Letras
¿Quién mató a Sara Bell?

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Ocurrió a finales del siglo XIX, y para ser más exactos, en el año 1896. Sí, faltaban sólo cuatro años para que los capitalinos, o santiaguinos, al igual que todo el país y la totalidad del mundo occidental, entraran de piquero en el siglo veinte.

En ese año 1896 dos criados, fieles y silenciosos, velaron el bellísimo cadáver de “la gringuita linda”.

Un médico de barrio había dado el pase para ejecutar el sepelio. “Murió del corazón”, había dado como explicación a los empleados que esperaban, respetuosos y cabeza gacha, a que las doctas manos terminaran de tantear la delicada porcelana del cuello, de levantar el párpado bordado con sedosas e interminables pestañas, de tratar de reabrir los pulposos pétalos que cerraban la diminuta boca.

Sara Bell vivía sola en Chile. El resto de su familia se hallaba “por allá lejos, por Inglaterra, dicen, pero un caballero venía a verla seguido, ¿ve usted?, pobre gringuita, se fue a mejor vida, que Dios tenga su alma para que no ande penando, ¿y cómo se fue a morir si estaba tan alentada?”. “Ella no molestaba a nadie pero de vez en cuando el caballero que venía a buscarla para llevarla a la ópera, llegaba con bronca. Así debía ser, porque don Pedro y doña Carolina dicen que vieron muchas veces el carruaje lujoso parado allá en la esquina. Hasta diría que no quería que lo reconocieran, porque se paraba justo allá adonde no hay casas”.

“Y vea usted, don Juan Vicente y doña Eulalia Vergara también vieron y oyeron cosas. Doña Eulalia va de vez en cuando a visitar a su hija que vive en la Calle del Galán de la Burra y llegando de noche con su yerno, que la acompañaba para que no la asaltaran, oyó un tremendo grito, ese grito era más que un grito normal ¿comprende usted? era peor que un aullido y a doña Eulalia y a su yerno se les pusieron los pelos de punta. Y bueno, don Vicente me había contado ya, que a veces el carruaje ese, un carruaje negro, de luto, se paraba en la esquina con los faroles apagados y un caballero con frac se deslizaba como sombra en la casa de la gringuita. Ahora que mataron a la gringuita, ¡Señor, hasta da miedo pasar delante de la Iglesia de la Preciosa Sangre! Cuando las campanas suenan es como si anunciaran de nuevo que tendremos un velorio, y hasta en el cantar de los gallos parece que se oyera el grito de la pobre gringuita”.

 

Miércoles 25

My Love,

No sé si ahora que te he podido conocer de tan cerca, ahora que he podido acurrucarme en el hueco de tu hombro, perderme en el lago sin fin de tus ojos, me será posible seguir viviendo sola en esta casa. Quiero verte, escucharte, olerte, probarte diariamente. Ven ahora mismo, My Dear, ven cuanto antes, te espero.

 

Viernes 27

Querido diario:

Ahora ya sé lo que es el mundo y la vida. Ahora ya sé lo que es vivir plenamente, con profunda alegría, sin temor a nada ni a nadie. Aquí me quedo, este es un país lindo, lleno de colores y de risas. Que Dady se vaya si quiere y mis hermanas con él. Yo me quedo aquí, y de aquí nadie me sacará. Diario mío, ahora que hemos firmado un pacto, tú ofreciéndome tus páginas y yo llenándolas con mis palabras, ahora sé que no estaré sola.

 

Lunes 4

Diario mío, amigo querido:

Dady y mis hermanas se embarcaron una mañana de la semana pasada rumbo a Inglaterra. El viaje hasta Valparaíso, para acompañarlos y despedirlos, fue frío, húmedo y triste. Digo frío porque Dady, altanero y distante como siempre, no abrió la boca ni una sola vez, ni siquiera para despedirse. Digo húmedo porque Carlota y Mery mojaron todos los pañuelos que hallaron a mano, hasta tuve que dejarles el de bordaditos con encajes que tía Emily me había enviado de Venecia. Y triste, porque al fin y al cabo creo que los echaré de menos, aunque aquella partida haya sido para mí un gesto de liberación. Dady dejó contratados, con sueldos anuales, a dos criados que me servirán de resguardo, se llaman María Requena y su hermano Juan Pablo Requena. Bueno, diario amigo, me despido por hoy. Te confío también un capullo de rosas que me dejó en adiós mi hermana Carlota.

 

—Pues mire usted, don... (¿cómo se llama este hombre... Juan... Pablo... Emilio... Julio..?, se llama Julio), don Julio, cuando lo vi, lo reconocí al tiro, ¿qué es de su vida?, ¿y qué anda haciendo por aquí?

—Estoy de periodista, que llaman.

—¿Desos que escriben en los papeles?

—De los mismos.

—Yo ando de dependiente, ¿sabe que me sacaron del puesto de telegrafista cuando Balmaceda se fue a mejor vida? “Eso te pasa por Balmacedista”, me dijeron por detrás, pero yo tranquilo nomás, y usted escribe en papeles, ¡mire qué bien! A propósito, aquí ocurrió algo raro la otra noche.

Las cosas ocurren sin tener necesidad de inventarlas, así respondo a quienes ponen en duda afirmaciones que avanzo, y no faltan los que toman las noticias como siendo pura invención, con intenciones de aumentar las ventas del diario. Pero aquellos, los menos, los que creen en las posibilidades que se presentan sin que se las vaya a buscar, ésos sí que creen en todo. Por el momento necesito tener más informaciones; tengo que deshacer ese nudo que alguien formó adrede, encerrando con candado y llave de cofre fuerte un secreto tenebroso y mal oliente. En esa casa pasó algo terrible, estoy tan seguro como lo puedo estar de que me llamo Julio Videla. Siempre he tenido olfato de perro cazador para esas cosas, una intuición, un sexto sentido, una lumbrera de ánima rescatada del Paraíso y a la que se le olvidó devolver la llave del saber cuando la mandaron de vuelta. ¿Cómo es posible que, en su círculo social, nadie se haya preocupado por la muerte de la gringuita? Se murió así... de golpe... de la noche a la mañana... “del corazón”... nada más natural que eso: morirse del corazón... Claro, el corazón puede hacer lo que quiera... sin pedirle permiso a nadie, un día detiene sus latidos... se para definitivamente, nada más que para demostrar a otros corazones que laten todavía, que son ellos y tan sólo ellos los que pueden decidir del término o de la continuación de la vida. Como aquello es aceptado sin ninguna discusión por el más común de los mortales, cuando el corazón falla las interrogaciones se acaban. —¡Ah, mire usted si fue del corazón, chit, chit, chit, ahí no se puede hacer nada más! ¡Se paró de latir y chao!

Y el corazón de la gringuita Sara Bell falló. Se le acabó la cuerda. Que haya gritado, que se escapara corriendo de su casa, perseguida por un caballero con patillas que le llegaban hasta el hombro, no tiene nada que ver con el paro definitivo del corazón. Que al día siguiente el carro de los muertos hubiera ido a buscarla y que el caballero ése la hubiera acompañado solo, hasta el campo santo, tampoco tiene relación con el ataque de la pobre gringa. ¿Qué más quiere?, los corazones son así, algunos dejan de latir antes de tiempo. Pero de ahí a imaginar que alguien la pudo haber matado, que “le pararon” los latidos adrede, bueno... ¡por favor, déjese de joder!, ¿cree usted, francamente, que un caballero pueda cometer ese acto irreparable? Y si así fuera, ¿quién podría ser?, ¿ah?, dígame, ¿quién pudo haber matado a Sara Bell? ¿Quién, quién, quién..?

 

Octubre de 1977
Registro de carabineros. Comisaría Central

—Quiero dar parte, señor Comisario, por favor.

—¿Contra qué o contra quién, quiere dar parte usted, señora?

—Mi niña, señor Comisario, mi niña... tan suavecita, tan bonita, señor Comisario, por favor.

—Bueno, vamos calmándonos primero, señora, si no no podremos avanzar así. Párese de llorar si quiere que la entienda, ¿no?

—Es que se la llevó, o peor aun, la raptó. Han raptado a mi niña, señor Comisario.

—Dígame ¿quién la raptó? El nombre y el apellido de la persona ésa y cuente, si es posible de manera clara, lo que usted sabe o lo que sospecha que ocurrió. ¡Cabo Ramírez!, tome nota, por favor.

El comisario, dueño, Dios y Señor Todo Poderoso, de las celdas, sin tener necesidad de pasar por audiencias ni jueces, salvo para ejecutar órdenes imperativas que bajan saltando o rodando por las escalerillas de la Gran Jerarquía, ya está cansado de tanta queja, de tanto llorisqueo. Los llantos tienen el don de hacer que se le ponga la carne de gallina. ¡Tamaño lío! El representante del orden general, descendiente de los llamados Alguaciles Mayores en los tiempos de la conquista, y de la Institución Carabineros de Chile, así nombrados por el Vice Presidente de la República, claro que eso fue por los años 1927, una patada de años, mi General, y hasta sé que se llamaba también don Carlos Ibáñez del Campo, y que llegó a ser Presidente de la República (no sé cómo, pero lo fue, en este país de mierda, donde ahora todos desaparecen y reaparecen, se mueren y después resucitan en el extranjero... y... etc., etc., etc.).

—Vamos, cabo Ramírez, tome nota de la queja. Ya van a ver que un día de estos esta señora va a recibir una tarjeta postal con la torre esa grande de París. O, a lo mejor, con la torre de “Pizza”, ésa que ya está que se cae y está en Italia. Y recomiéndele a esta señora que no siga llorando más. Las crías que uno ha criado se meten en líos y después las mamacitas lloran, ¡gente de mierda, país de mierda!

 

Octubre de 1998
Fondo de Archivos: Comisaría Central

—¿Qué anda buscando, mi Capitán?

—Tengo que encontrar pruebas de denuncias, ¿y qué más? (despliega un papelito que saca del fondo de su gorra de capitán). Ah, sí, aquí están los nombres y las fechas... búsqueme algo de éstos y... hasta que encuentre alguno. Me lo comunica después.

—A sus órdenes, mi capitán.

 

Noviembre de 1998

—¿En qué apuros se está metiendo usted, oiga?

—Pues, es que mi capitán me pidió que buscara en el fondo de archivos algunos huellas de quejas por raptos o asesinatos, o desapariciones.

—Pero si eso ya está acabado, gallo. No te metái más en estos líos, si querís asegurarte el pan de cada día, ¿no? A ver, ¿qué encontraste? Y esto ya está comío por los ratones pós. A lo mejor hasta pescamos la peste por ahí, porque parece que los ratones son portadores del microbio de la peste, ¿lo sabíai tú? A ver; “queja de doña María Requena, apoyada en su declaración por el nombrado Juan Pablo Requena...”. ¿Pero no se te ocurrió mirar la fecha, huevón? ¡Esto data del año 1896!

—Yo creí que era del año 1986 o del 1996, no sé, leí mal, aquí tá todo oscuro y no se ve casi ná. Güeno, ¿y a ellos también se les desapareció la hija, o el hijo?

—¡Anda a saber! Por el momento llévaselo al Capitán pós, le decís que fue todo lo que encontraste ¿visto? No te olvidís que estái defendiendo el plato de porotos con riendas1 de tus propios críos.

  1. Platillo de judías acompañadas con fideos.