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Bitácora del viento
Extractos

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Palabras bautismales

A orillas de la nada,
durante la inquietud de los presagios,
vagaron densas hordas de tinieblas desplegando una esencia inescrutable urdida en los telares de la noche por arcángeles ciegos.
De pronto,
la palabra
estalló en lo profundo del abismo.
Desnudos silabarios encendieron los hachones flamígeros del alba
y derrotaron huecos en jauría con su aliento de fuego.
El cosmos fue distancia.
Alzó la arquitectura del oxígeno rotundos arbotantes que erizaron nervaduras de agrestes transparencias
hasta alcanzar las altas soledades
más allá de los truenos.
Se reunieron las aguas en una antología de frescura
que estrelló la obediencia de su espuma contra la voluntad del arrecife
donde el tenaz asedio del oleaje golpeaba a contrafreno.
El mundo fue ordenado según el albedrío de la magia.
Geografías de arcilla contundente surgieron desde el fondo de la ausencia ocultando
en compactos corredores
sus gérmenes secretos.
Estatuyó la hoguera el susurro nacido de sí mismo.
Los rituales quemantes de la vida escanciaron
a fuerza de reflejos
el mosto primitivo de los soles desde alambiques negros
mientras la luna andaba su intemperie de escarcha cenicienta
entre constelaciones infinitas laceradas por ráfagas de eclipses
antes que naufragaran las lloviznas sobre el musgo sediento.
Después reptó la escama bajo el regazo roto de las ciénagas
y en el advenimiento de los saurios
detonaron membranas las anteras
poblando los recodos de la tarde con vestigios de helechos.
Hubo un rumor de alas
horadando las vastas lejanías hacia la inmensidad del horizonte
que paría los signos del crepúsculo entre los muslos tensos.
Derrotó la memoria el torpe cautiverio de la greda
expulsando los músculos precarios, la osamenta, los coágulos fugaces,
la obstinada nostalgia de un destino
a espaldas del silencio.
Bajo la sexta lámpara
la piel nacida inauguró los pactos,
esa alianza de luz acantilada donde las hierbas propagaban tréboles y el sonoro lenguaje de los pájaros taladraba el sosiego.
Crecía la esperanza entre las madrigueras vegetales.
No existían fronteras, patrimonios, amarras, inventarios, apetencias.
Todo era una implacable mansedumbre en la orilla del tiempo.
La Tierra Prometida.
En la consumación de las arenas
ese extraño espejismo inalcanzable fraguado por
descalzas inocencias
celebraba los días del origen.

Entonces... llegó el viento.

 

Quetzalcoatl

Canto de luz por el retorno del Gran Dios Quetzalcoatl en extraños navíos a la orilla del mar de los aztecas.

Mucho más adelante de la arena sumisa
que acarician que lamen las ternuras oceánicas
bajo un cielo que escancia su calostro de luna
las yeguas del espanto cabalgan en la angustia de ojos a contrasueño
vaticinando siglos de injurias desolladas y traiciones sin tregua.
Cuculkan-Quetzalcoatl
la Serpiente con Plumas que gobierna los vientos
empuña los presagios como si fuesen fiebres sedientas de venganza
como si fuesen hoces decapitando ruegos en riberas de ultraje
como si fuesen puños como si fuesen picos como si fuesen crestas
mientras el escarmiento ruge entre las mazorcas se deleita a hurtadillas
mientras andan los miedos trepándose al instinto
y un resplandor fugaz desbarata las sombras para poblar el llanto
tal vez porque comprende que los dioses son crueles desde el odio a las fauces babeantes y sangrientas.
Cuculkan-Quetzalcoatl
Amo de la Liturgia que obstruye inexorable las jícaras de piedra a golpes de tributo
que derrama espesuras de hebras apasionadas donde aún pulsa la vida
todavía profunda
todavía ligada a su lujuria roja
todavía perfecta
con séquito de furias viene a tensar distancias
viene a alzar en el aire su azul cosmogonía:
un vendaval de cruces que vulnera la carne y quebranta los huesos
y profana las voces heredadas del trueno cuando el mundo era
apenas
el alma del rocío encendiendo las hierbas
y el hombre mucho más que esta llaga doliente expiando sus infiernos
mucho más que una pena perseguida entre helechos por dientes asesinos
mucho más que aluviones de orfandades ardientes crepitando en las pieles
y el Dador del Aliento un fantasma sin nombre un ramaje de ausencia.
Cuculkan-Quetzalcoatl
Protector del Ayuno
Gran Señor del Silencio
ha regresado en busca de la memoria larga que sustentan los fuegos en mitad de la noche
ha regresado en busca del sagrado misterio oculto en las Anáhuac
ha regresado en busca de sus antiguas huellas.

 

Malintzín

Canto de sombra por la princesa Malintzín que traicionó a su raza a cambio de un puñado de caricias.

Malintzín
la traidora
piel de lunas bravías degradada por hordas de besos extranjeros
cabalga junto al viento desciñendo
salvaje
su larga cabellera de demencias prolijas
mientras la noche cae sobre el agua esmeralda sobre espectros de sauces sobre piedras hostiles.
Mientras cae la noche sobre dulces nopales sobre templos sin fuego
y sueña Moctezuma presintiendo los sordos pasos del exterminio
y México es la madre la tierra dolorosa que teme gime llora
que cobija con furia la ansiedad de los hombres temblando en sus raíces.
Malintzín
la traidora
sucia de amores sucios
establece en el tiempo su amor sin horizontes
su trágico destino de repudio encrespado
esboza en la distancia perfiles de patíbulos junto al lecho culpable
funda los precipicios donde el odio despeña la unidad de su estirpe.
Capturada en la urdimbre de jadeos exhaustos de caricias violentas de miradas impuras
permite a la serpiente penetrar sus misterios con vértigo de estambres
y niega los indicios
y oculta que los dioses son un fraude muriente aferrado al encono a resecas matrices a insomnios impiadosos a miedos desbocados
a oscuras pesadillas donde abordan navíos para huir de la peste de miserias y hambrunas de gusanos feroces devorando intestinos
de la amarga pobreza que olfatea sus huellas con los belfos tenaces de tenaces mastines.
Su pecado es amarlo
su imprudencia es amarlo más allá del presagio que ultraja filiaciones de pájaros silvestres
su condena es seguirlo como una loba en celo sin preguntas ni treguas
porque ella es una pena
un gesto apasionado repetido en el viento que agosta los jazmines.
Malintzín
la traidora la infiel la renegada
la que entregó en Tabasco su nombre y su vergüenza
la que arrojó al silencio su sangre en rebeldía su dignidad hirsuta su castidad de espino
alzando silabarios de lenguas amarillas
desnuda
deshonrada
cabalga entre los buitres.

 

La ciudad en el lago

De cómo fue que las pupilas españolas se enfrentaron por vez primera con la ciudad mayor de los aztecas a las orillas del lago Texcoco el 8 de noviembre de 1519.

En su presencia cesa la nostalgia,
el crepúsculo escancia,
             despacioso,
una llovizna de frescura agreste
como la esencia espesa del olvido,
se exilia la razón,
             sucumbe el miedo,
la espada es un silencio desnucado
que entra a saco en antiguas decepciones
con hordas de estupores adventicios
y ya no alcanza el gesto de un vocablo
para nombrar la luna
             hecha insolencia,
el pulso imperceptible de la piedra,
el ardiente desvelo de los grillos,
las corolas,
             los míticos plumajes,
leves guiños de luz,
             verdes mazorcas,
los olores,
             el fuego en las terrazas,
las cimeras solemnes,
             los hechizos.
Sólo el viento conoce.
             El viento sabe
que hay señales,
             hay sueños,
             hay presagios
oteando en las estrellas
             una estrella
que pronuncie el sangriento veredicto,
el tiempo en que el Señor de las Tinieblas
sale a cazar la vida,
             impunemente,
con sus perros de noche,
             sus mastines
de morros pestilentes,
             asesinos;
el tiempo en que la sangre,
             a borbotones,
obstruye cada jícara de cuarzo,
cada acequia que aguarda,
             codiciosa,
raciones de feroces sacrificios.
Junto a la hondura sacra del Texcoco
exhibe sus oráculos,
             sus templos,
sus cíclicas ofrendas,
             sus esfinges,
sus dédalos de urgentes desvaríos.
Ella es Tenochtitlán,
             sibila insomne,
ojos de sombra,
             garras de obsidiana,
cabellera de polen desgreñado,
arquitectura de águila y solsticio.
El viento la contempla.
             El viento.
             El viento
borracho de maguey
             que embiste,
             injusto,
amarrando,
             mordiendo,
             profanando
centurias de retoños encendidos;
que no tiene piedad,
             que avanza,
             ciego,
sobre hierbas,
             insectos
             y fulgores,
sobre cortejo de ayes y sollozos
en el alba,
             primera,
             del castigo.

 

Guerreros

Canto de luz por los poderosos guerreros que cosechan corolas palpitantes para el hambre del fuego.

Estos son los guerreros
los abastecedores del tributo que exige
el Dios de las Mazorcas y de los Acueductos por donde salta y rueda la pureza del agua
hijos del Desollado Bebedor de la Noche
amantes de conquistas de marchas polvorientas de regresos triunfales.
Su honor es la batalla
su vida es la batalla.
Suyas son de la tierra las flores que entreabren
las corolas de sombra al temblor del rocío
suyos los estertores de la carne yacente
suyos los tristes cantos de pájaros oscuros
suyo el llanto que cae sobre el verde follaje.
Su valor no se mide sino con el peligro sino con la bravura
sino con los trofeos andando su destino de gloria y holocausto
para cuando la noche sofoque antiguos fuegos
para cuando las manos del Sumo Sacerdote restablezcan los pactos a través de la sangre.
Estos son los guerreros,
hermanos de los cóndores
de mirada precisa de pico taladrante de garra encarnizada
hermanos de los tigres que caminan la selva con sigilo armonioso
en busca de gargantas arterias sin sospecha flancos desamparados pieles agonizantes.
La dignidad estalla en las secas insignias izadas a su espalda en augustas cimeras de arrogancia precisa
domina los telares de mullidas texturas
construye los colores de mantos que conservan la memoria del vuelo
agitando en la brisa el plumaje encendido de encendidos quetzales.
No temen al olvido ni temen al silencio.
Embriagados de muerte
se beben el coraje de las copas talladas en cráneos enemigos
hunden sus dentelladas en las vísceras tibias
cumpliendo la liturgia de saquear pulso a pulso la bravura encerrada en el dolor salvaje.
Altiva la mirada
avanzan a pie firme detrás de los escudos que establecen urdimbres de cáñamo prolijo
protegidos por clavas de obsidiana temible
arrojando al vacío sus golpes erizados
honderos prodigiosos
heraldos de la furia
señores del combate.

 

Tiempo

Canto de luz por los hombres sagrados que entienden el idioma del tiempo y los eclipses.

Junto a hierbas y orquídeas y humedades de musgo
y tristezas de cantos repitiendo agonías en la orilla del ara
los que saben recitan en el quiché sagrado
las ciencias de la vida de las vegetaciones de los partos celestes
de presagios secretos de ciclos que no cesan.
Los que saben descifran antiguos calendarios donde la luna regla la edad de las simientes
examinan señales que delaten la lluvia o reclamen tributos al Dios de la Desdicha
para que encienda el fuego en los días vacíos
cuando el mundo sucumbe entre hordas de tinieblas
y un sol sin atenuantes se extingue en la mandíbula de espíritus siniestros
que trituran los flancos a secas dentelladas.
Días en que el oráculo marque el fin de los tiempos
días en que se alcen emboscadas sabuesos armaduras espadas
codicias que destrocen el pubis de la selva.
Los que saben cincelan en la piel de los templos las hazañas las voces
la memoria del hombre que habitó cada choza cada rastro en el suelo cada raíz posible
los que saben inscriben los relieves tallados los códices del viento
para que nadie ignore las huellas de esta pena
que desnuca los sueños saquea dinastías incinera la magia desamarra la sangre y libera demonios
las huellas de esta pena que no cabe en las pieles ni cabe en las liturgias
porque vaga entre sombras con su aliento de sombra
con sus manos de sombra sofocando colmenas.
Los que saben registran solsticios equinoccios flagrantes homicidios
como si el mismo cosmos fuera a desmoronarse
sobre cada defensa
como si alguna historia fuera a ser revelada por las ciegas arañas
que cruzan y entrecruzan la urdimbre deslumbrante de sus viscosas hebras.
Los que saben escriben quebrantando las mazas las piedras los cansancios los filos del misterio
antes que llegue el odio
antes que llegue el alba donde mora la muerte
y claudiquen los dioses ante oscuras palabras
injusticias salvajes
desgreñadas tragedias.

 

Maíz

Canto de luz por los altos labriegos que tributan plegarias y sudores a la antigua memoria del maíz.

Memoriosos de surcos liturgias siderales
estacas que roturan las secas sementeras
alucinan promesas de harinas amarillas mientras crece el agobio sobre sus soledades
mientras curvan la frente hacia la esencia madre que les niega el secreto vital de sus matrices.
Los hombres de la tierra
sombras desfallecientes entre hostiles guijarros
allí donde la atmósfera es un puma al acecho y el águila un escorzo de furia encarnizada
trazan con manos anchas
los caminos de piedra que conducen el agua hacia la sed oscura de infinitas raíces.
Los hombres de la tierra
sumisión alfarera estableciendo sueños de presencia esmeralda
donde sólo los vuelos alcanzan la estatura bautismal del rocío
donde sólo el silencio responde a los enigmas
donde sólo el crepúsculo inmola la lujuria del sol tras los pretiles
desgranan su cansancio de días cenicientos
estableciendo ciclos destinos calendarios
lunas donde se engendra la hechura de la vida
cavan hoyos de olvido en las entrañas mismas de la diosa preñada
para enterrar un día los ecos de sus nombres
sin llantos ni proclamas ni penachos ni efigies.
Amarrados al polvo
cumplen con el mandato de los dioses ocultos en el fondo del tiempo
—los dioses constructores
los que agitan sonajas mientras cae la lluvia hechizando los muslos de violadas semillas
propagando las claves de las germinaciones en el desnudo idioma de desnudas urdimbres.
Los hombres de la tierra
huella fugaz del hambre
aristas de fatiga desgarrando horizontes
hebras de muerte espesa bajo heladas fisuras de cielo desvelado
cuidan el rojo grano que nutre a las aldeas
con ansiedad de sombra con ternura escarpada con músculos febriles.
Y cuando estalla el parto en los altos recintos de hogueras sin cerrojos y viento encabritado
nace de sus sudores el Señor del Maíz
Amo de las Mazorcas
Guerrero Poderoso pintado con la sangre de sagradas serpientes
Dador del Alimento
Padre de las estirpes.

 

En el nombre del padre

De cómo fue que los hombres de la Iglesia debieron doblegar la voluntad de los naturales para cumplir con su misión evangelizadora y salvarles de credos y costumbres paganas.

Lejos quedó el repique de los bronces,
los pulcros pebeteros,
             las ojivas,
los sillares,
             las gárgolas monstruosas,
el idioma,
             los códices,
             las claves
para encender metáforas celestes,
anatemas,
             urgentes exorcismos,
purgatorios,
             flagelos,
misereres,
solemnidad de manos celebrantes.
Lejos
             maitines,
             mortificaciones,
cilicios,
             ciegas llagas,
             penitencias,
ascetismos rotundos,
             misticismos,
nazarenos,
             basílicas,
             rituales.
Lejos están.
             Aquí nace el olvido
y nace la extensión del desamparo
y Dios escupe su silencio enorme,
su silencio magnífico,
             salvaje,
exigiendo,
             tenaz,
             las agonías,
los diezmos de castigo,
             las hogueras,
autos de fe,
             bautismos,
             conversiones,
apneas de dolor indispensable
que alcen la eternidad de su Palabra
en esta obscenidad donde el pecado
se aferra a su herejía irreverente
sin proclamas,
             sin truenos,
             sin arcángeles.
En el nombre del Padre,
             huella a huella,
una sobrepelliz de absoluciones
patrocina atropellos que destruyen
las delgadas compuertas de la sangre
cuando estalla el desprecio
             o la lujuria
recorre con falanges minuciosas
las membranas viscosas,
             las abyectas
regiones de la piel y su paisaje
tornando imprescindible alzar su signo,
instituir la verdad,
             el Santo Oficio,
la furia de los justos,
             el garrote,
la sedienta impiedad de los puñales.
Porque el viento no puede con la sombra
ni se atreve al fracaso
             ni consiente
cayados inseguros
             ni cuestiona
evangelios de amor inexorable...
pero en el bosque duro,
             en las umbrías
donde la luz llovizna cada ausencia
solloza
             el alma
             su pulida pena
lejos de las antiguas catedrales.

 

Todo nace a la muerte

De cómo fue sometido Atahualpa el rey de los incas a consejo de guerra, sentenciado de muerte, bautizado y estrangulado en la prisión de Cajamarca el 29 de agosto de 1533.

Agosto se desnuda en Cajamarca.
En la escarpada soledad andina
galopan los caballos de la nieve
sobre aras
             y verdugos
             y venenos.
El inca.
             El inca.
             Apenas una sombra,
un escozor,
             una fatiga larga,
una esperanza frágil,
             confinada
a la tribulación del cautiverio,
entra en la longitud de la distancia
para asumir un resto de horizonte
que lo exima de cruces,
             servidumbres,
rescates compulsivos,
             odios,
             miedos.
El inca.
             El inca.
             Apenas una huella
en los tembladerales de la duda,
obstina empalizadas,
             patrocinios,
pertinacia de asilos,
             manifiestos
contra el rostro elocuente de la furia
oculto entre solemnes contadores,
frailes de poca monta,
             juicios,
                preces,
asechanzas,
             cuchillos,
             evangelios.
El inca.
             El inca.
             Apenas un olvido,
un insomnio de lunas amarillas,
solloza,
             a tientas,
             junto a las almenas,
suministra las llaves del saqueo
y acepta su ración de veredictos
mientras,
             por la espesura de la noche
se amartillan tragedias,
             delaciones,
sórdidas imposturas,
             parlamentos,
testimonios de agreste idolatría,
rebeliones,
             amores incestuosos,
potestad arbitraria,
             fratricidio,
sospechas de cenáculos secretos.
Cuando Valverde:
             oscuro,
             enajenado,
bendice el agua,
             expulsa a los demonios
y escoge,
             entre los nombres,
             el que nombra
esa máscara azul que está naciendo
de la cuerda,
             del palo,
             del suplicio,
de agonías sin tregua,
             de emboscadas,
de jaurías de luz catequizantes,
azuzadas a edictos por el viento...
en la pulcra quietud de la tristeza
alza
             Atahualpa
             su perfil de abismo
consintiendo en parir su propia muerte
desde heladas matrices de silencio.

 

Ciudadela

Canto de luz por las bellas ciudades ocultas a los ojos de los conquistadores entre el altivo mar de cordilleras.

Morada de las águilas.
Bastión donde el crepúsculo reproduce naufragios de proas quebrantadas contra flancos de estrellas
mientras la voz del aire inscribe sus aullidos entre grietas oscuras como fauces de noche
como fauces salvajes devorando sin tregua las pisadas desnudas.
Región donde los vientos tallan las soledades los rostros del sigilo los pómulos terrestres al ritmo de sus ráfagas
donde el polen esculpe la memoria fundante de doradas anteras
y cincela el helecho su reptar armonioso bajo la tolerante mirada de la luna.
Refugio de jaguares.
Punto donde los hombres nacidos del Aliento
tatuaron la promesa de su arcilla inocente sobre el pellejo duro de los duros peñascos
tensando hacia las crestas los telares azules donde el alma entrelaza
las místicas urdimbres de su esperanza pulcra.
Sitio donde los dioses excavaron a pulso la tajante intemperie de los despeñaderos
establecieron ritos liturgias extendidas altares en la piedra
calendarios labriegos para que el hambre calle
para que calle el hambre ante follajes plenos de panojas maduras.
Recinto de los soles.
Ciudadela dormida en la cuna del trueno
en ti el Ande salmodia solemnes alabanzas
a las cumbres que expulsan la pureza del día entre los muslos diáfanos
en ti el Ande custodia las gradas triangulares las sonoras acequias la dulce agricultura
de los ojos malvados de los picos sangrientos de las garras atroces
detrás de las neblinas.
Aquí es lejos la muerte la luz del infortunio los crueles horizontes.
Aquí es lejos el odio y es lejos la desdicha
la vida derramada el humo de la ausencia los filos de la injuria.
Aquí sólo la selva conoce los senderos los rodeos precisos el paso en los breñales.
Sólo el musgo conoce las sílabas del pacto.
Sólo el agua domina el idioma escarpado que estatuye las claves en medio de la aurora
muy cerca del silencio
más allá de la lluvia.

 

Apenas una lágrima

Después llegó el despojo.
Después el mundo tuvo nombre y dueño.
Después,
avergonzadas golondrinas bordaron relicarios amarillos
entre los bastidores donde el viento tensaba la nostalgia.
Después cubrió el sigilo migraciones de crótalos tajantes,
turbas de intolerancia a contrafuria empecinadas en ceder indultos a codicias rastreras como hierbas,
a apetencias compactas.
Después llegó la ausencia,
esa yerma orfandad sin atenuantes que hundía los colmillos impiadosos en la médula intacta del silencio,
en la seca sustancia de la angustia,
en la pulpa del alma.
Y a veces
el espanto derramaba ceniza en los rincones para ocultar los rastros de la muerte
que se alejaba,
ahíta de estertores,
embriagada de coágulos morenos,
largamente saciada...
Sobre el lento exterminio
extendieron murallas los secretos,
sofocaron gemidos moribundos con la complicidad del disimulo
como si nadie nunca hubiera sido testigo de la infamia;
como si nadie nunca
hubiera encadenado los sollozos al tributo fatídico de un hambre que atravesó la piel del desamparo a paso de abandonos compulsivos,
a vuelta de mordaza;
como si nunca nadie hubiera denunciado cicatrices entre las soledades agraviadas por tanta cacería inexcusable,
por tantos espinosos latrocinios,
por tanta empalizada.
Así se delinearon
las duras coordenadas del olvido en esta longitud de la deshonra,
en esta latitud de la desdicha donde la dinastía de la tierra obtuvo sus hilachas;
donde el reino vencido recibió su racimo de escorbuto,
su cuota de sermones desdentados, su alfabeto descalzo, su infortunio,
sus mendrugos de vida a la intemperie,
su urgencia de cucharas.
Así llegó a mi mundo este agreste cuaderno de bitácora
apenas un susurro acongojado desciñendo su voz sobre los nombres,
las fechas, las leyendas, los caminos,
los sueños, la esperanza;
apenas un susurro,
un ademán de pena redentora congregando las voces espectrales que se dejan oír en la alta noche
donde espesos murciélagos de sombra despliegan su acechanza;
apenas un susurro,
una actitud de fraternal congoja por tantas injusticias a destajo,
por tanto apasionado desencuentro,
por tanta hipocresía vindicando la sangre derribada;
apenas un susurro
perdido en la espesura de los tiempos
como en enmarañados laberintos de nocturnas cavernas palpitantes
apenas un desnudo balbuceo...

apenas una lágrima.