Entrevistas
El GalpónTeatro del Pueblo:
escuela y semilla actoral
Los albores
del teatro independiente
uruguayo

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El 2 de septiembre de 1949 se fundaba en Montevideo el Instituto Teatral “El Galpón”. El de mayor jerarquía y continuidad en el país. Su primer local fue inaugurado el 4 de diciembre de 1951 en la esquina de Mercedes y Roxlo. “Tuvo durante décadas”, apunta el investigador Roger Mirza, “la más importante escuela de actores junto con la municipal, una escuela de títeres, un seminario de dramaturgia y un director de la talla de Américo Celestino (Atahualpa) del Cioppo, verdadero patriarca del teatro latinoamericano, cuyo magisterio se extendió a diferentes países de América”.

En más de cinco décadas de vida El Galpón ha atravesado diferentes etapas de donde surgió toda una escuela de directores y actores como Ugo Ulive, Blas Braidot, Villanueva Cosse, Ruben Yáñez, Juver Salcedo, César Campodónico y Jorge Curi, entre otros. Ubicado dentro de los grupos o compañías independientes, El Galpón ha desarrollado una vastísima obra que en gran medida han definido toda una generación de actores, directores, dramaturgos y técnicos; labor reconocida tanto dentro como fuera de fronteras. Pero en sus inicios fue simplemente un modesto galpón de una empresa de demoliciones que albergó a un grupo de soñadores que pretendían hacer teatro, siguiendo en cierta medida, el camino marcado por el ahora poco recordado Teatro del Pueblo que desde 1937 venía marcando el camino.

 

La prehistoria

En lo que podría catalogarse la prehistoria del teatro uruguayo, el Teatro del Pueblo fue el “más antiguo de los grupos independientes, que contó con sala propia aunque pequeña (para unos setenta espectadores)”, expresa Roger Mirza en Historia de la literatura uruguaya contemporánea (1997). “En su larga trayectoria fue uno de los grupos que más contribuyó a la consolidación del Teatro Independiente y al apoyo del autor nacional estrenando numerosas obras uruguayas”, de Andrés Castillo, Carlos Maggi y Luis Novas Terra, entre las más importantes.

Inspirado en la obra de Romain Rolland, Teatro del Pueblo nació en ambas márgenes del Río de la Plata, primero en Montevideo, en 1937, y años después en Buenos Aires conducido por Leonidas Barletta. La iniciativa montevideana partió de un grupo de intelectuales y jóvenes entusiastas conducidos por Manuel Domínguez Santamaría, aunque en principio “surge como pura idea, sin sala, sin peculio, ¡sin actores!”, apunta Américo Mibelli en el libro Las dependencias del Teatro Independiente (1960), escrito en coautoría con Wilson Armas. Posteriormente, en 1938 se realiza el 2º manifiesto de Teatro del Pueblo, y de allí en adelante, las obras comienzan a representarse en diferentes salas obtenidas a préstamo, o sencillamente al aire libre. “Es interesante destacar, dentro de un contexto histórico cultural montevideano, que Teatro del Pueblo nació como una necesidad”, expresa Wilson Armas, “debido a la chatura de lo que era el teatro como manifestación cultural del Uruguay”, fundamentalmente compañías argentinas y españolas que representaban comedias “de muy baja calidad. Eran compañías eminentemente profesionales de carácter comercial”. Radicado actualmente en Mercedes, Wilson Armas rememoró esos años iniciales definiéndolos como “de una inquietud de carácter social, estético y ético, que son los tres puntales donde se asienta la filosofía del Teatro del Pueblo. Una de las cláusulas fundamentales del programa es cultificar al hombre que va a hacer teatro, y por medio de su cultificación trasmita su mensaje al público. De tal manera, que había un rechazo de plano a todo lo que fuera profesional. Porque en aquel entonces ser profesional no tenía el mismo sentido que tiene ahora. Significaba tener las primeras figuras, donde se formaba una especie de compañía que de acuerdo al papel y a la importancia era lo que ganaban. Algo contrario a lo que al Uruguay le hacía falta. Porque no te olvides —agrega Armas—, que en Uruguay estábamos dominados por las ideas fascistas. La guerra española estaba en pleno auge. Federico García Lorca fue asesinado en 1936, y Teatro del Pueblo se funda como respuesta cultural. Inmediatamente toma contacto con Aiape, un gran movimiento cultural de plástico y escritores que estaba compuesto por Paco Espínola, Podesta, Montiel Ballesteros, Ortíz Saralegui y una cantidad de gente importante”. Esta especie de compañía itinerante recorrió los barrios montevideanos y algunas capitales departamentales, representando obras de teatro, junto a conferencias donde participaron Serafín J. García, Juan José Morosoli, Justino Zabala Muniz (futuro fundador de la Comedia Nacional), Emir Rodríguez Monegal y Joaquín Torres García, entre otros.

“Una de las cosas que yo decía cuando escribimos el libro con Mibelli, es haber hecho del teatro una especie de aula, que a través de los años vimos que fue un gran error. Porque ahí ingresaba cualquier tipo de gente, y entonces se empezó a enseñar al actor desde el ABC, desde escribir. Se le enseñaba a leer, respiración, política, cultura”, a personas que llegaban, a veces, carentes de toda preparación previa. Pero este “error” de convertir al teatro en “una especie de aula” sirvió para hacer sus primeros pasos a individuos que posteriormente han marcado el panorama cultural uruguayo. A modo de ejemplo, en la primera década de Teatro del Pueblo participaron como alumnos o actores Juan C. Carrasco, Olimpo Salzano, Roberto Barry, Alfredo Gravina, Rubén Yáñez, Nelly Goitiño, Juan Gentile, Juan M. Tenutta, Poema y Numen Vilariño, entre otros de una extensa lista.

En 1942, en el quinto aniversario de Teatro del Pueblo, la prensa montevideana daba cuenta de los progresos de este emprendimiento, reseñando lo hecho hasta ese momento catalogándolo como la “primera escuela dramática del país, y cuyos méritos se acreditan a través de largos años de fructífera labor”. Buscándose, según el cronista, en “una más honda y amplia capacidad y perfección. (...) Teatro del Pueblo fue una verdadera escuela pública. Se dictaron, y se dictan, clases de lenguaje, educación de la voz, música, mímica, caracterización, maquillaje. Todo, de acuerdo con la norma establecida en el mismo Reglamento de las Clases de Teatro del Pueblo del Uruguay: Por el Alumno, para el alumno, bajo la orientación del profesor. Y podemos afirmar, también, que cada ensayo es una clase pública de teatro. En cada ensayo, y partiendo de la materia viva que es la obra que se ensaya, el alumno-actor, y quienes los presencian, recogen nuevas y ricas enseñanzas. Se ahonda así, día a día, su capacidad para trasmitir la emoción vitalizadora del arte”.

 

A lo gitano

“Se trató, fundamentalmente, de tocar aquellas obras de carácter social, pero del repertorio universal”, comenta Armas. Primero en el Chofer Club, después en el Centro de Protección de Choferes, Casa de Galicia, “de ahí a donde está el Teatro Circular, donde formamos nuestro propio teatro”. Donde la idea de hacer un teatro comprometido con la sociedad nacional comienza a tomar consistencia, ya que los actores contaban con 3 años de experiencia “y se nos empezó a mirar con cierto respeto, porque la sociedad montevideana no estaba acostumbrada a un teatro de esta naturaleza, ajeno totalmente al sentido del lucro. Había una concepción más bien idealista, y no pensamos nosotros, en aquel entonces, que el actor tiene necesidades para formarse, cultivarse. Tiene necesidad de vivir del teatro y para eso tiene que profesionalizarse. Sucede que a través del tiempo, la profesionalización se desvirtuó y ahora no se hace teatro sino se hace comercio. Nosotros anduvimos prácticamente mendigando. Al punto que en 1943 el ministro de Cultura Ciro Giambruno nos prometió, por primera vez en la historia del teatro uruguayo, cierta subvención del Estado, que nunca obtuvimos, y al final logramos que irnos de ese local. Así que siempre estuvimos a lo gitano”.

 

El Galpón

A instancias de Flor de María Bonino se obtiene un galpón en desuso, donde por poco tiempo Teatro del Pueblo tuvo su sede física y teatro propio. “Flor de María Bonino que era sobrina de unos señores de una empresa que se dedicaba a la demolición de obras, la empresa Zunino y Bonino, entonces le solicitó un local, y le dieron uno donde guardaban herramientas, en Mercedes y Carlos Roxlo, y ahí fue la fundación de El Galpón”. Pero este idilio duró poco. Tras algunas disputas internas Teatro del Pueblo queda nuevamente en la calle, dividiéndose el elenco. Esta división se centró en una disputa promovida por un grupo, que en su momento fueron catalogados como “elementos trasnochados de ambición de poder”, que veían en la figura de Domínguez Santamaría a un adversario, más por sus propias limitaciones intelectuales y afán de protagonismo, que por la mala conducción o procedimiento del director. Esta pequeña facción promovió una serie de asamblea en medio de un clima enrarecido, con el casi único argumento de acusar a Domínguez Santamaría de utilizar “medios de seducción amorosa” hacia algunas actrices, que por otra parte fueron las últimas en enterarse del hecho. Solicitaban la renuncia de Domínguez Santamaría por ese presunto “acoso sexual” que a estas alturas resulta pueril, y sin dudas falto de fundamentos, pero que sirvió para enrarecer el ambiente de esas asambleas a la cual, según diversos testimonios, algunos de los denunciantes concurrieron armados de palos y huesos, provocando el desorden. La situación se zanjó mediante un trámite burocrático, por el cual Domínguez Santamaría adquirió las llaves del local para poder seguir funcionando allí, pero cuando fueron a hacerse cargo comprobaron que a quienes se la habían adquirido las habían cambiado, por lo que Teatro del Pueblo no pudo ingresar, quedando con su gente y su independencia en la calle.

“De ahí El Galpón siguió con su gente”, agrega Wilson Armas, “y con Domínguez Santamaría nos hicimos una sala en la calle Yaguarón entre Soriano y Canelones que fue el primer teatro, nuestro propiamente, y que se nos quemó, por un descuido del pintor Manolo Lima. Resulta que Rubén Yáñez que era el escenógrafo y electricista, ponía de noche unas lámparas de 1.000 wats para cargar baterías, y no se tuvo cuidado. Manolo Lima dormía ahí, abajo del escenario. No se tuvo cuidado, y se prendieron fuego unos papeles de celofán. A las 9 de la mañana hubo una explosión, y en menos de 20 minutos voló la sala y todo”. Teatro del Pueblo estaba nuevamente en la calle, hasta que consiguió instalarse en el Teatro Victoria.

 

El despertar

En 1950 la Intendencia montevideana crea su departamento cultural dirigido por Alfredo “Moreno” Benedito. “Entonces se nos dio la oportunidad de hacer teatro en los diferentes barrios de Montevideo”, agrega Armas. “La intendencia prestaba la locomoción y nosotros hacíamos teatro en forma gratuita. No se ganaba un peso, y por eso es que siempre teníamos que andar poniendo plata, esa fue siempre nuestra vida”.

Pese a ello “Teatro del Pueblo fue un despertar de carácter cultural. Nosotros hicimos obras de carácter, como El alcalde de Zalamea y Crimen en la Catedral cuando recién estaba por nacer la Comedia Nacional. Teatro del Pueblo sembró la semilla, y por algo es que a partir de 1950 crece una cantidad de teatros que son los verdaderos continuadores de nuestra obra. Lo que quiero destacar es que son muy pocos los historiadores del Teatro Independiente uruguayo que toman en serio la formación del Teatro del Pueblo. No le dan la importancia que realmente debe dársele, porque fue el nacimiento de una generación, y el despertar de un aspecto de la cultura uruguaya, que se forma, gracias a esta cantidad de gente que colaboró en la formación de la conciencia del teatro como elemento de la expansión cultural”.