Letras
Poemas

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a b c diario

he estado en este lugar antes:
enumerándome en alfabetos de otros hombres
sin llegar a ser palabra,
siendo sólo un inconexo balbuceo de letras,
alejándome de la pila de mi nombre
y creyendo tener
sinónimos que me multipliquen.

tendré que aprender a deletrearme,
a no ser sólo murmullo,
a no graficarme con tu signo
ni pronunciarme sola
ante la ausencia de tu palabra inanimada.
me escribiré con manos propias
sin precisar que tu boca me llame,
o tejerme a tu vida
entre nudo y voz de entrega.

otras lenguas tocarán mi boca
para traducirme a un dialecto querido
y mi despedida llegada
—madeja de tantos anhelos—
será sólo tu partida,
tu comienzo siempre finito.
y besarás bocas de cera,
al quererme desterrar,
mas,
justo entonces verás
que no te guardaré en otro:
te guardaré en mí,
pues yo sí te supe nombrar.

he estado en este lugar antes:
enumerándome en alfabetos de otros hombres.
pero contigo es diferente:
ahora,
apalabro mi garganta
mientras huyo de mi voz.
Tú comienzo,
yo final,
final que vuelve a su encuentro.

 

:morfología

inherente a tu orden,
heme aquí

:amoldada a tu espalda
recogida de muslos
encogida de hombros
endulzando unos besos
recostada en tu boca.
:abierta al deseo
en la uve dulce de mis miedos,
enrollada,
arrullándote,
sosteniendo
mi lengua en tu aliento.
y mi vientre
—contigo hecho líquido,
hecho líquido hierro.
:esculpida
y con tus dedos hurgando,
desdoblada ya
cada estría de mi espacio.
tú,
caminas senderos
alargando el olvido
separado de ti,
cerrándote a ser,
dilatando las sombras que te habitan
—una a una—
apartando mis piernas
adentrándote a verme
ajustado a los senos
que te erijo en mi pecho.
oxigenando razones
para amar o no amar.

pero estas ahí,
sigues ahí
:abnegado a mi forma

[también].

 

poema para los hombres que no se dejan amar

“No tocarte es un silencio
en el discurso de tocarte
pero es una palabra
de la frase de estar mirándote"
Ulalume González de León

no hay silencios más callados
que los de no estar amándote
ni palabras más oscuras
que las que no te tocan.
y se callan mis silencios
al amarte sin estar
y oscurecen mis palabras
porque huyen de mí.
Inhalo luz
exhalo un verso.
y tengo miedo
—porque te extingues.

 

cuarta catarsis

a los hombres invisibles que me leen

me abandono en palabras
para que te toques con ellas
y así sentir
las manos ásperas
de tus ojos
en mi cintura abierta.
y mis labios,
balbuceados en los tuyos
serán tardes rotas
en la sombra de tu barba.
me reescribo
en tu mirada
para pulsar aliento
como si tu sílaba de eco
quedara vacía en mi boca

que te toca
y no te toca
que me toca
en lo que tocas.

no lo sabes
pero leo esa distancia
de no cruzar tu centro
y eso,
me enseña a desnudar mis ojos,
a desnudarme de ojos
a desnudar los tuyos.

tócate.
así,
me tocarás a mi también.

 

crux imissa

crucificada,
como diosa hecha mujer,
aquí me tienes:
carne en tu carne
y tú,
procesión en mi vientre.
detenido,
avanzas en rito desbocado,
al altar de mi primera boca.
hacia el camino oscuro y primitivo,
como si hallaras salvación en mi centro,
en esta longitud accidentada
y antigótica,
que es más larga
que la de mis brazos extendidos.
y me recorres
y te elongas.
y haces montículos.
llegas en tu jornada
a decifrar el morfo
de lo divino.
pagano:
¿quién te ha dejado entrar
a la casa del deseo?

 

eyaculada

eyaculada yace la espera
y te fumas un cigarrillo,
como si cerraras con broche de oro
un mal cumplido,
consumido ahora en la hora de la llegada.
prefieres que algún humo se escape
como anillas de tu boca.
en gris se escribe la sentencia:
has dejado de creer en imposibles.

mejor te conformas,
cedes,
renuncias,
tal vez te antoja insistir
pero desistes.

has decidido
que de orgasmos bucales
no se trata la vida:
de repente sabe amarga
y quizás es espejismo
ese cuento de que
alguna vez,
una palabra
seduzca de nombres tu boca.

eyaculada yace la espera,
emasculada en visceral desencuentro:
natimuerto el deseo.

 

conteo

diez dedos
han horadado mis ansias:
humanos,
divinos,
pitagóricos mandamientos.
ideales
y como el nueve de neptuno
van rodando por mi cuerpo:
tú, la octava maravilla,
apocalíptico,
como los siete sellos.
prediciendo el sexo sentido
de mis cinco sentidos
en las cuatro estaciones que factorizas
en el trinomio cuadrado perfecto
de un par de pieles,
caderas
y labios.
simplificando el producto
—tan complicado—
de nuestros cuerpos
en
1.

 

solsticio

todo mi abrazo se quedó en un beso
en las calles desiertas de mis muslos
desandados un diciembre cualquiera,
en este trópico de isla que se repite.
se quedó en la disolución de trampas,
en la absolución de miedos.

mas mi miedo se meció en tus brazos
y en el cruce del olvido
tropezó de lleno,
y en la esquina adoquinada de la duda
edificó tu nombre.

de la mano de mi mano estuve,
escalando tu recuerdo,
indagando aquel calor
que alguna vez no fuera ajeno.
pues todo mi beso se quedó en tu abrazo,
desandado en mis muslos desiertos.
y en mis calles
nunca se había prolongado tanto la noche
como en las de este invierno.

ven,
como sol de verano
y hazte camino de nuevo.

 

ars

yo vine a leerme de pie
a sobrarme de espaldas
ante tus ojos atentos.
yo vine
desprovista de papel
a lengüetearte la entrega
en salivadas palabras.

siéntate a esperar
mientras me lees,
mientras te leo con mi voz,
que es la tuya,
en este arrebato corporal
con que me pronuncias a escondidas.

muérdete la lengua
—a que no puedes.

déjame masticarte
—a que te trago entero.

yo me vine
desprovista de papel,
afilados mis dientes,
con la mordida dispuesta y silábica.
rabiosa,
como el encuentro
que se chupa el lengua a lengua
en la asfixia del beso.

yo vine a leerme de pie
a lengüetearte la entrega
y si no te gusta,
paja.

yo,
me vengo.

 

apalabrada

esta caricia desprendida de mi tacto
busca dueño.
pido paso a la intermitencia de su rostro
y beso el peso de algún rastro ileso.

huraña,
la encuentro en mí
como retazo de algún paréntesis.

huraño,
lo encuentro en ti
como retozo de aquel puto final
[saboreando el punto final].

 

primer acto

aún palpito.

y escala mi mano tu pecho
y hago las veces
de una mirada ligera,
amontonada y temblorosa
sobre tu púlpito poblado de vellos.
y estrujado y húmedo
te consumo,
me consumes:
34
24
36.

 

segundo acto

se aglutinan un par de caderas.
entonces ya no hay paréntesis,
sólo intersección.
presumen saber
que después del uno llega el dos,
mas ninguno sospecha
que la geometría de los cuerpos
no entiende de números.
que decir dos en realidad es decir uno.
que de ahí en adelante,
para sumar,
las matemáticas que fungen como codicia de manos y verbo,
en esas,
ya no aplican las mismas reglas de la otra.
que las medidas se dan según el eje de x
se aproxima al eje de y:
casi hasta tocarse
en la arista invisible del deseo.
casi hasta olvidar que el espacio,
la distancia entre uno y otro,
se minimiza.
casi hasta olvidar
que para que todo eso ocurra,
no hay fórmula fija
ni resultado exacto.

que por el contrario,
las variables son las que determinan cada caricia.
y las coordenadas las dicta algo tan perfectamente imperfecto
como lo es la dermis que resbala
—ahora sudorosa
e inversamente proporcional al amor.

 

primera lectura de piel

quiero leerme despacio,
como el trazo que incide con cautela
en la faz del grito,
o en su murmullo:
apaleando las sombras que se inscriben
en la voz de mis voces.

quiero leerme despacio,
destilar el invierno de la ausencia,
saborear el momento
en que la lengua toca al labio
y cálida,
remueve la sílaba,
y saliva la palabra
al dispensar tu nombre en el mío.

quiero leerme despacio
con la viscosidad de dos cuerpos
enhebrados,
tejidos al verbo.

quiero leerme,
para escribirme
y pronunciarte conmigo,
a solas.

 

grito

enmudeció la calma.

por instantes
se coló alguna pretensión de silencio
y escribió con boca cerrada
los ojos del hambre.

[pero tus manos probaron saber
mis coordenadas de voz en su tacto
y como un hilo,
agudo y tierno,
recóndito como mi vientre,
concluyó nuestro encuentro].

 

mujer en rojo

en esta casa en que todo sobra
habito ajena a tocarte
y en vilo de entrega
me olvido de las paredes:
sólo recuerdo mis pasos,
que siguen la huella
de un rastro de beso.

y en ese beso tú
y en ese beso yo:
los dos,
desandados en los pasos que ando
andada en el suspiro
que respiro en este aire
[tan inquieto,
tan denso,
que pesa
pensar en ti].

 

humedad

llueve:

y se disuelven las sales
y como gota de lluvia
te derramas en mí.
llueve
y el final se desvela
humedecido en silencio,
en aquella carta
donde corre la tinta
de una palabra
que jamás leerás.

y llueve.
llueve adentro
y el día llueve conmigo,
sin ti.
y las horas lloviznan tu ausencia
hasta hacerse mar
[y ya tanto mar no basta,
mas llueve].