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Michel HouellebecqMichel Houellebecq en la concepción de Aldous Huxley

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Si en Un mundo feliz, por esas casualidades, a Huxley se le hubiese ocurrido desarrollar un personaje escritor, disconforme, abiertamente sarcástico y sin embargo, adaptado al sistema fordista, y, debido a sus cualidades, este personaje bien que podría ser elevado a semidiós, podría ser una especie de oráculo, o ser ascendido a una especie de mandatario por encima de esos eternos enfánts. O caso contrario, podría, por qué no, ser desterrado a una isla llena de salvajes andrajosos, de costumbres primitivas; o llevándonos aun mas por nuestra imaginación ser un mártir, un rebelde incurable y díscolo para con el sistema fordista para ser finalmente condenado a muerte por este sistema. Las posibilidades serían infinitas. Sin embargo la respuesta es unívoca, tiene nombre y apellido y es evidentemente fácil de discernirlo. Es que ya no es ninguna novedad que la literatura de fin de siglo y principio de éste ha dado un vuelco interesante desde que Michel Houellebecq irrumpió en escena. Portador del genio de Céline, de Georges Perec y de tantos otros, supo insuflar aire fresco en el campo de las letras. En 1994 hizo su aparición con Ampliación del campo de batalla.

Nuestro autor pensó al respecto: “Definitivamente, me decía, no hay duda de que en nuestra sociedad el sexo representa un segundo sistema de diferenciación, con completa independencia del dinero; y se comporta como un sistema de diferenciación tan implacable, al menos, como éste. Por otra parte, los efectos de ambos sistemas son estrictamente equivalentes. Igual que el liberalismo económico desenfrenado, y por motivos análogos, el liberalismo sexual produce fenómenos de empobrecimiento absoluto. Algunos hacen el amor todos los días; otros cinco o seis veces en su vida, o nunca. Algunos hacen el amor con docenas de mujeres; otros con ninguna. Es lo que se llama la ‘ley del mercado’. En un sistema económico que prohíbe el despido libre, cada cual consigue, más o menos, encontrar su hueco. En un sistema sexual que prohíbe el adulterio, cada cual se las arregla, más o menos, para encontrar su compañero de cama. En un sistema económico perfectamente liberal, algunos acumulan considerables fortunas; otros se hunden en el paro y la miseria”.

Houellebecq en esta obra pone a la vista de todos que el dinero y el sexo producen injustas diferencias, en que el liberalismo en ambas índoles están determinadas para los ganadores y los caídos. Y en que el campo de acción es por siempre restringido, arduo de cambiar. Pues, de toda una crisis de vivencias, de toda una generación sin metas personales, hay una especie de actualización del legado existencialista de un Camus especialmente sardónico, pero pasado por el tamiz de una literatura yuppie del descontento. Allí donde las novelas para la Generación X suelen ofrecer una descripción demasiado simplista de la realidad urbana y de sus consecuencias...

Cuatro años más tarde, siendo el máximo fenómeno editorial, editó Las partículas elementales, donde ataca y parodia a los que participaron en el Mayo Francés. En el 2005, La posibilidad de una isla, la cual nos hace pensar en una frase de Campanella, el cual aseguraba que “la ciudad del Sol” se trataba de un lugar imaginario con personajes imaginarios. Houellebecq en este libro es un reformador imposible, en una utopía de un clon que vive, que sobrevive a Daniel, un cómico, varios años después con el nombre de Daniel24, narrando así el paralelismo de dos historias en épocas distintas. Es un tema realmente fronterizo entre lo metafísico y lo técnico, donde se concatenan sus capítulos y sus libros, como momentos de un mismo proceso. No hay lugar a producir nada nuevo. Hay una organización de espacios a partir de lo técnico. En que las formas espirituales del pasado ya no tienen nada que ver con producir nada nuevo.

Debido a su formación, Houellebecq nos hace recordar a Huxley: conocedor medular de los avances de la psicología, de la psicolingüística, de las matemáticas, la neuroanatomía y neurofisiología, además de cuantiosos argumentos sociológicos. Todos éstos parecen ser cómplices de sus novelas. Como dijo Tahourdin, un crítico, en la alternancia entre ternura y su exacerbada amargura vemos a Céline. En sus detalladas y minuciosas descripciones nos hace recordar a la objetividad de Pérez. Las virtudes de aquellos tres se conjugan en Houellebecq. Sus obras son como las sociedades modernas, siempre ambiguamente fronterizas entre la muerte y la felicidad, entre la dicha y el absurdo. Afirmar así que sus novelas son el fiel reflejo de estas civilizaciones requiere alguna fundamentación.

El paso del tiempo, el envejecimiento de los personajes es sopesado por los avances tecnológicos de la sociedad. El sistema que todo lo provee es vivido y respetado como una religión propia (como afirmó el gran teólogo brasilero Frei Beto) y en que los bancos son como catedrales. La anestesia de los pueblos es llevada a cabo mediante el sexo y la liberación del sexo, las ofertas de una juventud eterna, la obsesión por el cuerpo, la libertad a partir del individualismo, el consumo de drogas, la hibridación de creencias propiamente religiosas... ante cualquier caso, el materialismo es el que allí, como aquí, siempre impera. En las paginas de Houellebecq las imágenes en nada se parecen por ejemplo a las de Hemingway, sino que están como cristalizadas, empalidecidas, casi sin vida y que sobresalen casi por delante de la verdad.

El dolor, el deseo y el placer abundan y redundan por doquier. De allí que los personajes de Houellebecq (al igual que los de Beckett, a los cuales sólo les está permitido hablar) hablan solamente de sus vivencias sexuales, que tan recurrentemente aparecen, para volver una vez más a la tristeza, como un punto muerto de esa carera que lleva a ningún lugar. Es, si se quiere, la tendencia a retornar al antiguo deseo o necesidad de la creación. Sería muy curioso que en sus libros aparezca narrado algún nacimiento. Los actos sexuales, indecorosamente descritos, a nada llevan, no cumplen ninguna función sino la de generar más acción aun. Que como un estado antiguo, inicial, que ellos han abandonado una vez, aspira a regresar por todos los rodeos de la evolución: el autor nos describe un mundo sin dudas muy actual. Gianni Vattimo pensó: “El hombre puede despedirse de su subjetividad entendida como inmortalidad del alma, y reconocer que el yo es más bien un haz de muchas almas, mortales, precisamente porque la existencia en la técnica avanzada no se caracteriza ya por el peligro continuo ni la consiguiente vivencia”.

Los instintos ya no encuentran realmente viabilidad. El soma provisto en Un mundo feliz es suplantado aquí, sin embargo, y multiplicado por cuestiones más sofisticadas, pero jamás el sometimiento de vacío y angustia encuentran respuesta. Éstas, de cualquier modo, son el único rezago que colegimos como humano. A lo largo de estas grandiosas novelas, en que el individualismo, principal premisa de libertad, es no obstante la principal condición de la aturdida soledad de los personajes manufacturados por Michel Houellebecq. En ese mundo feliz, lo punitivo avanza muy discretamente entre los personajes y probablemente entre nosotros: es el desvío de lo esencial. Que la sociedad no quiere que uno sea lo que realmente es, uno mismo... Sus personajes, a pesar del goce que experimentan, no son soberanos, no, jamás lo serán, del contexto en donde habitan. No por lo que saben, sino por lo que ignoran, parecen intuir estar en un lugar en el que ya no hay salidas, más allá que hay búsquedas, ya sea mediante el estudio, mediante diversas formas de vida, en que el sentido y el resultado son más o menos semejantes. La palabra “orgasmo”, que tantas veces figura, es de la misma madera de la que está hecho Godot, ambos son lo que nunca llega. Desde otro punto de vista, son habitantes de los no-lugares. Habitan lugares de paso que la civilización occidental ha convertido. Houellebecq nos lo explica indirectamente en Partículas elementales, habla de que un depresivo puede ser un enamorado, pero que un depresivo sea por ejemplo un patriota, es imposible que exista. La depresión por miles de razones siempre está por delante del concepto patria. Todos somos algo extranjeros. El consumo lo es todo y el consumo es tan sólo una posibilidad de satisfacción garantizada, instantánea pero fugaz. El retiro de ese mundo es occidentalmente impensado. Pero el efecto pesimista y amargo no sólo consta de situaciones de vacío y perplejidad que allí se pueden contabilizar. Tal vez el recurso mas sutil es, gracias a su notable formación, que siempre se encuentra una explicación científica a cada aparente milagro: “No sabía exactamente que estaba viviendo la experiencia concreta de la libertad”, dice; “en cualquier caso era horrible, y tras esos diez minutos nunca volverá a ser del todo la misma. Muchos años más tarde, Michel propuso una breve teoría de la libertad humanas basada en las analogías con la conducta del helio superfluido. Los intercambios de electrones entre neuronas y las sinapsis dentro del cerebro (...); sin embargo el gran número de neuronas, por anulación estadística de las diferencias elementales, hace que el comportamiento humano (...) esté tan rigurosamente determinado como cualquier otro sistema natural. No obstante, en ciertas circunstancias extremadamente raras (los cristianos hablan de la intervención de la gracia) una nueva onda de coherencia que surge y se propaga por el cerebro (...) regido por un sistema completamente distinto de los osciladores armónicos (...) que hemos de llamar acto libre”.

Recordando a algún crítico, la realidad instituida por sus libros insinúan que las pesadillas de Kafka ya se hicieron realidad sin que nadie se haya percatado. Así como nadie se percató de que en los mismos libros de Houellebecq también hay pesadillas ampliándose, mudas, silenciosamente implícitas que ni el mismísimo Houellebecq seguramente intuyó, que ni el autor de La metamorfosis ha sospechado. Pues a Houellebecq no le ha sido dado el don de la premonición, sino el de reflejar el más crudo y desnudo presente. Los temas que nadie quiere tocar, la indiferencia, lo bajo y abyecto, la frustración y la falta de amor. Digamos que todo acto de amor, de esperanza, es anulado por el espacio de lo posible en sus tres novelas, en las cuales pregonan la libre expresión de los deseos, los masajes conductistas y la libertad sexual. Como decía Levinas, primero era el yo-tú, y después pasó a ser yo-otro, el otro como un absoluto desconocido. Uno de los principales ejes de alineación en sus novelas es el creciente extrañamiento respecto al otro.

La obsesión por el cuerpo reemplaza al otro, al igual que el sexo compulsivo... A su manera Houellebecq suele jugar al alter-ego ya sea en tiempos simultáneos o discordes.

Tal hecho me hace pensar que ratifica más aun la conciencia de que cada yo es hijo de los tiempos adversos. Que presagia inexorablemente una tragedia que va por (fuera de) la historia. Esta y tantas otras condiciones gracias al humor y a lo estético, es posible sobrellevar todo este desconcierto en el que no hay ninguna iluminación posible.

En definitiva, las predicciones apalabradas por escritores de otras épocas, son hoy el espejo que refleja el contenido de los libros de nuestro autor.

Su utopía, si es que hay alguna en sus libros, puede ser la posibilidad de una isla, si recordamos el último de sus títulos... Entonces, así como se procrea un mundo absolutamente materialista, en que la paz y el placer de vivir dependen de los corpúsculos de Krause de un hombre solo. La metáfora que más ilustra la post modernidad. Esta metáfora en la cual vivimos, es en donde todo contribuye a perpetuar lo mismo. La vigencia de los espacios es inmutable por ende, a pesar de las contradicciones. La exterioridad mutua, el espacio relacional, las obvias diferencias llevadas grotescamente al extremo y las posiciones relativas, las cuales son el principio del comportamiento de sus personajes, está en la determinación de los espacios. Houellebecq propone que no hay posibilidad de cambios. Marco Aurelio dijo que, para que todo exista, es debido al cambio. La negación de Houellebecq a esta posibilidad echa por tierra en algún sentido todo un mundo que nos es ajeno... Como que también todo ya se ha conquistado. El sarcasmo y el hedonismo que sus páginas destilan son la expresión de la impotencia que todo esto acarrea. ¿Qué significa la creación de un clon sino intentar otro espacio y otros tiempos quien no supo encontrar en su propio tiempo y espacio el suyo? ¿Cómo obviar, después de todo, que dicho espacio ya sea inmutable o ausente, implica hablar acaso de un tiempo entre registros de nacimientos y decesos, en que no siempre transcurren vidas?

De todas maneras, los espacios cuentan por siempre con un control continuo y homogéneo, absolutamente discreto. Todas las vidas que amargamente nos enseña el escritor padecen de éstas. El poder nunca se muestra, pero se objetiva. El victimario jamás aparece aunque sí se objetiva. Ya que es el encauzamiento de las voluntades hacia un destino perfectamente común y hasta podríamos denominarlo “seriado”, muy parecido al de Un mundo feliz, en donde lo penoso queda por siempre escondido y reprimido, al punto de develar la verdad, de que algo huele a podrido...

Entre tantas vidas desdichadas hasta lo cómico, en que hay un castigo de la ciencia a través de aquel Estado, castigo del Eros a través de la prostitución, y hasta el castigo de la naturaleza mediante la destrucción, escribió Walter Benjamín. “Que lo esencial es esto: pese a todo, tal utilidad exige gestos y apariencias de amor allí donde sólo se encuentra un deber mecánico”, comenta.

Pero no obstante, y siguiendo a Walter Benjamín, al igual que el Quijote, Houellebecq parece reestablecer el lenguaje individual; que su gran arte es anticipar una conciencia y las esferas vitales de tiempos futuros. Y que gracias a la literatura, nuestros individuos adquieren voz con ella y por lo tanto un derecho dentro del universo.