Artículos y reportajes
Una sola muerte numerosa, de Nora Strejilevich

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De entrada y sin mayores preámbulos tenemos que decir que nos encontramos frente a un excelente libro político, de amplio registro, lo que nos permite volver y reflexionar sobre temas que en su oportunidad plasmaron magistralmente Primo Levi y Hannah Arendt sobre los horrores del nazismo en el viejo continente. Ahora las coordenadas geográficas son otras, pero la experiencia infernal obedece a la misma sinrazón; en todo caso lo primero que se agradece es que el libro nos remite en su lectura a un ejercicio político de primer orden, y nos hace ver con sabia claridad que los bárbaros siempre están a la vuelta de la esquina.

Desde el comienzo, la primera sensación que se percibe como lector-testigo es la de emprender un viaje iniciático por uno de los horrores más impunes y persistentes de la América Latina del siglo XX: las dictaduras militares que con sus siete plagas azotaron sin piedad al continente americano. A medida que avanzamos nos vamos adentrando lentamente en una especie de museo viviente del horror-absurdo en que vivieron los argentinos en esos años (1976-1983).

En ese macabro recorrido se experimenta en toda su dimensión un cúmulo de emociones encontradas, que en último término expresan lo más íntimo y lo más vivo de la condición humana. En esta vorágine se mezclan la rabia, la impotencia, el desconcierto, la ternura, el deseo de hacer justicia (y hasta la vieja tentación de hacerla por mano propia, según el lector) y también el deseo de no olvidar jamás para no repetir la experiencia, no permitirla bajo ninguna circunstancia.

El relato funciona como un gran angular, de a poco nos va amplificando la galería del horror, de a poco nos va mostrando, a la manera de un vía crucis, el proceso, el cruel derrotero que vive un hombre en manos de la maquinaria de la muerte. Por estas páginas la indefensión del hombre se transforma en “el pan nuestro de cada día” y, como diría el poeta Carlos Pezoa Véliz, “tras la paletada nadie dijo nada”. Sólo el tiempo y la memoria es capaz de revertir este silencio espurio. Y así, según pasan los años, van tomando cuerpo, van asomando nítidamente los otros culpables: una clase dirigente cómplice, corrupta y acomodaticia, que de pasada saquea el país, y hunde a la Argentina en el peor desastre económico de su historia, y lo más grave; que siguió, y sigue (algo más debilitada con la asunción de Kirchner) enquistada en el poder dándole sustento teórico al “cambalache”.

Ese es uno de los grandes méritos del libro: dejar en evidencia una traición política kitsch, y que en gran medida, los argentinos —obnubilados por el champán y la pizza— apoyaron sin reparos. De esta forma esta escritura no es sólo una catarsis simbólica, sino que también opera como un gran ajuste de cuentas con todos los estamentos de la sociedad argentina: la iglesia, las fuerzas armadas, la clase política, la sociedad civil. El gran contubernio que permitió el infierno dictatorial.

Por otra parte, Una sola muerte numerosa no se lee como pura contingencia del horror, o como una vida, pasión y muerte bajo una dictadura latinoamericana. Sin duda, es eso, pero también es siempre una lacerante reflexión sobre la marcha, una reflexión filosófica in situ. En este sentido este relato se entronca con una obra emblemática de Sartre: La República del Silencio. En Una sola muerte numerosa se vuelve a una de las interrogantes centrales del libro de Sartre: “¿Hasta dónde es capaz de resistir un hombre?”, a todo prisionero le preocupa quebrarse, “¿hasta dónde podrá aguantar?”, ¿soportará la tortura con dignidad?, valdrá la pena resistir si otros hablan? El dilema ético siempre está presente, como un gran telón de fondo.

Llama la atención también como este relato funciona a la manera de una tragedia (post)moderna. Existen en el texto, (y se desarrollan) todos los elementos de una representación en forma, pero esta tragedia está matizada por la ironía, y por un humor negrísimo que pone la distancia necesaria que permite a este testimonio entrar a la categoría de un arte maduro que jamás cae en la tentación de lo obvio o lo panfletario. Es más, toda esta neo-tragedia está atravesada por el discreto encanto de una inteligencia desolada; sin ir más lejos, muchos pasajes del libro parecen sacados de un guión de Woody Allen, y eso lo vuelve más humano, más universal.

Quienes lean este libro se verán enfrentados a un variado abanico de lecturas que ofrece y permite el texto. Se puede leer de muchas formas: puede ser la continuación de una historia del éxodo que comienza con la persecución nazi (la historia vuelve a repetirse). Puede ser la historia de “la desaparición de una familia”. Puede ser la “vida, pasión, muerte y resurrección” de un sobreviviente al que dejaron con la palabra en la boca y vivió para contarlo. O sin más, también puede ser “las mil y una noches” de una dictadura a la argentina. Puede ser todo eso, más la persistencia de la memoria.

Por último, cabe señalar que en el aspecto formal el relato se desdramatiza y se contiene continuamente a partir de cortes precisos donde se intercalan materiales que obedecen al imaginario de la cultura popular: letras de tangos, de música popular, canciones patrias del colegio, consignas políticas, cartas, etc. Este recurso le permite la fluidez necesaria, y aligera la carga dramática implícita del texto.

Leer Una sola muerte numerosa resulta una experiencia política y de vida fortalecedora, de fe en ese ser humano que deja su testimonio para los que vienen, y para que ese dolor no haya sido en vano. Al final la apuesta por la vida prevalece aun en los momentos más oscuros y desesperanzadores.