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Fernando VillegasCrónica para la carne moribunda
Estos son los discursos que Chile se está perdiendo

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La historia es así

Todo comenzó cuando se me ocurrió que quería hacer algo diferente para publicar en el espacio que la Agrupación Chilena de Blogs me ha invitado amablemente a llevar en su web. Para esto, busqué entrevistar a un polémico sociólogo y periodista chileno, nacionalmente reconocido. Además de esta faceta, digámoslo así, más visible, este tipo resultó ser un escritor sorprendente. Si bien ya era reconocido en Chile por libros de no-ficción, cono El Chile que no queremos, y Diccionario histérico de Chile, Fernando Villegas publicó en 2005 una novela, titulada Discursos de la carne, bajo el seudónimo de Alexander Tolush y por el sello Alfaguara. Lo del seudónimo fue una decisión dirigida principalmente a proteger el libro de las críticas imparciales que surgirían, por ser él, el autor detrás de la obra. Sin embargo, Chile no estaba preparado para leer a un autor de nombre ruso, absolutamente desconocido. La crítica negó la existencia del libro al no criticarlo, ignorándolo casi por completo, y esto generó un bajo perfil. Los lectores, por lo tanto, no se vieron fuertemente motivados a buscar el libro. El autor intentó salvarlo comercialmente reconociendo su nombre real detrás del seudónimo, nombre, que como ya dije, es muy famoso en Chile. Aun así, no fue suficiente.

Yo, pecando de curiosa, me aventuré a leer el libro del cual Villegas me habló, en la entrevista que le hice, con nostalgia y un dejo de dolor. Pude concluir varias cosas tras su lectura cuidadosa; entre otras, que la existencia de este libro me confirma la estrechez mental de la crítica en general, puesto que, seamos sinceros, la crítica es parte importante en el proceso de “consumo”, como tal, de libros, buenos y malos. Los lectores, en muchas ocasiones, se acercan a las librerías en busca de libros que fueron mencionados por la crítica en diarios y revistas, es decir, la crítica contribuye con la primera puntada, de ahí a que el libro sea de gusto de quien lo lee, queda una delgada línea que atraviesa cada individuo por sí mismo.

Con Discursos de la carne ocurrió algo sumamente irónico. Su autor, antes de que fuese publicada, la hizo leer, en Europa, de algunas autoridades en letras, entre las que se cuenta Lucyna Falkiewicz-Wille, licenciada en filosofía y filología, doctora en letras, catedrática de la Universidad Rzeszów, Polonia, quien sólo tuvo elogios para el libro.

No es mi intención abrir debates, pero: ¿es justo negar la calidad literaria intrínseca de un libro, únicamente porque éste está escrito por un autor no tan conocido, o un autor que no está dentro de las élites nacionales, sino que está desenmarcado de éstas por una opción personal? ¿Está la crítica seleccionando su material para reseñas y artículos guiados solamente por criterios comerciales, por frivolidades y prejuicios y no por la calidad literaria?

Es muy posible que la respuesta a este par de preguntas sea respectivamente no y sí. Dejo este tema a juicio de quienes leen esta página.

Aquí presenté la historia detrás de un libro obviado.

A continuación su reseña, escrita por alguien que no lee bajo ningún criterio en particular, más que por el placer de leer. Y que no critica guiada bajo prejuicios, sino por la honestidad de la calidad literaria propia de la obra.

 

“Discursos de la carne”, de Fernando Villegas (firmado como Alexander Tolush)El libro es así

Discursos delirantes

Después de un fallido intento de golpe y en un viejo avión Ylushin se trasladan, de vuelta a Moscú, el presidente ruso Mijail Gorbachov y su jefe de seguridad, coronel de ejército Efim Geller, acompañados de otros altos mandos y miembros del gobierno ruso. El pollo grasiento con papas fritas que les dieron en el avión les ha caído muy mal a todos, especialmente al coronel Geller, quien se ha intoxicado; se está pudriendo por dentro prácticamente y el dolor lo castiga con alucinaciones. La carne moribunda ha tomado la palabra y la realidad se ha deformado en un juego de ficciones y delirios. Uno tras otro llegan los recuerdos, hilados en una serie de relatos en los que Geller repasa entre la burla y la ironía y con un finísimo humor negro, su desaforada vida: entre otras cosas, ha sido violado de niño por un viejo pederasta, ha violado a su primera esposa, aun cuando se amaban profundamente, la denunció como traidora y la entregó a las autoridades rusas. Repasa cómo cada mujer que llegó a su vida, bajo circunstancias tan simples como marcadoras, barrió en su corazón y le hizo vivir muchos tipos de desenfreno. Aquí el sexo no da placer, sino que es una actividad enfermiza en la búsqueda de un absoluto casi perverso. Geller es, además, un genial escritor, incomprendido, rechazado por editores y editoriales, andando con su libro más ambicioso bajo el brazo y con una esperanza siempre puesta en él, que pronto se desvanece. De repente la historia da otro giro y ya Geller no delira con mujeres, sino con hombres. Ha sido poseído por algunos y ha amado con obsesión a un travesti. No deja de escribir. Ni de llevar su obra más ambiciosa bajo el brazo.

El ritmo cascada de esta novela está marcado principalmente por un juego literario en donde las imágenes sufren una ligera transformación, cada cierto tanto —en capítulos que son distinguidos con letra cursiva— y en donde ya no es de Geller de quien se habla, sino de otro tipo muy parecido a él, quien también parece pudrirse agonizando en un hospital, mientras recuerda un libro que ha escrito, sobre Gorbachov, sobre un tal coronel Geller, sobre una tal URSS. Un tipo confuso, pero clave dentro de la obra.

Estamos, sin duda, frente a una novela oscura. Una novela túnel. Los relatos confluyen y explotan. Una situación se mimetiza con otra que aparece capítulos más adelante, en otros escenarios, con otros personajes.

Pero es la oscuridad de esta obra la que proporciona, irónicamente, reflejos de otras cosas: una temática muy novedosa dentro de lo que se ha escrito en los últimos años en Chile, cuidadosamente trabajada. Una estructura narrativa fuerte, que se semeja muchísimo a una partida de ajedrez, ya que Discursos de la carne es un juego en donde las piezas han sido movidas con maestría. Un juego en donde el fin es arrebatar el aliento, por completo, a quien lo lee atentamente. Pero ante todo, esta es una novela que despliega genialidad, inteligencia y exquisito atrevimiento. Se salta de la lujuria a la más absoluta miseria espiritual, sin puntos medios. Del dolor insoportable a la risa desternillante. Cada personaje es visto con una constante burla, que se hace cada vez más infinitamente necesaria. Aquí se unen pasajes que recrean vejaciones a mujeres y hombres, cruentas muertes, dolor, miseria, alegrías eufóricas, sexo despiadado, descritos con una pasmosa precisión de relojero y con lenguaje amplio y acertadísimo. Aquí no se admiten susceptibilidades y a pesar de que vagan entre párrafos Gorbachov, Chernobyl, la URSS, el socialismo y el comunismo, esta no es una novela política y está muy lejos de serlo.

Estos discursos merecen lectores que tengan la oportunidad de amar y odiar al desgarrador Geller. Que tengan la oportunidad de hastiarse, solidarizar o compadecerse de la figura “ese” que escribe a Geller, sí, ese “otro ser” que se atreve a entrometerse, a desenmascararse y a disfrazarse al mismo tiempo entre las letras cursivas.

Es la carne moribunda que hace su discurso: y reclama ser atendida.