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“No siempre gana la muerte”, de David Landau¿De dónde son...
los narradores?

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¿Dónde empieza la línea que divide el territorio literario del narrador del puramente humano en que campea el autor por sus respetos? En ciertas obras esta línea es imperceptible. Pedro Juan Gutiérrez, en Trilogía sucia de La Habana, se usa a sí mismo, con nombre y apellido, como personaje central. Gutiérrez es, sin duda, un cubanazo cien por cien. Nos deja ver, oler, escuchar a La Habana. Ahora, hasta qué punto es cierto lo que dice, desde sus avatares callejeros hasta la longitud de su miembro viril, al que le dedica sobrado espacio, sólo él lo sabe. Los lectores —y las lectoras— nos quedamos con la curiosidad. En esta obra los límites entre narrador y autor son, cuando menos, vagos e imprecisos.

Por su parte, la novela de David Landau No siempre gana la muerte exhibe una voz narrativa que no parece tener nada en común con la de su autor. Aquí el narrador omnisciente muestra todos los recovecos de La Habana en las cuatro décadas finales del siglo XX. Como sucede en Trilogía..., no deja resquicio en que los lectores no puedan introducir, gracias a él, sus ávidas narices. Va desde el hedor que despiden diez hombres encerrados en una celda y privados de agua por días, pasando por la atmósfera caldeada de un café habanero, hasta la intimidad de una pareja que hace el amor a lo cubano, aunque suelten palabras en francés.

En No siempre..., los diálogos parecen sacados de una esquina centrohabanera. (Un coño carajo en las primeras páginas me llevó de la mano a la avenida Carlos III.) Es innegable que la excelente traducción de Benigno Dou contribuye a crear esta atmósfera cubana, pero la edición en inglés produce exactamente la misma impresión.

El aura autóctona del narrador envuelve también a los personajes. Rodrigo es un abogado habanero que puede hablar como un poeta o como un carretero, pero siempre suena como cubano puro. Otros personajes magistralmente trazados —Antonio, Margot, El Moro— hablan también como lo que son: criollos y criollas de pura cepa.

Interesantes son las opiniones políticas de Rodrigo y su empleo del vocablo “yanqui”, con frecuencia usado en Cuba de forma despectiva para designar a los vecinos del Norte. En la misma vena comenta un personaje, refiriéndose a “los americanos”: “Como nación, no siempre combaten con honor” (45, No siempre...). Si existe algo de chovinismo en el autor que ha dado vida a estos personajes, es difícil verlo en su obra. Tales expresiones parecen salidas de la boca de un cubano —de La Habana o de Miami, qué importa— pero nadie las identificaría con el culto, cosmopolita editor que vive allá en Los Angeles.

El narrador de No siempre ...da la impresión de ser nacido y criado en la Habana, de haber conocido en persona al Caballero de París y chapoteado en Santa María del Mar. Por ello, cualquiera diría que el autor es tan cubano como Gutiérrez. Pero no lo es. Y en eso radica la diferencia entre el protagonista/narrador de Trilogía...y el de No siempre... Gutiérrez escribe de una Habana en la que ha vivido y de la que se las sabe todas. David Landau escribe sobre un país que conoce. Y lo hace de tal forma que se mete en la cabeza —y en el cuerpo entero— de un criollo reyoyo para dar su magnífico libro a la luz.