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Isidoro BlaistenCerrado por melancolía, abierto por necesidad

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Decir que Isidoro Blaisten no está con nosotros es una realidad, seguramente lejana para el mundo de la literatura que no cree en esas cosas. Menos aún cuando se trata de ausencias. Por eso, con marcado criterio, la muestra bibliohemerográfica Isidoro Blaisten: cerrado por melancolía, que se presenta en la sala Leopoldo Marechal, de la Biblioteca Nacional de Argentina, desde el 1º de mayo hasta el 31 de julio de 2006, evita la palabra homenaje. Término que el escritor hubiera tachado sin ninguna duda. Lo confirma también José Luis Moure en el acertado prólogo del catálogo cuando, al finalizar, confirma: “A poco de dos años de su muerte, la Biblioteca Nacional exhibe la obra de Isidoro Blaisten, junto con algunas fotos y objetos que nos devuelven del silencio”. Por cierto, al recordado, todo esto de mover las piezas del tablero en nada cambiaría su forma de ver la vida. Él se reiría observando los apuros por dejar todo listo antes de la presentación formal, llevando a la curadora de la muestra, Mercedes Dip, hasta el enojo, y también sonreiría, cuando sus amigos cercanos volvieran a su encuentro después de este viaje.

Nacido en Concordia, provincia de Entre Ríos, en 1933, Isidoro queda sin padre a los 9 años. Un año después, ya en Buenos Aires, fallece su madre, cuando vivía en un conventillo pobre de la calle Pringles, en el barrio de Almagro. Con sus hermanos se muda a un departamento de la calle Lavalle 5431. Por entonces la muerte vuelve a golpearlo. El 15 de agosto de 1945 asesinan a su hermano Enrique. Como puede decide trabajar para sobrevivir: fue fotógrafo de plaza, vendedor de bromuros coloreados, viajante de comercio ofreciendo aparatos vibromasajeadores, periodista, redactor publicitario, corrector y librero. Con este título, otro grande, Héctor Yánover alguna vez me dijo: “Léalo a Blaisten y a Tizón, después me cuenta”. Tenía razón, uno va aprendiendo a partir de ciertos conocedores que la literatura es una dulce y amarga forma de existir.

En 1965 publica su primer y único libro de poesía —ver aparte— con el que obtuviera el primer premio del Fondo Nacional de las Artes.

A partir de entonces se destacará como cuentista. Al preguntársele por qué los cuentos, Blaisten sentenciará: “No sé si el cuento es una manera de vivir como la poesía, pero sé que escribir cuentos es una manera de mirar”.

En 1974 abre su librería San Juan y Boedo en una galería comercial, en la esquina homónima de Buenos Aires. Por allí pasarán sus amigos, admiradores, soñadores de proyectos inacabados, estudiantes de letras y todo aquel que le guardaba afecto. En 1981, desanimado, la cerraría para atender sus talleres literarios. Lo hace porque la angustia económica no lo perdonaba. Como bien dijo: “Los derechos de autor, por mejor que uno venda, son algo intangible y remoto, una entelequia. Les digo que en este país nadie lee, todo el mundo escribe. Escriben los abandonados y las abandonadas, los pudientes que se dan cuenta de que el dinero no hace la felicidad, los que no pueden conseguir trabajo porque trabajar los angustia. Escriben también los que tienen talento. Y digo también que si bien la palabra es de todos, y que para escribir no hace falta más que un lápiz y un papel, el hecho de tener un hermoso sufrimiento o de haber sido echado de la casa paterna no basta para producir un texto digno y decoroso”.

Isidoro Blaisten escribió: La felicidad (1969), La salvación (1972), El mago (1974), Dublín al sur (1979), Cerrado por melancolía (1981), Anticonferencias (1983), A mí nome dejaron hablar (1985), Carroza y reina (1986), Cuando éramos felices (1992), Al acecho (1995), Antología personal (1997) y Voces en la noche (2004), su única novela.

Tuvo un humor envidiable y una angustia tanguera propia de los que vivimos al sur del continente. Profundamente irónico y acentuadamente crítico, Blaisten solía decir: “Hubiera querido ser un príncipe lituano, pero no soy más que un mersón (pobre) de San Juan y Boedo. Mi familia es toda pudiente, yo soy un cuasi marginado. No tengo casa propia, no tengo automóvil, no tengo ninguna parcela en ningún country, no tengo televisión. Tengo cincuenta años”.

El 28 de agosto de 2004, a los 71 años, se marchó con lo puesto. Desde entonces la ciudad, el barrio y la literatura no son los mismos.

 

Isidoro BlaistenMi primer libro

Isidoro Blaisten

La brújula se rompió en 1955, una tarde de lluvia, en Chiclana y Garay, cuando yo tenía veintidós años. Era una hermosa brújula, chiquita, de acero, con una cadenita de plata. Me la había regalado una mujer. El abuelo de esa mujer la había traído de España. Yo amaba a esa mujer. Esa mujer estaba casada. Cuando me regaló la brújula le pregunté por qué me la regalaba. “Porque estás desesperado”, me dijo.

Era una hermosa mujer. Cuando vi la brújula rota en medio de la calle, en medio de la lluvia, comprendí que en ese instante ella había vuelto con el marido. Años después, en un cuento de Abelardo Castillo, leí lo siguiente: “Vos no te vas con el mejor, te vas con el que gana”. Pero eso fue años después.

Entonces, junté los poemas que le había escrito a esa mujer y les puse de título Poemas de la brújula rota. Pasaron diez años, hacía cinco que me había casado (con otra mujer), hacía seis años que Débora había nacido, una tarde de lluvia. Yo había escrito muchos poemas.

Una tarde de lluvia reparé que todas las cosas importantes de mi vida me habían sucedido en la lluvia. Entonces junté los poemas de la brújula rota, junté los poemas de los últimos años, elegí los que me parecieron mejores y les puse de título Sucedió en la lluvia. Tuve suerte, gané el premio Fondo Nacional de las Artes, don José Stilman hizo una hermosa edición ilustrada por mi cuñada Judith y la crítica fue elogiosa. Tenía treinta y tres años.

Ahora, ciertas tardes de lluvia, precisamente ciertos domingos de lluvia, cuando vuelvo a leer los originales de esos poemas escritos y vueltos a escribir en infinitas versiones, en viejos papeles ya amarillos, pienso que a veces los viejos papeles y el fracaso se parecen.

Nunca más volví a publicar un libro de poesía. Tuve miedo. Sé que la poesía conduce a la locura y que un poeta es como un cartero que corre envuelto en llamas, alguien que corre envuelto en fuego con algo en la mano que tiene que entregar.

Ahora, mirando la tapa de mi primer libro, mientras escribo esto, pienso en las cosas que me sucederán, pienso en las cosas que pasaron con la lluvia, en aquellos poemas que no seguí escribiendo y pienso que fui un traidor y un cobarde. Pienso, también, en aquellos veintidós años; era una hermosa edad, era una hermosa mujer, era una hermosa brújula.