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Hemingway y Castro (1960)Hemingway:
Cuba era una fiesta

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Aire de una isla

En el año 1937, Ernest Hemingway parte de Nueva York rumbo a España, como corresponsal de guerra de NANA (North American Newpaper Aliance). Por entonces está casado con Pauline Pfeiffer, una redactora de la revista Vogue que había conocido en Australia, en abril de 1926. Sin embargo, en el nuevo destino, otra mujer estaría a su lado: Martha Gelhorn, quien a la postre sería una enemiga para el soberbio norteamericano.

Martha era una joven de 28 años, autosuficiente, que tenía el doble inconveniente de ser atractiva y talentosa. Hemingway lo había advertido desde un principio y por eso, tal vez, le molestaba la independencia de su amante.

En julio de 1939, Ernest comienza a frecuentar el hotel “Ambos Mundos”, en La Habana Vieja. Ocupa la habitación 511. Ese espacio lo tomaría como estudio aunque a Martha no le gustara. Una tarde, después de pelearse a los gritos, la periodista decide salir fuera de la ciudad manejando un auto arrendado. Al llegar a San Francisco de Paula, un pueblito ubicado a 11 km al sureste de La Habana, se choca con una residencia totalmente arruinada donde había vivido la familia D’orn. Decide parar y la visita. Esa casa no es otra que Finca La Vigía. Martha alquilaría la propiedad por 100 dólares mensuales y se obstinaría en restaurarla. Toda la inversión correría por su cuenta porque, para Hemingway, los gastos eran excesivos.

El destino quiso que el caserón ubicado estratégicamente en una colina, construido por el arquitecto español Miguel Pascual y Baguer, fuera el sitio de residencia del novelista entre 1939 y 1960. Comprada finalmente por Hemingway en 18.500 dólares, con una vista espectacular a las tres colinas de San Francisco, rodeada de una vegetación incomparable, Finca La Vigía mantuvo en sus cuatro hectáreas, a la casa principal, al mirador, al bungalow, la piscina, el cementerio de gatos bajo la puerta del comedor de la casa, el de perros en el sendero de la pileta, todo tipo de hortalizas, flores, plantas, 18 variedades de mango y en el ingreso a la casa, una ceiba cuyas raíces Ernest se negaba a recortar. Acompañaban el ensueño, la mística del norteamericano hecho al rigor del Caribe y la verdad literaria que transformaría al escritor en un habitante de ese suelo al que amaría hasta la confesión de reconocer a esa casa como su único y verdadero hogar.

Martha fue una pasajera, una visitante, al igual que todos los que desfilaron por la mansión, tal el caso de Jean Paul Sartre, Ava Gardner, Gary Cooper, Graham Greene, entre otros. Ella tenía “historia propia” y cuidaba su carrera más que la relación afectiva. Quedaría demostrado el celo de Hemingway, cuando Martha recibió un pedido de la revista Collier’s para escribir una serie de crónicas sobre la actividad alemana en el Caribe. Gelhorn para no contrariarlo desecharía la oferta, pero, a fines de 1943, aceptaría escribir desde Inglaterra, África del Norte e Italia. Es ahí donde la felicidad de la pareja empieza a fracturarse. A tal punto llega la rivalidad de ambos que Hemingway no dudaría en ofrecerse a Collier’s como corresponsal de guerra. Participará así, el 6 de junio de 1944, del “Día D” en Normandía. También se uniría a la Cuarta División de Operaciones y llegaría triunfante a la liberación de París el 25 de agosto de ese año. En esos momentos, de paso por Londres, conoce a Mary Welsh y allí se le divide el corazón. En noviembre Martha, ya cansada, le comunica su deseo de divorciarse. En diciembre se dejan de ver. Cuatro meses después, el 11 de abril de 1946, Hemingway ya no se separaría de Mary Welsh, la mujer que estaría a su lado hasta el día de su muerte.

 

Como pez en el agua

Haroldo Conti, en una nota publicada en la revista Crisis, del mes de julio de 1974, titulada “La breve vida feliz de Mister Pa”, recrea un diálogo mantenido con Gregorio Fuentes Betancourt —alias “Pellejo Duro”—, quien trabajaría para Hemingway durante 27 años asistiéndolo en el Pilar, la embarcación que formara parte de la vida aventurera de Ernest. En esa conversación íntima, Hemingway dice:

“—Viejo, los dos somos hijos de la muerte. Quiero a este barco tanto como si fuera un hijo más. No sé cómo disponer de él, pero en caso de que me pase algo, ¿tú qué harías, viejo?

—Lo sé.

—Dímelo, por favor.

—Pues lo sacaría a tierra y lo pondría en el jardín de la finca. Y si tuviera algo de dinero mandaría a hacer una estatua de usted sentado en una banquina, al lado del barco, con un vaso en la mano.

—Es buena idea. Si me ocurre algo, trata de hacerlo”.

Gregorio Fuentes BetancourtEsa fantasía de Gregorio fue realidad. La embarcación que Hemingway compró en 10.000 dólares se llamó “Pilar”, en homenaje a la basílica Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza y también en honor al apodo que Pauline —su segunda esposa— utilizó en muchos telegramas que enviaba a Ernest para no llamar la atención de Hadley Richardson, su primera mujer.

El yate, adquirido en un astillero de Brooklyn en 1934, es una embarcación realizada en caoba y roble, de 11,86 metros de eslora y 3,65 de manga, dotada de un motor Chrysler de 100 HP, que “Papá” usó para capturar peces aguja y perseguir submarinos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Sobre este aspecto hubo muchas historias, algunas decididamente inventadas y otras que fueron parte de la realidad. Conviene al respecto acudir al libro de Enrique Cirules Hemingway en la cayería de Romano (Editorial José Martí; 128 páginas; Cuba, 1999) donde el autor pormenoriza las travesías de Hemingway desde Cayo Francés a Faro Mat, entrada del puerto de San Fernando de Nuevitas, entre 1942 y 1943. En 1942, el entonces embajador Spruille Braden cargaría con una frase que dejaría blanqueado el asunto: “Hemingway colaboró para nosotros desde su finca de La Habana dos veces por semana. Reunió a un grupo de cuatro hombres que trabajaban todo el día”. Aquella tarea le permitió a ”Hem” juntar una asociación de personajes marginales que merodeaban los cafés del puerto cubano. Así reclutó una docena de estafadores, con el objeto de perseguir a 25.000 “falangistas violentos” que vivían en la isla. También se suponía que unos 1.000 submarinos alemanes podrían circular por las aguas del Caribe y su propósito no sería otro que convertir a Cuba en un punto de avanzada contra los Estados Unidos. Braden, un personaje adicto al alcohol y a los deportes, le entregaría a Hemingway 1.000 dólares mensuales y 122 galones de nafta que el escritor utilizaría para darse el lujo de viajar sin problemas, pescar a su antojo y jugar al espionaje. La situación en nada agradó al FBI, que calificó la travesura como “una torpe e infantil empresa de fulleros de carácter sensacionalista”.

Tiempo después tendría peso la versión sobre la verdadera participación de Hemingway en todo este proyecto. El FBI lo negaría al igual que el propio escritor, pero valederos documentos darían cuenta de que, en un principio, Ernest estaba cerca del grupo de inteligencia y, posteriormente, todo hacía pensar en una traición.

En 1960, Hemingway se alejaría de Cuba para no volver jamás. Viaja a Nueva York, pasa por Madrid y de regreso a su país se instala en una finca de Idaho. Lejos de la vida y cerca del cielo.

En 1962, con la autorización de Mary Welsh, se declara a Finca La Vigía como museo. Lo inauguraría, en 1964, el escritor Alejo Carpentier. Recién en 1970 el yate Pilar es llevado a la casona de San Francisco de Paula y se decide colocarlo en el lugar que fuera la cancha de tenis. Fue restaurado por última vez en 1968, en los astilleros Chillima de La Habana.

Desde entonces la casa y el barco son testigos de una paulatina decadencia.

 

Hemingway en la Finca La VigíaMatar al mito

El 12 de enero de 1961, John Fitzgerald Kennedy invitaba a Hemingway a la ceremonia de investidura presidencial. El escritor, a través de Mary, se excusa. Ese guerrero prepotente era ahora un ser retraído, silencioso y triste. Por la mañana trabajaba en París era una fiesta y por la tarde caminaba al costado de la ruta 93, en Idaho.

El 17 de abril de ese año, el gobierno norteamericano sufría un duro golpe. El comandante Fidel Castro lograba transformarse en héroe nacional ante el frustrado desembarco de Bahía de Cochinos.

El sábado 1 de julio, Mary y Ernest almorzarían con amigos en el restorán del pueblo. Al regresar al hogar, “Papá” prácticamente no habla. La madrugada del 2 de julio, cuando todo en la casa era quietud, Hemingway se suicida. Cuatro días después de la tragedia, George W. Bush cumplía 15 años y otra aventura comenzaba a escribirse.

El joven Bush vivía en Texas. Era el típico teenager que crecía al ritmo de la velocidad y del rock and roll, según las palabras de Aldous Huxley. Sus gustos musicales lo acercaban a Bob Dylan, que por esos años paseaba por Nueva York y le pedía por favor al dueño del café Wha? que lo dejara cantar.

Bush desentonadamente repetirá la Canción para Woody: “Estoy aquí, a mil millas de casa, recorriendo la carretera... / En un mundo de campesinos / que parece estar muriendo y casi ni acaba de nacer / con hombres que vienen con el polvo y se van con el viento”. Como todo adolescente era rebelde, casi diríamos, porque no podía despegarse de su lustre conservador.

Aunque negado, George en 1972 fue arrestado por tenencia de drogas y por conducir borracho. El 4 de setiembre de 1976 es condenado legalmente por reiterar la falta. Hoy esto sería algo natural. A nadie le sorprendería, hasta quedaría como una actitud progresista, pero no olvidemos que estamos hablando de un personaje que con los años llegaría a sentarse en el sillón presidencial.

Ahora bien: ¿qué cosas cambiaron desde aquella temprana juventud en este George iracundo, con el actual predicador evangelista que después del 11-S utiliza el lenguaje mesiánico y apocalíptico: “Cualquier nación ya debe tomar una decisión: o está con nosotros o está con el terrorismo”?. Respuesta: todo cambió, todo, menos la raíz, el origen, la tradición y el rigor clasista de la familia Bush. Y esto del mandato ancestral y Ernest Hemingway... ¿qué tiene que ver?. Mucho, porque entendiendo y conociendo los orígenes del clan Bush, es fácil comprender por qué el actual presidente de USA se niega a autorizar la restauración del Museo Hemingway en Cuba.

Para cierta aristocracia financiera norteamericana, la persona de Ernest Miller Hemingway fue nefasta. Haber pertenecido a la diáspora que se marchó del país rumbo a Europa, en el peor momento del imperio, significó llanamente una ofensa. El jugar al corresponsal de guerra, coquetear en España con los revolucionarios e ingresar con la chaqueta de victoria, en el París liberado, no fue para la elite de los banqueros una hazaña. El vivir en Cuba y entretenerse con los ladrones del espionaje, buscando bajo el agua a los alemanes, tampoco resultó un pergamino. Entre 1941 y 1945, Hemingway fue vigilado por William Donovan. Éste le seguía los pasos, llegó a hacerse amigo mientras manejaba la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), predecesora de la CIA, mucho antes de que el FBI lo espiara hasta su muerte.

A Hemingway lo salva la otra parte de la sociedad norteamericana que lo adopta como modelo de triunfo, de rebeldía, de coraje y lo entroniza al reinado del macho americano. Lo ayuda también el interés de llevarlo al centro de la pelea. Desde 1943 hasta 1947, su nombre fue parte del programa “Armed Service Edition”. Durante ese período se entregaron 123 millones de libros a los soldados que estaban en el frente de batalla para que su mente no estuviese tan pendiente de la lucha. El plan hizo que Hemingway lograra meterse en la mente del soldado y éstos jamás lo olvidaron. Pero esos ciudadanos no son los que manejaban la economía. Veamos: Prescott Bush, el abuelo del actual primer mandatario de Estados Unidos, integró la asociación estudiantil Skull y Bones en la Universidad de Yale —en 1968 George se licenció en esa casa de estudios—, donde se tuteaba con los Rockefeller, Roosevelt, Goodyear, Forbes y Vandervilt. De aquella comunidad se catapultaron al Capitolio tres presidentes, los fundadores de la CIA, los que decidieron lanzar la bomba de Hiroshima (1945), los que planearon la invasión de Bahía Cochinos (1961), los que determinaron que Kennedy estaba terminado, los que llevaron a miles de norteamericanos al fracaso de Vietnam (1960-1975), los que invadieron naciones latinoamericanas, los que armaron el Canal de Panamá, los que señalaron el bloqueo a Cuba y los que encendieron la fogata del Medio Oriente.

El abuelo Bush fue presidente y accionista de UBC (Union Banking Corporation) que financiaba a un amplio sector del partido nazi y colaboraba con la maquinaria bélica alemana en la Segunda Guerra Mundial. La entidad supo tener como primer presidente a George Herbert Walker, suegro de Prescott y, en el directorio, a August Thyssen, un reconocido banquero alemán. También figuraba Clarence Dillon, hombre de la bolsa neoyorquina y mano derecha de Samuel Bush, padre de Prescott, quienes tiempo después crearían la German Steel Trust, junto a Fritz Thyssen —hermano de August—, un consorcio que manejaba todo el acero y la maquinaria de guerra nazi. ¿Vamos entendiendo cómo Hemingway persiguiendo a los alemanes en bote parecía un estúpido? Su torpeza también quedaba reflejada cuando decía que “los de Yale son peor que la mierda”.

Otro dato importante es que Prescott Bush era socio de una de las compañías petroleras más importantes de Texas y que, durante la guerra, ese emporio soportó la sanción del gobierno por violar el Acta de Comercio con el enemigo. La empresa vendía combustible a la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana que descargaba bombas por toda Europa. Si Hemingway pedía combustible para perseguir alemanes no sería descabellado pensar que esa nafta “mal utilizada” provenía de los pozos de Texas.

En rigor, todos sabían que “Papá” lo menos que hacía era buscar submarinos. Su rutina consistía en encontrar al pez aguja y luchar contra él hasta vencerlo, por eso el FBI hablaba de “travesura”, aunque la actividad quedara registrada en una serie de informes secretos dados a conocer por el sitio de Internet The Smoking Gun y publicados, en 1999, por el diario Daily News.

Es preciso aclarar que la situación de espía le trajo con los años, a Hemingway, profundos malestares que derivarían, en parte, en su locura. Hacia 1960, “Papá” tenía la convicción de que el FBI lo estaba buscando para asesinarlo. Su entorno admitió que la paranoia lo cegaba, pero ciertamente, un expediente rotulado “Hemingway, E. M.”, guardado celosamente por la Central de Inteligencia y firmado por J. Edgar Hoover, le daba al escritor la razón. El día de su suicidio, en el restorán donde almorzaba habitualmente en Ketchum, Hemingway se sintió observado por dos hombres sentados cerca de su mesa. Le preguntó a Mary: “¿Esos quiénes son?”. Su esposa le respondió: “Son vendedores”. Hemingway con disgustó afirmó: “Son del FBI y esta vez no fallarán”. Esa madrugada se quitó la vida.

Tal vez lo único que identificaría a Bush con “Hem” sea la pasión por el alcohol y el placer por el béisbol. Ernest supo tener, en San Francisco de Paula, un equipo de niños al que llamó Las Estrellas de Gigi, y Bush, en Texas, la franquicia de los Texas Rangers.

El amor por los animales en cierta medida también los acerca. ¡Ah!, un detalle de la pareja Bush: la esposa del presidente —Laura Welch— es bibliotecaria, se supone que ama los libros, pero el solo oír hablar del autor de Por quién doblan las campanas, la irrita. Hoy, claro está, George Bush abandonó la bebida, se levanta a las 5.30, le prepara el desayuno a Laura y se instala en el salón Oval a las 7:30. Reza permanentemente y, por sobre todas las cosas, sueña con ser el mejor presidente de los norteamericanos.

 

La casa vacía

Finca La Vigía guarda cientos de recuerdos, innumerables historias y numerosos acontecimientos ligados a Ernest Hemingway. En esa casa se paseó desnuda Ava Gardner. Allí se intentó asesinar a Fidel Castro. A esa mansión lo llamaron para comunicarle al novelista que le habían otorgado el Premio Nobel.

No hace falta decir que para Cuba este lugar es sagrado. Forma parte de su cultura y es un atractivo sin discusión para el turismo. Por muchos años, la voluntad de las autoridades del hoy museo hizo posible que la mística de la poltrona del comedor se mantuviese ocupada y en silencio, y que esa figura del hombre con torso desnudo, barba canosa y bermudas gastadas, cruzara el parque buscando a los gatos.

En 1999, centenario del nacimiento de Hemingway, todo parecía una fiesta. Cuba era una fiesta. Se recordaba a “Papá” como si estuviera vivo. Tres años después, el 16 de marzo de 2002, el ex presidente estadounidense James Carter visitaba, con su esposa Roselyn, la mansión, y se comprometía a que, en el corto plazo, expertos norteamericanos visitaran Finca La Vigía para colaborar con técnicos cubanos en la restauración del museo. Seis meses más tarde se firmaba un acuerdo entre el Social Science Research Council y el Congreso del Patrimonio Cultural de Cuba, para la recuperación, conservación y digitalización de unos 11.000 libros, cartas, folletos, revistas y documentos que Hemingway acumuló en su paso por la isla. Aunque parezca mentira, la Fundación Rockefeller y la Fundación de Preservación Hemingway también estamparon su firma y se pusieron de acuerdo para destinar el dinero que hiciera falta en el desarrollo del proyecto. Más aun, se confirmaba la restauración de la finca y del yate Pilar. Hasta allí, una primavera. Incluso la directora del museo, Ada Rosa Alfonso, convocó espontáneamente a expertos para que se iniciara la obra, mucho antes que la partida presupuestaria acordada llegara. Pero, como un huracán, el presidente George Bush trabó los fondos recaudados por el National Trust of Historic Preservation, quien había escogido a la finca La Vigía como primer centro de atención en el extranjero, escudándose la medida en el embargo económico impuesto a Cuba desde hace más de 45 años. Fue la vocera de la Oficina de Control de Activos en el Exterior del Departamento del Tesoro la que duramente afirmó: “No deseamos favorecer algo que ponga dinero en manos de Castro”.

Después de su reelección, el mandatario norteamericano sistemáticamente recorta envíos ya asignados sin ninguna consulta previa con el Congreso de la Nación. Esto disgusta a muchos americanos, pero es uno de los tantos ejemplos de cesarismo del presidente.

Finca La Vigía, la residencia cubana de Ernest HemingwayDesde el mes de febrero de 2005, a pesar del rechazo, los cubanos ponen empeño en continuar las obras de restauración bajo la supervisión del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural y la Empresa de Restauración de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, a un costo estimado de 600.000 pesos (650.000 dólares).

La cuestión parece un bloque de cemento. Para los especialistas norteamericanos el embargo prohíbe concretamente destinar dinero en apoyo de proyectos relacionados con viajes y turismo, que generarían divisas al gobierno cubano, pero en este caso, la interpretación es equivocada, la finca es mucho más que un atractivo turístico, es en verdad una porción de historia en el suelo caribeño.

En medio de estos desajustes diplomáticos, se produce el 21 de julio de 2005 un hecho significativo: en el puesto fronterizo de Mc Allen, Texas, agentes de la aduana norteamericana secuestran una partida de libros destinados a la Biblioteca de la Universidad de La Habana. Formaban parte del material títulos como las Memorias de Sir Winston Churchill, El principito de Antoine de Saint-Exupéry, Cuán verde era mi valle de Richard Llewellym y ¡oh!, sorpresa, Fiesta, de Ernest Hemingway. Escrito en 1927, la obra narra las aventuras de un grupo de británicos y norteamericanos que vagan por Francia —la mayoría pertenece a “La generación perdida”— después de la Primera Guerra Mundial. Nunca se aclaró el motivo del operativo.

Las autoridades cubanas en ningún momento descartaron la responsabilidad que les cabe en el mantenimiento, conservación y preservación de la Finca La Vigía. La directora de la casa-museo cree que la inversión ofrecerá al visitante una remozada mirada.

Algunos lugares que no estaban disponibles, como el dormitorio de Mary Welsh, la cocina, la sala dedicada a la historia, la piscina y todos los arreglos del yate Pilar ya están en pleno proceso.

Los cubanos, como desafiando a la derrota y desconociendo la arbitrariedad del estilo presidencial, aportaron al recuerdo. Sin ánimo de revancha pero empeñados en la palabra, antes de fin de año, entregarán la primera parte de las 22.000 páginas del material archivado en Finca La Vigía a la Biblioteca John Fitzgerald Kennedy del Congreso estadounidense. La cesión de las copias digitalizadas incluyen cartas (ver aparte), documentos únicos y folletería inventariada por expertos norteamericanos y cubanos, cumpliendo así con el compromiso asumido en el acuerdo firmado, en noviembre de 2002, entre el Social Science Research Council y el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural.

Para confirmar aun más la vigencia del ilustre norteamericano, estudiosos de cinco países se reunieron entre el 23 y el 25 de mayo de 2006 en el museo y en medio del reciclaje, para discutir la obra del escritor como corresponsal de guerra. Los participantes del Reino Unido, Italia, Francia, Estados Unidos y Cuba tomaron nota de todo este juego de intereses y procedieron a firmar un documento donde quedará sentado el malestar generalizado. Sin otro objetivo que continuar con la memoria de Hemingway, los invitados celebraron el 65º aniversario de la primera edición de Por quién doblan las campanas en el marco del X Coloquio Internacional sobre Hemingway.

Hoy se maneja la posibilidad de que el grueso de las fundaciones apele la decisión del Departamento del Tesoro. La medida es una llamada de atención que seguramente Bush tomará como anecdótica.

Mientras tanto, en Cuba, ya está girando la circular de invitación para el XI Coloquio Internacional sobre Hemingway, que tendrá lugar en la finca del 21 al 24 de junio de 2007.

Como para agregar más leña al fuego, el día que se cumplían 45 años de la muerte de Hemingway se colocaron flores blancas frente al busto instalado en el portón de la entrada a la casa. El administrador de la casona, José Manuel García, en medio de las refacciones, sentenció: “Pusimos una estatua con su rostro en la entrada y un búcaro con flores blancas. Para nosotros es un gran escritor, él quería que hubiera buenas relaciones entre Estados Unidos y Cuba”.

Acaso la mejor respuesta sea que Bush aprobó un fondo de 80 millones de dólares para apuntalar la oposición en la isla. El plan de ayuda es presidido por la secretaria de Estado, Condoleeza Rice, y contempla ayuda médica, envío de alimentos y el combustible necesario para poner en marcha la industria del futuro gobierno de transición.

Nadie espera, por el momento, un cambio. Menos un milagro. Bush está más preocupado en ser Dios que héroe y, en este proyecto, no está presente ese enajenado y mentiroso llamado Hemingway.