El Old Chelsea en el bajo Manhattan no deja de ser una
incógnita, cuya simbología y señas personales puede ser reconocida con tan
sólo una mirada al oeste de Nueva York.
Caminarlo es mucho más complejo, pues el legendario
down town, desde cualquier parte que se mire, ¡es siempre una suerte de
feria! Muchas de sus calles obedecen su fama al oficio de sus moradores, o al
tipo de negocios y establecimientos.
La 42, denominada “el corazón de NY”, es una
mezcla de glamour neoyorquino con fama de “bonne apetite”, sexy. Y, más de
muchísimo más, con exquisitas salas de teatros y museos. Desde la 25 hasta la
calle 40, por muchos sindicada como la “industria de la Aguja y la moda”.
Un poco antes de la 25, la calle 23 es la zona de los nigth clubs, y muchos
comercios que subsisten por largas décadas.
Abajo, abajo, en la calle 14, con las librerías en
español y tiendas varias, cohabitan el olor y el sabor. También los géneros,
y cierto encanto de las flores. ¡Eureka! Todas las etnias culinarias, todas las
identidades se dan la mano. La calle 15 es un solo muestreo de restaurantes,
salas cibernéticas de té y café. Y, justo aquí donde los olores y sabores
son internacionales, hace varias décadas vive una pareja de amigos muy
especial. Un trovador y artista de la tierra de Gregorio Luperón y un gran
poeta de la tierra de Albizu Campos.
En la casa de estos artistas, ubicada en la calle
15, en un edificio acogedor, no hay secretos. Alfredo Villanueva y Abersio
Núñez son compañeros, y amigos que han adquirido fama de excelentes
anfitriones. Este recinto de artistas está ubicado en esa zona de olores y
sabores del bajo Manhattan. Normal que se coma bien en casa de Alfredo y
Abersio.
Es 16 de octubre, por supuesto en Nueva York. Con
lluvia para variar, estos creadores abren una vez más las puertas de su casa
con ventanales a la 8th avenida. La increíble colección de
cristalerías y de búhos de ambos sonríen barrigonamente a los invitados.
Al poeta Alfredo Villanueva Collado se le cantó a
todo pulmón: Feliz Cumpleaños y esto fue a ritmo de cantejondo, de
pachanga y guagancó, también de merengue y cumbia. A la celebración de sus 60
acudimos todos. Poetas, coleccionistas, teatristas, académicos, libreros,
novelistas y una amplia fauna de creadores.
Como haciendo honor al vecindario, la mesa mostró
su mejor cara. Platos exquisitos de todas las nacionalidades de cuantos estaban
presentes. A Abersio y Alfredo les encanta el buen comer, así que todo el mundo
llevó algún presente culinario. Y la mesa parecía, culinariamente hablando,
la sede de las Naciones Unidas. Y Mirna Nieves: “Ay, Miriam, ya no puedo más,
esto está riquísimo, no sé qué hacer, pero hay que probarlo”. Ercilia y
Julio Alvarado con su combinación dominico-colombiana, aportaron su suma de
banderas y de amores.
La música fue punto de encuentro obligado. Al poeta
Alfredo Villanueva sólo le bastaba exclamar: “Yo quiero, mambo. Ay, ay , yo
quiero mambo”, para que Rosita Velázquez, gran amiga de los escritores,
destacada profesora del Colegio Comunal Eugenio María de Hostos y,
particularmente, una mujer de armas tomar en asuntos de baile, inmediatamente
convidara a todos. Así los chicos de Librería Lectorum, estaban a la orden del
día con la música, con el mambo y el son acuesta. Y, se armaba el
círculo. ¡Anja!, salvadoreños, peruanos, venezolanos y cubanos pedían sin
rubor “pero ven acá, dame más, más cha cha cha”.
No había visto jamás tantos intelectuales,
artistas, académicos, críticos, juntos, ni en la época de Bailey Ave.,
y todos al servicio de la música. De repente y por la puerta grande entró
Gilberto Santa Rosa: “Que alguien me diga cómo se olvida” (aplausos).
¡Anja! Distante pero cerca, estuvo la increíble Celia Cruz, de todos.
Dijo “presente” cuando CDs en mano los chicos de Lectorum, la
librería en español más grande del Bajo Manhattan (down town), decidieron
preponderar la antillanía en un balance inigualable. Celia Cruz nos hizo
vibrar con su versión de I will survive, de Gloria Gainor: “Yo
viviré”, nos decía a viva voz Celia. Y esa sentencia tan verdad se notaba en
los cubanos de distintas generaciones e ideologías allí congregados, en los
puertorriqueños y dominicanos (sobrevivientes... sí y sí). La versión de
Celia fue seguida por los reclamos de quienes pidieron presencia viva de la
Gainor. Y entonces se disfrutó I will survive, con dignidad.
Ambas versiones eran trasplante vivo del amor por
vivir, por el placer en polaroid, por la literatura y la amistad del poeta
homenajeado. Pero también por el exilio, por lo transnacional que enriquece,
une o separa.
Alfredo Villanueva Collado nació en Santurce,
Puerto Rico, y confesó que ésta era la versión más contentona y chivirica de
su cumpleaños. Villanueva es Ph.D. en literatura comparada y autor de numerosos
artículos en Confluencia, Revista Iberoamericana, INTI, Caribbean Review,
Hispanófila, Revista de estudios Hispánicos, Explicación de textos
literarios, Alba de América y Romance Language Annual, entre otras.
Poemarios: Las transformaciones del vidrio (1985), Grimorio
(1988), Guerrilla fantasma (1989), En el Imperio de la papa frita
(1989), La voz de la mujer que llevo dentro (1990) Pato salvaje (1991)
Low Rent (Grove Press, 1994); Hecho(s) en Nueva York: Cuentos
(Latino Press, 1994), PoeSIDA (Ollantay: 1996), Noche Buena: Hispanic
American Christmas Stories (Oxford, 2000), entre innumerables títulos.
El cierre lo marcó con estupendo atrevimiento y
belleza Irma Heredia, actriz, cantante y bailarina de flamenco, quien con
simpatía y todas las flores de su vestido inmenso nos devolvió la magia
inocente, inmigrante de unos cantejondos olvidados, de una herencia española
nítida sin intervenciones ni descubrimientos. Y el vino consagró la noche,
pero la fabricada champaña pidió permiso al vino, y comparona con su espuma
facilitó un brindis mayor y común, por la salud del poeta Villanueva.
Y la música de fondo fue “Ojalá que llueva café
en el campo” del poeta de la música dominicana Juan Luis Guerra, pedida
expresamente por el poeta cumpleañero con anhelo de antillanía, a este pedido
se sumaron hasta los amigos chinos invitados por Alfredo y Abersio, a lo
que quedó denominado como el cumpleaños más multiétnico y territorialmente
ubicado del ambiente intelectual literario. La fiesta se prolongó al ritmo de
más música y más vino en un cumpleaños como ninguno.