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Cincuenta novelas colombianas y una pintada presentarán en Bogotá
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Los sellos Pijao Editores y Caza de Libros lanzarán el próximo 25 de abril, en el marco de la 21ª Feria Internacional del Libro de Bogotá, la iniciativa “Cincuenta novelas colombianas y una pintada”, una colección de medio centenar de títulos que hacen en total 51.000 ejemplares.

Pijao Editores es un sello creado por los novelistas Carlos Orlando y Jorge Eliécer Pardo y, en sus tres décadas de existencia, ha publicado más de 260 títulos. Su alianza con Caza de Libros, nueva editorial dirigida y fundada por Pablo Pardo, ha servido para dar forma a estas “Cincuenta novelas colombianas y una pintada”, donde la pintada consiste en que todas las portadas de las novelas tienen obras del joven artista tolimense Darío Ortiz Robledo.

En la colección, cuya dirección editorial y diseño ha estado a cargo del joven escritor y periodista Carlos Pardo Viña, se encuentra un selecto grupo de escritores que, paralelos a la generación de García Márquez, pero particularmente la que llegó después, ha construido la historia de la literatura colombiana.

Desde personalidades de las letras como Pedro Gómez Valderrama, Eduardo Santa, Manuel Zapata Olivella y Eutiquio Leal, pasando por figuras como Carlos Perozzo, Arturo Alape, Germán Santamaría, David Sánchez Juliao, Oscar Collazos, Fernando Cruz Kronfly y el mismo Jorge Eliécer Pardo, se dan cita en esta colección de novelas breves.

En su listado figuran también creadores consagrados como Fernando Soto Aparicio, Fanny Buitrago, Gustavo Álvarez Gardeazábal, Benhur y Héctor Sánchez Suárez, Roberto Burgos Cantor y José Luis Díaz Granados. Igualmente se encuentran otros sobresalientes escritores de la costa caribe colombiana como Alberto Duque López, Álvaro Medina, Andrés Elías Flórez Brum, Antonio Mora Vélez, José Luis Garcés González, José Stevenson y Ramón Illan Bacca, mientras que por el Valle están Arturo Alape, Fabio Martínez, Fernando Cruz Kronfly, Gustavo Álvarez Gardeazábal, Enrique Cabezas Rher y Alberto Esquivel.

Del viejo Caldas participan Octavio Escobar Giraldo, Adalberto Agudelo, Jaime Mejía Duque y Hugo López Martínez, al tiempo que los santanderes están representados por Pedro Gómez Valderrama y Carlos Perozzo.

Los tolimenses son numerosos: Eduardo Santa, Germán Santamaría, Eutiquio Leal, Héctor Sánchez, Roberto Ruiz, Álvaro Hernández, Flaminio Rivera, Boris Salazar, Carlos Orlando y Jorge Eliécer Pardo, Jairo Restrepo Galeano, Oscar Godoy y Manuel Giraldo-Magil, extendiéndose los autores al Huila con Benhur Sánchez Suárez y Humberto Tafur Charry.

Se recuperan también obras de seis autores fallecidos como Arturo Alape, Eutiquio Leal, Humberto Tafur, Manuel Zapata Olivella, Pedro Gómez Valderrama y Roberto Ruiz, figurando entre los más jóvenes Alberto Esquivel, Flaminio Rivera, Oscar Godoy y Octavio Escobar cercanos a los cincuenta años de existencia. Y desde luego están las escritoras con la presencia de Fanny Buitrago, Flor Romero, Cecilia Caicedo y Rocío Vélez de Piedrahita.

La condición humana tiene en estas obras todos sus matices y está como telón de fondo y no pocas veces como protagonista la historia del país en sus diversas épocas. Desde la llegada de los aventureros españoles, apenas pasada la conquista, en obras como El domador de los vientos, de José Stevenson; los temas de los cronistas coloniales y el mundo de la selva en Los infiernos del jerarca Brown; de Pedro Gómez Valderrama, y el retorno a la heroína por excelencia en Yo, Policarpa, de Flor Romero.

También están reunidas la vida novelada de Santander en Romance del guerrero olvidado, de Carlos Bastidas Padilla; los sucesos de un pueblo que se transforma con la llegada del correo, porque consigue el manuscrito de la nueva constitución y con ella la peste, en La reforma, de Humberto Rodríguez Espinosa; el retrato de las inmigrantes de las guerras europeas del siglo XX en El jardín de las Weissmann, de Jorge Eliécer Pardo, o los monólogos impúdicos para saber si en verdad a uno lo quieren como ocurre Con las mujeres no te metas o macho abrázame otra vez, de Roberto Burgos Cantor.

La violencia parece ser el común denominador de buena parte de las novelas, como en la ya clásica Cóndores no se entierran todos los días, de Gustavo Álvarez Gardeazábal; No morirás, de Germán Santamaría, que transcurre en Armero después de la tragedia y dentro de ella, o en Narración a la diabla, de Jairo Restrepo Galeano, donde un sacerdote asesinado en la violencia de mitad del siglo XX en Armero cuenta desde la muerte la atmósfera y las circunstancias de aquellos años.

Igualmente se retrata la intolerancia religiosa y política en Tiempo sin nombre, de Álvaro Hernández; desplazándose la mirada hacia los llanos con Capitán Guadalupe Salcedo, de Silvia Aponte, el tiempo de las amnistías, la guerrilla liberal, los años de Laureano Gómez y toda su intimidación. La indiferencia citadina con toda su crueldad social es examinada por Manuel Zapata Olivella en La calle diez y Arturo Alape recrea el paisaje de catástrofe con el genocidio en Cali de la casa liberal en 1949 con Noche de pájaros.

También la historia es vista desde la miseria de los pescadores en Después de la noche, de Eutiquio Leal, e incluso los hechos del movimiento estudiantil de Manizales en 1976 con Toque de queda, de Adalberto Agudelo, hasta llegar a los días de hoy con las vidas paralelas, el narcotráfico y los sicarios al estilo de lo narrado en La cita, de Carlos Flaminio Rivera, y la cárcel misma en La Ñata y Esteban, de Cecilia Caicedo.

El amor y sus paradojas se palpa en obras como Estas otras palmeras, de Enrique Cabezas Rher, el hombre adulto y la joven impredecible bajo la sombra de un conjunto residencial, o El pacto de las dos rosas, de Rocío Vélez de Piedrahita, que interioriza problemas sociales complejos sobre la igualdad social con todos sus matices.

Y no es menos en Los caballeros las prefieren muertas, de Boris Salazar, narrando el negocio de vender mujeres solitarias, o algo bajo el toque romántico de las agencias matrimoniales con Victoria en España, de Benhur Sánchez Suárez, e inclusive la pasión arrolladora de los desencuentros finales en Lolita Golondrinas, de Carlos Orlando Pardo.

A todo esto se agrega una fascinante historia con Falleba, de Fernando Cruz Kronfly, navegando entre amores, traiciones y delirios o la pasión profesional de las trabajadoras sexuales en plena semana santa, como pasa en De putas y virtuosas, de Oscar Collazos, y hasta el desarrollo de suicidios por amor en el salto del Tequendama con Las mujeres de manosalva, de Héctor Sánchez, y las inmolaciones de amantes de la filosofía y el bolero en Rosita Milanta, de Eduardo Santa, o la ninfomanía en Desierto en flor mayor, de Álvaro Medina.

La creación misma tiene sus expresiones en La historia imperfecta, de Hugo López Martínez, que refleja los problemas internos de la escritura, o El visitante, de Andrés Elías Flórez Brum, la ficción de quien cuenta la historia que se encuentra en una novela. También la misma crisis creativa, en El último diario de Tony Flowers, de Octavio Escobar Giraldo, o el testimonio de un escritor obsesionado por el sexo en Las puertas del infierno, de José Luis Díaz Granados, así como las evocaciones de José Luis Garcés en Isaac, un escritor y su amor mirado a través de diversos espacios, y el oficio de un novelista que vive una tragedia En noche de carnaval, bajo el invierno de Barcelona hace 25 años, como lo relata Manuel Giraldo, Magil.

También el ámbito de la ciencia ficción ha sido incluida en la colección, con La última guerra, de Fernando Soto Aparicio, que transcurre en un lugar del mundo donde la guerra ha invadido todos los lugares, y Los nuevos iniciados, de Antonio Mora Vélez, donde la catástrofe del planeta recorre su apocalíptico paisaje, y hasta el mundo que se rompe bajo el vértigo del juego en El giro del zodiaco, de Jaime Mejía Duque, y la revelación humana y técnica de un pequeño trotamundos que junto a un grupo de muchachos goza de aventuras pero tiene la violencia como trasfondo en Mateo el flautista, de Alberto Duque López, o la radiografía de trashumantes en Europa con Beeklan 271, de Roberto Ruiz.

La novela negra está presente con La mujer del defenestrado, de Ramón Illán Baca; Juegos de mentes, de Carlos Perozzo, donde la conjetura es la reina, y en El fantasma de Ingrid Balanta, de Fabio Martínez, donde el crimen y lo fantástico, los fiscales, las investigaciones y las masacres hacen su desfile, como en los desaparecidos y los crímenes de hombres emblemáticos de la justicia, tal como narra Fernando Ayala en La mirada del adiós.

Igualmente, la historia de pequeños poblados que se interrumpe con la llegada de compañías extranjeras bajo la mirada de David Sánchez Juliao en Aquí yace Julián Patrón, o la picaresca de rebuscadores en medio de fiestas pueblerinas con El desembarco, de Humberto Tafur, generan una radiografía particular como sucede con El silencio de las cosas perdidas, de Laureano Alba, la historia de un niño ciego, el inquilinato y el amor. No falta El legado de Corín Tellado, de Fanny Buitrago, ni la fiesta en Celia Cruz, reina rumba, de Umberto Valverde, para luego poder dirigir la mirada a jóvenes mujeres que enfrentan su mundo interior en la universidad con Encierro, de Alberto Esquivel.

Buena parte de los escritores seleccionados han sido ganadores de premios nacionales e internacionales, como Álvarez Gardeazábal, Soto Aparicio, Sánchez Juliao, Duque López, Vélez de Piedrahita, Burgos Cantor, Bastidas Padilla, Restrepo Galeano, Godoy Barbosa, Rodríguez Espinosa, Flórez Brum, Escobar Giraldo, Mora Vélez y otros.

La presentación, que se desarrollará desde las 6:30 de la tarde en el auditorio José Asunción Silva, estará a cargo de la reconocida crítica Luz Mery Giraldo.