Artículos y reportajes
El rompimiento
de la estructura capitalista en los medios
Un camino para encontrar su legítima labor

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Impresores trabajando. Autor anónimo

La necesidad de establecer un quinto poder que defienda a la lastimada opinión pública de los continuos e imponentes ataques de los poderosos medios de comunicación, quienes, dicho sea de paso, desvían lo que representa una legítima labor informativa, es un tema tan aquejante y difundido entre académicos, catedráticos, algunos profesionales y representantes de la comunidad misma, que no sería inoficioso traerlo a colación y, gracias a ello, establecer una posición clara en cuanto al tema, que espero contribuya a la construcción de su propia perspectiva, sin pretender, desde luego, la univerzalización de mi pensamiento.

Como espero sea conocido ampliamente por quienes tengan la oportunidad de acceder a este texto, el siglo XX trajo consigo grandes cambios ideológicos que lograron su pronta y efectiva masificación, gracias al invaluable aporte que, en materia tecnológica, tanto revolucionó la dinámica, no sólo de la precursora de los cambios, la ciencia, sino de la sociedad misma. El desarrollo de la radiodifusión, la llegada de la televisión y la masificación de los productos elaborados por la prensa escrita, convirtieron a los llamados medios de comunicación en la única herramienta que la sociedad encontraba para constituirse en parte activa de la caótica dinámica que comenzaba a nacer. Pero la aparente misión comunitaria de los medios, la aparición de lo que se conoció como el cuarto poder, fue prontamente prostituida y manipulada por la rígida estructura económica que, desde comienzos de siglo, comenzaba a univerzalizarse, y gracias a ello se proclamaba como la más grande e imponente fuente de poder. Tal fue la extensión de los dominios de la esfera económica que hasta la política se mantuvo subyugada a ella. Como lo ven, el poder casi monárquico, que se establecía gracias al desarrollo de una ruda y a la vez persuasiva estructura económica, producía una inminente homogenización ideológica que, impedía la instauración de herramientas que lograsen contrarrestar los nefastos efectos de la ya evidente pero no menos detestada univerzalización.

La proclamación de los medios como la llegada de un cuarto poder, defensor auténtico de la esfera pública y vía de escapatoria al reinante e invencible capitalismo, no fueron más que un espejismo; un efímero y embellecedor disfraz que desde su mismo origen se mantuvo al servicio de los poderosos, pues el único contacto que mantenía con la comunidad jamás encontró un objetivo en la solución de alguna de sus problemáticas, por el contrario, su intención se mantuvo enmarcada por un ánimo persuasivo y cuyas pretensiones no respondían a un deseo diferente que el de la masificación de las ideologías vendidas por los más poderosos imperios de nuestro planeta. Pero no sólo era esa impenetrable estructura capitalista la que tanto desviaba las legítimas y más provechosas intenciones de los medios informativos; sus opositores socialistas, quienes lograron desestabilizar el aplastante imperio, en cierta medida, y el enfrentamiento ideológico del que hicieron parte ambas tendencias, deformaron, aun en mayor grado, una auténtica misión comunitaria que, sin embargo, seguía siendo falsamente promulgada por los medios masivos de información.

Superada la confrontación ideológica, que tantos conflictos políticos desató y cuya trascendencia logró imponerse como el motor de la dinámica bajo la cual se desarrolló la sociedad durante la mayor parte del siglo XX, el deformado cuarto poder que descaradamente decían ejercer los medios masivos se enfrentaba a una nueva realidad aun más dominante, haciéndose irremediablemente dependiente de ella. El triunfo del capitalismo y la extensión de sus dominios, gracias a la desenfrenada carrera por la globalización mercantil generada por la industrialización, alcanzan un poder casi omnipotente al apropiarse de los ya prostituidos medios informativos; es así como los diferentes poderes, aparentemente constructores de sociedad, se unen en torno a un mismo objetivo; la defensa por la universalización de una estructura económica cada vez más sectorizante y destructora de todo principio igualitario.

El crecimiento económico de varias industrias, cuya evidencia se hace palpable en el nacimiento y posterior desarrollo de empresas multinacionales, produce que la actividad comercial se convierta en la principal fuente de sostenimiento para varios de los sectores que conforman la sociedad, sin importar su posición o funcionalidad; por supuesto, los medios tampoco escaparon de ello; contrario a lo que un verdadero poder, defensor de la sociedad civil, debería enfrentar, los medios masivos se hicieron fácil presa de ese abominable juego, tanto así que su labor se limitó a una neta función publicitaria, lo que no hizo más que provocar un notable aumento en el poderío ejercido por estas multinacionales y, lo que es peor e infinitamente nauseabundo, generando la esclavitud de una sociedad que, indefensa, no encuentra alternativa distinta a la rendición, lo que reafirma la solidez de una estructura económica hasta el momento inquebrantable.

Justo como la descripción a la que hago alusión lo muestra, la sociedad civil, lejos de encontrar un verdadero y eficaz mecanismo de defensa, se hundía cada vez más en una esclavizante e incorregible situación, mientras que la estructura económica establecida se fortalecía con el nacimiento y pronto desarrollo de las fuentes que la alimentaban. Pero la realidad de nuestros tiempos difiere mucho de aquel espantoso pasaje que traté de dibujar con mi relato, pues el fenómeno que caracteriza la dinámica actual es demasiado indignante como para comparársele con anteriores situaciones. El inmenso poderío de los países del primer mundo, la impresionante pobreza de los países con bajo desarrollo industrial, la inaudita peste publicitaria producida por las empresas multinacionales y los disfraces de bienestar comunitario, paz, justicia, entre otros falaces caracteres bajo los cuales se cubren estos nefastos estamentos, son algunos de los elementos que tristemente marcan el rumbo de nuestra realidad. Entre tanto, los medios masivos informativos se convierten en los principales actores del fenómeno, pues el apresamiento, del que no pueden y mucho menos desean salir, los constituye en los más fieles defensores del enfermizo mercantilismo y, siendo más descriptivos y puntuales, se constituyen como herramientas determinantemente reproductoras de ese incontrolable imperio llamado mercado.

Los medios, conscientes de su pérdida de credibilidad ante la opinión pública, comienzan a tejer estrategias que les permitan contrarrestar los peligrosos efectos de su mezquina labor; es entonces cuando surgen mecanismos cuya funcionalidad responde a las más puras y benéficas intenciones para la comunidad; efectivamente, desde el punto de vista teórico, las figuras conocidas como defensor del televidente, o del lector en la prensa escrita, dan cuenta de una auténtica labor social, pero dicho deseo de cambio y la aparente disponibilidad para hacer del ejercicio comunicativo una labor más humana y equitativa, no son más que otro acto de cobardía que se despierta en su más esencial y verdadero deseo de manipulación, pues la verdadera misión de esta repentina voluntad de defensa al público encuentra su origen en la necesidad de disfrazar unas egoístas intenciones, destructoras de la ansiada igualdad, reclamada por una sociedad que, en medio de su desesperación, alcanza a advertir la insultante actitud de lo medios ante su existencia.

Para colmo de males, los poderosos imperios del primer mundo, como otrora lo hicieron a su antojo, y hoy más que nunca, mantienen bajo sus dominios, no sólo la voluntad de los medios de información, sino los mecanismos para que su puesta en escena se haga posible; es así como consiguen que su imagen no se vea afectada en conflictos de tipo moral, por más demoníaco que sea su proceder. Y es que el poder de las multinacionales o de algunas industrias, en particular, no es adquirido por mérito propio; la importancia de sus nombres trae oculta la fuerza de un ente mucho más poderoso e influyente; la imponente imagen de una potencia política y económica es quien finalmente garantiza el éxito o fracaso de las actividades mercantiles, y por ende se constituye como el respaldo simbólico de los entes comerciales a los que me refiero. Como se hace evidente en nuestros días, el enfermizo poder del capital brinda las más efectivas herramientas para que los grandes grupos económicos alcancen la opulencia que los haga capaces de acaparar los más influyentes sectores de la opinión, como sucede con los medios de transmisión masiva. Dichos medios informativos, al estar sujetos a la dinámica impuesta por la empresa privada, y esta última, a su vez, al mantenerse bajo los mandatos de las potencias políticas y económicas, hacen que la labor del comunicador se reduzca a la de un pregonero de la realeza, como fue usual en tiempos ya remotos de nuestra historia. Como espero se haga lo suficientemente visible, los medios carecen de una autonomía que los haga libres y que les otorgue las herramientas necesarias como para construir un verdadero mecanismo de defensa que, de igual manera, les brinde una imagen sólida e independiente, propicia para servir de provecho a la más afectada e indefensa comunidad.

Ahora que abordamos un punto más crítico del discurso, la omnipotencia de los países con alto desarrollo industrial, se hace necesaria la profundización, pues a mi juicio es este el punto central de la problemática. Es demasiado preocupante que la actividad de los comunicadores se mantenga dominada por esta sólida estructura económica, pero como el problema encuentra su origen en un punto más profundo, es imperioso acudir a la descripción de la realidad mundial, pues finalmente el fenómeno que tanto nos aqueja, y que es objeto de esta crítica, es el fiel reflejo del desequilibrio social que caracteriza a nuestros pueblos. Es evidente para cualquier ciudadano común la existencia de un poder tan opulento y destructivo que determina el rumbo de la dinámica social del planeta. La estructura económica capitalista encuentra un orden sistemático tan sólidamente construido que su desestabilización raya aun el marco de lo utópico; es así como encontramos un orden político monárquico y que podríamos llamar universal; en él se divisa una cabeza sólida, imponente y tirana, defendida por una fiel corte que garantiza su permanencia en la cumbre del poder; y como nunca puede faltar en un estado de dichas características, olvidados, repudiados y oprimidos se encuentran los súbditos que, no por lealtad, sino por necesidad, reconocen la autonomía de su gobernante. Si se necesita una mayor especificidad para poder comprender la situación que acabo de describir, no tendré reparo alguno en citar, con nombres propios, la tiranía de la que la comunidad mundial se hace víctima. Lo que en últimas quiero mostrar es la organización política universal que se ha tejido sin nuestro consentimiento, pues nuestro planeta parece estar regido por el más obsoleto y opresor de los sistemas; la monarquía. Visto el mundo como un estado monárquico, dirigido por una dominante potencia como los Estados Unidos, defendido por una fiel corte como la comunidad Europea y las potencias de Oriente, y manteniendo oprimidos a sus súbditos del tercer mundo, Latinoamérica, África y Oriente Medio, se hace necesario que dicho monarca se apodere de toda fuente de opinión, de lo contrario su estabilidad podría verse seriamente amenazada.

Volviendo a lo que históricamente ha caracterizado la labor de los medios de información, podremos darnos cuenta de que el infructuoso cuarto poder jamás existió, y que su postulación no fue otra cosa que un tierno y convincente disfraz, pues desde su mismo origen los medios se encontraban al servicio de los altos mandos del poder; en principio, fueron aduladores de la corte y del clero, mucho después experimentaron un desarrollo tecnológico que se convirtió en el arma más poderosa con la que contaron las grandes potencias, en lo que tuvo que ver con la masificación de sus ideologías políticas, para transformarse, finalmente, en una herramienta publicitaria, sin perder, desde luego, su más pura esencia, identificada como un sólido escudo gubernamental. Y es que no se puede hablar de un servicio comunitario cuando la información trae consigo un carácter tan persuasivo y manipulador, tal y como se presenta actualmente; no se puede considerar medianamente objetivo un medio que pone de manifiesto, aunque de manera implícita, su pensamiento político, que obviamente no proviene de una construcción propia sino del sometimiento del que nunca puede liberarse; no podemos aceptar, ni por un instante, que una labor comunitaria se identifique como un proceso generador de los tejidos sociales, pues su sola postulación es lo suficientemente arbitraria y tirana como para deslegitimar cualquier intención de servicio a la comunidad; en definitiva, es tan autoritaria, cruel e imponente la posición que desde siempre han asumido los medios masivos ante su público, que me apenaría aceptar la presencia de ese cuarto poder, tal y como se le planteó desde su mismo origen.

Prueba fehaciente de los planteamientos que niegan la posibilidad de una auténtica labor comunitaria en el papel que desempeñan los medios informativos, es la manera amañada y evidentemente parcializada como han dibujado los más escalofriantes eventos escenificados por las grandes potencias de las que hablábamos en otro punto del debate. Es así como los conflictos políticos de los que han hecho parte estos imbatibles combatientes, se han presentado al mundo con el tácito pero no menos evidente sello del poder, donde la verdad es reemplazada por la conveniencia y la libertad por la obediencia. Conflictos como el protagonizado por los Estados Unidos y su injustificada guerra contra el medio oriente, han sido descritos bajo el grueso manto de la irremediable parcialidad con la que las más importantes agencias internacionales de noticias se han visto obligadas a emitir la información, pues la revelación juiciosa de los hechos seguramente habría provocado indignación, repudio y rechazo, que en nada hubiesen beneficiado los intereses norteamericanos y probablemente habrían provocado el retiro de tropas aliadas, enviadas por su fiel corte, de la que hace poco también hablamos y que espero no haya sido tan prontamente olvidada. Si ha seguido esta lectura con la cuidadosa atención de la que espero no se haya desprendido, no tendrá problemas para coincidir conmigo en que existen aún entes demasiado poderosos como para que los medios puedan huir de su absorbente fuerza, y se conviertan en el auténtico cuarto poder que se les atribuyó en un comienzo, del cual nunca hemos sido testigos.

Otra de las fuentes que alimentan el acaparador poderío instaurado por las extensamente referidas potencias del mundo, es el incorregible y paralizador impacto que en todos los sectores de la sociedad causa la presencia de las empresas multinacionales, que al igual que los entes a los que anteriormente nos referíamos poseen una solidez inquebrantable y establecen estructuras en las que se albergan todos sus prisioneros; los medios masivos, quienes hacen parte fundamental de este grupo, se constituyen en una herramienta esencial para la masificación publicitaria de sus mercados. Dichos grupos económicos, al poseer el capital, se convierten también en dueños de los escenarios, la tecnología, el personal administrativo y todas aquellas herramientas que hacen posible la escenificación del ejercicio periodístico. Es tan absorbente el poder de la empresa privada, que logra acaparar gran parte de las actividades económicas, cerrando las puertas a microempresarios y trabajadores independientes, quienes no encuentran otra alternativa distinta que rendirse ante sus pretensiones y recurrir a los grandes imperios del mercado; dicha situación es fácilmente comparable con el fenómeno que tanto aqueja a los medios de información, en donde cadenas regionales, locales o comunitarias no encuentran posibilidad alguna para competir con las grandes cadenas privadas, quienes a su vez hacen parte de ese poderoso imperio capitalista. Debido a la dependencia de la que los medios son incapaces de escapar, su labor pasa a cumplir una función netamente instrumental, que lejos de informar y defender los intereses de la comunidad se mantiene al fiel servicio del poder capitalista que, desde luego, se encamina a la extensión de sus dominios.

Es este el momento propicio para citar a un irreverente personaje, quien a mi juicio representa la imagen de un auténtico profesional del campo noticioso; Ignacio Ramonet, director del periódico francés Le Monde Diplomatique, en su edición en español, y quien hace muy poco visitó nuestro país, sostuvo en una conferencia a la que fue invitado por la Universidad Central de Bogotá, que había desaparecido ese citado cuarto poder ejercido por los medios, a quienes se les postuló como defensores de la comunidad. Ramonet describía una realidad histórica según la cual los medios informativos habían pasado de ser abogados de los pueblos y auténticos servidores de la comunidad, a convertirse en borregos de la empresa privada y las grandes potencias, para lo que proponía la creación de un quinto poder que se estableciese como una herramienta defensora de la opinión pública, ante los continuos ataques de los medios de transmisión masiva. Ramonet advirtió también un fenómeno que aquejaba a los actuales comunicadores, tan aberrante como para deslegitimar una auténtica labor informativa en su proceder, pues señaló que los medios ya no cumplían una función reproductora de la realidad, sino que en su afán por complacer la voluntad de la empresa privada y las potencias industrializadas se convertían en constructores de ella, lo cual es tan cierto como infame. En su discurso se encuentra otra grave denuncia a la que me parece adecuado acudir; se trata de un juzgamiento que pone al descubierto un aterrador atropello contra el público, dice el periodista español, conocer casos en los que los periódicos cobran fuertes sumas de dinero a cambio de la publicación de noticias de interés público, mientras que en otros medios a este tipo de informaciones ni siquiera se les presta importancia; obviamente, en ninguno de los dos casos hay una auténtica voluntad de servicio, y si el recibir una información a la que se tiene derecho depende de una retribución económica, a la que yo llamaría corrupta, es preferible y mucho más sano renunciar a ello.

Me identifico con esa voluntad de cambio expresada por Ramonet y me sumo a su denuncia, que reclama la presencia de un poder para la auténtica defensa de la opinión pública, pues resulta demasiado obvio que los medios informativos se encuentran muy lejos de responder a dichas expectativas, y lo que es más disiente, les es imposible deshacerse de las cadenas que los hacen prisioneros del imperio capitalista. Pero aunque esté de acuerdo con la percepción que sobre la situación actual de los medios masivos expone este periodista, no podría aceptar el hecho de que el cuarto poder hubiese existido en algún momento tal y como fue promulgado, pues como lo hice saber en párrafos anteriores, los medios informativos fueron creados por los poderosos imperios a los que no me canso de repudiar, lo que no se hizo con otra intención diferente a la de la extensión de sus dominios; por lo tanto, la misión comunitaria con la que se les quiso encubrir nunca ha llegado a escenificarse. Al no existir ese cuarto poder y los medios convertirse en fuente de abastecimiento de los poderes ya establecidos, la intención de crear esa herramienta de defensa sigue estando vacante, por lo que sería ilógico construir un mecanismo que contrarreste una fuerza inexistente.

Pero los medios, no contentos con manipular y persuadir de la manera más aterradora a la atacada y ya resignada opinión pública, pretenden retomar la intención comunitaria bajo la que nunca han actuado. Es entonces cuando nacen esas repentinas, pero no menos mentirosas figuras, aparentemente fiscalizadoras de la labor periodística. La aparición del defensor del televidente en las más importantes cadenas o el defensor del lector, en los periódicos más leídos de la grandes ciudades, no son más que otra patraña; un nuevo y transitorio disfraz que les permite seguirse aprovechando de los más débiles, desde luego, ocultando sus verdaderas intenciones, meramente publicitarias. Respondiendo a la más legítima labor comunitaria con la que deseo me identifiquen, soy consciente de que pueden existir opiniones encontradas en torno a la característica a la que actualmente nos referimos, así que es posible que muchos de ustedes piensen que mis palabras no son más que la consecuencia de mi ira; pero aunque en realidad me sienta indignado por los mil y un atropellos que he descrito, les aseguro que mi discurso procede de las más puras intenciones, legítimamente comunitarias. Así que si considera que me equivoco al calificar de mentirosas las figuras a las que apenas hace unas cuantas líneas hacíamos alusión, lo invito a que siga de cerca la labor de dichos defensores, y si encuentra que alguna de las quejas que el público presenta recibió una verdadera solución, le ruego me lo haga saber por el medio que le sea posible; no dudaría en reconocer mi error, si así ocurriese y me retractaría inmediatamente, pues un buen comunicador es capaz de denunciar, pero uno auténtico tiene la obligación de retractarse ante las equivocaciones. Ustedes juzgarán.

Para referirme al plano latinoamericano, tengo que empezar por decir que no puede describirse sin dejar de lado lo que ocurre con las grandes potencias del mudo occidental, pues como lo he tratado de hacer evidente a lo largo de este escrito, la dependencia a la que estos poderosos imperios tienen sometidos nuestros pueblos es demasiado absorbente, y por ende se convierte en punto de estudio obligado, bajo cualquier análisis. Pues bien, como ustedes ya lo saben, nuestros países sufren un subdesarrollo tecnológico e industrial que les impide competir con los territorios del primer mundo, lo que imposibilita el establecimiento de una estructura económica sólida, que se traduce en hambre, pobreza y desequilibrio social. Esta situación hace que nuestros estados se vean obligados a acudir a fuentes con alto poder de inversión, y qué mejor alternativa que servirse de las aparentes bondades de los imperios capitalistas del primer mundo. Esta dependencia económica se extiende por todas las esferas del poder para convertirse en un absoluto sometimiento del que nadie puede escabullirse, y los medios informativos no son la excepción. No sólo nuestros medios de transmisión masiva, sino también los del llamado primer mundo, deben su existencia a ese juego capitalista, por lo que les es imposible atacar al sistema y, como es de suponer, los nuestros se mantienen también bajo el domino de los medios de dichos imperios. Así pues, las cadenas noticiosas latinoamericanas, llámense prensa radio o televisión, se encuentran oprimidas no sólo por una, sino por varias fuerzas que, a fin de cuentas, representan un mismo poder, el capital. Es en razón a este apresamiento que los medios informativos latinoamericanos se ven limitados a retransmitir las noticias emitidas por las agencias internacionales, con las que desde luego sólo cuentan las grandes potencias. Como espero haya sido entendido, los medios de información del primer mundo se encuentran limitados por la voluntad de sus estados, y en consecuencia carecen de la libertad que les permita desarrollar una labor medianamente objetiva, por lo que los latinoamericanos terminan corriendo con la misma suerte, aunque de una manera más humillante e indignante.

Lo anterior corrobora otra de las grandes falencias del periodismo actual, la noticia vista desde un mismo lente, lo que se constituye en otro atropello contra el público, quien al no tener la posibilidad de comparar las versiones, se hace incapaz de emitir juicio alguno y, consecuentemente, pierde la libertad de elegir.

Libertad es el grito con el que Latinoamérica entera reclama su legítimo derecho a la información, pero en vista de las difíciles condiciones con las que los comunicadores realizan esta labor, parece estar lejana la obtención de ese maravilloso sueño, pues para ello se necesitaría una transformación total de los rígidos sistemas que gobiernan a nuestros pueblos, lo que implicaría una ardua tarea filosófica, pues nuestra realidad es tan incombatible que sólo un cambio de pensamiento y el despertar conciencia provocarían verdaderos e incidentes efectos. Mientras tanto, es imposible enfrentar el aplastante poder del capitalismo; pero aunque piense que tengo razón en ello, no creo poseer la verdad absoluta ni pretendo obtenerla jamás, así que aún guardo la esperanza de que aparezca ante nuestros ojos un líder con buenas ideas que pueda proponer una mejor solución, con la que logremos actuar más pronta y efectivamente.

Los aplastantes atropellos que continuamente son cometidos por los medios informativos son mecanismos a los que se ven obligados a acudir, en razón a la dependencia de la que son víctimas, pues en el caso en el que desearan redefinir sus objetivos y éstos no se adecuasen a las expectativas que de ellos esperan sus opresores, pondrían en riesgo su propia existencia. Al abastecernos de un análisis profundo, podríamos percatarnos de la presencia de un problema mucho más complejo, con el que terminaríamos por justificar la actitud de los medios de transmisión masiva. Como no me he cansado de señalar, y sin el ánimo de sonar fastidiosamente repetitivo, la majestuosa e indestructible red tejida por esa imponente máquina llamada capitalismo, hace que la comunidad mundial, en toda la extensión de la palabra, sea atrapada y devorada. Gobiernos, pueblos, industrias, medios de producción, tecnologías, ideologías y todo lo que encuentra a su paso, es absorbido por el atemorizante imperio. Esa estructura económica que incluso es capaz de dominar otras esferas, posee una omnipotencia que necesita ser alimentada, y qué mejor que aprovechar el poder persuasivo de los medios. Igualmente, como ocurre con todos los poderosos, el capitalismo necesita vender una imagen benévola que cautive a la comunidad, y qué más artísticos embellecedores que los medios de información. A su vez, el imperio establecido necesita convencer a la opinión de que su ideología propone el más justo y benéfico sistema; adivinen quiénes promulgan estas sanas políticas. Como se hace palpable mediante esta argumentación, las condiciones a través de las cuales se pone en escena el mundo de la información hacen que la independencia que tanto reclamamos nunca llegue a materializarse, pues no existen mecanismos que brinden las herramientas adecuadas para el enfrentamiento. Así pues, tanto los medios como la opinión pública se encuentran desprotegidos ante la invasora fuerza del capitalismo, por lo que unos y otros no poseen más alternativa que el sometimiento.

Al no haber existido jamás una verdadera voluntad de servicio en los medios de información, la funcionalidad que se les atribuyó, la cual fue postulada bajo el pretencioso carácter de un cuarto poder y que fue equivocadamente identificada como una fuerza defensora de la comunidad, obviamente tampoco llegó a constituirse. En realidad, los medios nunca ejercieron poder alguno, por el contrario se mantuvieron eternamente dominados; no fueron más que una herramienta facilitadora y extensiva de los poderes establecidos; fueron prisioneros, títeres, juguetes, disfraces, armas, obreros, pero nunca llegaron a poseer la independencia que los hiciera poderosos; la sola advertencia de encontrar en ellos un carácter tan pretencioso como falaz me genera escalofrío. ¿Cómo pensar entonces en la posibilidad de establecer un quinto poder? En últimas, es irrelevante el hecho de crear un cuarto o quinto poder, lo único cierto es que la comunidad aún no encuentra un auténtico mecanismo de defensa ante la tiranía de la que es víctima. Sí, el construir un escudo protector de la comunidad es una tarea tan necesaria como difícil, lo que me lleva a trasladar la discusión bajo el siguiente interrogante: ¿cómo hacer que la sociedad encuentre la protección que la haga inmune ante los ataques de los actuales medios informativos?, cuestionamiento que me parece no ha sido resuelto por ninguno de los que proponen la necesidad del replanteamiento ideológico, que dicho sea de paso carece de una descripción instrumental y, por ende, de la fuerza necesaria como para considerársele una verdadera solución, pues no podemos pensar que a través de la denuncia lograríamos resolver un problema tan complejo y mucho menos cuando en medio de él se encuentran tan poderosos rivales.

Si antes me aquejaba la preocupación por no encontrar, en los discursos que promueven la redefinición de los objetivos auténticamente informativos, soluciones provenientes de la construcción de un pensamiento serio y cuidadosamente tejido, ahora mis palabras se encuentran enmarcadas por el deseo de proponer una estrategia clara y efectiva, sustentada en un fundamento teórico lo suficientemente sólido como para contribuir a la anhelada solución. Pero, tristemente, debo reconocer que dicha imagen aún no ha llegado a mi mente, y aunque alcanzo a divisar una salida creo que su materialización es más utópica que la objetividad misma. Mientras mis ideas no me brinden herramientas con las que tenga la certeza de encontrar una respuesta, seguiré pensando que la única forma de romper las barreras que impiden el establecimiento de un ejercicio legítimamente periodístico es recurrir a un proceso que se me antoja calificar de evangelizador, en el que la filosofía promueva un cambio en el pensamiento, no sólo de los medios informativos sino de la comunidad entera, pues como ya lo advertí, el rival al que nos enfrentamos posee tan infinita fuerza, que sólo una herramienta poderosa e invencible como la razón, podría desestabilizarlo. Soy consciente de la gran cantidad de dificultades que rodean esta ardua tarea, por lo que no creo que obtenga la efectividad necesaria como para postulársele de alcanzable, y aunque se lograse conseguir la meta, sé que mi generación no sería partícipe de la victoria; aun así, me sentiría muy orgulloso si, desde donde me encuentre, me enterase de la obtención del logro, pues conseguir tal utopía es digno de toda felicitación, reconocimiento y júbilo.

Siendo consecuente con la solución que propongo, y trabajando desde luego en la construcción de otra más efectiva, advierto la necesidad de que los nuevos comunicadores, y quienes nos proponemos serlo, trabajemos en la postulación de diferentes mecanismos gracias a los cuales se logre despertar consciencia en lo que tiene que ver con la redefinición de los objetivos que un auténtico ente de la información debe perseguir. Es así como nuestro papel debe pasar de ser el de un reproductor de voces y noticias para convertirse en uno mucho más funcional y enriquecedor. No podemos limitarnos a retransmitir insulsos y mentirosos comunicados, pues nuestra responsabilidad es ahora mayor, y al ser conscientes de ello nuestro compromiso con la comunidad también crece. Según lo que propongo, el periodista tendría que abastecerse de herramientas filosóficas que lo hagan capaz de contribuir al cambio, pues recuerde que lo que expreso encuentra un argumento en la transformación del pensamiento, lo que sólo puede conseguirse a través de la filosofía. Es por eso que considero necesario el que incluso la academia redefina sus objetivos, en lo que vería provechoso un replanteamiento de sus planes de estudio, cuyo nuevo objeto ofrezca las herramientas necesarias para la construcción de profesionales capacitados para producir el giro. En conclusión, el objetivo a perseguir es que los nuevos profesionales del periodismo no sólo sean capaces de reconstruir la realidad, sino que ello surja de una mirada crítica y profunda, pues para la simple noticia, por sí sola, es imposible despertar opinión, y qué más comunitario que lograr que el público cree su propia perspectiva; consiguiendo que esto sea posible, la comunidad se convertiría en parte activa del ejercicio noticioso, y tanto los medios como ella misma se harían libres e independientes.

Ya concluido el tema y abierta mi disponibilidad para nuevas discusiones, no podría irme sin antes presentar mis más sinceras y respetuosas disculpas a los lectores, pues entendería el que se tornase aburrido y exasperante, para ustedes, escuchar tan repetidas alusiones al sistema capitalista, pero deben creerme cuando les aseguro que, sin ello, habría sido imposible desarrollar una idea medianamente ajustable a la realidad.