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José Emilio Pacheco homenajeado en la Unam

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Como reconocimiento a su trayectoria literaria, la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam) rindió el pasado lunes 15 de octubre un homenaje al escritor José Emilio Pacheco, con la develación de una placa que lleva su nombre y con el que ahora se conocerá el salón de los candiles de la Casa del Lago Juan José Arreola.

En este espacio cultural, donde el poeta pasara varios años de trabajo entusiasta y creativo, se le puso su nombre a una de las principales salas. Ello a pesar de sus múltiples esfuerzos por autosabotearse el homenaje, como dijera el maestro José de la Colina, presente en el reconocimiento.

En el acto, Pacheco estuvo acompañado por el rector de la mencionada casa de estudios, Juan Ramón de la Fuente, los escritores Margo Glantz e Ignacio Solares, así como el titular de Difusión Cultural de la institución, Gerardo Estrada.

El autor de Las batallas en el desierto, tras recordar entre otras cosas los usos que se dio a la Casa del Lago antes de convertirse en el más importante centro cultural de los años 60 y de hacer un llamado a revalorar la figura de Justo Sierra, manifestó no merecer tal distinción, ya que si el recinto “con toda justicia lleva el nombre de Arreola, es igualmente justo que lo acompañen los nombres de Tomás Segovia, Juan Vicente Melo, Juan García Ponce o Juan José Gurrola”.

Recordó que las actividades de la Casa del Lago “no giraron en derredor de mí, no fui ni siquiera una de sus estrellas; me parece que el sentido de este reconocimiento consiste en dar lugar a un miembro más de la tropa anónima que con su trabajo colectivo hace posible las empresas culturales”.

Una ventaja de aquellos años, continuó el poeta, “fue la inocencia total con la que trabajábamos. Las cosas se hacían lo mejor posible, porque era necesario hacerlas. Por fortuna no teníamos la creencia de que eran importantes ni mucho menos de que iban a pasar a la microhistoria de la cultura”.

Agregó que era entonces un “simple estudiante de 19 años” cuando fue llamado por Jaime García Terrés “para colaborar en Difusión Cultural, y no sé cuánto o cuán poco de lo que fue y es la Casa del Lago tuvo su humilde origen en ese plan inexperto que le presenté”.

Desde un principio, reiteró Pacheco, “mi actuación fue todo menos estelar. Era un simple ayudante de Benjamín Orozco, entonces subdirector de Difusión Cultural, a quien sí hay que reconocer como uno de los fundadores. Mi trabajo en la Casa del Lago duró tan sólo unas semanas. Luego de que el rector Nabor Carrillo encargara la dirección a Arreola; yo pasé a ser uno más de los redactores, hoy se diría editores, de la revista de la universidad”.

Durante el tiempo en que Tomás Segovia estuvo como director, “recuerdo nada más una conferencia en mayo de 1962, que pudo haber sido de las primeras ocasiones en que se expuso en México una visión en conjunto de la obra de Borges, cuando no era todavía Borges”. Con Juan Vicente Melo, Pacheco tuvo la oportunidad de impartir “dos veces por semana un cursito de iniciación a la literatura”.

Cuando García Terrés se va como embajador a Grecia, en 1965, Pacheco renunció a su trabajo en Difusión Cultural. “Por tanto”, comentó el escritor, “me salvé con dos años de anticipación del enfrentamiento de 1967. Hubiera sido insoportable para mí la guerra entre mis amigos de la Casa del Lago y Gastón García Cantú”.

La Casa del Lago, según destacó el poeta tras agradecer la distinción, “fue y es ante todo un escenario. Aparecemos en escena sólo un instante y enseguida llegan otros a poner su espectáculo, uno sólo es un pequeño eslabón en la cadena de las generaciones, la verdadera continuidad es el cambio, una perduración posible es la que se logra a través de los demás, de los que vienen después. La nostalgia es inútil y nociva, lo que importa es lo que se hace hoy y lo que se hará mañana”.

Para concluir, el rector De la Fuente destacó que “lo más valioso que se tiene en la universidad y en México es su patrimonio intangible, el cual le da un enorme sentido a lo que somos como mexicanos y a lo que podemos aspirar a ser. José Emilio Pacheco es, en ese sentido, una parte fundamental de ese patrimonio intangible que hoy nos enriquece”.

Igualmente, Ignacio Solares hizo una reflexión acerca de la faceta de Pacheco como poeta, esa en la que se muestra convencido de que la palabra es un instrumento capaz de iluminar la sombra, de que “la poesía contiene lo mejor del hombre y es una garantía contra la muerte, contra el desastre”.

Fuentes: La JornadaMilenio