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Silvio

Ayer que te tenía tan cerca, Silvio, sentí que tus manos flotaban, que meneaban mis carnes de un lado a otro, pero finalmente, flotando. Por eso supe que hoy no vendrías, que mejor te irías a buscar un conjunto norteño en la López Mateos para que tocara en el restorán, nomás para ti, toda la noche.

¿Por qué me haces esto, Silvio? Si ya iban a ser siete años juntitos. Y justo ahora en que la casa está más silencia y el perro de la vecina ya aprendió a callarse cuando llego. ¿Pues qué no sabes que te iba a hacer de cenar, Silvio? Si ya te tenía la carne afuera, nomás para que llegaras y luego luego meterla a la cazuela ¿Por qué te vas, Silvio? Mira ¡espérate, hombre! Vamos hablando, a platicar, como dice la canción en Las Calandrias, que no te das cuenta que el cuarto se me hace más grande y yo más gorda y fea de lo que ya estoy. ¡Olvídate del niño! Ya no voy a encargar.

Sólo quédate conmigo porque sé que lo peor está por llegar, Silvio. Márchate cuando se acabe el invierno, ten un poquito de piedad. ¡Por el amor de Dios, Silvio! Así podré distraerme regando el huele de noche y no me acordaré de ti. Mira que me hago vieja, Silvio... Si no estás a mi lado... ¡Silvio, Silvio! ¡Ay, de mí!...

La mujer cerró las páginas, desconectó los teléfonos y comenzó a desmaquillarse.

 

Eclipse

Rec. Estoy sentada en la barda. Stop. Rew. Play: Estoy sentada en la barda. Stop. Rec: Abuelo, estoy sentada en la barda donde colgabas las sillas del macho; son como las siete, supongo. Aquí todo está cambiado. Aquellos ya no hallan la puerta con eso de la herencia. El rancho está lleno de polvo pero la vereda conserva su camino por donde alguna vez pasaste, hasta los huisaches parecen extrañarte porque se asoman adrede y me arañan las faldas cuando me marcho a la presa a ver la virgen.

Ahorita se está asomando lo que tú llamabas el tesoro enterrado: brota una luminosidad desde la montaña de enfrente: es Mascota. El otro día, buscando quién sabe qué papeles, encontré la foto en donde estamos saboreando una paleta tutsi pop, me habías llevado a cortar tomates y yo me hacía la sorda cuando me preguntabas cuántos llevas, en realidad lo que hacía era buscar una plantita roja que tenía leche, para ver si así se me quitaban los mezquinos.

La casa ya está bien moderna, hasta baño le pusieron, así que ya no hay que atravesar el corral de las vacas a media noche con el quinqué. El otro día me puse a ordenar el tapanco y encontré una estramancia envuelta en trapos: era la caja con la que te pagó La Cuata cien pesos, que dizque ya iba a nacer su criatura, ese día iba a haber un eclipse, ¿te acuerdas?

Sí, yo creo que ya son las siete. Nomás vine a decirte que mañana será otro eclipse, y por eso ahora le vine a poner trapos rojos a los árboles, no vaya a ser que se mueran igual que tú como hace diez años. Stop.

 

Psicoterapia

He tenido cinco citas con el doctor mejor pagado de esta ciudad, el que va a Philadelphia a sus congresos y cada domingo al Santa Rita para orar y comulgar:

Ingreso, digo mi nombre completo, saludo de la forma más correcta que me ha sido enseñada a lo largo de casi veinte años de estudio. Confieso, como con una especie de culpa, todas las cosas que pudieran sonar incoherentes, que he hecho o dicho en los últimos quince días. El doctor recibe una llamada, es Socorrito, está agitada por las últimas pastillas, suena temerosa; el doctor, que es mitad ibérico y mitad latino pronuncia unas palabras de sacristán de pueblo y logra calmar a la mujer, es decir, logra calmar a Socorrito que minutos antes, estaba agitada, temerosa.

El doctor vuelve a mí —parece haber olvidado que estaba yo en consulta— y me explica pausadamente que el cerebro es un órgano más de nuestro cuerpo, que como cualquier otro órgano se puede curar con medicamentos y con una buena alimentación; con esto último extiende su mano derecha, se pone de pie, cierra su bata, me abre la puerta y le grita a su secretaria: Para dentro de dos semanas, Lupita.

 

Cuando quiero huir de la gente

Cuando quiero huir de la gente, lo hago una, dos, tres o cuatro veces, pero no cinco. Así que decido salir a caminar, escuchar a la persona mientras veo los aparadores con vestidos llenos de flores, rayas y bolitas; repito las últimas palabras de las frases y, asintiendo con la cabeza le doy una fumada al cigarrillo. —Estoy lista —me digo, entonces dejo que me tomen por la espalda, que besen mis hombros y cierro los ojos. Esbozo una pequeña sonrisa donde nada más se ven mis dientes superiores, abrazo a la persona por la cintura y a todo respondo: yo también. Me quito la ropa sin dejar de platicar, ya tengo la pijama lista en la cama, me meto en ella, me tapo un poco y quedo boca arriba, extiendo mis brazos: sé que la persona vendrá a mí. —Estoy lista —me repito, luego se acuesta a mi lado, recarga su cabeza en mi pecho, apaga y enciende luces, yo bostezo un poco y miro el reloj. Comparto la sábana un rato, cuando se empieza a hablar de la temperatura de las manos, cuando la persona toca mis mejillas es el momento en que debo poner más atención a sus movimientos. Mete su mano en mi pantalón: yo ni respiro; acerca su rostro a mi pelo: yo no dejo de mirar el techo; cierra sus ojos y me dice cosas: yo río un poco. Con eso basta para dar por terminado un encuentro; pienso en voz alta: hay que descansar: la persona se marcha.