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Poemas

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Lázaro

Lázaro oyó sonar sobre su tumba
la voz majestuosa
del más dulce amigo de la infancia.
Ha días que dormía mansamente
en el seno caliente de la tierra.

Era un sueño apático y sin sueños;
era un estar estando, simplemente;
era una soledad cristalizada;
era un nadar a braza por la nada;
era un vacío hundido en el vacío.

Su amigo le conminó con voz urgente:
¡Álzate, Lázaro, álzate y anda!

Pero Lázaro, ¡ay!, estremecido,
miró en torno a él y, convencido
de que nada sorprendente le esperaba,
se dio la vuelta y continuó dormido.

 

Cada día...

Cada día, y en el momento justo
de inaugurar una nueva mañana,
me arremango y tomo impulso
para escribir el poema más bello de este mundo.

Amalgamo los sueños comprimidos;
me asomo con deleite a la ventana;
saludo a la vecina que me llama
por mi nombre de pila;
veo volar las golondrinas,
como un nuevo Bécquer redi-vivo,
escucho el trinar divino de las aves...

Pero apenas intento remontarme,
alzar el vuelo triunfal al infinito;
cantar los diminutos gozos de esta vida:
Leo el periódico y se me cae el mundo.
Y así continúo, un día y otro día,
melancólico, triste y meditabundo.

 

Viaje a tu memoria

Cuando haya pasado el tiempo de las rosas
y cierren tras de mí las puertas herméticas del Hades,
yo tomaré la ruta hacia Occidente
en un viaje sin retorno a las Hespérides
o a un Avalón desierto y sin manzanas.

Cuando cierren las puertas y ventanas
del último aposento; cuando el viento
se haya llevado el polvo ingrávido
de mis últimas palabras;
cuando ya no quede nada;
sólo quedará un leve recuerdo
del que te nombro como única guardiana.

Aunque yo me haya ido, perdido en esa barca
que pilota Caronte
y no haya un horizonte por delante,
seguiré habitando en el seno
íntimo del jardín de tus recuerdos.

No quiero ni más gloria ni más nada.
Y si has de ser el fiel guardián, yo te convoco
a que evoques mis sueños no alcanzados.
No los mezcles con llantos y plegarias;
te entrego el Grial en que mi sangre mora;
envuélvelo en caricias y sonrisas
en el lecho de algodón de tu memoria.

 

Pequeño mundo

A veces el mundo parece tan pequeño
que a uno le entran ganas
de salir de paseo una mañana
y mirarlo en perspectiva, desde lejos.

Mirarlo en sus múltiples facetas,
como un espejo roto que refleja
todas las miradas de los otros.
Y luego, todos juntos,
sentarse a la mesa de un café-concierto,
ya sea en Bogotá o en Barcelona,
y rehacer el puzzle, pieza a pieza.

Sentir qué pocas cosas nos separan
y cómo se acortan las distancias.
Saber que, aun diferentes,
notamos en el fondo
los mismos sueños, las mismas ansias.
Que parando la mirada en un punto concreto;
ese punto común en la distancia:
¡Qué leve le queda el lugar a los recelos!
¡Qué dilatado el lugar de la esperanza!

 

Tu nombre

Si, ya fuera al azar, ya de ex profeso,
buscando en río revuelto de los días,
hallé tu nombre grabado entre las piedras:

¿Qué puedo hacer sino tenerlo
enquistado en mis labios, pronunciarlo,
darle vuelta al revés hasta gastarlo
y hasta beberlo e incorporarlo
al viento frío que me envuelve?

Emborracharme de sílabas y letras,
deletrear con fruición cada sonido,
deleitarme en su cándido latido
sabiendo que estás en él y que despierta,
con la huella esculpida en esa piedra,
una llamada urgente hacia tus señas.

 

Para seguir viviendo

A veces son manos
que pasan y me rozan.

A veces son ojos
que pasan y me miran.

Tal vez sea mentira:
ni me rozan ni me miran.

Pura casualidad,
mero accidente.

Pero yo me aferro a la caricia
y siento una cálida sonrisa.

Es suficiente para no sentirme solo;
para seguir viviendo.

 

Como notas difusas...

Como notas difusas
que van acariciando con un sonido lento:
así llegan a veces melódicos tus verbos
con un suave sonido;
como si fueran besos que me llegan,
deslizándose lánguidos,
desde tu voz hasta mi oído.

Como una risa muda que atraviesa
y distiende cualquier faz enfadada.
Una sonrisa: mohína en la mirada;
irónica en su enigma;
traslúcida en su arcano.

Así llegan, armónicas,
sin sobresaltos ásperos,
tu voz a mi impaciencia,
mis labios a la límpida sonrisa de tu cara.