Sala de ensayo
Ilustración: John HancockEl infinito
en la cosmogonía
de Edgar Allan Poe

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1. Introducción: pensamientos penúltimos de un poeta

En mayo de 1867, el doctor Snodgrass escribió una columna para el Beadle’s Monthly intentando esclarecer “The facts of Poe’s death and burial”. El primero de ellos —la muerte del poeta y escritor Edgar Allan Poe— había acaecido el 7 de octubre de 1849; el segundo, alrededor de las 16:30 del día siguiente; ambos habían involucrado al doctor en el papel de actor secundario. En realidad, Joseph Evans Snodgrass, amigo personal y admirador de Poe, se contaba entre las tres, acaso cuatro personas aparte del cochero y el empresario de pompas fúnebres, que habían ofrecido postrer inútil compañía al cadáver del escritor hasta el solar familiar situado en la Westminster Presbiterian Church de la calle Green, en la ciudad de Baltimore. Mucho antes que Snodgrass, durante los días que siguieron al funeral, otros allegados a Poe habían esparcido por escrito informaciones y comentarios variadamente mezquinos sobre su vida y su obra. Las dos versiones, por ejemplo, de un infamante obituario publicadas en sendos diarios de Nueva York en las que se reconocía, camuflada con seudónimo, la pluma del reverendo R. W. Griswold. Ambas iniciaban con la acerada línea siguiente:

“Edgar Allan Poe is dead. He dead in Baltimore the day before yesterday. This announcement will startle many, but few will be grieved by it...”1

Valiéndose de lucubraciones insidiosas, infectas de envidia, aquellos obituarios recortaban una figura distorsionada de la vida, de la obra y de las instancias finales del poeta.2 Algunos años después, un artículo en un libro de George Gilfillan llevaría estas distorsiones al extremo de lo ridículo.3 Por su parte, el doctor Snodgrass se alistaba en las filas, bien nutridas en la época, de los partidarios del progreso social, y las concepciones derivadas de estas simpatías sirvieron de guía para su pluma cuando escribía su artículo. En efecto, los diecisiete años pasados desde las escasamente concurridas exequias importaban ya un tiempo suficiente para que alguna evolución en la interpretación de los acontecimientos que rodearon a la vida última de su amigo se abriera paso, como animal nuevo y superior, en la selva de tergiversaciones y mentiras. Así armado moralmente, conocedor directo de los hechos y en honor de la veracidad y la temperanza, Snodgrass había reaccionado, y mediante la publicación de su artículo buscó iluminar algunas de las tendenciosas confusiones habidas en el caso. Ha sobrevivido, sin embargo, el testimonio de que fue por razones de “sobriedad”4 que el doctor hubo, con muy buena fe también él, de falsear los hechos y de añadir a las ya presentes otras confusiones de índole personal. A más de siglo y medio de distancia —ahora que el misterio sobre los hechos subsiste, sólo que a temperatura humana respetablemente más baja— nada muy diferente de esto propondremos nosotros mismos en los párrafos que siguen. Nuestra motivación es, sin embargo, distinta; distinto es nuestro objetivo y, desde luego, intentaremos minimizar el grosor de las distorsiones.

En principio, la columna de Snodgrass proponía la corrección de algunas erróneas aseveraciones hechas por Mrs. Elizabeth Oakes Smith en el número de febrero del Beadle’s Monthly. Entre ellas, aquella noticia que allí daba Mrs. Oakes Smith sobre las sucesos que condujeron al poeta hasta el desenlace final:

“It is asserted in the American Cyclopedia, that Edgar Allan Poe died in consequence of a drunken debauch in his native city. This is not true.

”At the instigation of a woman, who considered herself injured by him, he was cruelly beaten, blow upon blow, by a ruffian who knew of no better Diode of avenging suppossed injuries. It is well known that a brain fever followed: his friends hurried him away, and he reached his native city only to breathe his last”.5

Como vemos, la aclaración de Mrs. Oakes Smith aparecía como enmienda de una información aparecida en la prestigiosa American Cyclopedia. Ya en las postrimerías del siglo, el profesor de Inglés y lenguas romances en la Universidad de Virginia, James A. Harrison, explica encantadoramente el final del poeta:

“With the proceeds of this lecture in hand, Mr. Poe started to New York, but he never made the journey. Stopping in Baltimore en route he was invited to a birthday party. During the feast the fair hostess asked him to pledge with wine; and he could not refuse. That glass of wine was a spark to a powder magazine. He went on a debauch, and a few days later died in a hospital of mania a potu”.6

La conferencia a la que hace referencia el párrafo citado llevaba el título “The poetic principle” y había sido dictada en Richmond, ciudad en donde unos amigos habían persuadido a Poe de abstenerse de la bebida.

En la cubierta posterior de una de las ediciones de bolsillo en español de los Tales,7 leemos:

“El 3 de octubre de 1849, junto a una taberna de Baltimore, Edgar Allan Poe fue encontrado en pleno estado de delirio y reducido a la condición de abyecta ruina humana. Se supone que, hallándose borracho o drogado, fue capturado por una pandilla política que le utilizó para la entonces práctica común, en la ‘democracia’ americana, del voto repetido (aquel día se habían celebrado elecciones en Baltimore); con este objeto se le mantuvo en plena intoxicación y se agudizó ésta hasta más allá de su resistencia física”.

La contundencia de frases como “abyecta ruina humana” no tiene, es seguro, mayor significado que el de una estrategia de venta deplorablemente difundida entre las editoriales; en cualquier caso, observaciones como ésta no alcanzan para evitarnos la extrañeza que nos provoca la atribución de la muerte de un hombre a causas tan diversas.8

Se sabe que Poe había pasado sus últimos cuatro días internado en el por entonces conocido como Washington College Hospital. Allí había sido conducido en carruaje por su tío, Henry Herring, y por el mismo Snodgrass, el primero en concurrir a aquella taberna del 44 East Lombard Street para rescatar al amigo inconsciente, intoxicado —se convenció a sí mismo— por el alcohol. Nada de sobriedad, pues. Hasta aquí por lo menos, nada de eso. Snodgrass da noticia en su columna precisamente de seis y no cuatro días de internación y nos informa que Poe había transcurrido ese tiempo experimentando “only a few intervals of rationality” dentro de aquella apartada habitación de una de las torres del hospital reservada a los alcohólicos y otros pacientes molestos o excitables. El testimonio presenta coincidencias con el del doctor John J. Moran, médico que había propinado atención al enfermo desde que éste había ingresado al hospital. Moran refiere algunos de estos episodios de lucidez con términos que resultan fantasiosos e inverosímiles.9 Entre estas coincidencias debe situarse la siguiente: anoticiado Poe por el doctor Moran del supuestamente breve lapso que le restaba por vivir e interpelado acerca de si la compañía in extremis de algún amigo podía resultarle gratificante, Poe responde con estas palabras:

“My best friend would be the man who gave me a pistol that I might blow out my brains”.

A diferencia de Snodgrass, Moran no había considerado que Poe estuviera alcoholizado cuando su ingreso al hospital. Ni siquiera que hubiera rastros de alcohol en su sangre. Supuso, en cambio, que debía de haber sido golpeado por rufianes. La causa oficialmente registrada de la muerte de Poe fue esa honestamente vaga de “congestión cerebral”.10 Poe tenía entonces cuarenta años de edad: esto y su muerte misma quedan fuera de discusión.

Hasta aquí llevamos nuestra exposición de las indeterminaciones e inaceptables incoherencias que rodearon los últimos días de nuestro autor. Ir más lejos supondría una vana dilación, de manera que diremos, resumiendo, que del fin del poeta no se ha preservado rastro cierto, incuestionable. Ahora bien, invocando una epistemología ingenua, puede pensarse que si el simple acceso a los hechos ofrece estas dificultades; si, más aun, escasean o meramente faltan las esperanzas de rellenar razonablemente los vacíos que dejan los testimonios, en nuestras manos queda recurrir o no a la imaginación, a la económica y verosímil imaginación. En nuestro caso, nos cuesta poco imaginar que el pensamiento del poeta, durante alguno de aquellos intervalos de lucidez en el hospital, pudiera haber alumbrado —en lugar de muchas de las disparatadas ocurrencias que refiere Moran— una vez más el recuerdo de la última de sus obras, aquella cosmogonía cuya escritura lo había ocupado durante 1847 y cuyo título denota abiertamente al hallazgo, quizá la revelación: Eureka.

Un intento de aproximación a esta obra final del poeta presta sustancia al resto del presente trabajo. En la sección que sigue situamos los presupuestos básicos de la obra en la época del autor. Algunos de los elementos explicativos intervinientes en la construcción de Poe son traídos a la superficie durante este desarrollo. La tercera sección capitaliza nuestro principal interés focalizando en la cuestión del infinito en Eureka. Una suerte de recolección más o menos arbitraria de informaciones figura en la sección final con el propósito de completar la que sistemáticamente falta en las anteriores. En suma, esto es lo que encontrará en las próximas páginas el lector, atento, por supuesto, a que en ningún momento habremos pretendido sintetizar imágenes demasiado acabadas. Una obra de la complejidad de Eureka posiblemente no admita aproximaciones críticas que respeten su integridad. Como cuando frente a un paisaje lejano y precioso, el amplio ademán del brazo libera a la mano para que el índice, marcando una dirección entre tantas, señale azarosamente un punto; así el valor de las elecciones en este artículo. No diremos que no conocíamos mejor modo de señalar ni que unas oportunas palabras no podían definir con precisión mayor una forma o un color en la escena; diremos, más bien, que no hemos sabido discernir dónde el paisaje de la obra era más hermoso.

 

“Eureka”, de Edgar Allan Poe2. Eureka

Eureka, An essay on the material and spiritual universe, aparece como una considerable extensión de la conferencia que Poe ofreció el 3 de febrero de 1848 en la sala de la Society Library de la ciudad de New York.11 El proyecto de la obra, los fragmentos de su ejecución, ambos deben datarse en 1847, durante los meses posteriores a la muerte de su esposa, Virginia Clemm, sucedida a finales de enero de ese año. Se sabe de la profunda depresión que esta muerte trajo al poeta. Se sabe de su dipsomanía. El efecto del alcohol es pasajero. La borrachera consistente en alumbrar un gran proyecto, sea que éste cristalice o no en alguna realización, es de efecto más profundo y duradero. A la obra en sí, un poema cosmogónico, se la ha comparado con la Teogonía, de Hesíodo, y con el De la naturaleza de las cosas, de Lucrecio.

Las sociedades, en su desarrollo cultural, suelen sintetizar unas imágenes del mundo. Puede que resulte una mera petición de principios suponer que algún producto cultural, obra de los individuos de una generación, exceda en algún respecto el marco de los sedimentados prejuicios que las generaciones pasadas han sabido generar y articular, entretejiéndolos en densa malla. De este manera, la obra de Hesíodo es ante todo una genealogía de los dioses, mientras que en la de Lucrecio, escrita en Roma en el siglo I A.C. —época en que el mito y la explicación mítica se mostraban extenuados si no muertos— se recurre a los átomos y al vacío tamizados por la interpretación de Epicuro, encontrándoselos sustancia explicativa suficiente para dar cuenta desde la general urdimbre del universo hasta las particularidades del alma humana (sin omitir, por ello, términos intermedios como la formación de las nubes, la velocidad del rayo o la imposibilidad del Centauro). Dicho esto; recordando además que Eureka fue escrita cuando promediaba el siglo de la fe en la ciencia positiva, ¿puede extrañarnos el que la cosmogonía de nuestro escritor se haya gestado bajo el influjo poderoso de aquella fe?

Bien documentado ha sido el interés de Poe por la ciencia de su tiempo. “Desde niño había amado las estrellas, desde los días del telescopio en casa de John Allan. En las páginas de innumerables revistas había leído los artículos astronómicos y seguido las noticias del progreso de la ciencia a medida que avanzaba década tras década”, afirma Hervey Allen.12 Más allá de esto, el lector de Eureka no duda de que Poe se había acercado a las obras de Kepler y Pascal, Newton, Boscovich y Laplace, Nichol y Humboldt, para mencionar solo unas pocas. Y la información de Allen se confirma además cuando vemos a Poe registrar, en el último tramo de su obra, las primeras mediciones de paralajes estelares (facilitadas por el notable perfeccionamiento de los telescopios que tuvo lugar en la época). En 1838, el alemán Friedrich W. Bessel daba a conocer sus cálculos de la paralaje de la estrella 61 del Cisne, adelantándosele en la publicación de los mismos al astrónomo británico Thomas Henderson, quien por la época había medido el paralaje de Alfa del Centauro desde su observatorio en Ciudad del Cabo. La medición de las distancias estelares expandió enormemente la magnitud del universo astral en la imaginación de los hombres. De esta amplificación en la escala del universo visible deja maravillosa constancia la obra de Poe (escrita pasados escasos nueve años desde la publicación de Bessel). En otro pasaje de su obra Poe refiere las observaciones hechas por William Parson (Lord Rosse) con ayuda de su “mágico tubo” —un telescopio reflector cuyo espejo, de casi dos metros de diámetro, le había permitido detectar, en 1845, la forma espiral de ciertas nebulosas. Innegable como parece la familiaridad de Poe con la ciencia de su época,13 dirijamos un momento la atención a los presupuestos teóricos de su cosmogonía; particularmente a la teoría que le sirve como principio explicativo fundamental: la gravitación de Newton.

Desde la publicación de los Principia en 1687, la ley de la inversa de los cuadrados de las distancias venía demostrando su potencia explicativa en materia astronómica. Los tiempos de Poe fueron particularmente ricos en nuevas confirmaciones de su validez, confirmaciones que ciertamente alcanzaron el paroxismo con las predicciones de Adams y Le Verrier (~1843): una desviación leve de la órbita prescrita por la ley para Urano se interpreta como signo de la existencia de otro cuerpo, un nuevo planeta, responsable de la perturbación. Así es como fue descubierto el planeta Neptuno.14 Por otra parte, la termodinámica y el electromagnetismo —esos otros paradigmas del cuerpo teórico que hacia finales del siglo iba a erigirse en sostén de una física acabada— se encontraban, en los días de Poe, en etapa de gestación. En efecto, si las experiencias con imanes y corrientes eléctricas de Oersted, Ampere y Faraday habían empezado alrededor de 1820, el aparato conceptual de la correspondiente teoría no maduraría sino hasta 1864, cuando James Clerk Maxwell publica el sistema completo de las ecuaciones que gobiernan el campo electromagnético.15 El libro en que Sadi-Carnot trata de la eficiencia de las máquinas de vapor había aparecido en 1824, pero el enunciado de Clausius de la segunda ley de la termodinámica es de 1850. El mismo J. C. Maxwell presenta ante la British Association su primer trabajo sobre teoría cinética de los gases recién en 1959. Finalmente, recordemos que fue el cálculo de la precesión del perihelio de Mercurio publicado por Le Verrier en 1850 el que había conseguido, arrojando un resultado mayor que el que podía atribuirse a la perturbación newtoniana de los otros planetas, alimentar las primeras desconfianzas serias respecto de la validez de la ley de gravitación.

La sola afición a la ciencia, aun cuando sostenida y profunda como la de nuestro autor, puede difícilmente abarcar aquellas adquisiciones más nuevas, menos asentadas. Cierto es que en muchos pasajes de Eureka se mencionan las fuerzas eléctricas y no puede ocultarse que cierto sentido necesariamente escatológico permea la obra entera. Junto a la gravedad, la electricidad completa el conjunto básico y exclusivo de explanans del universo de Poe, puesto que todo fenómeno puede referirse o bien separadamente a alguno de ellos, o bien a su acción combinada. Sin embargo, para Poe la atracción gravitatoria tiene un estatus que es también material y legal, mientras que la “electricidad”, fuerza repulsora siempre, se identifica mejor con un principio espiritual, identificación esta que es propiciada quizá por la indefinición subyacente a su percepción de la entidad física del fenómeno.16 Así pues, la “electricidad” de Poe resulta expresión de un principio metafísico, el principio de heterogeneidad, y sólo cuando “las cosas difieren” entre sí puede manifestarse y es “presumible que (esas cosas) no difieran nunca allí donde la electricidad no es aparente o por lo menos no está desarrollada”.17 El par gravedad-electricidad expresa en el lenguaje de la ciencia de la época aquella otra dualidad de fuerzas, amor-discordia, que actúan como elementos explicativos del cambio en el sistema cosmológico de Empédocles de Agrigento.18

De todas maneras, allí donde la tierra le parecía firme, Poe decide plantar su contrucción. “Con justificado temor de ser considerado loco desde el principio”, Poe se declara conocedor del “sumamente simple y perfectamente explicable” modus operandi de la gravitación. Considerando que el universo, en su estado presente, está colapsándose y es resultado de la interrupción de un proceso difusivo con origen en un centro material;19 equiparando tal proceso con el de irradiación desde un foco luminoso -y es fácil demostrar que la irradiación obedece a la ley de la inversa de los cuadrados; asumiendo, por último, que “la concentración, en el retorno, se produce exactamente como sabemos se produce la fuerza de la gravitación,20 Poe revela la naturaleza de la gravedad siguiendo una vía que Newton, Laplace e incluso Leibniz se habían negado a transitar: su inmersión en un contexto explicativo más amplio. Antes de la relatividad einsteiniana, tal contexto debía ser de neto sesgo metafísico. Digamos también que, si Laplace había a conciencia prescindido de Dios —“esa hipótesis”— en su explicación cosmogónica, Poe va a introducirla desde el principio: la irradiación desde la primigenia unidad material creada por obra de la voluntad de Dios y extraída de su espíritu o de la nada: he aquí el gran comienzo; y en aquella primigenia unidad “se halla la causa secundaria de todas las cosas, junto con el germen de su aniquilación inevitable”.21

Como hemos dicho, el universo de Poe es uno en estado de retorno, de colapso permanente dirigido hacia un ubicuo centro primordial,22 y es en este sentido en que puede hablarse de una direccionalidad de índole no termodinámica en su construcción. El universo de Clausius, expresado en términos de calderas y pistones, de energía y calor, avanza inexorablemente hacia un estado de máximo desorden; el de Poe concluye con la reunión última de los átomos en el primigenio nido, en esa fusión en la unidad elemental que les diera origen a través de un proceso de diversificación. No existe desorden posible en lo que es intrínsecamente simple, tal como, según Poe, lo es la primera unidad material hacia la que tiende el universo en su progresiva contracción. La muerte térmica es corolario del modelo de Clausius. En Poe, la coalescencia final del universo, si bien una fusión en el “corazón de Dios”, no puede significar otra cosa que la aniquilación, la desaparición en esa incomprensible nada que es la unidad divina:

“Al sumirse en la unidad (el universo) se sumirá a un tiempo en esa nada que para toda percepción finita debe ser unidad, en esa nada material, la única desde la cual podemos concebir que ha sido evocada, creada por la volición de Dios”.23

No obstante, un nuevo proceso de diferenciación puede continuar a la fusión final. Tendremos ocasión de regresar sobre este punto más adelante, cuando mencionemos el sistema físico de los estoicos.

Los párrafos anteriores dejen quizás en el lector la impresión de que Eureka es una exposición más o menos bizarra de unos prejuicios metafísicos que circulan gracias al lubricante vehículo provisto por el lenguaje científico de la época. Nada de eso. La arquitectura de la obra de Poe, de frondoso eclecticismo, reúne ciertamente en sus líneas un amasijo de ideas científicas, preconceptos, ilusiones, metafísicas, epistemologías e ingenuidades, pero la reunión de esos elementos disímiles hace melodía digna de ser escuchada: Eureka es una obra de arte. Así la convicción del propio autor, quien dirige su obra, en el primer párrafo del prefacio,

“...a los que sienten más que a los que piensan, a los soñadores y a los que depositan su fe en los sueños como únicas realidades, ofrezco este Libro de Verdades, no como Anunciador de Verdad, sino por la Belleza que en su verdad abunda, haciéndola verdadera. A ellos presento esta composición sólo como un Producto de Arte, como una Novela o, si no es una pretensión demasiado elevada, como un Poema”.

El análisis verso a verso de un poema lo deshace; si había música en el conjunto, lo descompone en estridente espectro; si unos contrastes marcaban ritmo o armonía, también éstos vuelan desperdigados. ¿Y qué clase de síntesis podrá luego volver a reunir los trozos así dispersos? En la línea final del prefacio de Eureka, Poe insiste en su deseo de que la obra sea comprendida como un poema (“...it is as a Poem only that I wish this work to be judged after I am dead”): un extenso poema acerca de la génesis del universo y de la vida. Ello no ha impedido que los contenidos científicos de Eureka hayan sido objeto de diversos estudios y valoraciones. Científicos de la talla de A. Einstein y A. Eddington conocieron la obra y, quién sabe, pudieron extraer alguna línea iluminadora de su lectura.24 Un análisis reciente del modelo cosmológico de universo que resume el poema de Poe se encuentra en [A. Cappi, Edgar Allan Poe’s physical cosmology, Quarterly Journal of the Royal Astronomical Society 35, (1994), 177-203].25

Abandonamos ahora estas cuestiones generales para ocuparnos de nuestro asunto central: la concepción del infinito que deja traslucir Eureka.

 

3. “That merest of words...”

Señalábamos, en la sección anterior, el eclecticismo de la arquitectura de Eureka. Asimismo, destacábamos la existencia en la obra de un hilo conductor, delgado como una melodía. Digamos ahora que este hilo se desenvuelve anudando y conectando entre sí los diversísimos elementos conceptuales que la nutren, permitiendo el desarrollo de una característica fundamental: su inteligibilidad. “Now, distinctness —intelligibility, at all points, is a primary feature of my general design...”, escribe Poe. Inteligibilidad de la construcción conceptual en primer lugar, puesto que para Poe no existen temas abstrusos per se: si se gradúan convenientemente los niveles en la exposición, si, por así decirlo, la altura de los peldaños se adecua a la potencia de las piernas, entonces todos ellos exhibirán parecida facilidad de comprensión, y sólo debido a la falta de alguno “aquí y allá, por descuido, en nuestro camino hacia el cálculo diferencial, este último no es tan sencillo como un soneto de Mr. Solomon Seesaw”.26 Inteligibilidad del universo mismo en el segundo, pues para Poe resulta posible una descomposición de esta compleja entidad en términos muy simples, elementales, que pueden luego reorganizarse para describirla y también —enormísima fe compartida con Leibniz— explicarla. La correspondencia establecida, de corte idealista, tiene sus flagrantes consecuencias: si no hay vacío posible entre los conceptos, o bien, si la graduación del salto entre las ideas puede ajustarse a voluntad, entonces tampoco puede haberlos en el universo. Una especie de continuidad prevalece... por lo menos en primera aproximación, pues si el universo descrito en Eureka no admite vacíos insalvables, aceptamos ahora con ironía el hecho de que pueda sobrevenirnos cierto cansancio mental con aquella “iteración de detalle” (iteration in detail) que Poe nos propone; esto es, con el duro trabajo de “adecuar los peldaños”, de rellenar de sentido los vacíos, que viene a limitar, en la práctica, nuestro entendimiento. Entre aquellos términos elementales, apropiados para establecer un punto de partida, Poe sitúa la idea del infinito.27

La palabra “infinito” es recurrente en el poema, pero sólo dos o tres fragmentos en toda la obra los dedica Poe al asunto en particular. De entre ellos, el primero es, con mucho, el más extendido y sugestivo. Citemos in extenso su primer párrafo.

“Comencemos en seguida con la más simple de las palabras (‘that merest of words’): ‘Infinito’. Ésta, como ‘Dios’, ‘espíritu’ y algunas expresiones que tienen equivalentes en todas las lenguas, en modo alguno es expresión de una idea, sino un esfuerzo hacia ella. Representa un intento posible hacia una concepción imposible. El hombre necesitaba un término para indicar la dirección de ese esfuerzo, la nube tras la cual se halla, por siempre invisible, el objeto de esa tentativa. En fin, se requería una palabra por medio de la cual un hombre pudiera ponerse en relación, de inmediato, con otro hombre y con cierta tendencia del intelecto humano. De esta exigencia surgió la palabra ‘infinito’, la cual no representa, pues, sino el pensamiento de un pensamiento”.

Buscando aclarar la naturaleza de la palabra “infinito”, Poe establece una comparación con otras que comparten su estatus: “Dios”, “espíritu”. Los términos de tal comparación no son casuales: la asimilación entre la idea de Dios y aquella otra de “Ser infinito” tiene una larga historia que visiblemente hunde raíces en las concepciones de algunos de los presocráticos y se ramifica, después, en la tradición dialéctica del cristianismo.28 En su Proslogion, San Anselmo (1033-1109), piensa a Dios como “algo tal que no puede concebirse nada mayor”. Gaunilón, monje de Marmoutier muerto en 1083, se pregunta en su Defensa del insensato cómo podría uno pensar a Dios. De hecho, a Dios no se lo conoce en sí mismo y no puede conjeturarse nada a partir de algo semejante a Él, pues nada se le asemeja; ninguna noción genérica es de utilidad en este caso: cuando se escucha nombrar a “un ser mayor que todo lo que puede pensarse”, en último término no se piensa más que en una palabra, la cual no tiene en absoluto posibilidades de hacer concebir la verdad de la cosa.29 Promediando el siglo XIX, Poe ve en la idea de infinito una tendencia del intelecto humano, una cuyo objeto permanece por siempre inalcanzable. Es, no obstante, claro, que la sola consideración de un “objeto” hacia cuya concepción apunta el intelecto establece un contexto aproximativo, lógicamente inapropiado, insuficiente para contener la idea que busca expresarse. De hecho, veremos que Poe ni acepta la existencia de tal objeto ni tampoco cree necesitarla para edificar su universo.

Luego de presentar su idea general del infinito, Poe continúa ocupándose de la noción de infinito espacial: es este puente tendido entre el infinito conceptual y el universo material lo que concretamente interesa en una cosmogonía de presupuestos racionalistas. A propósito critica entonces la concepción de un espacio infinito (sostenida por “even profound thinkers”, nos dice) basada en el argumento de que mayor dificultad presenta aquella otra concepción de uno limitado, finito.30 Al respecto, afirma que

“El subterfugio se esconde en la palabra ‘dificultad’... Una tarea puede ser más o menos difícil; pero o es posible o es imposible; ahí no existen grados. Un hombre puede dar un salto de diez pies con menos dificultad que uno de veinte; pero la imposibilidad de su salto a la luna no es un ápice menor que la de saltar a Sirio”.

Y prosigue así:

“Puesto que todo esto es innegable; puesto que el espíritu debe elegir entre imposibilidades de concepción; puesto que una imposibilidad no puede ser mayor que otra, y puesto que, en consecuencia, no puede preferirse la una a la otra, los filósofos que sostienen en los terrenos mencionados no solo la idea humana de infinito, sino a causa de tal supuesta idea, la del infinito mismo, se empeñan francamente en demostrar que una cosa imposible es posible mostrando cómo esa otra cosa es también imposible. Esto, se dirá, es un desatino, y quizá lo sea; a decir verdad yo pienso que es un desatino notorio, pero renuncio a reclamarlo como propio”.31

Emergiendo rápidamente de un laberinto de ideas huecas, vemos luego a Poe calificar de argucias (“quibbles”) a esta clase de argumentaciones que “prueban en un caso la misma nada que demuestran en el otro”, para regresar, inmediatamente después, a la línea principal de su exposición:

“Evidentemente, nadie supondrá que lucho aquí por sostener la absoluta imposibilidad de eso que intentamos expresar con la palabra ‘infinito’. Mi propósito no es sino mostrar la locura de intentar una prueba de lo infinito mismo, o aun de nuestra concepción de lo infinito, con cualquiera de los desatinados razonamientos que se emplean habitualmente”.

También Galileo había sido crítico respecto del

“modo que tenemos nosotros de discurrir con nuestro entendimiento finito acerca de los infinitos... asignándoles aquellos atributos que damos a las cosas finitas y limitadas; lo que reputo inconveniente, porque juzgo que estos atributos de prevalencia (maggioranza), subvalencia (minorità) e igualdad (equalità) no convienen a los infinitos, de los cuales no se puede decir que uno es mayor o menor o igual que otro”.32

Pero si Galileo advertía sobre el peligro de aplicar al infinito unos razonamientos mejor adaptados a la finitud,33 la crítica de Poe nos parece de muy otra índole, pues asevera terminantemente que

“...en cuanto individuo me está permitido decir que no puedo concebir lo infinito, y estoy convencido de que ningún ser humano puede hacerlo. Un espíritu que no tenga una cabal autoconciencia, que no esté acostumbrado al análisis introspectivo de sus propias operaciones, se engañará a sí mismo con frecuencia, es cierto, suponiendo que ha elaborado la concepción de la cual hablamos. En el esfuerzo por crearla procedemos paso a paso, imaginamos punto tras punto; y en la medida que continuamos el esfuerzo puede decirse, en realidad, que tendemos a la formación de la idea propuesta, en tanto la fuerza de la impresión que en realidad concebimos está en razón del período durante el cual sostuvimos el esfuerzo mental. Pero en el acto de interrumpir el intento, de completar (así lo pensamos) la idea, de poner el toque final (así lo suponemos) a la concepción, derribamos de un golpe toda la trama de nuestra fantasía, descansando en algún punto último y en consecuencia definido. Sin embargo, dejamos de advertir este hecho a causa de la absoluta coincidencia, en el tiempo, entre la colocación del último punto y la cesación de nuestro pensamiento. Por otra parte, en el intento de formar la idea de un espacio limitado invertimos simplemente el proceso que implica la imposibilidad”.

Quizá trasuntando a Aquiles persiguiendo a la tortuga, Poe evidencia en este bello pasaje de su poema una especie de cansancio eleático: el final del esfuerzo de ideación supone siempre un estadio último y la “fuerza de la impresión” (“strength of the impression”) que permanece en nuestra mente es proporcional a dicho esfuerzo, ni más ni menos. Este último estadio es el que marca un límite concreto y borra todo rastro de indefinición. Al precio de confundir el significado de “infinito” con el de “indefinido” Poe completa el argumento, pero nos sorprende la sugestiva relación que establece entre la “cesación del pensamiento” que ocurre una vez alcanzado aquel punto y la consecuente falta de conciencia de que la concepción había quedado inacabada: ¿no cabría concluir entonces que la idea de infinito actual pudiera provenir justamente de la interrupción del proceso mental de construcción del infinito potencial? Para Poe, la realidad del infinito actual o, mejor dicho, su irrealidad, aparece como supresión, como cesación de un proceso inductivo que realiza la mente. Si pensamos que la idea del infinito, ligada, como hemos visto, por Poe mismo, a la de Dios, es una de naturaleza esencialmente positiva, nos vuelve entonces a sorprender este cambio de signo a lo negativo contenido en la idea de infinito actual como emergente de la cesación de un proceso interno, sicológico. Finalizado este proceso, cualquiera que haya sido el resultado queda inmediatamente aniquilado cuando, intentando recuperar al objeto mismo a través del esfuerzo, tal vez analítico, de la memoria, debe la mente regresar sobre sus pasos: el objeto se convierte así en una entidad por siempre fantasmagórica cuya existencia resulta dudosa porque intermitente, discontinua.

Acabamos de referirnos a la aristotélica distinción entre infinito actual e infinito potencial. Tampoco el filósofo griego había pensado que el infinito en acto fuese más que una posibilidad ideal, punto sobre el cual había argumentado copiosamente en el tercer libro de su Física. Para Aristóteles,

“The infinite, then, exists in no other way, but in this way it does exist, potentially and by reduction. It exists fully in the sense in which we say ‘it is day’ or ‘it is the (Olympic) games’; and potentially as matter exists, not independently as what finite does”.34

El peso de los párrafos anteriores cargaba más al plano que diríamos conceptual, dialéctico o metafísico de la concepción que del infinito elabora nuestro autor. Insistamos, no obstante, en que Poe desea apoyar su construcción sobre esta clase de elementos y, por lo tanto, debe referirse no ya al “infinito” sino más bien al “espacio infinito”. En la cosmogonía de Poe, el mundo material limitado, finito, está sumergido en un espacio geométrico infinito.35 Veamos la manera en que Giordano Bruno, en su diálogo Del infinito universo e mondi editado en 1584, explica esta distinción entre mundo finito y universo infinito:

“ELPINO.- Muy bien. Pero pasad, por favor, a otra cosa. Explicadme cómo diferenciáis el mundo del universo.

”FILOTEO.- La diferencia está muy divulgada fuera de la escuela peripatética. Los estoicos diferencian el mundo y el universo, porque el mundo es todo aquello que está lleno y consta de cuerpo sólido; el universo es no solamente el mundo, sino, además, el vacío, la carencia y el espacio exterior a aquél. Por eso dicen que el mundo es finito pero el universo infinito...”.36

Digamos de paso que se detectan en el sistema cosmológico de Poe otras características que pueden encontrarse en la física de los filósofos estoicos. Así la posible ciclicidad del proceso de creación y disolución del mundo.37 Así también esa visión vitalista explicitada en la línea final del poema,38 presente en la concepción cósmica de los estoico.39

Ahora bien, Poe tiene plena conciencia del vacío existente entre el infinito conceptual y el infinito físico, espacial. Y va a rellenarlo con un mero acto de fe: “Creemos en un Dios”, nos dice; con lo que

“Podemos creer o no en el espacio finito o infinito; pero nuestra creencia, en tales casos, merece en realidad el nombre de fe, y es una cosa completamente distinta de esa creencia particular, de esa creencia intelectual que presupone la concepción mental”.

Y prosigue con uno de los más notables párrafos de la obra:

“El hecho es que, tras la enunciación de cualquiera de esta clase de términos entre los cuales se encuentra la palabra ‘infinito’, clase que representa pensamientos de pensamientos, aquel que tiene derecho de decir que piensa se siente llamado, no a elaborar una concepción, sino simplemente a dirigir su visión mental hacia un punto dado del firmamento intelectual donde se encuentra una nebulosa que nunca se disipará. En realidad, no hace ningún esfuerzo por disiparla, pues con rápido instinto comprende, no sólo la imposibilidad, sino la inesencialidad con respecto a todo propósito humano, de su eliminación”.

En un poema de extensión semejante a la de Eureka debe la tensión, por necesidad, alcanzar múltiples cimas. El pasaje anterior representa, sin lugar a dudas, una de ellas. El lenguaje figurado que refiere a las nebulosas se comprende cuando se recuerda que potentes telescopios habían empezado, en los días de Poe, a resolver las nebulosas en cúmulos estelares. Ciertas nebulosas del “firmamento intelectual” nunca podrán resolverse, materializarse, y a la par de la imposibilidad, subsiste el sentimiento de la inesencialidad, “con respecto a todo propósito humano”, de su resolución. Después de esta observación, las tensiones que sostienen la cuestión en alto disminuyen en intensidad, y se abre paso a una solución de compromiso como la que propone Poe al decidirse en favor de una concepción potencial y subjetiva, sicológica diríamos, del infinito espacial:

“Se comprenderá ahora que, al usar la expresión ‘infinito espacial’, no pido al lector que elabore la imposible concepción de un infinito absoluto. Aludo simplemente a la mayor extensión concebida de espacio, dominio tenebroso y fluctuante que se encoge y se agranda según las vacilantes energías de la imaginación”.

Tal como no interesaba a Euclides la concreta representación mental que cada uno hiciera de la extensión de una recta, tampoco interesa a Poe sujetar la concepción del infinito espacial a las “vacilantes energías de la imaginación”: es suficiente que, imaginando, podamos extender tal representación tanto como lo necesitemos. Así pues, el infinito en potencia resulta funcional, y si una vez más se impone la aristotélica irrealidad del infinito actual, ello de ninguna forma consigue impedir al autor el ulterior desarrollo de sus concepciones. Y es seguramente desviado preguntarnos ahora por cuál sea la concepción del infinito que obra en la mente de un idiota, o en la de un individuo genial; o si todo el edificio del poema temblará al compás vacilante de aquellas energías de la imaginación. Desde las investigaciones de J. Piaget tenemos noticia rigurosa de los procesos que operan evolutivamente en la constitución del pensamiento. Nociones como la del infinito actual son propias del pensamiento en su estadio final de abstracción y los procesos normativos del pensamiento encuentran correspondencia en una necesidad biológica de conservación y equilibrio autorregulado.40 Cuando Poe —recorriendo ya el cuarto final de su obra—, al igual que Giordano Bruno se enfrenta a la posibilidad de la existencia de una infinidad de universos, a más de regresar a sus iniciales presupuestos, nos habla del infinito como una inclinación característica (¿una tendencia equilibradora en el sentido biológico de Piaget?), tal vez una “monomanía”, del hombre:

“El cerebro humano tiene una evidente inclinación hacia el infinito y acaricia el fantasma de esa idea. Parece anhelar con apasionado fervor esta imposible concepción con la esperanza de creer intelectualmente en ella una vez concebida. Lo que es general en toda la raza humana no puede ser considerado anormal, justificadamente, por ningún individuo; sin embargo, puede haber una clase de inteligencia superior en la cual la propensión humana (‘human bias’) aludida adquiera todo el carácter de una monomanía”.41

 

4. Metáfora final

No busque el lector resúmenes, ensayos de síntesis ni finales augustos o al gusto: no los encontrará en esta sección. La colección de notas que contienen los párrafos subsecuentes añadirá, esperamos, alguna coherente armonía gravitatoria al trabajo. Haré primero rápida referencia a la valoración que Poe hizo de su propia obra.

Al año siguiente de la muerte de Virginia, Poe dirigió una carta a su suegra María Clemm conteniendo estas líneas: “No tengo deseos de vivir desde que escribí Eureka. No podría escribir nada más”. Exceptuando algunos poemas y cartas, efectivamente Poe no volvió a escribir obra alguna. El editor George Putnam recordaba así las circunstancias en que Poe le hubo propuesto la publicación de Eureka:

“Sentándose frente a mi escritorio, y luego de mirarme durante un minuto con sus brillantes ojos, dijo por fin: ‘Soy Mr. Poe’. Como es natural, me sentí todo oídos y sinceramente interesado por el autor de El cuervo y El escarabajo de oro. ‘No sé realmente cómo empezar’, dijo el poeta tras una pausa. ‘Se trata de una cuestión importantísima’. Luego de otra pausa y temblando de excitación, empezó a decirme que la publicación que venía a proponer era de un interés fundamental. El descubrimiento de la gravitación por Newton resultaba una mera fruslería comparado con los descubrimientos revelados en su libro. Provocaría inmediatamente un interés tan universal e intenso, que el editor haría bien en abandonar todos sus restantes intereses y hacer de la obra el negocio de su vida. Bastaría para empezar una edición de cincuenta mil ejemplares, pero sería apenas suficiente. Ningún acontecimiento científico de la historia mundial se acercaba en importancia a las consecuencias que tendría la obra. Y todo esto y mucho más lo decía no irónicamente o bromeando, sino con intensa seriedad, pues clavaba en mí sus ojos como el Viejo Marinero... Por fin nos aventuramos a editar el libro, pero en vez de cincuenta mil tiramos quinientos ejemplares...”.42

El nervioso entusiasmo del autor que, según el testimonio de Putnam, siguió a la finalización de su trabajo; las palabras en la carta a Mrs. Clemm; aquellas otras de tono místico incluidas en el prefacio de la obra:

“What I here propound is true —therefore it can not die— or if by any means it be now trodden down so that it die, it will “rise again to the Life Everlasting’ ”;

todo esto —digámoslo de paso— abona nuestra conjetura acerca de los pensamientos alumbrados por el poeta tendido en el camastro del Washington College Hospital. No obstante, sólo una idea puede convencernos de que la gratuidad de la conjetura no era tal: sirvió para tensar la cuerda del discurso y dispararnos junto con él hasta estas líneas.

Una constatación final: las “causas” que, en opinión de diversos personajes y en relación a la muerte de Edgar Allan Poe hemos expuesto en la introducción, no se excluyen mutuamente. En efecto, he aquí cómo pueden hacerse confluir en un relato único: pocos días, no más de dos, después de su desembarco en Baltimore el 28 de septiembre de 1849, Edgar Allan Poe asiste a aquella fiesta de cumpleaños; durante la fiesta entabla extraña relación con una dama y quiebra su promesa de no volver a beber. La dama resulta de algún modo ofendida. Sin demandar por la clase de injuria inferida, sencillamente suponemos que ha sido lo bastante grave como para que la mujer contrate a un matón, recomendando a éste dureza para con el ofensor. Es el 3 de octubre, día de elecciones en Baltimore, y el rufián —dispuesto habitualmente al servicio de unos señores demócratas— ha encontrado ya a Poe medio alcoholizado en esa taberna del Gunner’s Hall y se siente satisfecho luego de aplicarle juiciosa y certeramente unos golpes. Y la satisfacción es doble. Por una parte, el trabajo de golpear a un borracho no es difícil y le permite hacer gala de oficio: los golpes no dejan seña visible; por la otra, ha conseguido sumar a la causa de sus patrones el voto inconsciente de un ciudadano. Lo vemos luego a Snodgrass ir en auxilio de su amigo para conducirlo en carruaje al hospital. Lo vemos al doctor Moran recibir al paciente en el hospital, sin poder, luego de los normales exámenes, discernir apropiadamente una causa entre las causas.

Mentirosamente coherente, el relato anterior nos confronta una vez más con la misma problemática realidad: la aparición del universo y la muerte de Poe, ambos son eventos prácticamente irrepetibles. No dejamos de percibir que a la irrepetibilidad de la muerte de Poe le corresponde una escala temporal notablemente más pequeña; pero haciendo caso omiso de esta diferencia, podremos cómodamente representar los problemas epistemológicos que enfrenta la cosmología mediante aquellos otros que hemos encontrado cuando intentábamos reconstruir los días finales de nuestro autor. Refuerza esta afirmación la lectura del párrafo siguiente:

“For over 150 years, legions of scholars, literary people, journalists and general Poe devotees have tried to capture Poe’s complex personality and enshrine it forever in paper and ink. They have exhaustively chased every conceivable source to fill in the details of his life. Every person who met Poe (or was willing to claim so), and was still alive after 1875, was coerced to recall any scrap of fact or insight, no matter how trivial or vague. After these people had passed on, their children and even grandchildren were asked to repeat anything they had heard about Poe. From this mass of disjointed and often contradictory information, Poe’s biography has been crafted, each generation relying heavily on the work of prior biographers, themselves often happy to steal from their competitors without so much as a footnote. Every letter he wrote, every note he jotted on a piece of paper, every photograph, every newspaper or magazine article, every building, stick of wood or piece of bric-a-brac with a Poe association was duly collected, catalogued and interpreted — but Poe himself has fooled us all and remains to this day an elusive quarry”.43

Vayamos ahora algo más lejos e interpretemos el pasaje anterior en sentido metafórico. O si no, como si de un juego se tratara, modifiquemos algunas de sus palabras: leamos “universe” donde dice “Poe”, “characteristic” donde dice “personality”, “evolution” en lugar de “life”...; una vez completado el juego nos quedaremos con un enunciado acerca del tamaño de nuestras incertidumbres alrededor del cosmos. Con el peso metafísico de sus presupuestos, descansando como lo hace en cierto poético solipsismo, la representación del universo que Poe pergeñó en la última de sus obras no ha resistido, ni siquiera en su época, la crítica científicamente orientada pero, como hemos subrayado repetidamente en un contexto quizá menos general, la comprensión de las complejidades relacionadas con el más nimio de los hechos puede resultar una tarea que excede nuestras posibilidades cognoscitivas. Una acendrada tradición nos deja todavía los recursos de la ambigüedad y de la transposición, de la metáfora. En esta tradición abrevó necesariamente Edgar Allan Poe cuando escribía Eureka.

Agradecimientos: La referencia al trabajo de Drake y Kowal citado en la nota 14 me ha sido facilitada por Giulio Peruzzi. Jorge Flamini me acercó el texto de la conferencia de D. Hilbert citado en la nota 30. De no existir el honesto sitio web de la E. A. Poe Society of Baltimore, hubiera debido abordar de manera bien distinta la escritura de este trabajo. Para todos ellos, personas e instituciones, mi sincero agradecimiento.

 

Notas

  1. El texto digitalizado y completo de los obituarios de Griswold, firmados con el seudónimo “Ludwig”, puede leerse en el muy recomendable sitio web de la E. A. Poe Society of Baltimore (sin obligación de adquirir una “T-shirt” que reproduzca el rostro de Poe).
  2. El historiador y filólogo italiano Carlo Izzo refiere el origen de la enemistad entre Poe y Rufus Witold Griswold en los siguientes términos:
    ”Edgar Poe no era buen amigo de sí mismo: un artículo envenenado contra el reverendo Rufus Griswold, autor de una antología poética en la que Poe creyó que no estaba dignamente representado, tuvo por resultado una enemistad que se prolongó más allá de la muerte de este último”.
    Poe y su “literary executioner” Griswold tuvieron, desde luego, la oportunidad de cultivar su enemistad durante largos años. La entera lectura del artículo de Izzo sobre Poe en págs. 185-196 de [C. Izzo, La literatura norteamericana, Trad. de A. Dabini, Losada, Buenos Aires, 1971] nos deja cierta impresión de incomprensiva parcialidad en su presentación de la vida y obra del poeta. El artículo [G. Washington Eveleth, Poe and his biographer, Griswold, Old Guard, New York, June 1866, 353-358] (versión electrónica disponible en el sitio web indicado en la nota 1), escrito más de un siglo antes, parece más equilibrado en su exposición de la ríspida relación que vinculó a los dos hombres.
  3. Cfr. el comienzo del artículo [M. E. Wilmer, Another view of Edgar A. Poe, Beadle’s Monthly, April 1867, 385-386] (disponible en el sitio web indicado en la nota 1). En su libro, titulado A Third Gallery of Portraits, Gilfillan alumbraba frases como “Poe had Satan substituted for soul” y otras de tono similar.
  4. Véanse el comentario al final del artículo del doctor Snodgrass y el artículo titulado Poe’s Death en la página web de la E. A. Poe Society of Baltimore.
  5. El artículo completo [E. Oakes Smith, Autobiographical Notes: Edgar Allan Poe, Beadle’s Monthly, February 1867, pp. 147-156] se puede leer en la mencionada página web.
  6. De [J. A. Harrison, New glimpses of Poe (III), The Independent, September 20, 1900, vol. LII, No. 2701, 2259-2261], con versión electrónica en el sitio web indicado.
  7. Nos referimos a [E. Allan Poe, Historias extraordinarias, Bruguera, 6ª ed., Barcelona, 1974].
  8. En el sitio web señalado pueden rastrearse cómodamente las percepciones de muchos otros sobre las particulares circunstancias de la vida y la muerte del poeta. Contribuyen con testimonios de primera agua el editor Nathaniel Parker Willis [N. P. Willis, Death of Edgar A. Poe, Works of the Late Edgar Allan Poe, Vol. I, 1850, xiv-xx] y la señorita Susan A. T. Weiss [S. A. T. Weiss, Last days of Edgar A. Poe, Scribner’s Magazine, March 1878, 707-716]. Los artículos de síntesis que aparecen en el mismo sitio bajo los títulos Poe’s Death, Poe’s Problematic Biography y Poe, Drugs and Alcohol ayudan a ganar una visión de conjunto.
  9. El relato que hizo Moran de los acontecimientos vinculados con la muerte de Poe fue creciendo en volumen y enriqueciéndose en contenido con los años. Se recuerda cómo el médico, hacia el final de su vida, conferenció abundantemente sobre los últimos días del poeta. Cfr. el artículo titulado Church Hospital en el sitio web de la E. A. Poe Society of Baltimore.
  10. Acumulación de sangre en la excelente víscera es eso que tal vez llegue a experimentar el candoroso lector luego de finalizar la lectura del presente artículo, sin que por ello deba esperar un repentino final, por supuesto. El “registro oficial” que mencionamos es un artículo aparecido en el Baltimore Clipper: no se exigían certificados de defunción en esa época en Baltimore.
  11. Sólo he podido acceder a la lectura del elogioso reporte sobre la conferencia que, firmado por John J. Hopkins, apareció el día después en el Evening Express de Nueva York. El reporte puede leerse en la mencionada página web. Sabemos que Poe se había declarado para nada satisfecho con esos reportes expresando que “all absurdely misrepresented” el contenido de su conferencia (Cfr. [P. C. Page, Poe, Empedocles, and Intuition in Eureka, Poe Studies, XI, 2, Dec. 1978, 21-26]).
  12. Citado por J. Cortázar en el prólogo de su traducción española de Eureka [Alianza, Col. El Libro de Bolsillo, Primera ed., 1972]. Toda vez que un fragmento del poema es citado en el texto en su versión española, se toma de la traducción de Cortázar, de notable fidelidad y armoniosa precisión (a diferencia de mucha de la información que contiene el Prólogo, cuya escritura estuvo visiblemente influida por las parcialidades interpretativas de Hervey Allen). El original inglés está disponible en el sitio web de la E. A. Poe Society of Baltimore. La cita de Hervey Allen (1889-1949) presumiblemente pertenece al estudio biográfico [H. Allen, Israfel: The Life and Times of Edgar Allan Poe, 1926].
  13. El escritor Robert Bloch (autor de Psycho, aquella novela con gran suceso llevada al cine por A. Hitchock en 1960), comparando en un artículo aparecido en la revista Ambrosia [R. Bloch, Poe & Lovecraft, Ambrosia Nr 2, Aug., (1973)] las personalidades de Poe y Lovecraft, afirma que
    “Both Poe and Lovecraft were acute observers of the scientific and pseudo-scientific developments of their respective days, and both men utilized the latest theories and discoveries in their writings”.
    Esperamos haber aportado debajo algunos elementos que permiten comprender cómo esta afirmación, al menos en el caso de E. A. Poe, debe ser disminuida en su alcance y generalidad: de la lectura de Eureka no se desprende, por ejemplo, una especial agudeza en la percepción, por parte de su autor, de los avances en el entendimiento de los fenómenos electromagnéticos o termodinámicos habidos en su tiempo.
  14. Marginalmente recordemos que el 28 de enero de 1613, cuando observaba con su ojo y su telescopio a Júpiter y sus satélites, Galileo alcanzó a distinguir dos cuerpos celestes más allá del enorme planeta. En sus anotaciones registró a estos cuerpos como “stelle fisse” (“estrellas fijas”) y les dio los nombres convencionales de “a” y “b”. El gran estudioso de Galileo Stillman Drake junto al astrónomo Charles Kowal han reconstruido el cielo visible aquel día concluyendo que una de aquellas estrellas fijas era el planeta Neptuno (leemos esta información en [T. Regge, G. Peruzzi, Spazio, Tempo e Universo. Passato, presente e futuro della teoria della relatività, UTET, Torino, 2003], nota 13 de pág. 140. El mencionado trabajo de Drake y Kowal se resume en [S. Drake, C. T. Kowal, Galileo’s sighting of Neptune, Scientific American, 243 Nº 6, (1980), 74-81]).
  15. Pero su tratado A Treatise on Electricity and Magnetism apareció recién en 1873.
  16. Por ejemplo, Poe refiere a la “electricidad” no sólo las “apariencias físicas” (fenómenos) de la luz, el magnetismo y el calor, sino también las de la vitalidad, la conciencia y el pensamiento (cfr. págs. 40-41 en la traducción de Cortázar).
  17. Cfr. pág. 40 en la traducción de Cortázar. Es aparente que Poe consiguió captar sólo las manifestaciones más externas de la interacción electromagnética.
  18. La similitud entre el sistema de Poe y el de Empédocles ha sido reconocida y razonablemente argumentada en el artículo de Peter C. Page mencionado en la nota 11. Es notoria, sin embargo, la identificación conceptual que hace Poe entre la materia y la dualidad atracción-repulsión:
    “...siendo innegablemente la atracción y la repulsión las únicas propiedades por las cuales la materia se manifiesta al espíritu, estamos justificados al suponer que la materia existe sólo como atracción y repulsión; en otras palabras, que la atracción y la repulsión son la materia; no hay caso en el cual no podamos emplear el término materia y los términos atracción y repulsión juntos, como expresiones lógicas equivalentes y, por lo tanto, convertibles” (págs. 124-125 de la traducción de Cortázar, véase también pág. 41).
    Parece inapropiado suponer que la naturaleza de la abstracción (así como el modo en que ésta se expresa) que resume el pasaje anterior hubiera sido posible en los tiempos de Empédocles.
  19. Tal centro es concebido como unidad absoluta (Dios), y no se le asigna significado espacial alguno.
  20. El argumento completo, que incluye algunas sutilezas que preferimos dejar de lado en nuestra exposición, aparece en las págs. 50-58 de la traducción de Cortázar.
  21. Pág. 16 en la traducción de Cortázar.
  22. Y ello porque, según Poe, lo que fue unidad, y luego multiplicidad, lucha por recuperar su originaria condición:
    “...¿no es porque los átomos estuvieron, en alguna época remota, aun más juntos; no es porque en su origen y, en consecuencia, normalmente, fueron uno, que ahora, en todas las circunstancias, en todos los puntos, en todas las direcciones, mediante todas las maneras de acercamiento, en todas las relaciones y en todas las condiciones, luchan por retornar a esa unidad absoluta, independiente, incondicionada?” (pág. 46 en la traducción de Cortázar).
  23. Pág. 125 en la traducción de Cortázar.
  24. Sir Arthur Eddington, respondiendo al pedido de Arthur H. Quinn, biógrafo de Poe de entre los más autorizados [A. H. Quinn, Edgar Allan Poe. A critical biography, Appleton-Century-Croft, New York, 1941], se expidió por escrito sobre Eureka en una carta fechada el 29 de septiembre de 1940. El texto de la carta se encuentra disponible en el sitio de la E. A. Poe Society of Baltimore. La noticia de que Einstein leyó y apreció Eureka nos llega de manera indirecta: E. W. Carlson, en una conferencia dictada en 1978, durante el Fiftieth Annual Commemorative Program of the Poe Society, informa que, según el Coronel Richard Gimbel, Einstein fue fuertemente impresionado por la teoría del universo subyacente a la obra de Poe. Desde luego, la información en sí misma es absolutamente irrelevante.
  25. El artículo digitalizado se encuentra en la web. Casi concluyendo su trabajo, Cappi se pregunta por qué motivo la cosmología de Poe ha sido tan sistemáticamente ignorada u olvidada y apunta luego razones, algunas de peso. Resulta también provechosa la lectura del “dossier” del mismo autor titulado Eureka: la cosmologia letteraria di Edgar Allan Poe, en el sitio www.torinoscienza.it.
  26. Cfr. pág. 28 de la traducción de Cortázar.
  27. Ya Aristóteles había adoptado esta posición cuando, en la cuarta parte del libro III de la Física, escribe:
    “Hence it is incumbent on the person who specializes in physics to discuss the infinite and inquire whether there is such a thing or not, and, if there is, what it is”. [Aristotle, Physics, III-4, Translated by R. P. Hardie and R. K. Gaye, in The Internet Classics].
  28. Así lo explica Aristóteles en su Física cuando, mencionando a Anaximandro junto a la “majority of the physicists” (physicists = aquellos filósofos presocráticos que toman un principio físico como elemento explicativo fundamental), nos dice que
    “...they identify [the infinite] with the Divine, for it is ‘deathless and imperishable...’ ”.
    Para un criollo no suficientemente avisado, el ápeiron de Anaximandro puede no importar otra cosa más que un recado de lujo. Sin embargo, parece bien cierto que el filósofo jónico hizo del infinito (teñido de “indefinido”) el principio de todas las cosas. Cuando los filósofos eleáticos —empleando aquella absurda fórmula en la que P. Feyerabend reconoce el primer enunciado de un principio de conservación— postulan la realidad del Ser,la infinitud equivale a su unidad: si el Ser es uno, no puede ser finito, pues entonces contendría partes; inversamente, si no fuese uno, debe pues estar limitado por otro y no podría ser infinito.
    Apartándonos ahora de los antiguos, olvidándonos también de Agustín, de Tomás y de tantos otros, citemos a Descartes, quien elaborando alrededor de la naturaleza de la res infinita, declara que
    “No hay nada a lo que yo llame propiamente infinito salvo aquello para lo que no encuentro límite alguno en ningún sentido y, en esa acepción propia, solamente Dios es infinito”.
    Recordemos, por último, a Spinoza proponiendo en la primera parte de su Ética esta definición (Definición VI):
    “By God, I understand Being absolutely infinite, that is to say, substance consisting of infinite attributes, each one of which expresses eternal and infinite essence” [J. Wild (Ed.), Spinoza. Selections, Ch. Scribner’s Sons, New York, 1958, pg. 94-95].
  29. Cfr. el artículo sobre San Anselmo escrito por J. Jolivet para la Historia de la filosofía, Vol. 4, La filosofía medieval de Occidente, Siglo XXI, México, 1974.
  30. A propósito, recordemos el encantador argumento de Lucrecio:
    “Well the existing universe is bounded in none of its dimensions; for then it must have had an outside. Again it is seen that there can be an outside of nothing, unless there be something beyond to bound it, so that that is seen, farther than the nature of this our sense does not follow the thing. Now since we must admit that there is nothing outside the sum, it has no outside, and therefore is without end and limit... Again if for the moment all existing space be held to be bounded, suppossing a man runs forward to its outside borders, and stands on the utmost verge and then throws a winged javelin, do you choose that when hurled with vigorous force it shall advance to the points to which it hast been sent and fly to a distance, or do you decide that something can get in its way and stop it?...”.
    [Lucretius, On the Nature of Things, Translated by H. A. J. Munro, in Encyclopaedia Britannica, Great Books 12, pgs. 12-13].
    El argumento cae después de la observación de una superficie cerrada y compacta como la superficie de una esfera: la “finitud” (acotación) no implica necesariamente la existencia de un borde, de una frontera. En una conferencia sobre el infinito dictada el 4 de junio de 1925, durante un congreso de matemáticos organizado por la Westfälischen Mathematischen Gesellschaft en Münster, D. Hilbert expresa que:
    “Del hecho de que fuera de una porción de espacio hay presente todavía espacio, se deduce la ilimitación del espacio, pero de ningún modo su infinitud. Ilimitación y finitud no se excluyen mutuamente” (Cfr. el Apéndice VIII de [D. Hilbert, Fundamentos de la geometría, Trad. de F. Cebrian, Publicaciones del Instituto Jorje Juan de Matemática, Madrid, 1953]).
    Más explícito es B. Riemann cuando, en su Habilitationschrift de 1854, aclara que:
    “Quando si estendono le costruzioni spaziali all’incommesurabilmente grande, bisogna distinguere l’illimitato dall’infinito; l’uno appartiene alle relazioni d’estensione, l’altro alle relazioni metriche’ (Cfr. [B. Riemann, Sulle ipotesi che stanno alla base della geometria e altri scritti scientifici e filosofici, a cura di R. Pettoello, Bollati Boringhieri, Torino, 1994]).
  31. Pág. 30 en la traducción de Cortázar.
  32. El pasaje tan citado de Galileo (quien lo pone, desde luego, en boca del iluminado Salviati) pertenece a la Jornada Primera de sus Discorsi y ha sido extraído de G. Galilei, Diálogos acerca de dos nuevas ciencias, Trad. por J. San Román Villasante, Librería del Colegio, Buenos Aires, 1945, pág. 57.
  33. Poe hace eco fiel a Galileo en otro de los pasajes de Eureka referidos al infinito:
    “...pues es una pura inepcia decir que una línea infinita es más larga o más corta que otra línea infinita, o que un número infinito es mayor o menor que otro número infinito” (pág. 67 en la traducción de J. Cortázar).
  34. Aristotle, Physics, III-6, Translated by R. P. Hardie and R. K. Gaye, in The Internet Classics.
  35. “While based on undeniable metaphysical premises, Eureka give us a qualitative, but reasonable, Newtonian model of the Universe”, asevera A. Cappi en el artículo mencionado en la introducción.
  36. Giordano Bruno, Sobre el infinito universo y los mundos,Trad. española de A. J. Cappelletti, Orbis, Madrid, 1984. La cita corresponde a un pasaje del diálogo segundo de la obra, pág. 85.
  37. Si bien Poe enfatiza:
    “Repito entonces: intentemos comprender que el último de los globos desaparecerá instantáneamente y que sólo quedará Dios, único y total.
    ¿Pero vamos a detenernos aquí? De ninguna manera. Cabe concebir fácilmente que de la aglomeración y disolución universal puede resultar una serie nueva y quizá totalmente distinta de condiciones, otra creación e irradiación que vuelva sobre sí misma, otra acción y reacción de la Voluntad Divina [...]; que un nuevo universo irrumpe a la existencia y luego se hunde en la nada, a cada latido del corazón divino” (págs. 125-126 en la traducción de Cortázar),
    eliminando así de su concepción del universo cualquier vestigio de la apocatástasis estoica, la restauración de todas las cosas en cada nuevo ciclo.
  38. “In the meantime bear in mind that all is Life -Life- Life within Life- the less within the greater, and all within the Spirit Divine”.
  39. Cfr. el Cap. XI de [A. H. Armstrong, Introducción a la filosofía antigua, Trad. por C. A. Fayard, Eudeba, 5ª edición, Buenos Aires, 1983].
  40. Apoyamos estas líneas en [J. Piaget, Seis estudios de psicología, Seix Barral, 11ª edición, Barcelona, 1981] y [A. Nicolas, Jean Piaget, Breviarios del Fondo de Cultura Económica].
  41. Pág. 95 en la traducción de Cortázar.
  42. Traducción que J. Cortázar hace del texto inglés tomado, seguramente, de la biografía escrita por H. Allen que se cita en el prólogo de su versión española de la obra (véase la nota 12).
  43. La cita corresponde al pasaje inicial del artículo titulado Poe’s Problematic Biographyen el sitio web de la E. A. Poe Society of Baltimore.