Sala de ensayo
Alfredo Silva EstradaLa belleza del pensar
La poesía de Alfredo Silva Estrada

Comparte este contenido con tus amigos

“Liberar el lenguaje de la gramática
para ganar un orden esencial más originario
es algo reservado al pensar y poetizar”.
M. Heidegger, Carta sobre el humanismo.

Cuanto expondré de inmediato no traduce sino una opinión —una humilde doxa— de lector amistoso de la poesía de Alfredo Silva Estrada. A lo largo de sus versos —intensos, resplandecientes— pareciera percibirse un recóndito diálogo del poeta, desde un altísimo horizonte de exigencia, con su psykhé. Por esas interrogaciones sin interrogaciones se pulsan los tesoros de los días otorgados al peregrino, las emociones, las revelaciones, el desolvido —la “interiorización rememorante” (Heidegger)—, los encuentros, los misterios. Escribe en su poema “Movimiento”: “...suelo y cielo que a través de mi cuerpo / intercambian ecos en un espacio hipotético”. Caen esos “ecos” en la superficie de la historia convertidos en sus siempre sorprendentes poemarios.

Usa en uno de sus muchos libros Heidegger la frase “la fiesta del pensar”, pensar, pues, es una fiesta, un holgorio del espíritu. La aventura de cruzar por el bosque encantado de cada libro lírico de Alfredo Silva Estrada coloca al leyente en medio de la belleza del pensar, en la senda del placer de discurrir. Cuando los vocablos substantivos nucleares en sus estrofas afloran el poeta no se queda en una descripción atormentada por el destino de la tradición del lenguaje lírico, más o menos cantados con la astuta búsqueda de un margen de originalidad, no. Silva Estrada su ser les escruta, los inquiere en el ya mencionado diálogo. Cuanto de ello saldrá cual una eclosión conformando va el corpus de sus composiciones, aun si no llegare la revelación, si no se abriera el corazón de la certitud vivencial, si permaneciera la ocultación, queda no obstante la sugestividad y la nobleza de la búsqueda, la romería por la intrincada selva de la verdad. Se hallará en medio de un secreto ludismo, hondo espejo de la realidad de la existencia. Más perdura la victoria de la cadencia en el regocijo de la autenticidad desafiante.

(...)
por momentos
franqueamos la niebla conjetural
y llegamos a ver.

“Acercamientos”

Nos arrastra el huracán de la existencia, ¿qué puede ser entonces extraño al existente? Porta en su sublime cuerpo la Tierra todos los secretos, depositaria de todos los misterios. De la Tierra venimos, arribamos a la vida con ella a cuestas. Develamos por eso, a ratos, algunos enigmas. Júzganse los poetas los más amados de la diosa Gea, permite ella se hurgue en sus otras honduras y se saque de esas profundidades algunas voces, algunas frases, algunos ritmos pensantes, impregnados sin embargo aún por la clarobscuridad. La llamamos poesía, también. Entre los múltiples aportes de la poesía de Alfredo Silva Estrada a la lírica del país y del continente latinocaribeño —por la ejemplaridad ética de la estética de su poiesis— yo destacaría apenas uno (lo exige así la brevedad de estas páginas): el de la belleza del pensar. Revelan, en la naturaleza y en la creación artística, significativos estratos cognitivos la complejidad de la kállos, la belleza; tómese por ejemplo desde la fragante albura majestuosa en su simplicidad del malabar hasta el sarcástico mirar de reojo de la Nada, desde la voluptuosa rojez de la flor del granado hasta los párpados caídos de la piedra enmudecida ante el miedo críptico de lo absoluto. Solicitarían los primeros niveles la complicidad amorosa de las descripciones, mientras los últimos estratos rigor de pensamiento conducidos por el eufórico lujo de los vocablos ensartados en la rítmica encantatoria de los versos. Prevalece en esta postrera latitud la elocución ódica de Alfredo Silva Estrada. La riqueza de lo memorioso, paisajes de la infancia y de la vida, la tierra de afuera y la tierra de la carne, las rocas, la cosa, la muerte, el “intellegere”, la existencia, la misma poesía, el arte atrapado en la oferta de la sorpresa, el lúcido y severo ludismo verbal, el mundo, entre otros matices, aparecen en sus composiciones no desde la perspectiva de algo colocado enfrente sino él mediante la saeta de la mirada escudriña en las hondas entrañas de sus esencias, de la alétheia, de su revelación, hasta donde lo permita el goce de accionar la inteligencia, la posibilidad del lenguaje, ese rescatar la verdad del agresivo ocultamiento, ese acercarse al misterio.

Resaca de la fiebre,
el lodo enardecido retoza y la libera.
De un letargo tiznado como vitela arcaica
surgen tensos aromas: albahaca balbuciente.
Contra escollos de moho resisten branquias gárrulas.
Sol de onoto delira en la contienda.

“Integraciones”, De la unidad en fuga. 1962. p. 27.

Cuando se lee un poemario el placer de su lectura casi siempre llega por el reencuentro. Advienen reminiscencias de voces, de fábulas, de un historiar despertado de repente de su sueño eidético. Un transitar conocido. Logró así el autor revelar en el lector la pre-esencia de una andanza. Al iluminarse lo ya sabido de una antigua comarca del espíritu ahora colocada enfrente, delante, invitante de nuevo al viaje. Significa quizás la belleza el júbilo, la eufrósine, de toparse con ello; al fin y al cabo refleja un sentirse en un ámbito donde lo puro ha hallado un refugio, aquello sagrado, aquello protegido, salvado, guardado a costa de todo sacrificio, del árido fuego de la intemperie. Se descubren entonces las reminiscencias, la anamnesis, cuando la poesía originaria abre esas ocultas puertas de bronce de lo eidético, de la esencia.

Se abre la ausencia del día sucesivo.
Voces, voluntades vendrán
y no seremos más que esta señal anónima
en el acoso y la serenidad del nombre.

Literales. 1963. p. 12.

Mantiene siempre Alfredo Silva Estrada su epos lírico en la más alta tesitura posible de los planos evocados de los tropos, pocas veces con los planos lingüísticos referentes transige. Sólo al través de esta ascética escritural puede volcar la energía imaginativa de un auténtico trovador. Corren entonces por esos rieles sus propósitos ódicos formales conscientes, así como el maravilloso torrente subterráneo de cuanto queda de los sueños en el tiempo de la vigilia —relámpagos, fogonazos videnciales—, éstos imperantes, indetenibles, inconscientes. Tal libertad de torbellino impuesta a la condición de bardo, destinal y envolvente, contribuirá a signar en sus versos esos turbadores relieves donde reposa en buena medida la poiesis de sus composiciones. Su poesía en el poema, lo poético, ampliamente nutre las estructuras de su elocución lírica, el léxico, los tropos, las figuras, el verso, la estrofa, la sapiente musicalidad. Comprende lo ódico la belleza, la engloba, pero va más allá de ella. Incorpora el pensar, ideas, visiones, a su entidad; no obstante los subyuga para ofrecerse fusionados con ellos a la percepción de la mirada, del oído, a accionar la inteligencia (interpretando muy libremente una frase de Plotino se podría decir en este caso: la inteligencia se hace ser de la poesía y el ser de la poesía se hace a su vez inteligencia. Enéada VI. VI, 2). Ocúltase entonces lo ódico por los opacos pasadizos de lo oracular, o se devela cual fulguraciones para la percepción, el sentimiento, la intuición; en ambos casos junto al placer de dilucidar se dejan oír además lejanos repiques del sobrecogimiento.

que sea la puerta
entre el cielo y la tierra.

El libro de las puertas, 4.

Algo de cuanto escribí en una oportunidad de manera general y teórica sobre la huidiza naturaleza del epos lírico hoy lo saco de las viejas carpetas para apoyar a modo de conclusión lo afirmado a vuelapluma sobre la poesía de Alfredo Silva Estrada... Nacieron las Musas, para los antiguos griegos, de la unión erótica de Gea y Urano. Valga decir entonces, de la poderosa fecundación de la Tierra por el Cielo brotó Erato (Eratóo), la musa de la poesía lírica. Porta así en su seno, en su esencia, esta forma composicional la naturaleza ctónica (terrestre) y la naturaleza uránica (celeste), dos energías inmanentes del universo apuntadas hacia lo eterno presentes sin embargo mediante una misteriosa transmutación en la kállos de los ritmos líricos. Por eso, frente a la afirmación heideggeriana de “la vida es inhóspita” aporta la poesía, para mitigar la aridez de la existencia, la belleza. Sencilla o compleja, fácil o difícil, asequible o críptica, realista o abstracta, sólo la belleza salva; y en la obra literaria, sea cual sea el tiempo de la historia, sólo place y perdura lo poético. Por eso, en el poema o en el poemario, lo verdadero trascendente el autor lo alcanza cuando cristaliza sobre las palabras, con la dignidad necesaria, el inexplicable noúmeno de la poesía.

Si bien posee importancia indiscutible el ludismo de las voces en el todo de la composición, en la arquitectónica de la estrofa, proviene no obstante la carga artística esencial del emerger en puridad, mediante la ruptura con el armónico grito del canto, del abisal silencio del mar. Una lírica lo más pura posible más allá de toda moda epocal, aceptante del reto de lo perenne, de lo prístino, para lo cual imprescindible hurgar lo más hondo en la roca numinosa de los vocablos hacia la búsqueda de una rítmica absoluta: la idea de lo órfico. Ello exige sacralizar la escritura: ascesis.

Me place cerrar este breve escrito con un fragmento del poema de Alfredo Silva Estrada “Un día tu esqueleto es la súbita alianza” del libro Integraciones / De la unidad en fuga, muy leído por mí en la década del sesenta.

(...)
Entre restos ahogados
—Oh altivas en derrota, cómplica de lo eterno—
aún calientas guarida como fluyente holgura,
como terrón deshecho en bodas de equinoccios
o broza percatada de sideral molienda.
(...)