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Son las cuatro de la tarde

Son las cuatro de la tarde en el lomo fiero del cielo azul
y el pan subyace atravesado por las duras estocadas
que la infame lluvia sabe hacer, en medio de la calle.
El pan, la mesa, son dos amigos que dialogan sin decirse nada.
Las horas llegan lentas, anunciando a un dios
que nos busca navegando en una barca.
Apenas el bastón que me soporta el débil cuerpo, tambalea
como las hojas de las viejas palmeras que resisten los fuertes vientos.
Son las cuatro de la tarde y mi garganta es una cárcel abierta
por donde se escapan todas las palabras para bordear
el mundo en contados segundos.
Hoy, hoy me he inclinado hacia el diálogo monocorde
del pan que intenta encontrar el abrigo de unas manos,
y he sentido todas las espadas,
todos los dolores que se iniciaron
en las duras esquinas donde dormía arropado como un pájaro frágil,
todas las emociones enrojeciéndose con el aire que mi boca retiene,
he saboreado todos los labios cansados y avasallados
por la interminable fiesta de un puerto.
Y me he quedado, apenas, con los ojos dormitados de una extraña
que en silencio deja caer sus curvados senos
al pie de mi cama,
incrustándome
sus frías raíces para prolongar su ya promulgada muerte.
He visto caer a los árboles por una mano enemiga,
han luchado el pan, mi garganta, la mesa, la lluvia, la soledad,
mis palabras arremolinadas en las calles,
pero la cuerda, aún, no se ha roto.
Hoy, que huele a setiembre navegable sobre el puerto,
desembarcaron los enemigos,
al grito unísono del comandante Lynch,
para llevarse todo,
llegaron a plantar su bandera roja en señal de victoria.
Hoy, que son las cuatro de la tarde,
juego a cruzar las calles
con mi viejo bastón de árbol quemado,
calzo los zapatos oreados al pie de la ventana,
desde esa calle he intentado esconderme de mi peso,
de mis ganas de pájaro,
de mis duras escamas
secándose en la orilla de este mar
donde sólo hemos construido el más extenso silencio.
A esta hora, tu piel tiene un sabor lejano,
un sabor que apenas endulza mi corazón de pájaro.
Sólo me queda desatarme la vieja camisa para flamearla en este pueblo,
como las ventanas de tu cuarto donde aireabas los dulces recuerdos
de nuestro amor que se engañaba ser perfecto.
Ven aquí, para enseñarte que no he soñado,
que todo lo que estuve haciendo lo puedes palpar con tus manos cejijuntas;
ven a este reclamo, a este rompecabezas,
a entregarme tu presencia,
tu olor a diciembre,
tu amor a bandera,
el color amanecido de tus ojos,
mirándome desde aquella distancia sin decirme nada,
ven, sin muro, sin falsear tu risa de gata,
con ese corazón que despeja el cielo.
Cómo dices que no busque el crepitar de tus besos
para cambiar la historia,
que no invoque a la luna
para no encontrar tu mejor secreto,
que te deje con las alas puestas,
que no te recoja el cabello caído en los viejos puertos,
que hoy has empezado a desaparecer mi nombre
grabado en tu piel azul
donde se posaron incontables amores
rehaciendo nuestra triste historia.
¡Ah, qué dura vida la del hombre y su zapato
donde recoge toda la lluvia,
a las cuatro de esta tarde fría y callada!
Está bien, volverás a ser un sueño en esta comarca,
en este empapelado cuarto
donde un día estrujamos los labios abrazados al mundo
aguardando el brotar de tu vientre.
Te dejaré dormida, recostada,
soñando puertos, amores,
caminos, destinos aún no manchados
con la mano de esta humana tierra.
Mientras yo intento una fuga de esta piel que me reduce,
de esta patria,
de estos puertos que a hurtadillas
me persiguen en los sueños para rehacerlos de nuevo.

 

Cómo quieres que me calle

Cómo quieres que me calle
si soy un pétalo tiritando a un costado de tu vientre,
cómo quieres que de mi boca no nazcan las palabras
si la noche es lenta en su latir de cuervo viejo y ciego.
Cómo quieres que encienda los fuegos,
la ardiente sombra que tu cuerpo trae
a escondidas cuando el puerto duerme.
Cómo quieres que apague todas las velas
si el mar y la arena se alejan al sentir nuestros besos.
Sólo déjame un instante suspendido en este tiempo
para que mi muerte sea néctar de pájaros.
Déjame un instante
para coger mis herramientas y socavar (cabalgar)
tu piel de yegua,
tu risa de yegua,
tus ojos de yegua,
tu epicentro donde nace la tierra,
tu corazón sediento en la orilla del mar que poco a poco florece,
tu vientre donde guardas los grandes tesoros
que nadie ha encontrado,
tu ardiente labio que se retuerce con el tiempo de un reloj-corazón.
Un instante, y nuestro amor sonará lejano
como el cielo azul y la tierra árida,
allí donde descansan los huesos de los ancestros
pidiendo un poco de nubes que hagan calmar la sed
que llevan puesta hace miles de años.
Cómo quieres que no diga una palabra
sin pensar en tu aliento de gata
limpiando el firmamento,
de tus dedos que son como las hojas
que florecen en los troncos secos y desiertos.
Déjame recogerte un poco el cabello, que cuelga
como péndulo debajo de esta sábana,
antes de que mi aliento te siga socavando (cabalgando),
te siga floreciendo,
y que desde nuestro corazón retorciéndose emerja el cuerpo
de una flor para esta tierra
donde tú y yo somos aliento fresco.
Sólo un instante, déjame sentir la mordida muerte
que brota en el término de tu espalda cuando mi piel te socava
con este picocolibrí atado a este cuerpo sediento.
Y descenderemos hasta nuestros tobillos
para oler nuestro humano perfume
explotando en el centro de nuestros corazones.
Allí nos encontraremos con los ojos recién nacidos,
con el brotar de la primera palabra en un idioma
que tan sólo tu piel conoce.

 

He despertado sin hojas

He caído arropado en el centro de una piedra
y me he visto como sombra,
como palabra afilada
acechando la piel oscura de la noche;
me he resbalado en sus mejillas
y he encontrado el peso de su interminable tristeza,
sus ojos se han parecido a los míos cuando cruzaba las calles
buscando dónde moldear mi destino,
sus manos, sus manos han abrigado el rostro infante
de aquella mujer que se contempla en el rajado espejo
esperando encontrar el nacimiento de una risa.

He despertado junto a la trascendente piedra,
sin hojas que me cubran esta humana piel.
He pronunciado su nombre como un conjuro
a nuestro atravesado destino,
y se han desatado todas mis emociones,
mi cauce se ha desbordado como un río que acecha las casas.
He despertado sin hojas
junto a sus pies que se mecían suspendiendo el tiempo,
abreviando los besos de mi mujer cuando se arropa junto a mi pecho.

He despertado
y ahora soy esa piedra lanzada
en medio de la calle esperando una sombra,
una mano que me guarde en su mejor bolsillo
y me exilie de este puerto.
Aquí, en medio de esta calle,
donde las mujeres juegan a venderse la piel,
sueño con el fuego de unas manos esparciéndome el cuerpo
cuando cabalga el viento.
Ahora que soy esa piedra, otro ha caído deshojado,
despojado de sus alas, sin lumbre para encender la lámpara
que ardía en el centro de mi pecho.
Dime, cómo vamos a alumbrarnos los costados,
cómo dormiremos debajo de esta sábana sin secarnos las escamas,
sin olernos el polen que cuelga de nuestras hojas.
¡Oh piedra! ¡Oh caída hoja!
Somos dos ojos llorando por el mismo orificio
en medio de la calle, donde las mujeres hacen ronda
para venderse la piel cuando oyen silbar a los barcos.
¡Oh piedra!
¡Oh caída hoja!,
Hoy, hemos despertado solos al pie del camino.

 

El vuelo de la mosca

La mosca ha retornado de los pueblos
quebrados en la guerra,
ha vuelto a mostrarme su último vuelo,
su último aleteo en este infierno,
su última estratagema para posarse en este mísero plato,
su última sonrisa quebrada frente a los pueblos,
su corazón oliendo a batalla.
La he dejado descansar en el filo de este plato
como a un hermano de un mismo destino,
y he sentido en su sueño el latido de los árboles,
la meditación de las piedras en medio del camino,
la risa de los niños jugando encima de los escombros,
el hambre bordeando las orillas de los pueblos.
He dejado que se vista de piel,
de una pesada tristeza,
de huesos, de toda humanidad.
La he dejado pronunciar palabras, al salir a la calle.
He dejado que desde sus ojos caigan los vientos amargos
para restablecer las guerras de los pueblos.
Desde hoy,
aprenderá a comer en la mesa con su cuchara de palo,
a pagar la cuenta con la tarjeta de crédito.
Pintará paisajes en el centro de los escombros,
no hará el menor intento de posarse en los míseros platos.
Buscará visitar bibliotecas para redescubrir su quebrada historia.
Asistirá al trabajo sin mover las alas.
Buscará en un abrazo a los niños del mundo
que se esconden detrás de las puertas esperando un destino.
Saldrá todas las mañanas a mojarse al sol.
Visitará por las noches los salones, los bailes humanos,
antes de abrirse más la blanca y perfumada camisa.