víctor Montoya
Comparte este contenido con tus amigos

Censura del lenguaje

Aunque vivimos en un milenio avasallado por la informática y la masiva propaganda de los medios de comunicación, cuyos mensajes nos convierten en una pequeña provincia de la aldea global, donde los emblemas y costumbres sexuales se difunden de manera vertiginosa, se debe admitir que no es fácil escribir en español sobre el sexo, sin caer en la vulgaridad y el simplismo, debido a que el idioma, en su función de vehículo del pensamiento y sentimiento humanos, ha sido castigado por la Inquisición y la moral de los padres de la Iglesia. Consiguientemente, así se busquen giros idiomáticos adecuados, resulta difícil encontrar expresiones equivalentes a la frase “hacer el amor” o “coito interruptus”, sin dejar de herir los sentimientos y códigos morales de quienes se confiesan seguidores convictos de las Sagradas Escrituras.

Si uno intenta inventar alguna frase, en verso o en prosa, no siempre convence al lector, ya sea por la fonética de la palabra o por su connotación semántica. Quizás por eso, los más diestros “inventores” de expresiones referidas a los desenfrenos del sexo se valen de hábiles perífrasis, de metáforas enunciadas por los poetas y de los chistes de los truhanes que, acostumbrados a desgranar palabras obscenas en el ruedo de amigos, comparan los órganos genitales con las frutas y verduras, a modo de evitar palabras triviales como “pene” o “vagina”.

Sin embargo, en otros idiomas, que probablemente no sufrieron jamás una amputación moral, se conocen obras narradas con un lenguaje rico en matices lexicales. En el famoso Kama Sutra, un auténtico tratado sobre el arte erótico hindú escrito por Mallinaga Vatsyayana hacia el año 500 d.C., se describe en sesenta y nueve casos los modos de alcanzar el goce físico del sexo, que va desde el roce de la piel con un beso, hasta las más avanzadas técnicas de exploración del instinto sexual, que es tan antiguo como el hombre.

El arte de narrar historias eróticas, como las expuestas brillantemente en el Kama Sutra, requiere de un lenguaje que esté exento de términos científicos y verbosidad propia de los sexólogos, sobre todo, si se quiere aludir las pasiones eróticas de una manera sugerente y poética, como ocurre en las novelas y los relatos del marqués de Sade, quien, sin ser experto en las reglas gramaticales del francés, tuvo la intuición de explayar un lenguaje apropiado incluso para describir las pasiones más violentas y perversas.

 

Transgresión de los sentidos

La transgresión moral, sin resquicios para la duda, es una de las características de la literatura erótica. El escritor debe ser un ser irreverente, heterodoxo, para transgredir las franjas de censura que le impone su entorno sociocultural y religioso. Sin una actitud irreverente es imposible crear una literatura erótica despojada de tabúes y prejuicios.

El escritor es, y ha sido siempre, una suerte de válvula de escape de los impulsos reprimidos y prohibidos en la colectividad. Es el modulador de voces anónimas y actúa como un psicoanalista, intentando iluminar los cuartos oscuros de la memoria, donde cohabitan los instintos más bajos y los deseos sexuales, desde los más sensuales hasta los más promiscuos, incluyendo la sodomía, el fetichismo y el sadomasoquismo.

La religión, así como ha sido la madre de muchas exquisiteces y arrebatos místicos, ha sido también una maquinaria que ha frenado la libertad sexual de los individuos a lo lago de los siglos. Quizás por eso la literatura hispanoamericana, que recién está experimentando un renacimiento en el arte de narrar historias eróticas, no ha creado tradición en este terreno, debido a los procesos iniciados por la Santa Inquisición, que propagó el concepto del pecado de la carne y emprendió una cruzada contra toda obra literaria o pictórica que abordara el tema de la sexualidad más allá de los valores éticos y morales establecidos por la Iglesia que, durante el oscurantismo de la Edad Media, fue una institución retrógrada que condenó los deseos carnales y las llamadas “perversiones mentales”. Incluso hoy, a principios de un nuevo milenio, el Vaticano sigue lanzando cruces de condena contra las relaciones homosexuales y sigue considerando el adulterio como un pecado capital y el divorcio como una tentación del diablo.

La lujuria, que consiste en el apetito desordenado y excesivo de los placeres sexuales, era uno de los pecados capitales que alejaba al hombre de la salvación espiritual y lo acercaba a las puertas del infierno. Los teólogos distinguían diez tipos de lujuria, tres de las cuales eran contra natura: la masturbación, la sodomía y la zoofilia, con diversos grados de nocividad. La fornicación con prostitutas, por ejemplo, les parecía menos reprensible que el estupro, que implica la desfloración de una mujer virgen que no pasa de cierta edad fijada legalmente. Asimismo, el deseo de seducir a la esposa del prójimo o el adulterio, considerado como pecado carnal, eran reprimidos con la Biblia en la mano.

De modo que, aun tras haber aprendido a llamar por su nombre las “partes vergonzosas” del ser humano, sigue siendo un heroísmo el acto de escribir obras eróticas en un contexto social en el cual todavía existen quienes pregonan el retorno al puritanismo medieval y la censura de las relaciones sexuales incompatibles con la moral católica que, en uso de sus atribuciones, considera este género literario como un síntoma de decadencia humana, que debe ser combatido por todos los medios y con la mayor severidad posible.

 

Literatura erótica a pesar de todo

Si bien es cierto que el relato erótico es algo transitorio, que se vive y siente mientras se lee, es cierto también que sirve para estimular los impulsos de la fantasía, que constituye uno de los instrumentos mentales que permite ventilar los instintos sexuales más recónditos y lúdicos. El erotismo es la mejor expresión de una relación sexual regida por las fuerzas de la pasión y la fantasía. Sin la fantasía no sería posible un erotismo que enriquezca la vida conyugal, social y existencial. El erotismo, con sus censuras habidas y por haber, es lo que diferencia a los humanos de los animales irracionales, aparte de que el erotismo, en materia literaria, es la metáfora del amor en todas sus dimensiones.

No es lo mismo leer una buena obra erótica, que trasluce su propia magia, que ver a una mujer desnuda en el afiche de la propaganda comercial, a las modelos semidesnudas en la pasarela o a las actrices en las películas y telenovelas. La literatura erótica, con todo su poder de sugerencia, ha deslumbrado desde siempre la atención de los lectores, sobre todo, en sociedades relativamente conservadoras como la nuestra, donde todavía es casi imposible hablar abiertamente sobre esos libros que se leen con una mano y a media luz.

La literatura erótica, de no haber tenido una fuerza de atracción sobre la gente, no hubiese sobrevivido en el tiempo y la historia. La prueba está en que, a pesar de las censuras y cortapisas impuestas contra el erotismo, las mejores obras han sido salvadas de las hogueras y los depósitos clandestinos, para ser puestas al alcance de los lectores ávidos de una literatura que perdure en la historia, no sólo porque la sexualidad es una de las pasiones auténticas del ser humano en su proceso de reproducción, sino también porque el erotismo, indistintamente de razas y condiciones sociales, está presente en toda pasión amorosa y a cualquier hora del día.

Varias obras clásicas, como el Kama Sutra hindú y La plegaria china, siguen despertando el interés de los lectores hasta nuestros días. Por otro lado, todos los libros con características eróticas escritas en Asia, Europa y América, son joyas que han sobrevivido a las catacumbas de la censura. Ahí tenemos el Decamerón de Boccaccio, Fanny Hill de Apollinaire, Trópico de Cáncer de Henry Miller, Lolita de Vladimir Nabokov, Delta de Venus de Anaïs Nin, La misteriosa desaparición de la Marquesita de Loria, de José Donoso, Elogio de la madrastra de Vargas Llosa y Las edades de Lulú de Almudena Grandes, entre otros. Todo este caudal literario demuestra que la literatura erótica, contrariamente a lo que muchos se imaginan, se va consolidando cada vez más con autores contemporáneos que trabajan conscientemente en torno a la literatura erótica. Si esto ocurre, es porque el sexo es un alimento indispensable en la vida de los humanos y porque tiene la capacidad de conmover y seducir a los lectores. Al fin y al cabo, a todos nos interesa el sexo y nos apasiona el erotismo en las obras de arte.

 

Nuevos tiempos, nuevos desafíos

Los tiempos han cambiado y la llamada “posmodernidad” ha permitido que los escritores que antes se movían en el anonimato y la clandestinidad salgan a la luz pública para deleitarnos con su chispeante fantasía y su pirotecnia verbal, capaces de convertir el tema erótico en una magnífica obra de arte; mas todavía existen nuevos desafíos, un evidente “destape” y una juventud dispuesta a modificar los códigos morales de sus abuelos.

Los estudiantes de secundaria ya no tienen por qué mirar una revista erótica a escondidas, detrás de los muros del colegio o en un rincón de la habitación. El mundo comercial ha irrumpido en las costumbres sexuales, introduciendo por todos los medios mensajes eróticos que antes estaban destinados sólo a los “mayores de 18 años de edad”. Hoy, en cambio, todo es distinto. El tema de la sexualidad está contemplado desde una perspectiva mucho más natural, gracias a la abundante información proporcionada por los medios de comunicación y las innovaciones hechas dentro del sistema educativo moderno, por cuanto escuchar la palabra “condón” no es ninguna novedad ni hace falta llamarlo “preservativo” en voz baja y con el rubor en la cara.

De otro lado, los quioscos de la ciudad están saturados de publicaciones eróticas, cuyas portadas enseñan las fotografías de mujeres y hombres desnudos. Cada vez son más las tiendas que ofrecen, junto a los productos de lencería y “la ropa interior de señoras escandalosamente escotadas”, una serie de aceites especiales, ungüentos y “dinamizadores de contacto”. Lejos han quedo los tiempos en que uno, a la hora de asistir a una “sala X” donde se exhibían películas eróticas en función rotativa, debía enfundarse en abrigos y colocarse gafas oscuras, para no ser reconocido por el amigo o el vecino.

En la actualidad, a diferencia de lo que sucedía en el pasado, los espectadores comentan sin prejuicios las escenas eróticas de El último tango en París, Calígula o Emanuelle, como si hubiese sido superado definitivamente el oscurantismo medieval y el puritanismo sexual, aunque no por esto todo es sexo en la sociedad, pues si bien es cierto que la sexualidad es una de las pasiones auténticas de los humanos en su proceso de reproducción, es también cierto que nadie vive las 24 horas del día pensando en el sexo, por la sencilla razón de que el individuo, en su función de elementos activos dentro del sistema de producción, debe cumplir con otras obligaciones ajenas al erotismo, como es el trabajo cotidiano, los quehaceres domésticos y el cuidado de la familia. No obstante, el erotismo, que reivindica sin reticencias lo sagrado y lo profano, lo prosaico y lo lírico, es una de las manifestaciones más sublimes de la condición humana.

 

Diferencia entre erotismo y pornografía

Así algunos insistan en señalar la línea sutil que separa al erotismo de la pornografía, nadie es capaz de definir dónde empieza y termina el erotismo. Lo único cierto es que el texto erótico, tanto por el manejo del lenguaje como por el tratamiento del tema, debe alcanzar un nivel estético que lo diferencie del discurso obsceno y grotesco de la pornografía.

A pesar de estas premisas, sigue siendo difícil demarcar la diferencia entre la pornografía y el erotismo, un tema tan relativo como subjetivo, pues la definición que cada lector tiene sobre el erotismo y la pornografía depende, en gran medida, de su grado de educación, sus experiencias personales, su credo religioso y su escala de valores ético-morales, pues todo lo que puede ser pornográfico para unos, puede no serlo necesariamente para otros.

Ahora bien, ¿cuáles son los verdaderos criterios que permiten juzgar si un libro es erótico o pornográfico? Las respuestas pueden ser varias, habida cuenta de que este razonamiento es tanto más inapropiado por cuanto nadie consigue explicar la diferencia. Y con justa razón, ya que para algunos no existe ninguna diferencia. La pornografía es la descripción pura y simple de los placeres carnales; en tanto el erotismo es la misma descripción revalorizada, en función de una idea del amor o de la vida social, explica el ensayista Alexandrian en su Historia de la literatura erótica (1990).

Para ciertos autores, como Vargas Llosa, lo erótico consiste en dotar al acto sexual de un decorado, de una teatralidad para, sin escamotear el placer y el sexo, añadirle una dimensión artística. Para otros, en cambio, todo lo que es erótico puede ser también pornográfico, dependiendo del ángulo desde el cual se lo mire. Alexandrian, refiriéndose a la doble moral que parece justificar la visión pacata de algunos comentaristas de la literatura erótica, explica: “Hay una nueva forma de hipocresía que consiste en decir: si esta novela (o esta película) fuera erótica yo aplaudiría su calidad; pero como es pornográfica la rechazo con indignación”. Es decir, trazan una frontera definida entre lo erótico y lo pornográfico, como quien, atenido a sus gustos particulares, determina lo que es “buena” o “mala” literatura.