Letras
Estudio sobre las margaritas

Comparte este contenido con tus amigos

Bien sabemos —quien no lo sepa aún, es tiempo de que lo haga— que la Naturaleza nos ha regalado —entre tantas otras penalidades que nos restringen a la felicidad y al infortunio durante períodos efímeros y eternos— la capacidad de conocer el estado afectivo que tienen otras personas respecto de nosotros. Así, cada uno puede saber quién lo quiere y quién no, con el solo uso del instinto, la reflexión, el sentido común. Los hechos concretos y las palabras —¿son éstas también hechos concretos?— son un apoyo constante —no siempre— y útil —hasta necesario— para el advertimiento de afecto, odio, indiferencia. También para distinguir grados de afecto y odio.1 Pero, lejos —quizás no tanto— de este modelo de comprensión, existe lo que se ha dado en llamar “el arte predictivo de las margaritas”. Mediante su empleo, se puede conocer el estado o grado afectivo que mantiene determinada persona respecto de uno, y esto sin requerir de la presencia inmediata de la persona en cuestión en el momento y el lugar del experimento. ¿Cómo es esto? Antes de contestar a la pregunta —o haciéndolo de un modo indirecto—, referiré la historia de este arte, o cómo se descubrió que las margaritas son herramientas brindadas por la Naturaleza al hombre con una función explicativa o —más bien— reveladora.

En alguna región de habla hispana, a mediados del siglo XVI —según algunos historiadores; a mí no me consta—, un joven caballero tímido y enamorado de una muchacha llamada Margarita, afondado en su carácter vergonzoso, se halló perdido ante la imposibilidad de reprimir el sentimiento y ante su obvia incapacidad de presentarse ante la muchacha para declararle su amor. Tenía temor; temor de perder su chance, pero también temor de ser rechazado. ¡Si tan sólo supiera que ella lo quería...; o que no lo quería!

Caminando por un floreado sendero, pensando, como siempre —inevitablemente—, en la bella Margarita, el joven observó un grupo de margaritas que descansaba al borde del camino. Muchas veces había imaginado metáforas y poemas —poemas con metáforas— que relacionaban a la dulce joven con aquellas flores de pétalos blancos y corazón amarillo. Encontrando en las metáforas apoyo emocional, el muchacho tomó una margarita como si fuera su Margarita y le preguntó: “¿Me quieres, o no me quieres? Dime. Si te confieso mi amor, ¿abrirás tus brazos y me recibirás con besos, o darás la vuelta y me rechazarás fríamente, con el frío de la espada que mata por accidente y pierde su brillo con la opacidad de la sangre sin dejar de relucir ante los ojos de los vivos que ignoran o conocen impersonalmente el infortunio?”.

Arrancó un pétalo, y repitió “¿Me quieres?”. Arrancó otro y preguntó “¿No me quieres?”. Luego otro pétalo y “¿Me quieres?”; y otro y “¿No me quieres?”. El siguiente pétalo fue acompañado de una afirmación en vez de una interrogación: “Me quieres”. Luego “No me quieres”. El proceso continuó con el mismo orden reiterativo, y cuando el muchacho arrancó el último pétalo que le quedaba a la margarita, diciendo “No me quieres”, comprendió con amargura que Margarita no lo amaba. Su pena fue grande. Su tristeza y consecuente sufrimiento lo llevaron al extremo de la depresión. Decidió que ya no quería vivir y bebió la cicuta de la muerte.

La noticia de su suicidio produjo fuerte dolor entre sus familiares, y hay quienes dicen que, particularmente, fue una muchacha la que lo sufrió más: Margarita, la joven enamorada del fallecido caballero.

Este remate, créanme, es tan ridículo como aquel que afirma que, luego de quedarse sin pétalos la margarita, perdió su cabellera la propia Margarita. Estos argumentos no son más que viles estrategias de los Ministros del Amor Espontáneo, que procuran refutar el papel revelador de las margaritas. Estos estudiosos, que rechazan cualquier tipo de intervención indirecta en el desarrollo del sentimiento, instan a creer que las margaritas no inciden ni son implicadas por la realidad afectiva entre las personas. Se atreven a acusar de “mera casualidad” a la relación existente entre las margaritas y el sentimiento de las personas; así es que agregan a la historia del siglo XVI la condición “falsa” del resultado de la quita de pétalos a la margarita, destacando que este resultado corresponde a un “no me quiere” cuando finalmente se descubre que Margarita sí amaba al muchacho. Esto desvincula totalmente a una cosa de la otra. Pero es sabido que la historia original concluye con la indiferencia de Margarita frente al suicidio del joven; ella no lo amaba, como había revelado ya la flor. Y este hecho es el que permitió descubrir el poder de las margaritas y su función oracular. Los jóvenes enamorados comenzaron a recurrir a ellas, y de sus respuestas dependían sus ulteriores acciones: sus aventuranzas, sus resignaciones.

Se tiene constancia de que los oráculos nunca fallaron. Su verdad es irrefutable, indudable, irrebatible. Los Ministros del Amor Espontáneo seguirán inventando razones para desmentir la función de las margaritas, pero jamás podrán contradecir la realidad.

Ya que conocemos la historia, podemos dedicarnos al análisis de las margaritas.

Existe un interesante ensayo sobre el tema que, dicho sea de paso, motivó la realización del presente trabajo. Me refiero a “Margaritas”, de Alejandro Dolina, compilado en El libro del fantasma. Si bien es una lectura que recomiendo, considero necesario discutir algunos puntos.

Por empezar, y casi en completo acuerdo, citaré las palabras con las que Dolina describe el proceso de consulta a las margaritas:

“El enamorado curioso debe apoderarse de una margarita cualquiera. Acto seguido, pensará en aquella persona cuya disposición deseare conocer. Luego, arrancará los pétalos de la flor uno a uno. A cada pétalo corresponderá un dictamen recitado en voz alta.

”Me quiere mucho, para el primero; poquito, para el segundo; nada en el tercero.

”Allí termina la exigua serie de resultados posibles, que deberá reiniciarse una y otra vez hasta llegar al último pétalo: la elocución que a ésta correspondiere, será la respuesta oracular de la flor”.

Aquí es donde entra la primera observación. No son pocos los que, como Dolina, atribuyen tres posibles resultados al proceso: me quiere mucho, poquito, nada. No obstante, y de acuerdo con la historia de este arte, los resultados posibles no son más que dos: me quiere, no me quiere. Esto influye y cambia notoriamente el sentido de los oráculos. Según esta segunda concepción —que yo amparo—, una flor con número par de pétalos significa no me quiere; con número impar, me quiere. Mientras que, en la concepción doliniana, nada (o no me quiere) es la respuesta cuando el número de pétalos es múltiplo de tres (esto puede ser par —caso en el cual coincidiría con el no me quiere de la concepción que trato de defender—,2 y puede también ser impar —entrando en crisis con la noción birresultadista—); asimismo, los otros dos conceptos (poquito, cuando al número de pétalos le falta uno para ser múltiplo de tres;3 mucho, cuando le sobra un pétalo) comparten la misma suerte.

Así, si un joven enamorado toma una margarita cualquiera —supongamos, una que tiene veintiséis pétalos—, llegará a distintas conclusiones según el método que emplee: no me quiere (birresultadista), me quiere poquito (trirresultadista), me quiere mucho (tetrarresultadista). Sirva aclarar que el método tetrarresultadista consta de los siguientes estadios: me quiere, mucho, poquito, nada. Esta noción es algo confusa, y no me cabe la menor duda de que su único objetivo es —como ya aventuró Alejandro Dolina— reducir el porcentaje de probabilidad de una respuesta nada, del treinta y tres por ciento del método trirresultadista al veinticinco por ciento. Es útil recordar, pues, que el porcentaje de probabilidad en el método que amparo se divide en cincuenta y cincuenta, para el me quiere y el no me quiere. Lo cual no influye, de todos modos, en la realidad.4 Quienes pensaron que reduciendo el margen de probabilidad de la respuesta nada obtendrían respuestas favorables, o que, más aun, afectarían la situación real en beneficio personal, se habrán visto, seguramente, decepcionados.

Primero, si acaso el método tetrarresultadista fuese fiable, la respuesta no dependerá del grado de probabilidad; la respuesta es una, y la margarita cumplirá siempre su función natural de informar fielmente lo que uno desea saber, sin importar la respuesta que uno prefiera escuchar —y recitar, por cierto.

En segundo lugar, el método tetrarresultadista no es fiable, así como tampoco lo es el trirresultadista, por lo cual no tiene sentido seguir hablando de ellos.5

Hay quienes piensan, sin embargo, que cualquiera de los tres métodos es útil; que cada uno de ellos se adecua a su manera a su función. Pero no debe dársele demasiada importancia a este absurdo.

Antes de proseguir, quisiera hacer una crítica al nombre que han dado los primeros estudiosos al proceso que estamos analizando: arte predictivo de las margaritas. Una definición común de predicción es: “Acción y efecto de predecir” (predecir: “Anunciar por revelación, ciencia o conjetura algo que ha de suceder”). Podríamos citar mejor: “Acción y efecto de predecir lo futuro” (predecir: “Anunciar lo futuro”). La palabra futuro resume aquello a lo que quiero llegar.6 Cuando hablamos del arte de las margaritas no nos referimos a un arte predictivo —las margaritas no hacen referencia al futuro—,7 sino más bien a un arte informativo, descriptivo, revelador de lo presente. Por eso lo llamaremos de ahora en adelante arte descriptivo de las margaritas.

El biólogo funcionalista Carl Kömper utiliza la denominación función explicativa de las margaritas para designar a la utilidad especial de estas flores. El término explicación, no obstante (en nuestro caso), puede remitirse solamente al qué, al cómo, incluso al cuánto y, desde el principio, al quién y al a quién, pero deja afuera el por qué, a causa de qué, con qué consecuencias, con qué efectos. Sin estas preguntas contestadas, la explicación no es tal.

En cuanto al nombre de arte, lo dejaremos con la justificación de que es un arte de la Naturaleza, extendido a los seres humanos.8

Ahora sí, continuamos con nuestro trabajo.*

Alejandro Dolina, en su ensayo, enumera cuatro posibles explicaciones para la naturaleza y forma del arte descriptivo de las margaritas: i) la elección que hace el enamorado curioso determina el sentimiento que acogerá a la persona evocada, cumpliendo la margarita —de acuerdo a su cantidad de pétalos— una acción directa —o por medio de la Naturaleza— sobre la persona pensada; ii) el sentimiento ya existente de la persona evocada determina la cantidad de pétalos de la flor; iii) el Destino es el único protagonista y hace que la elección del enamorado corresponda a una flor que cumpla con los requisitos para que la respuesta refleje la realidad; iv) no hay correspondencia entre las margaritas y los sentimientos, no hay conexión, es una burda mentira.

Mi teoría, como habrán presumido, se refleja en la explicación ii, aunque con un posible agregado: el sentimiento ya existente de la persona evocada determina la cantidad de pétalos de la flor o bien la elección que hace el enamorado. A veces suele pasar que uno recoge una margarita y, al hacerlo, un pétalo cae accidentalmente, sin que uno haya actuado con brusquedad —aunque piense eso y no le dé importancia. Eso no es, pues, un accidente, sino un acto sabio de la Naturaleza. La Naturaleza sabe de antemano en quién va a pensar uno a la hora de deshojar la margarita, pues de hecho uno ya está pensando en esa persona antes de recoger la flor. Por eso actúa como actúa, sabiamente, refutando una vez más al Azar.

Es así que la flor se adecua, en el momento de ser recogida, al real sentimiento que el enamorado desea conocer.9 Pero, como ya expuse, el sentimiento puede directamente actuar sobre la elección de la margarita que posea los atributos que la hacen fiel reflejo de la realidad. Esto no parece muy congruente dentro de nuestra concepción birresultadista, pues la elección de una flor con número impar de pétalos en una situación en que la persona amada y evocada no nos quiere, se resuelve fácilmente con la caída natural de un pétalo en el acto de ser recogida la flor. ¿Resulta necesario, acaso, recurrir a la acción directa sobre el enamorado en el momento de la elección de la flor? No. De hecho, es mucho más simple el asunto del pétalo, suficiente como para optar solamente por la adaptación de la flor al sentimiento. Pero no podemos negar —como tampoco afirmar— que cuando hacemos una elección y no cae ningún pétalo de la margarita, la Naturaleza fue la que se encargó de motivar nuestra decisión.

Al respecto, algunos psicólogos —entre ellos, el licenciado Raúl Carrizo— sugieren que no es la Naturaleza quien motiva nuestra elección, sino nosotros mismos; un poder subyacente, inconsciente, que nos permite intuir lo que otros sienten hacia nosotros; y a partir de este conocimiento seleccionamos la flor correcta, sin ser conscientes de ello.

Debo decir que es ésta una teoría interesante, pero confío más en la Naturaleza que en el inconsciente humano.

Avanzando en nuestro análisis, quiero citar dos preceptos formulados por los espíritus leguleyos: i) las consultas pierden su validez si se agregan o quitan pétalos intencionalmente —exceptuando la pura acción de la Naturaleza, que puede o no considerarse intencional— y si se altera el orden de las respuestas; ii) se prohíbe determinantemente la consulta sucesiva y vana de diversas margaritas en vista de una misma persona amada.

El examen de Dolina a este respecto es vago y ambiguo, por lo cual es menester considerar los dos preceptos tal como los he presentado, sin prestar mayor atención al planteo del conocido escritor.

Para finalizar este ensayo, creyendo haber desarrollado con claridad el arte descriptivo de las margaritas, compartiré con Alejandro Dolina la noción de que este arte se halla en proceso de extinción. Pocos son los que recurren a él, y pocos son los que saben, siquiera, de él. Se ha extendido la voz de que el arte descriptivo de las margaritas es puro cuento, una fantasía absurda y ridícula. Y, lo que es peor, se está haciendo costumbre que ni siquiera se hable de él. Las generaciones que vienen nunca aprenderán sobre este arte, y pronto, un importante contacto entre la Naturaleza y el Hombre se desvanecerá.

No hay que menospreciar el enorme tesoro que significa una pista de la Naturaleza, un guiño del Cosmos. Pues nuestra imaginación, por sí sola —hablen lo que hablen los científicos—, no conducirá jamás al entendimiento universal. Es claro lo que concluye Haldane: “El universo no es sólo más extraño de lo que imaginamos, sino más extraño de lo que podemos imaginar”.

 

Notas

  1. Según algunos sentimentólogos, la indiferencia también consta de diversos estadios (resumidos en mayor y menor indiferencia). Yo no comparto esta aseveración, pero creo que, en todo caso, el problema surge de distinguir sólo entre afecto, odio e indiferencia; alguien puede apenas conocer a una persona, no serle indiferente —en el momento en que acaba de conocerla— y tampoco sentir hacia ella ni odio ni afecto. Acá podrían entrar, como sugieren los teóricos de la Escuela de Viedma, la simpatía —estadio intermedio entre la indiferencia y el afecto— y la antipatía —estadio ubicado entre la indiferencia y el odio. Claro que esta definición recibió las duras críticas de Johann Mendel, quien en su Anatomía del sentimiento (1983-84) propone una larga lista de sentimientos entre personas argumentando que ningún análisis relacionado con este tema puede prescindir de ninguno de ellos: “Un estudio serio acerca del complejo asunto del Sentimiento entre las personas, debe incluir indefectiblemente todos y cada uno de los sentimientos y emociones que conforman la esencia del ser humano, pues los sentimientos no nadan aislados sino que conviven en diversas relaciones que, desmenuzadas —como han procurado hacer los obtusos de la Escuela de Viedma, que suprimieron emociones fundamentales—, cambian enormemente su sentido, su realidad”. Debido al carácter del ensayo que nos ocupa, dejaremos de lado estas discusiones (N. del A.).
  2. ¡Más decisión, amigo! “La concepción que defiendo” (N. del otro yo del A.).
  3. Por qué poquito y no poco, no lo sé (N. del A.).
  4. De hecho, comprendo hoy, es evidencia del carácter verídico del oráculo, que no se determina por probabilidades, pues ¿qué clase de probabilidad implica un cincuenta y cincuenta? (N. del A. a casi dos años del manuscrito original).
  5. Como destacó A. Dolina en su libro, los Refutadores de Leyendas descreen del arte predictivo de las margaritas, argumentando que en muchos casos la respuesta de la flor no se corresponde con el sentimiento de la persona evocada hacia la persona que deshoja. En defensa, pues, de este arte, basta señalar —como no supo Dolina— que los casos en que no se corresponden la respuesta y la realidad, no respetan el método birresultadista. He ahí su error; he aquí la refutación a la refutación de los Refutadores de Leyendas (N. del A.).
  6. Algún artista me ha preguntado: “¿Querés llegar al futuro?”. No, claro está; el futuro es inalcanzable. Me refiero al punto al que quiero llegar en este momento del análisis (N. del A.).
  7. Si tal fuera el caso, diríamos: me amará, no me amará... (N. del A.).
  8. En definitiva, siguiendo a A. Hitchcock, el arte nace siempre de la profunda emoción, y esta emoción (humana) infiere en la obra natural (N. del A.).

* En el texto original: “Ahorí, continuamos con nuestro trabajo”. El autor se reserva de utilizar vocabulario propio antes de publicar el Diccionario Podrido.

  1. Hay que recordar que, en la concepción doliniana, el asunto es algo más complejo. Para cambiar su significado, una flor debe elegir entre dejar caer uno o dos pétalos (recordemos que es un método trirresultadista). Y en el caso tetrarresultadista, la complicación es aun mayor. En cualquiera de estos dos casos, sería más aceptable la idea de que el sentimiento de la persona evocada influye sobre la elección que hace el enamorado de la margarita que recogerá (N. del A.).