Sala de ensayo
El mito del oscurantismo medieval

Al Khwarizmi

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Muy a menudo, en los textos de historia de la edad media o de la historia en general, se sostiene que el medioevo es un período de oscurantismo y estancamiento en el desarrollo de las artes y de las ciencias. Lamentablemente esta percepción se ha convertido en un mito y prácticamente se da por sentado que el medioevo es sinónimo de estancamiento generalizado. Dicha tesis está muy difundida en las distintas ramas de la historiografía y parece ser el resumen de la mirada interpretativa tradicional sobre la evolución científica y tecnológica del período. Empero, esta lectura es el resultado de un juicio apresurado, en especial en lo referente exclusivamente al desarrollo tecnológico. Por nuestra parte, estamos convencidos de que si bien la evolución —en el campo que nos interesa— no fue espectacular en dicho período, al menos se continúan los esfuerzos tecnológicos del período romano y se perciben interesantes innovaciones prácticas y artesanales, vinculadas a diversos incrementos productivos. Pero, ¿por qué se produce la difusión de la tesis del oscurantismo con su interpretación implícita tan negativa? La confusión obedece seguramente a dos razones importantes: efectivamente, en términos globales —esto es, cultural, política, científica y filosóficamente— en la edad media hay una hegemonía religiosa que con sus cánones específicos, identifica a la religión cristiana con la verdad y obstaculiza por ende el pluralismo ideológico y filosófico, así como también impide la conveniente diversidad de criterios para tratar los asuntos metodológicos y epistémicos.

Por otra parte, lo que acontece es que usualmente se aplica el marco de desarrollo tecnológico propio del Imperio Romano como rasero para medir el conjunto de invenciones y artificios de la época medieval. Sin embargo, el nivel de desarrollo tecnológico del período romano corresponde a un período histórico determinado, con necesidades sociales muy distintas a las del medioevo; en el Imperio Romano no hubo vasallaje, cruzadas ni feudos, y era políticamente más centralizado. En cambio, las comunidades en el período medieval eran eminentemente agrarias, con una fuerte presencia de órdenes religiosas y más descentralizadas políticamente.1

Es en este contexto donde corresponde evaluar el nivel de desarrollo tecnológico del medioevo, y desde esta perspectiva es posible sostener que la evolución tecnológica en esta era es diferente, y que sus niveles de incremento están en correlación con sus necesidades, pero no que hay estancamiento. En lo que sigue, se argumenta a favor de esta hipótesis.

 

La perspectiva tecnológica

En cuanto a adelantos tecnológicos específicos, por ejemplo, en esta era ya en el siglo VIII aparece el estribo, el que es utilizado por los francos quienes lo combinaron con una silla de pomo y borren. Esto facilitó la preeminencia de la caballería como fuerza de combate, la que finalmente logra desplazar a la infantería, en cuanto al nivel de violencia generada por las huestes ordenadas y compactas. Ello, a su vez, trae aparejado el aparecimiento de armaduras más firmes, mejores escudos y espadas, y la introducción de la ballesta en el siglo XI.

A su vez, desde el punto de vista del desarrollo tecnológico en la agricultura se observa que ya en el siglo IX se comienza a usar —probablemente por los eslavos— un nuevo arado, más potente y con ruedas y que incluía también una hoja metálica vertical para romper el suelo. En Noruega, aún en el mismo siglo, aparece el arnés para el caballo; consistía en un collar rígido y acolchado que colgaba del pecho y parte del cuello del animal, y que le posibilitaba respirar con comodidad. Estaba añadido a los tirantes laterales para facilitar la tracción. Lo anterior permite a los animales desplazar mayores cargas; por ejemplo, los caballos ahora pueden desplazar hasta cinco veces la carga que movían los bueyes con el yugo. Así, a finales del medioevo en Europa septentrional, el caballo desplaza a los bueyes para las tareas propias de la agricultura.2 También, todavía en este mismo siglo, se soluciona el problema del excesivo desgaste de los cascos de los caballos, gracias a la invención de las herraduras clavadas. Ello, sumado a la aparición del balancín en los arneses, posibilitó el uso y expansión de un nuevo medio de transporte pesado: la longa caretta; esto es, un carro tirado por caballos que permite transportar una gran cantidad de personas y mercancías o pertrechos bélicos. Así, en esta época, la tecnología avanza desplazándose entre la religión, las iglesias, la agricultura, la talabartería, la industria incipiente y los requerimientos bélicos. “Al lado de la construcción de catedrales, del florecimiento de la épica y del desarrollo del escolasticismo, el hombre de la Edad Media creó, por vez primera en la historia, una civilización que no se basaba en el trabajo del esclavo, sino en el empleo de la fuerza animal”.3

Ahora, en cuanto a la construcción de navíos, aún no hay mucho conocimiento acerca de cuándo principiaron a construir los navíos según el sistema ingenieril actual. Es decir, partiendo de la estructura interna y continuando luego con las planchas de madera externas. Pero lo que sí está claro es que la confección de las carabelas dio paso a los descubrimientos geográficos del siglo XV y despertó las ansias de aventura de los españoles y portugueses. Por eso, a fines del medioevo casi todos los puertos europeos cuentan con astilleros y trabajadores calificados para la construcción de las carabelas. Lo anterior, sumado a la invención del timón moderno a comienzos del siglo XIII, que perfecciona y acelera la navegación; permite que las naves se desplacen mejor y aumenten en volumen, al mismo tiempo que dicha innovación posibilita virar contra el viento. Por otra parte, la difusión y uso de la brújula magnética procedente de China, que comienza a usarse en Europa a partir del siglo XII, facilita la mayor frecuencia de los viajes de estas naves. Y ello, sumado al astrolabio que permite determinar las coordenadas del barco en alta mar, contribuye a que la navegación se haga más cómoda, y a su vez, dicho instrumento, logra la consolidación de las nuevas rutas oceánicas. Entre los astrolabios más famosos, está el construido por Vicenzo Dante a fines del siglo XV, que permite determinar la altura del sol y de las estrellas conocidas, y el ángulo horario.

Ahora, en el plano de los adelantos tecnológicos utilizados en la industria, cabe destacar el molino de viento con eje horizontal, el cual se inventa a finales del siglo XII, al parecer en las costas del Mar del Norte. En los Países Bajos fueron una fuente importante de energía, en especial para las bombas primitivas de drenaje. Y ello no es extraño si consideramos el fuerte viento que impacta a estas costas.

En un ámbito más industrial, por ejemplo en lo referente a la confección de los textiles, se destaca el procedimiento del enfurtido; que consistía en el golpe sistemático a los tejidos, inmersos en el agua, ocasionado por batanes de madera, los que a su vez eran impulsados por una rueda hidráulica. A su vez, el invento del cigüeñal, que es una combinación de manubrio y biela y que posibilita transformar el movimiento rotatorio o continuo, en movimiento recíproco y viceversa; aparece en la segunda mitad del siglo XIV. “El siglo XIV asistió a un portentoso progreso en los engranajes, que culmina en 1364, con el gran reloj planetario de Giovanni de Dondi. Los cinco siglos que siguieron al año 1000 D.C. perfeccionaron notablemente los métodos para dominar y utilizar la energía mecánica”.4 A mediados del siglo XV, a su vez, Johann Gutenberg (1398-1468) construyó una imprenta de tipos móviles, modificando una prensa para preparar vino. Los tipos móviles de metal, si bien los utilizaban ya los coreanos en el siglo XIV, sólo a partir del invento del alemán Gutenberg se propagaron rápidamente por Europa. Según algunos autores, la impresión en Oriente se debió a la necesidad de reproducir masivamente las oraciones budistas y taoístas, y en Occidente, a la necesidad de contar con más barajas para el arte adivinatorio y para reproducir a gran escala las indulgencias papales, oraciones e imágenes sacras.5

La invención de la tipografía, por su parte, se ve enriquecida con la invención del grabado, que se consiguió casi al mismo tiempo que los tipos móviles. La imprenta posibilitó la publicación de tablas matemáticas y astronómicas. Y los grabados, por su parte, permiten mostrar ilustraciones acerca de los elementos de la naturaleza o de artificios construidos por los hombres, hasta en sus más últimos detalles. “Desde entonces se pudo archivar y guardar para siempre hasta el más mínimo dato. Las palabras y las imágenes se inmortalizaron”.6 En el siglo XVI se aprecia nítidamente la contribución de la imprenta a la realización de los avances científicos y técnicos. Los libros impresos posibilitaron las descripciones de la naturaleza, la difusión de las ideas y los nuevos procedimientos técnicos. Este fenómeno sociocultural marca el inicio de una estrecha relación entre la tecnología y las ciencias de nivel académico.

 

La perspectiva científica

Desde la perspectiva científica se aprecia que la cultura medieval se desarrolló amparada en los monasterios, en las cortes de los nobles y príncipes y fundamentalmente en las universidades. En estas últimas se enseñaba el trivium (gramática, retórica y dialéctica) y el cuadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía). Lo primero sería equivalente a las disciplinas humanísticas de nuestra época y lo segundo, a las ciencias.

Las universidades —concebidas como corporaciones de maestros y estudiantes— fueron apareciendo por toda Europa durante el medioevo, y ya en el siglo XV el viejo continente contaba con setenta y siete universidades. Entre las más antiguas se destacan la Universidad de Bologna, fundada en 1088 por un grupo de discípulos del jurisconsulto Inerio; se especializa en asuntos jurídicos. La Universidad de París, a su vez, se interesa en los discursos teológicos y filosóficos; entre sus representantes figuran Burilan, Juan de Holywood, Alberto de Sajonia y Nicolás de Oresme. La Universidad de Oxford, por su parte, fundada en el siglo XIII, se especializa en las nuevas versiones interpretativas de la obra de Aristóteles. Aquí profesan sus ideas Roger Bacon, Roberto Grosseteste y Duns Scoto. Por su parte, la Universidad de Nápoles, fundada en 1224 por el emperador Federico II, se muestra muy interesada en los temas aristotélicos. Por tanto, gracias a las universidades, cuyos ejes se centran en la teología y la filosofía, se comienza a centralizar la enseñanza y a incorporar en sus programas de estudio, los contenidos de nuevas disciplinas tales como la astronomía, la mecánica y la óptica. Así, estas casas de estudio permiten el acopio bibliográfico y la difusión de las nociones científicas propias del período, y muchas de ellas siguen “desarrollándose de manera significativa”.7

Estas nuevas agrupaciones de estudiantes y maestros, en tanto están muy interesadas en la cultura libresca, logran compilar gigantescas enciclopedias donde se sintetizan la teología y la filosofía de la época. Al respecto, entre los exponentes de este esfuerzo bibliográfico cabe destacar los aportes de San Alberto Magno y de Santo Tomás. El primero abarca, con sus análisis, la filosofía y la teología del siglo XIII, hasta unas toscas expresiones de la posterior ciencia experimental; es contemporáneo de Santo Tomás y de Roger Bacon. En el terreno filosófico, por ejemplo, San Alberto Magno escribe los Comentarios sobre las obras aristotélicas. Y en el plano teológico: Summa de creaturis, De natura boni y otros.

Santo Tomás, por su parte, se centra en las reflexiones teológico-filosóficas, principalmente en lo referente al problema de la creación. Da cuenta de la génesis y de la evolución del mundo a partir de la tesis de un dios único. La evolución del cosmos la concibe como un resultado de la omnipresencia del propio Dios. Dios es, en este enfoque, un ser puro, eterno, necesario, omnipresente e infinito; esto es, un ente lógico, metafísico, ordenador de lo biótico y de lo abiótico. También se interesa por problemas tales como: la revelación divina, la fe, las pruebas de la existencia de Dios, la ética, la filosofía del Estado y la política. Elabora las grandes líneas teóricas de la filosofía moral cristiana, uniendo el pensamiento de San Agustín, la contundente obra aristotélica y la doctrina de Cristo. Al preocuparse por la figura filosófica de Aristóteles, logra reivindicar la inquietud científica del estagirita; en especial, en los aspectos vinculados a la física y a las ciencias de la vida propios de este autor. Santo Tomás consigue difundir las obras del filósofo griego, puesto que el medioevo anterior al siglo XIII no pasaba más allá del contacto con el Organon. Esto significa —desde el punto de vista científico— un redescubrimiento del concepto de la naturaleza implícito en las obras de Aristóteles.

Imbuido del mismo espíritu enciclopédico que manifiestan los autores anteriores, se destaca Roger Bacon; discípulo de Grosseteste y de Adam Marsh. Este autor, dentro de los círculos académicos, juega un papel relevante como promotor del trabajo científico. Es el primero que sostiene la tesis de que la experimentación y la aplicación de procedimientos matemáticos a la ciencia posibilita una mejor forma de conocimiento de la naturaleza. Es también el primero en emplear la expresión “ciencia experimental” y el estudioso más visionario del siglo XIII, en lo referente a la comprensión de las diversas aplicaciones tecnológicas que pueden derivarse de los conocimientos científicos. En efecto, en vistas de tales convicciones, afirma que en el futuro se podrá construir una gran cantidad de aparatos e instrumentos que permitirán al hombre dominar plenamente los fenómenos de la naturaleza. Sus expresiones aluden a los actuales anteojos, al telescopio, a los aviones, a puentes gigantescos, al submarino y a otros aparatos de hoy día. Es autor de diversas obras tales como su Compendium studii theologiae, Opus maius, Speculum astronomiae y otras.

Todavía en este mismo siglo, desde el punto de vista epistemológico, se observa que la aprehensión cognitiva descansa en el asentamiento de la escolástica como sistema filosófico, político y cultural. Y por tanto, la adquisición de nuevas interpretaciones y la difusión de las mismas, son equivalentes al ejercicio de la escolástica en conjunto con la lógica silogística. Los exponentes científicos y los filósofos repiten las ideas de Aristóteles, en lo referente a la comprensión del mundo físico y parcialmente en lo tocante a la noción de dios. En este marco teórico aparece la disputa entre los escolásticos que propician la física aristotélica clásica y los primeros autores que critican la doctrina aristotélica del movimiento; entre estos Buridan y Nicolás de Oresme. La disputa se expande por las distintas escuelas y universidades europeas. Es un quiebre en el ordenamiento interpretativo de las leyes físicas conocidas y uno de los primeros esfuerzos para dejar atrás las ideas aristotélicas referentes al comportamiento de los cuerpos en el mundo sublunar.

El despertar científico y teórico de la época medieval está ligado a las contribuciones de la cultura árabe, puesto que a través de las traducciones al latín de diversos autores árabes del siglo XII, Occidente conoció por ejemplo la Aritmética de Al Khwarizmi, con la notación arábiga, y el Álgebra del mismo autor. Desde 1202, los números arábigos fueron introducidos en Europa por Fibonnaci; quien escribe un completo tratado de aritmética y álgebra: Liberabaci. En dicha obra difunde los méritos de la notación arábiga y explica la función del cero. Desde entonces comienza a utilizarse el dígito cero y el sistema de numeración de base diez o decimal, despertando gran interés mercantil por su aplicación en las contabilidades comerciales. En esta fase del devenir histórico, por tanto, los árabes contribuyen a la traducción y difusión de las obras científicas clásicas de la antigüedad, tales como los Elementos de Euclides, la Física de Aristóteles y el Almagesto de Ptolomeo. Estas versiones de la geometría, de la ciencia natural y de la astronomía, se traducen indistintamente desde el árabe al latín, o desde el griego al latín. “El principal foco de transmisión cultural fue Toledo, a partir de los primeros lustros del siglo XII, gracias a la fecunda escuela de traductores que funcionó bajo los auspicios del arzobispo D. Raimundo”.8 Como consecuencia de esta tarea, se produce un notable incremento del léxico científico y técnico dentro de la lengua castellana.

AvicenaUn comentario aparte merece el conjunto de aportaciones teóricas y científicas de Avicena y Averroes, quienes influyen notablemente en el desarrollo de las ciencias académicas de los siglos XI y XII. Avicena vive entre los años 980 y 1037. Filósofo, médico, escritor y matemático persa. Escribe más de cien obras, entre las cuales se destacan sus Comentarios a la obra aristotélica, Canon de medicina, La curación y Libros de teoremas. El Canon, por ejemplo, corresponde a un conjunto de de cinco libros que tratan de la salud corporal, de la materia médica, de las patologías de los órganos del cuerpo, de las fiebres y de la farmacopea, respectivamente. Sus obras, en su conjunto, posibilitan el conocimiento de la naturaleza a partir de criterios que concilian la ciencia y sus aplicaciones inmediatas. Como médico se le considera tan famoso como Galeno. Al parecer, su fama se expande luego de salvarle la vida a un emir que se había intoxicado por beber en copas con pigmentos mineralógicos. Influye en la cultura árabe y occidental; también domina el Corán, la dialéctica, la filosofía tradicional, la jurisprudencia y la lógica. En el plano metafísico postula la coincidencia de un ser necesario y esencial: dios, entidad que existiría después de lo posible; dios sería la unidad y la pluralidad. De él emanarían todas las cosas, menos la materia que existe como pura potencia, fuera de dios.

Averroes por su parte, nace en Córdoba en el año 1126; es filósofo, jurista, médico, físico y astrónomo árabe. Se desempeña como juez y médico del Califato de Córdoba. Sus ideas sobre el cosmos y acerca de la divinidad influyen en la escolástica y generan una notable discusión. Se le conoce también con el apodo de “El Comentador”, por sus comentarios sobre la filosofía de Aristóteles. Su doctrina se inclina por el materialismo y el panteísmo. Postula la existencia de dios como acto puro y creador de la materia; niega la inmortalidad del alma y sostiene que la creación no se realizó de una sola vez. Para él la materia y el movimiento son eternos e increados;9 esto es, una noción equivalente al eterno retorno de los griegos. Y justamente este aspecto no deja cabida para la idea de creación cristiana. De aquí sus dificultades con la ortodoxia cristiana. Desarrolla la teoría de los tres sentidos, la cual afirma que el Corán puede tener un sentido vulgar, otro teológico y otro filosófico. Este último es el más alto nivel de comprensión; las personas no pueden pasar el nivel que les compete según su preparación. Entre sus obras figuran: La destrucción de la destrucción, Sobre la conexión del entendimiento abstracto con el hombre. Fue condenado por la Santa Sede y la Universidad de París.

 

Conclusión

Por lo anterior, es posible sostener que el denominado “oscurantismo medieval”, es una expresión que se ha aplicado con cierta ligereza en lo referente a juzgar el desarrollo tecnológico y el trabajo científico de este período histórico y cultural.

Es probable que la tesis que sostiene que el medioevo fue un período de oscurantismo generalizado, se haya hecho popular a fines del siglo XIX y a comienzos del XX. Ello principalmente por la falta de difusión de los logros tecnológicos y de los esfuerzos de las ciencias académicas para continuar el trabajo alcanzado en la antigüedad clásica. Sarton sugiere que “para comprender la ciencia y el pensamiento medievales tenemos que explorar las obras de mucha gente, de Occidente y de Oriente”.10 Ello no siempre se hizo. A esto hay que agregarle un desinterés manifiesto de los historiadores de la ciencia por realizar análisis filosóficos sobre la evolución de las ideas y conceptos científicos en la edad media. Desde luego resulta mucho más atractivo para los historiadores de la ciencia tradicionales, focalizar la atención en estudios que den cuenta por ejemplo de los eventos científicos de los siglos XVI y XVII. Esto, porque en dicho período se produce un boom de publicaciones y aparecen novedosos artificios mecánicos y técnicos en general. Todo lo cual permite contar con un material seguro que favorece el recuento cronológico de los eventos científicos, y por otro lado, evita la tentación interpretativa o el riesgo de sostener tesis audaces que obliguen constantemente a hacer análisis epistemológicos y genéticos de los conceptos y teorías científicas.

En cierta manera puede decirse que, en los siglos XVI y XVII, el devenir científico y su resultado es mucho más visible y se hace más explícita su comprensión para los historiadores contemporáneos. Ello porque son centurias en que los sabios están desperfilándose de la autoridad y consolidando su institucionalización. No sucede lo mismo en la edad media, pues los sabios de esta era deben hacer ciencia dentro de un marco social y cultural en que la autoridad se entrecruza con la producción científica y bibliográfica. Tal vez, esto sea la génesis del mito del oscurantismo.

 

Notas

  1. Cf. White Jr., Lynn: “Tecnología en la edad media”, Historia de la tecnología, Vol. I, Kranzberg y Purssell Jr., Ed. Gili, Barcelona, 1981, p. 81.
  2. Cf. White Jr., Lynn; op.cit., p. 88.
  3. Regla Compostol, Juan: Historia de la edad media, Tomo II, Montaner y Simon, Barcelona, 1967, p. 145.
  4. White Jr., Lynn; op.cit., p. 93.
  5. Cf. Bernal, John D.: La ciencia en la historia, Unam, México, 1959, p. 306.
  6. Sarton, George: Ensayo de historia de la ciencia, Uteha, México, 1968, p. 113.
  7. Kuhn, Thomas: “La historia de la ciencia”, Ensayos científicos, Snow Ch. P., Sagan C., y otros. Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, México, 1982, p. 77.
  8. Mindan, Manuel: Historia de la filosofía y de las ciencias, Anaya, Madrid, 1968, p. 138.
  9. Cf. Rosental, M. M. y Ludin, P. F.: Diccionario soviético de filosofía, Ediciones Pueblos Unidos, Montevideo, 1965; p. 34.
  10. Sarton, George: op. cit.; p. 17.