Sala de ensayo
La mejor capilla poética de Europa

La generacion del 27 en pleno

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La llamada Generación de 1927 toma su nombre del homenaje que un puñado de escritores españoles hizo a Luis de Góngora con ocasión de cumplirse, en esa fecha, el tricentenario de su muerte. En Diciembre de ese año, el torero Ignacio Sánchez Mejías convenció al Ateneo de Sevilla, ante la negativa de las autoridades académicas de celebrar al poeta cordobés, para que invitase a un grupo de jóvenes a pronunciar varias conferencias sobre la vida y la obra del entonces olvidado poeta, a quien Rubén Darío había ya elogiado a comienzos del siglo en el primer número de su revista Helios. Entre quienes participaron están Rafael Alberti, Federico García Lorca, Juan Chabás, Mauricio Bacarisse, Jorge Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso, Gerardo Diego y Luis Cernuda, que acababa de publicar su primer libro. La mayoría de ellos había nacido entre 1898 y 1902. Según Alonso, “el centenario de Góngora fue una explosión juvenil. Los jóvenes de entonces nos sentíamos cerca de algunos de los problemas estéticos que había ocupado a Góngora. Estaba en el ambiente europeo la cuestión de la pureza literaria: se trataba de eliminar del poema toda ganga, todo elemento no poético”.

La recuperación del poeta barroco suscitó, entonces, una diferencia sustancial con los movimientos de vanguardia peninsulares que se agruparon bajo el mote de Ultraísmo, y del cual hicieron parte, de una u otra manera, prosistas como Ramón Gómez de la Serna, Guillermo de Torre, y poetas como Jorge Luis Borges y Vicente Huidobro. Mientras los ultraístas propugnaban por una búsqueda constante de lo nuevo, los admiradores de Góngora establecen un encuentro con ciertos elementos de la poesía española clásica y la lírica popular. Por eso Alberti llegó a decir que ellos eran “vanguardistas de la tradición”.

No obstante, la gran mayoría de sus poetas, Pablo Neruda y César Vallejo incluidos, escribieron los mejores poemas surrealistas del siglo. Esos fueron los años cuando se modificó, para siempre, la manera de mirar el mundo. Al poner en primer plano el inconsciente y el azar, los surrealistas jugaron con todo lo que hasta entonces había ocultado la creación artística.

El mundo de los sueños, la noche, los vagabundos, el erotismo, la blasfemia y las denuncias contra la inmutabilidad de las instituciones, hacen parte de las hipérboles y juegos de libros como Sobre los ángeles, de Alberti; Los placeres prohibidos, de Cernuda; Poeta en Nueva York, de García Lorca; Residencia en la tierra, de Neruda. Sin que podamos olvidar que la pintura, el cinematógrafo, la música y la filosofía tuvieron sus representantes: Picasso, Gris, Miró, Dalí, Buñuel, Falla y Ortega, son también del 27.

Sin duda la Guerra Civil Española (1936-1939), produjo un efecto desastroso en la cultura y la poesía. España perdió un millón de hombres, mujeres y niños durante la contienda, y sólo pudo recuperar su nivel de crecimiento a partir de bien entrada la década de los años setentas. En 1939, cuando Francisco Franco conquistó prácticamente todo el país y asumió la jefatura del Estado, la gran mayoría de los más notables intelectuales se enfrentó al dilema de abandonar España o guardar para siempre silencio. García Lorca muere asesinado por los falangistas. Miguel Hernández dejó en su poesía escrita la espantosa experiencia de la cárcel, donde murió de tuberculosis a los 32 años. Salinas, Alberti, Cernuda, Guillén, Altolaguirre, tienen que tomar el camino del exilio, como antes lo habían hecho Larra, Unamuno o Espronceda. Quizás por ello y porque la mayoría de esos poetas apostaron a la República y llegaron a su primera madurez durante esos años, se les ha llamado también Generación de la República.

 

Los poetas de la Generación de la República

Pedro SalinasPedro Salinas
(1892-1951)

Pedro Salinas nació en Madrid, donde estudió derecho y filosofía y letras en la Universidad Central. Habitual contertulio del Ateneo de Madrid, vivió en París, donde trabajó como lector de literatura española en la Sorbona. En 1918 fue nombrado catedrático de la Universidad de Sevilla, donde tuvo como alumno a Luis Cernuda. Al reorganizar, la Segunda República, la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, en el otoño de 1931, fue nombrado profesor encargado de autores y temas modernos españoles. Como consecuencia de la guerra civil, marchó al exilio, instalándose en los Estados Unidos, donde enseñó en la Johns Hopkins University. En el verano de 1943 se trasladó a la Universidad de Puerto Rico. Falleció en Boston. Su obra poética está reunida en libros como Fábula y signo (1931), La voz a ti debida (1934) y Poesías completas (1955).

La de Pedro Salinas es una voz desnuda que insiste en sostener que la poesía no es un artificio, ni una sombra, sino la más veraz de las realidades. Su verso es tenue y ligero pero rítmico. Y sus asuntos, dedicados en su mayoría al amor, escritos en segunda persona, con la amada por delante. Y sin embargo, allí están, en sus poemas, todos los elementos que las vanguardias creyeron suyas: relojes, teléfonos, calendarios, espejos, automóviles, playas. Cosas y lugares que hacen visible a la amada y que dan asidero al amor. La mujer es en sus versos un ser de carne y hueso, nada idealizada, alguien que se necesita en la intimidad y por su belleza, fuente inagotable de los sentidos y la ternura. Amar es descubrir, parece ser la divisa del poeta. “La lírica de Salinas”, dijo Azorín, “no es la lírica de los anteriores poetas. Todo aquí es sencillo, natural, coherente... Acaso es esta poesía lírica la más avanzada, la más física, la más honda de toda Europa..”..

Salinas escribió, además, muchos libros de crítica literaria, en una época cuando importaba más la persona del autor que su obra. Sus trabajos, reunidos en Literatura española siglo XX, La responsabilidad del escritor y otros ensayos o La poesía de Rubén Darío, fueron resultados de sus prolongados estudios durante sus años de enseñanza en universidades francesas, españolas y americanas.

A esa que yo quiero

A esa, a la que yo quiero,
no es a la que se da rindiéndose,
a la que se entrega cayendo,
de fatiga, de peso muerto,
como el agua por ley de lluvia,
hacia abajo, presa segura
de la tumba vaga del suelo.
A esa, a la que yo quiero,
es a la que se entrega venciendo,
venciéndose,
desde su libertad saltando
por el ímpetu de la gana,
de la gana de amor, surtida,
surtidor, o garza volante,
o disparada —la saeta—
sobre su pena victoriosa,
hacia arriba, ganando
el cielo.

 

Jorge GuillénJorge Guillén
(1893-1984)

Jorge Guillén nació en Valladolid. Estudió en España, Suiza y Alemania. Fue catedrático de literatura española en las universidades de Murcia y Sevilla. A los 45 años decidió exiliarse en los Estados Unidos, donde trabajó como profesor en Wellesley College. A finales de los años setentas regresó a España, donde le fue concedido el Premio Cervantes de 1984. Murió en Málaga a los 91 años de edad.

La obra poética de Guillén se fue reuniendo en diversas ediciones que acrecían un solo libro de 334 composiciones, recogidas por último bajo el título genérico de Aire nuestro (1968). Cántico es una ardiente exaltación de la perfección del Universo —”el mundo está bien hecho”, dice Guillén—, un gozoso voto ante el maravilloso espectáculo de la realidad terrestre. Y si Cántico se subtitula Fe de vida, Clamor lleva por subtítulo Tiempo de historia. Los poemas de este último son un grito de protesta ante las intensas realidades de nuestro tiempo: guerras, dictaduras, injusticias, negocios, tiranías, muerte, explotación, etc. “El mundo del hombre está mal hecho”, dice ahora Guillén.

Las contrariedades de la historia, de los últimos años de vida del poeta, no le hicieron abandonar su fe en el hombre y la vida. A Cántico y a Clamor Guillén sumó un tercer titulo: Homenaje —Reunión de vidas— (1967), un conjunto de poemas dedicados a diversas figuras de la Historia, las Artes y las Letras. Y tras las dos ediciones de Y otros poemas (1973; 1979), su obra completa termina con Final (1981).

En una carta de 1926 Guillén expuso algunas ideas sobre lo que él consideraba la poesía. “No hay más poesía”, dice, “que la realizada en el poema, y de ningún modo puede oponerse al poema un estado inefable que se corrompe al realizarse y que por milagro atraviesa el cuerpo poemático. [...] Poesía pura es todo lo que permanece en el poema después de haber eliminado todo lo que no es poesía. Pura es igual a simple, químicamente. Lo cual implica una definición esencial. [....] Cabe la fabricación —la creación— de un poema compuesto únicamente de elementos poéticos en todo el rigor del análisis: poesía poética, poesía pura —poesía simple prefiero yo. [...] Como a lo puro lo llamo simple, me decido resueltamente por la poesía compuesta, compleja, por el poema con poesía y otras cosas humanas. En suma, una poesía bastante pura, ma non troppo, si se toma como unidad de comparación el elemento en todo su inhumano o sobrehumano rigor posible, teórico. Prácticamente, con referencia a la poesía realista, o con fines sentimentales, ideológicos, morales, corriente en el mercado, esta poesía bastante pura resulta todavía, ¡ay!, demasiado inhumana, demasiado irrespirable y demasiado aburrida”.

La de Guillén es una poesía de cosas, pretendiendo que ellas, por sí mismas, se tornen en lírica. De tal manera que sus textos son en su casi totalidad metáforas, o cantos, que exigen del lector una particular atención para ser comprendidos. Su lenguaje se caracteriza por su extraordinaria concisión. Atendiendo a lo esencial, elimina, por innecesarios, los elementos decorativos, con una extremada economía de medios que convierten al poema en mera emoción, haciendo que su entendimiento se torne difícil en no pocas ocasiones.

Plaza Mayor

Calles me conducen, calles.
¿A dónde me llevarán?
A otras esquinas suceden
Otras como si el azar
Fuese un alarife sabio
Que edificara al compás
De un caos infuso dentro
De esta plena realidad.
Calles, atrios, costanillas
Por donde los siglos van
Entre hierros y cristales,
Entre más piedra y más cal.
Decid, muros de altivez,
Tapias de serenidad,
Grises de viento y granito,
Ocres de sol y de pan:
¿Adónde aún, hacia dónde
Con los siglos tanto andar?
De pronto, cuatro son uno,
Victoria: bella unidad.

 

Gerardo DiegoGerardo Diego
(1896-1987)

Gerardo Diego nació en Santander. Poeta, profesor, critico literario, cronista, musicólogo, pianista, pintor, estudió filosofía y letras en Deusto, Salamanca y Madrid. Fue catedrático de literatura en institutos de Soria, Gijón, Santander y Madrid. En 1932 publicó su famosa antología Poesía española, donde reunió composiciones y testimonios de los poetas de su generación. En 1947 ingresó en la Real Academia Española. Recibió numerosos premios, entre ellos el Nacional de Literatura y el Cervantes. Murió en Madrid.

La versatilidad de Diego quedó demostrada en su variada obra poética. Publicó numerosos libros con estilos y temas que van desde el más acendrado vanguardismo creacionista hasta poemas de corte clásico y tradicional, con un dominio total de las formas, cualesquiera que fuese el verso elegido. Sus primeros libros fueron de una gran sencillez estilística, pero de gran musicalidad, como en Nocturnos de Chopin (1918). Vanguardistas fueron sus libros de la década de los veintes, con textos originalísimos, alejados de toda lógica o referencia a la realidad. Según el Diego de esos años: “Creer lo que no vimos dicen que es la Fe; crear lo que nunca veremos, esto es la Poesía”. Fábula de Equis y Zeda, escrita en pleno fervor gongorino, es una sucesión de imágenes disparatadas, donde intenta asociar la expresión tradicional con las audacias de entonces. En los años cincuentas y sesentas publicó varios libros de poesía amorosa, religiosa, musical y taurina.

La extensa obra poética de Gerardo Diego es, como puede verse, una de las más variadas. Sus formas, metros y tendencias dieron fe de una concepción de la poesía como divertimiento, resultado de una relación irreal con la belleza, ligeramente apoyada en las realidades de nuestro mundo. “Yo no soy responsable”, dijo Diego, “de que me atraigan simultáneamente el campo y la ciudad, la tradición y el futuro; de que me encante el arte nuevo y me extasíe el antiguo; de que me vuelva loco la retórica hecha, y me torne más loco el capricho de volver a hacérmela —nueva— para mi uso particular e intransferible”.

“La mejor definición de la poesía”, escribió, “es la palabra incorruptible. Si la poesía verdaderamente lo es, ha de serlo invariable y de una vez para siempre, gracias al ritmo en el que encuentra a un tiempo [...] su desnudez y su vestidura”.

La poesía de Gerardo Diego es de una belleza que sin tocar los lindes de las hondas realidades de la vida, exhala una eterna frescura que la hace una de las maravillas del arte literario.

El ciprés de Silos

Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.
Mástil de soledad, prodigio isleño;
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.
Cuando te vi, señero, dulce firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto cristales,
como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.

 

Federico García LorcaFederico García Lorca
(1898-1936)

Federico García Lorca nació en Fuente Vaqueros en la provincia de Granada en Andalucía. Poeta y dramaturgo, hizo estudios de filosofía y letras y derecho en la Universidad de Granada, viajó muy joven por toda España y en Madrid, en la Residencia de Estudiantes, conoció a Juan Ramón Jiménez, Luis Buñuel y Salvador Dalí. En 1930 viajó a los Estados Unidos. A su regreso crea el teatro universitario itinerante La Barraca. En 1933 estrenó Bodas de sangre y visitó Argentina y Uruguay, donde fue aclamado como uno de los grandes escritores de su tiempo. En Buenos Aires ofreció conferencias y asistió a clamorosas representaciones de sus obras de teatro. Conoció a Pablo Neruda. En mayo de 1934 vuelve a España y un año después publica su famoso poema Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, su amigo torero que había muerto, un año antes, en la plaza de Manzanares de Ciudad Real. Visita Barcelona y asiste a las representaciones de Yerma y Bodas de sangre. Participa en un homenaje a Luis Cernuda y el 13 de julio de 1936 sale de Madrid hacia Granada, donde es asesinado, tras el levantamiento militar de Francisco Franco contra la República Española, el 19 de agosto de 1936. Su obra ha sido recogida en varias ocasiones, la primera de ellas, por Guillermo de Torre, en Buenos Aires, 1942.

La publicación de Romancero gitano (1928) dio a Federico García Lorca inmediato prestigio, convirtiéndole en el poeta popular andaluz por derecho propio, una especie a medio camino entre torero, gitanería, superstición y pandereta que terminó por atormentarle. Luego de una violenta crisis emocional decidió viajar a Cuba y Estados Unidos en busca de alivio y nuevas fuentes de inspiración. El viaje produjo una obra maestra: Poeta en Nueva York, libro que hace pendant con algunas de las obras de Eliot, Pound, Celan y Auden sobre el horror y la muerte en vida de las sociedades mecanizadas.

García Lorca, “poeta popular”, se encuentra “de la noche a la mañana” frente a una ciudad y una sociedad de acero y finanzas que muerde el polvo en la noche negra del anunciado derrumbe del capitalismo. Mientras las castas imperiales Vanderbilt, Morgan y Rockefeller hacían de las suyas, millones de inmigrantes italianos, judíos, irlandeses y negros del sur llegaron a Nueva York para padecer, y ser testigos del fracaso de la democracia celebrada por Whitman.

Entonces las imágenes surrealistas reemplazan las del romancero para producir con dolor y angustia la viva imagen de caos, violencia y oscuridad que vio. “New York”, dijo a Pablo Suero, “es algo tremendo, desagradable. Tuve la suerte de asistir al formidable espectáculo del último crac. Fue algo muy doloroso, pero una gran experiencia... Vi en un día seis suicidios. Íbamos por la calle y de pronto un hombre se tiraba del inmenso edificio del Hotel Astor y quedaba aplastado en el asfalto. Era la locura... Una visión de la vida moderna, del drama del oro, que estremecía”.

Nueva York: símbolo infernal de la vida en el siglo XX, máquina destructora de la conciencia, devoradora del ser, partera de la soledad y soledad ella misma, emperatriz del mundo que separa al hombre “debajo de las multiplicaciones, debajo de las divisiones”, donde nadie parece ser y donde un día todo estará al revés.

El rey de Harlem

Con una cuchara
arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara.
Fuego de siempre dormía en los pedernales,
y los escarabajos borrachos de anís
olvidaban el musgo de las aldeas.
Aquel viejo cubierto de setas
iba al sitio donde lloraban los negros
mientras crujía la cuchara del rey
y llegaban los tanques de agua podrida.
Las rosas huían por los filos
de las últimas curvas del aire,
y en los montones de azafrán
los niños machacaban pequeñas ardillas
con un rubor de frenesí manchado.
Es preciso cruzar los puentes
y llegar al rubor negro
para que el perfume de pulmón
nos golpee las sienes con su vestido
de caliente piña.
Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente
a todos los amigos de la manzana y de la arena,
y es necesario dar con los puños cerrados
a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas,
para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre,
para que los cocodrilos duerman en largas filas
bajo el amianto de la luna,
y para que nadie dude de la infinita belleza
de los plumeros, los ralladores, los cobres y las cacerolas de las cocinas.
¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem! ¡Ay, Harlem!
No hay angustia comparable a tus rojos oprimidos,
a tu sangre estremecida dentro del eclipse oscuro,
a tu violencia granate sordomuda en la penumbra,
a tu gran rey prisionero, con un traje de conserje.

 

Vicente AleixandreVicente Aleixandre
(1898-1984)

Vicente Aleixandre nació en Sevilla. Pasó su infancia en Málaga y en 1909 se trasladó a Madrid, donde estudió derecho y comercio y vivió toda su vida. Una tuberculosis renal le alejó para siempre de la vida social. En 1933 obtuvo el Premio Nacional de Literatura con La destrucción o el amor. En 1949 fue elegido miembro de la Real Academia Española. Con Poemas de la consumación (1968) ganó el Premio Nacional de la Crítica. En 1977 recibió el Premio Nóbel de Literatura.

La producción poética de Vicente Aleixandre es muy extensa. La crítica suele clasificarla en dos periodos, el primero comprendería los libros publicados en los años veintes hasta primeros cincuentas y la segunda, desde esas fechas, hasta Diálogos del conocimiento, de 1974. Según el propio Aleixandre : “En la primera parte de mi trabajo, yo veía al poeta en pie sobre la tierra, como expresión telúrica de las fuerzas que le crecían desde sus plantas [...]. En la segunda parte de mi labor, yo he visto al poeta como expresión de la difícil vida humana, de su quehacer valiente y doloroso”. Ciertamente, en sus primeros poemas las fuerzas cósmicas elementales —la tierra, el mar, el sol, el fuego, el viento, la selva...— son arrebatadas por un fuerte impulso de fusión que persigue la unidad amorosa del mundo. En esa ambición de trato amoroso no están solas, pues los animales y el hombre de los campos o las selvas, participan de ese impulso de ardiente solidaridad. Luego la pasión cósmica es suplantada por la solidaridad con la tragedia de vivir.

La destrucción o el amor (1934) y Sombra del paraíso (1944) son dos de sus más conocidos libros. El primero da testimonio de las ideas que tenía de su poesía en esos años. Para el poeta, amor y muerte son una misma cosa; la plena posesión amorosa sólo se alcanza fundiéndose el amante con la criatura amada, destruyéndose en el éxtasis amoroso. Con el segundo, el lenguaje de Aleixandre alcanza las más altas cimas poéticas. El libro intenta ser un cántico a la aurora del mundo, desde el hombre presente; un canto a la luz, desde la conciencia de la oscuridad; la visión de la aurora, como un ansia de verdad y plenitud, desde el estremecimiento doloroso del hombre de hoy, según sus propias palabras. Quizás por ello el Premio Nóbel le fue concedido “por su gran obra creadora, enraizada en la tradición de la lírica española y en las modernas corrientes poéticas iluminadoras de la condición del hombre en el cosmos, y de las necesidades de la hora presente”.

Unidad en ella

Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.
Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.
Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.
Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.
Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa lava rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.
Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala,
es todavía unas manos, un repasar de tu crujiente pelo,
un crepitar de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.

 

Dámaso AlonsoDámaso Alonso
(1898-1990)

Dámaso Alonso nació en Madrid. Poeta, crítico literario y filólogo, licenciado en derecho y filosofía y letras, fue discípulo de Menéndez Pidal en el Centro de Estudios Históricos. En la Residencia de Estudiantes conoció a García Lorca, Buñuel y Dalí. Fue catedrático de las universidades de Valencia y Madrid y durante muchos años director de la Real Academia Española, a la que accedió en 1945. En 1978 recibió el Premio Cervantes. Fundó la colección Biblioteca Románica Hispánica y fue director de la Revista de Filología Española.

Autor de una ingente obra, fue el editor en versión prosificada de las Soledades (1927), de Luis de Góngora, sobre quien escribió también La lengua poética de Góngora (1935). Los primeros libros de poemas de Alonso, publicados en la segunda década del siglo pasado, pasaron prácticamente desapercibidos por los lectores y la crítica. No sucedió lo mismo con Hijos de la ira (1944), el más original de sus libros, uno de los más trascendentales de la posguerra, donde Alonso rompe amarras con la poesía esteticista y ajena a la realidad histórica —de José García Nieto y otros poetas de la llamada “Juventud Creadora”— que vivía España. Hijos de la ira es un claro exponente de la angustia que domina al hombre del siglo veinte, un mundo donde dominan la crueldad, el odio y la injusticia. Libro de clara inspiración religiosa, desgarrado y patético, una amarga penitencia hace que Alonso exclame los más feroces y terribles denuestos de amor a Dios, con un lenguaje desgarrado y prosaico, sus majestuosos versículos —que recuerdan el ritmo de los salmos bíblicos—, y las imágenes con influjos surrealistas hizo que su poesía —a la que él mismo llegó a calificar de “desarraigada”— ejerciera un fuerte influjo en los poetas de los años cuarentas, allanando el camino a la poesía dramáticamente humana que escribirían, con un altanero tono de protesta ante las injusticias políticas, Blas de Otero y Gabriel Celaya.

Alonso distinguía dos actitudes entre los poetas de la posguerra: unos contemplaron el mundo como un todo armónico y ordenado —poesía “arraigada”—, y la de aquellos que sintieron repulsión por un mundo caótico donde sólo señoreaba la injusticia —poesía “desarraigada”. “Para otros”, dijo, “el mundo no es un caos y una angustia, ni la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Pero otros estamos muy lejos de toda armonía y de toda serenidad. Hemos vuelto los ojos en torno, y hemos sentido una monstruosa, una indescifrable apariencia, rodeada, sitiada por otras apariencias tan incomprensibles, tan feroces, quizá tan desgraciadas como nosotros mismos... Y hemos gemido largamente en la noche. Y no hemos sabido hacia dónde vocear”.

¿Cómo era?

La puerta, franca.
Vino queda y suave.
Ni materia ni espíritu. Traía
una ligera inclinación de nave
y una luz matinal de claro día.
No era de ritmo, no era de armonía
ni de color. El corazón la sabe,
pero decir cómo era no podría
porque no es forma ni en la forma cabe.
¡Lengua, barro mortal, cincel inepto,
deja la flor intacta del concepto
en esta clara noche de mi boda,
Y canta mansamente, humildemente,
la sensación, la sombra, el accidente,
mientras ella me llena el alma toda!

 

Luis CernudaLuis Cernuda
(1902-1963)

Luis Cernuda nació en Sevilla en el seno de una familia burguesa extremadamente conservadora. Su padre, puertorriqueño de origen, era comandante del Regimiento de Ingenieros y poseía un rígido carácter militar que produciría en el niño, de carácter tímido y sensible, una constante introversión que le marcaría de por vida. A los catorce años comenzó a escribir poemas mientras estudiaba el bachillerato en el colegio de los Escolapios. Estudió derecho en la Universidad de Sevilla, y luego de prestar el servicio militar publica su primer libro Perfil del aire (1927). En Toulouse, donde se desempeñaba como lector de español, redacta Un río, un amor, inspirado en motivos como el cine y el jazz. Luego escribiría Los placeres prohibidos, un libro de marcado carácter surrealista y de un fuerte erotismo, con violentas y atrevidas imágenes que escandalizan a los lectores españoles. Al estallar la Guerra Civil tiene que exiliarse en Inglaterra donde trabaja en Surrey, Glasgow y Cambridge e inicia el estudio de las obras de Shakespeare, Blake, Keats, Browning, Coleridge, Elliot, Kierkegaard, Schopenhauer y Marx. Diez años después viaja a los Estados Unidos donde trabaja en Mount Holyoke Collage y a México donde vivirá el resto de su vida. Su obra poética completa fue reunida, por primera vez, en 1964 bajo el título de La realidad y el deseo.

La realidad y el deseo alude a la idea de la vida como fuerza devorante —el deseo—, que se alimenta de sí misma pues fuera de ella no hay nada que la sacie. La vida, tormento sin fin, como lo entendieron los románticos alemanes. El mundo ofrece al hombre, por un lado, realidad, y por el otro, moderación, convirtiendo al poeta y al lector en la víctima de los presentimientos, nunca de la realidad. Vivir será desengañarse, ir arruinando el encantamiento inicial que ofrecieron niñez y juventud.

Se ha dicho que su poesía no brinda un tono hispánico por ser resultado de influencias inglesas y escocesas. Quizá ni lo uno ni lo otro. Mejor es decir que su voz, que canta desde la lengua oral, no aspiró al tumulto, ni al culteranismo y la garrulería, tan habituales en nuestras poesías desde el romanticismo. Su condición de apartado le confirmó la necesidad de escribir una poesía donde el interlocutor de sus monólogos fuera él mismo, y quizás alguien más en igual condición de desamparo. Está escrita para conscientes de la soledad. Por eso sus poemas son miradas sobre el mundo, no reflexiones. Allí reside la diferencia de esa poesía, en nada equiparable siquiera con la de muchos de sus contemporáneos, tan aparentes en sus visiones y tan reiterativos en sus asuntos: ellos y España.

Mirar y esperar que la palabra atrape, es el ocio creador, según Cernuda. Nada de elucubraciones, nada de intrincados alambiques para terminar diciendo lo mismo. Ni siquiera en los poemas eróticos se deja atrapar por el pensamiento. La importancia y primacía de su poesía es notoria si tenemos en cuenta que, mientras la poesía de posguerra insistió en el tema patriótico, estando roto el contacto con el público, Cernuda asumió como definitivo su extrañamiento. Se fue convirtiendo, desde América, en la figura trágica del poeta contemporáneo, llevando a cuestas su condición de homosexual, de poeta y exiliado.

Te quiero

Te lo he dicho con el viento,
jugueteando como animalillo en la arena.
O iracundo como órgano tempestuoso.
Te lo he dicho con el sol,
que dora cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes.
Te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas.
Te lo he dicho con las plantas,
leves criaturas transparentes
que se cubren de rubor repentino.
Te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela en un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta:
más allá de la vida,
quiero decírtelo con la muerte;
más allá del amor,
quiero decírtelo con el olvido.

 

Rafael AlbertiRafael Alberti
(1902-1999)

Rafael Alberti nació en Puerto de Santa María. Poeta, pintor y dramaturgo, descendía de familias católicas italianas que vinieron a España para hacer vino. Pasó su infancia entre el campo y la mar de Cádiz, estudiando con los jesuitas. En 1917 fue a Madrid junto a su familia y se dedicó a la pintura, arte que nunca abandonaría. En la Sierra de Madrid, mientras convalecía de una enfermedad, escribió su famoso Marinero en tierra, por el cual recibió el Premio Nacional de Literatura. Luego publicaría Sobre los ángeles, considerado otro de sus mejores libros. Desde 1931 intervino activamente en política, se afilió al partido comunista e intervino como comisario de cultura de la república durante la Guerra Civil. Se exilió en París y luego fue a Buenos Aires, donde continuó publicando sus libros de poemas y sus memorias. Viaja por Polonia, la antigua Unión Soviética y en 1963 se fue a vivir a Roma, de donde regresaría a España quince años más tarde. Recibió, entre otros muchos, el Premio Lenin, el Cervantes y el Andalucía de las Letras.

La poesía de Alberti, de “un aroma enlutado” como dijo de ella Neruda, respira siempre un aire de sensual y pícaro andalucismo. Por ella desfilan la luz y las sombras, los ángeles y los demonios, las casas, los patios, los muros, los jardines y los mares de su mundo errante y doloroso. Uno de sus libros vanguardistas es Cal y canto, donde luego de sostener: “Yo nací —¡respetadme!— con el cine”, hace un retrato del nacimiento del mundo moderno, con un desfile de novedades que pasan por el avión, el telegrama, el automóvil, el teléfono, los viajes en tren, los tranvías, los futbolistas, las estrellas de cine, etc. Bares, peluquerías, modistos, bellas mujeres, Nueva York, París, Islandia, Persia, todo un mundo de turismo se da cita en esos versos.

Poeta de la calle, como gustaba definirse, fue la imagen viva del poeta comprometido, incluso del poeta panfletario. Pero junto al militante, existió siempre y terminó por superarlo, el poeta refinado y exquisito, el vanguardista por excelencia que hizo de lo popular la materia de su primer libro, o el neo gongorista de Cal y canto y el surrealista de Sobre los ángeles, y aquel nostálgico del ayer y de lo bello de Roma, peligro para caminantes, uno de sus últimos libros.

A Federico García Lorca

Sal tú, bebiendo campos y ciudades,
en largo ciervo de agua convertido,
hacia el mar de las albas claridades,
del martín-pescador mecido nido;
que yo saldré a esperarte amortecido,
hecho junco, a las altas soledades
herido por el aire y requerido
por tu voz, sola entre las tempestades.
Deja que escriba, débil junco frío,
mi nombre en esas aguas corredoras,
que el viento llama, solitario, río.
Disuelto ya en tu nieve el nombre mío,
vuélvete a tus montañas trepadoras
ciervo de espuma, rey del monterío.

 

Manuel AltolaguirreManuel Altolaguirre
(1905-1959)

Nació en Málaga. Abogado de profesión, autor de obras de teatro, biografías, poemas, traducciones, ensayos y guiones de cine, desde muy joven se dedicó a la publicación de libros y revistas literarias. Primero estableció una imprenta en compañía de Emilio Prados y en 1923 fundó su primera revista poética, a la que siguieron otras como Poesía, en colaboración con José María Hinojosa y José María Souvirón. En 1932 contrajo matrimonio con la poeta Concha Méndez y juntos publicaron una nueva revista que Federico García Lorca bautizó con el nombre de Héroe (1932).

A partir de 1926 codirigió con Emilio Prados la revista Litoral. Viaja a Francia, estableciendo allí su propia imprenta privada, que le acompañó en todos sus viajes. Luego fue a Londres, donde siguió editando libros. En 1935 regresa a España y edita otra revista, Caballo Verde para la Poesía, dirigida por Pablo Neruda. Durante la guerra civil luchó al lado de la República y continuó su labor de impresor. Antes del fin de la guerra abandona España y se traslada primero a Cuba y luego a México, donde transcurrirá todo su exilio. En la década de los cincuentas se hizo productor de cine. Murió en España en un accidente automovilístico. Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1933. Algunos de sus libros de poemas son Las islas invitadas y otros poemas (1926), Poesías completas (1960), Poema del agua (1973) y Alba quieta y otros poemas (2001).

Manuel Altolaguirre se inició como poeta con un tono que recordaba a Juan Ramón Jiménez, pero luego su voz se fue haciendo más personal, espontánea y humana, plena de ansias de trascendencia; una suerte de poesía del adentro del hombre, con la soledad como asunto, pues para él, “el mundo era triste”, como correspondería a un romántico. El dolor y la rumia de los pesares es la principal fuente de inspiración. Un “ángel sombrío”, hecho de luto y sombras, entra silencioso en su poesía.

Si es verdad que no hizo de la novedad su fuerte y que tampoco escribió mucho, ni es de igual valor toda su poesía, Altolaguirre fue un lírico en el cabal sentido de la palabra, de íntima espiritualidad, dotado de una melodía para el verso que lo hace inolvidable. La naturaleza, el amor, la realidad que rodea la existencia del hombre, la fusión del sujeto lírico con el paisaje, la meditación sobre el amor y la muerte conforman ese universo poético de verso limpio y adelgazado. Como dijo Cernuda: “En esa breve obra hay versos y poemas que anidan nuestra memoria, en la que han de perdurar como lo que son: grandes poemas hermosos y vivos, al par de lo mejor que sus contemporáneos escribieron”.

Viaje

Su muerte
¡Qué golpe aquel de aldaba
sobre el ébano frío de la noche!
Se desclavaron las estrellas frágiles.
Todos los prisioneros percibimos
el descoserse de la cerradura.
¿Por quién? ¿Adónde?
El sol su página plisada
entró por la rendija oblicuamente,
iluminando el polvo.
Descorrió su cortina el elegido,
y penetró en los ámbitos sonoros
del Triángulo y la espuma.
Nos dejó la burbuja de su ausencia
y la conversación de sus elogios.