Artículos y reportajes
Rafael Arráiz LuccaDos poemarios
de Rafael Arráiz Lucca
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(I)
Plexo solar

Se trata de un poemario integrado por 19 poemas de regular extensión publicado por el Grupo Editorial Eclepsidra en su Colección Vitrales de Alejandría. 1ª edición, 2002. 59 páginas.

Su autor es ampliamente reconocido por su prolijidad escritural, por su descendencia de una rancia y admirada estirpe intelectual caraqueña. En su magistral libro de ensayos El recuerdo de Venecia y otros ensayos (Editorial Sentido/Colección Ícaro; Caracas, 1999) el escritor nos obsequia una triste anécdota sobre la enfermedad de su padre que desde su lectura me acompaña con melancólica nostalgia.

El lector debe saber que el escritor fue merecidamente reconocido con el prestigioso Premio Fundarte de Poesía en 1987 y con el consagratorio Premio Municipal de Poesía de Caracas en 1993. Su obra poética está recogida en Balizaje (1983), Terrenos (1985), Almacén (1988), Litoral (1991), Pesadumbre en Bridgetown (1992), Batallas (1995), Poemas ingleses (1997), Reverón, 25 poemas (1997), Antología poética (1999) y este magnífico poemario Plexo solar (2002) que hoy retiene nuestra atención y se hace acreedor de nuestra rendida admiración.

En estos poemas el autor nos habla de sus temas recurrentes, de sus obsesiones de siempre. El destino de la especie, la incertidumbre que lo signa indeleblemente con la inexorabilidad de lo irremediable. El curso de los días, el paso de las horas cual corriente de un río inevitable se convierte en objeto de reflexión para el poeta. Hay vértigo y asombro en estos textos brillantes que nos entrega a sus lectores el escritor. Una arrebatada emoción palpita en cada línea, en cada verso y en cada construcción verbal contenida en este maravilloso libro de Arráiz Lucca. La pulcritud de la frase bien concebida es un rasgo distintivo en todos estos poemas de Plexo solar.

El poema rotulado expresamente con el número Uno es la viva advertencia de un viaje que el escritor dibuja nítidamente con la persistente evocación de sus fantasmas, según el poeta, ¿más temidos?, diríamos nosotros: más añorados/amados. El autor cree librarse de sus asedios impenitentes (de los fantasmas) exorcizándolos mediante la liturgia verbal, pero el lector arriba a la última página de este libro con ineludible presencia de los motivos e íconos espirituales que dieron origen a estos objetos de gozo y entusiasmo intelectual. A poco que comenzamos a leer este fabuloso itinerario estético nos damos cuenta que el escritor sabe que el cielo y el infierno estarán amonedados hasta el fin de los tiempos. Una grata musicalidad, una regocijante textura rítmica viene respirando entre las líneas de estos textos. El poeta se lamenta y conduele por la muerte de unas hojas que anuncian una catástrofe, una hecatombe en una porción de la naturaleza y ello le hiere hondo su sensibilidad. Una memorable estampa del fantástico y aterrador Edgar Allan Poe sirve de coartada al escritor para dibujar un espléndido trazo de una campiña inglesa y darnos el gusto a los lectores del disfrute del poema como obra de arte. El recuerdo está adherido a la piel de la memoria del escritor como el limo o el musgo se adhiere a una laja incrustada en la inmensidad de un río de la infancia. El poema en Arráiz Lucca es un intento por recuperar el paraíso perdido de la adolescencia por la palabra que vuelve a fundar un mundo ido años ha. Esa natural armonía que exhalan las palabras tan sabiamente expresadas en Plexo solar se apodera de nuestro espíritu cuando nuestra capacidad de lectura las transfiere de la página a nuestra sensibilidad. Es un acontecimiento admirable. Hablo de un milagro.

Hay una reiterada refulgencia en todos estos poemas que integran este maravilloso acto creador. El poeta sabe que domina el inveterado arte de relacionar las imágenes, los sonidos que desprenden las palabras; él sabe plenamente que es poseedor de una demiurgia verbal y lo demuestra en el poema para asombro del lector. Una inaudita devoción por la palabra transparentan estos poemas; en estos poemas el escritor alcanza cotas crepusculares, su estro corona cimas inigualables dentro del quehacer poético del último medio siglo de escritura lírica venezolana.

El recuerdo vuelve, como en Ramos Sucre, “con el ritmo de infatigables olas” e instaura en el poeta una pertinaz evocación que emerge de los intrincados socavones de la memoria del escritor para, con obsequiosidad derrochadora, regalarnos el solaz del alma sensitiva que se extasía en la musicalidad reflexiva del poema. El libro de Arráiz es una experiencia memoriosa que recorre una topología tal vez familiar en nosotros pero enigmática en sus ubicuos contenidos. Caracas, Madagascar, París, Venecia, Macondo, Bangladesh, Bogotá, el mar de los Atlantes, la Cordillera de la Costa; en fin, una cartografía mental, una geografía psíquica y espiritual que nos recuerda el efímero paso de nuestra existencia por la tierra.

Aplaudo con entusiasta fervor el poema identificado con el número Cinco (pp. 17-19) porque en él se advierte toda una concepción del mundo y de la vida, en este poema está la apocalíptica cosmovisión del desastre y el renacimiento del mundo en la esperanza que atisba el poeta en la cesión de la catástrofe. Este es un libro que una vez leído por nosotros ya es imposible que vuelva a los estantes de nuestra biblioteca; pues se gana el sitial de nuestros más queridos libros de cabecera, que no es poco decir.

 

(II)
Antología poética

Con motivo de su trigésimo aniversario, Monte Ávila Editores Latinoamericana y su Colección Altazor, lanzó al mercado editorial venezolano una selección antológica de la obra poética de Arráiz Lucca. Me apresuro a decirlo: es un retrato de cuerpo entero de lo más granado de la creación lírica de este destacado poeta que ha logrado descollar con singular virtuosismo artístico entre los pares de su generación con el timbre de una voz decantada de acendrado estilo y de consistente estructura formal.

El enjundioso Prólogo a esta exhaustiva Antología está firmado por el lúcido e inteligente ensayista Edgardo Mondolfi Gudat, y abunda en los más asombrosos detalles de la aventura poética que ha marcado el prolífico itinerario poético de Arráiz Lucca. Mondolfi sostiene con una inusual humildad que las líneas por él escritas no son más que simples “conjeturas” pero, en mi entender; no hay nada más parecido a un riguroso estudio de la obra del autor que este excelente prólogo. Cúmplese con creces el objetivo de un Prólogo en este libro.

Ciertamente, en orden cronológico, el libro de Arráiz se inicia con un texto perteneciente al libro Balizaje, publicado por el escritor en 1983, y el poema que inaugura esta gozosa aventura del espíritu lleva el título: Mi casa. Es uno de los íconos más caros al escritor y que acompañará casi todas las entregas posteriores a los lectores. El inventario primordial que amoblará la vasta imaginación del poeta ya se atisba en este poema. El silencio imprescindible de un espacio que bien puede representar la arcádica utopía del escritor, donde siempre fue posible abrevar las inagotables lecturas de El Quijote, la familiaridad del Padre de la Patria, los universos nocturnos que se avivaban en las febriles lecturas, los amigos y el reverencial culto a la amistad en esa pequeña patria libre que siempre ha sido el emblema de la casa en la poesía de Arráiz. Del topos uranos que es la casa en Arráiz Lucca se desliza hacia una geografía no menos intimista y plena de sugerencias eróticas. El poeta se convierte el cartógrafo del amado cuerpo femenino y explora con ansiedad de espeleólogo las grutas cálidas y desafiantes de su objeto del deseo. El escritor metaforiza la geografía corporal de la mujer con los caminos laberínticos de sus deseantes exuberancias. El poema es un cuerpo que adquiere verosimilitud y nos subyuga en celestiales temblores presentidos de inexorables cópulas subjetivas. Pocos poemas en la literatura venezolana tienen ese poder revelador que posee El cartógrafo. La casa en Arráiz Luca es el lugar donde se realiza plenamente la liturgia de la risa, el perdón y la expiación de la culpa. Paradójicamente, “la caída en el tiempo” (Cioran) le arrebata la casa al escritor y lo enfrenta a la pérdida esencial del hogar, de la patria. La pérdida de la casa lo avienta al exilio del recuerdo, al lugar del desengaño. El transcurrir de los días son heridas incurables en la sensibilidad del escritor y así lo atestigua en muchos poemas de este libro.

La sobreabundancia lexicográfica que inunda este libro proviene del sentir intenso y apasionado del escritor; luego si estas palabras están por casualidad en los diccionarios, tanto mejor. Pero el poema es vivido antes de su escritura, posteriormente se deja constancia de su existencia en la página para su permanencia. Veamos:

“Las tres de la tarde
y la fertilidad de las hamacas
donde nos hacemos abundantes
en modorra y besos”
(p. 10).

El escritor dibuja pacientemente una postal de su tiempo histórico sin olvidar la necesaria relación de los siglos que le preceden. Nunca olvida el poeta la historicidad constituyente de lo social; la formación social en que se inscribe la poética de Arráiz se advierte cual huella indeleble en sus textos de creación. Dice el escritor de sus antepasados y de sí mismo:

“Por estas lomas prosperan las costras,
los fusiles,
la muda paciencia de la gente de tierra
y uno que otro poeta
que murmura su canto”
(p. 15).

Como testigo privilegiado de su tiempo el escritor deja constancia de su paso por el siglo que le tocó vivir. Inventarió su honda, conflictiva y compleja relación con el acontecer de su siglo, de su entorno íntimo e histórico. Esta Antología es la prueba irrefutable de quién es Arráiz Lucca y hasta dónde es capaz de llegar con su programa poético.