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Gunter, el magnífico

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—¡Soy Gunter el magnífico! ¡zaz! ¡Nadie podrá librarse de mi súper espada vengadora del futuro! ¡Voy a matar al monstro sin cabeza y libraré al mundo! —así jugaba Tito en el amplio jardín de su casa. Su espada era la tabla de madera filosa que rescató de la basura. Él era Gunter, el magnífico. En eso se asomó la sirvienta. Hora de comer.

Tito la miró de reojo, pero hizo como que no. ¿Comer? Hora de comer... en la cocina alejado de todos... las sobras de Don Jorge... miradas reprobatorias de mamá no mamá... verduras cocidas siempre... agua de la llave... mejor me quedo con Gunter.

 

Salió la sirvienta a grandes zancos, arremangó su enorme vestido que no lograba cubrir sus flácidas carnes, se tronó los dedos y correteó a Tito por todo el jardín. Él no reaccionaba a los gritos de su “nana”, él corrió abriendo los brazos, queriendo volar... soy una gaviota que vuela sobre el mar... soy un pirata que asalta gente mala como Don Jorge.... El mar... ¿El mar? No. El pasto amarillento y el fuerte brazo de Chole agarrándolo por el cuello, su otra mano por los cabellos y su espada en el charco de lodo.

 

Esa noche, Tito se asomó en medio de los barrotes de la escalera para escuchar mejor.

—Señor, cuando usted me contrató para hacer la limpieza de la casa, nunca me dijo que iba a traer un niño. Hoy lo tuve que corretear para que comiera y luego casi me pega en la panza de patadas. Habría que regresarlo a su pueblo.

—Eso ni pensarlo, Chole. Le subo el sueldo, ¿de acuerdo? No esté de chismosa y váyase a dormir que mañana viene el gobernador. Quiero que esté todo listo temprano, ¿escuchó? Fuera de mi vista.

 

Ante los pasos cansados y maldiciones de la Chole, Tito subió rápidamente en puntitas a su habitación, se cubrió con las cobijas hasta la cabeza. Las grutas de Cacahuamilpa se extendieron ante sus ojos pardos. Más abajo estaba el río que cruzó la cobija y el colchón. Ahora turistas, bajen, bajen a ver las enormes grutas donde habitaron... ¿Quién las habitó? No sé... donde habitaron monstros de las cavernas con dinosaurios que se los comieron. ¡No me coman, no me coman! ¡Sí, te comeré! ¡Grrrrrr!

De repente, el juego se detuvo. La imagen de su papá le vino a la mente. El mejor guía de turistas de las grutas. Sólo lo vio trabajar una vez, pero con esa vez bastó para que fuera mejor que Gunter. El juego se acabó. Tito se revolvió en sus cobijas. Tenía frío, sin embargo una gota de sudor le supo a sal cuando resbaló por su frente hasta colarse en su boca. Buenas noches, Gunter.

 

—Buenas noches, Jorge —Jéssica apagó la pequeña lamparita del buró. Jorge la encendió de nuevo. ¿Por qué ella nunca entendió que a él le gustaba quedarse leyendo por las noches? Jess no dijo nada, aventó las finas sábanas de seda en el papel corriente del periódico de su marido, cubrió su semidesnudez con una bata blanca de encaje, calzó unas pantuflas rosas y salió de la habitación. Harta no es el adjetivo que le iba mejor. Bajó los escalones, llegó hasta el estudio, encendió el radio a todo volumen. Tito se despertó de un salto, nadie lo consoló. Jess se tomó un tequila derecho. Bajó las otras escaleras que iban al patio... a la casa del jardinero José.

 

Jorge encendió un cigarro molesto. ¿Por qué Jess debía siempre hacer lo mismo? No comprendió cómo le hizo caso en adoptar. De cualquier manera, no conmovió a los votantes, si acaso al pueblo de donde sacó a Tito, pero nada más. Perdió las elecciones. Pero no las siguientes... las que siguen haré cualquier cosa por un voto... si es necesario, adopto al todo el pueblo cuando se vuelva a inundar, comparto mi gobernatura con Leonardo, me vuelvo gay...

 

José se despertó. Alguien lamía sus manos. Jess las babeaba sin pudor, las metía a su boca y luego las mordió con suavidad. Ese olor... el sabor... la perfección de las extremidades de José era algo que ella nunca había contemplado antes.

—Por favorm señora. Tiene que descansar. ¿Qué tal si nos cacha su marido?

Jess no se inmutó. Despojó a su cuerpo débil de la bata que lo cubría y gozó de las manos de José hasta la madrugada. Hasta que el cd en el estéreo del estudio se terminó, Tito tuvo otra pesadilla, Jorge se quedó dormido en medio de la grandeza etérea y Chole rezó 53 padres nuestros y 34 aves marías. Si pudiera, le arrancaría las manos. Las conservaría en formol debajo de la alacena donde nadie limpia o debajo de mi almohada para cuando Jorge me aplasta con su panza, las saque y piense que es una enorme mano de José.

—No, señora, no las muerda por favor que luego mañana me cuesta trabajo agarrar las tijeras pa’ cortar el pasto. ¡Ay, señora! No sé qué le ve a mis manos, pero de veras ya estése... Si baja Don Jorge agarra las tijeras y me corta la cabeza. Y a uste’ también. Señora, váyase a dormir... ¡Cómo cree que me meto a la casa con uste’! Eso sí que no. ¡Ay! Me mordió un dedo. Parece que me quiere comer. ¡Ja, ja! Su lengua da cosquillas.

 

Buenos días, espada, hoy vamos a matar al monstro sin cabeza. Antes de que desayune su rica comida, le enterramos en su panzota que ha de estar llena de dulces de piñata. A lo mejor se comió a mi papá y por eso no me quiere regresar con él. El papá sí cabe en su panzota... de seguro eso pasó.

—¡Te comiste a mi papá!

—Quítenme a este escuincle mugroso de aquí. ¡Chole! ¡José! Llévenselo a la cocina.

—¡Te comiste a mi papá!

—Tu papá esta muerto, tarado. ¿Qué no te acuerdas del huracán? ¡Me lleva la chingada! ¡Ahora hasta psicólogo voy a tener que pagarle!

—¡Te comiste a mi papá! ¡Déjenme! ¡Por eso tienes esa panzota!

—Jorge, tal vez Tito tiene razón. Ahora comprendo...

—Cállate, Jéssica. No estoy de humor. ¡Chole! Llévatelo de aquí y lo encierras en la bodega de las herramientas hasta que se calme. ¡Y hoy por malagradecido no desayunas!

Chole arrastró al enclenque niño por los cabellos, mientras Tito iba gritando y babeando que Don Jorge se comió a su papá. En eso sacó su espada y la aventó en la mesa del comedor, justo en la fruta que su padrastro comía. Éste se levantó enrojecido de las mejillas, agarró el pedazo de madera y lo estrelló en la cabeza de Tito, quien escuchó el seco golpe en su cráneo, no dolió, ya no supo más.

 

—¿Qué es ese ruido? —pensó en voz alta como los personajes de las caricaturas mientras se sobaba su cabeza. El zumbido de los oídos lo lastimó a tal grado que se puso a llorar. Los machos no lloran, decía papá. Pero su papá no estaba viendo, por lo que se tomó la libertad de llorar en la esquina de aquel lugar oscuro y húmedo. Con mosquitos aguijándole los muslos tostados y una que otra rata chillando en el mismo cuarto. Tito se hizo bolita, aferrándose a sus piernas, hundió el rostro entre ellas y lloró.

Afuera una intensa lluvia coronó la comida de Don Jorge, por lo que sus invitados tuvieron que entrar a la casa... tanto gasto de carpas y meseros y música para nada. Eso me pasa por hacerle caso a la pendeja de Jéssica. ¡Y aparte tenía que llover! Me lleva la...

 

—¡Jorgito! Me muero de ganas de ver al pequeño que adoptaste. ¡Qué buen gesto el tuyo! ¡A todos nos conmovió! Laura hasta me decía que yo adoptara uno también, pero pues ya sabes... mucha responsabilidad, con los 2 míos tengo... y además pues ya estoy viejo —palmeó la espalda de Jorge, quien apuró el trago de whisky—. Pero tú, ¡mírate! Como en los viejos tiempos... lleno de vigor —pidió al mesero le sirviera más—. ¡Vamos! Enséñame al niño...

—Como si nunca vieras visto un indígena. Está enfermo. Ayer andaba corriendo por el jardín, ya sabes, estábamos jugando, pero sin chamarra y el condenado se enfermó de un gripón. ¡Lástima! ¡Tan feliz que anda! Yo creo que pronto se olvidará de la desgracia que le pasó...

—¡Y es que no es para menos! Pobre... Eso me comentaba Laura el otro día... pobre gente... sin casa, sin familia, sin comida. ¡Gran gesto el tuyo! Cambiando el tema: supongo que viste ayer al pendejo de Méndez en las noticias huyendo con su maletota de dinero... no me canso de repetirlo... qué pendejo.

Chole se bajó incómoda el uniforme que le impusieron para esa ocasión. Se sentía ofendida, disfrazada, con la ridícula cofia color blanco en la cabeza. Yendo de aquí a allá a atender a los también ridículos invitados. Miró con curiosidad a la señora que platicaba con Doña Jéssica. Con sus largos aretes que rozaban sus pálidos hombros, el escote tan bajo que rozaba su ombligo y el vestido tan largo que rozaba el suelo. Chole soltó una sonrisita... y si llegara yo y le pisara el vestido, a que se le cae...

 

—Pues te cuento, Jess, que Carlos anda insoportable con eso del video. Ya le dije que no es su culpa, que no se puede ver involucrado, pero ya ves cómo es —Jéssica llenó su copa de vino por décima vez en la tarde. Laura la vio, pero hizo como que no—, todo histérico. Al rato con otro escándalo, a los de las noticias se les olvida lo que pasó. ¡Como lo de la esposa del gobernador de allá de por el norte! ¿Supiste?

—No tengo idea, no veo televisión.

—¿No ves televisión? ¡Ay, Jess! ¿En qué mundo vives? ¡Tendré que venir diario a informarte!

—No es necesario.

—Claro que sí, amiguis.

—Mesero, un vodka si es usted tan amable.

—¿Otro? Bueno, pues resulta que la vieja esta, se enredó con el lavacoches. ¡Un indio venido a menos! Y la cachó la sirvienta, ya ves, con lo chismosas que son...

—¡Mesero! ¿Qué no me escuchó? ¡Dos vodkas!

 

Estoy encerrado en la cueva del dinosaurio mayor... del hipertirodactilus... está afuera y yo desarmado... pero no dejaré que me atrape, no señor... Gunter, el magnífico no es un cobarde. Pasaré por el pasadizo secreto sin pasar junto al dinosaurio... —Tito se tropezó con antiguos vestidos viejos de Jéssica—. ¡Cadáveres! ¡Cuerpos humanos de hombres destrozados! ¡El dinosaurio me quiere comer como a mi papá! Es hora de convertirme en... ¡tan, tan, tan, taaaaaan! ¡Gunter! ¡El guerrero!

—¿Quién está aquí?

—¡José!

—Niño Tito! ¿Qué hace uste’ acá encerrado? ¡Está rete mojado! ¡Pobrecito! ¿Qué le pasó? —Tito no respondió. Agachó la mirada, pero la respuesta no estaba en el piso de tierra—. Don Jorge de seguro, ¿verda’? Ese hombre no tiene corazón. Mire que dejarlo acá solito. ¿Tienes miedo? —el niño asintió con la cabeza—. ¡Pos cómo no! Venga conmigo a la cabaña pa’ que se seque. Pobre niño Tito...

 

Atravesaron corriendo el jardín en medio de la espesa lluvia. Comenzaron a reír. Llegaron hasta una carpa instalada para los invitados. Un mesero olvidó ahí una charola con canapés. A Tito le brillaron los ojos y se atascó de comida. No acababa de meter a su boca uno de camarón, cuando ya le seguía otro más de caviar. Los escupió. José pensó que era una broma de mal gusto dejar comida así para un niño de 6 años. Comida que no le iba a gustar. Pero a él sí. Retacó los bolsillos de su pantalón, Tito viendo aquello, hizo lo mismo apachurrando la comida con sus manos delgadas, delicadas y mugrosas. Cuando un invitado los vio desde la ventana, corrieron como ciervos asustados hacia la cabaña.

—Oye, Jorgito, no quiero espantarte pero... creo que alguien se metió a tu casa a robar.

—¿Ese? Es el jardinero.

—¿Tiene hijos? ¿A poco también los dejas vivir aquí?

—Ejem... pues sí. No quedaba de otra.

—Pobre escuincle, se ve desnutrido... Hablando de desnutrición, ¿te enteraste que los de Green Peace llevaron comida a los damnificados con volantes pegados para que vieran que eran ellos y no el gobierno quien los ayudaba? Pinches escuincles fresas, ya me tienen harto. Creen que van a salvar al mundo.

—Yo todavía lo creía hace unos años...

—No mames. ¿Cuando querías ser escritor? ¿De verdad querías ser un desempleado?

—Lo sé. Jéssica lo dijo... ¡¿Pero qué demonios...?!

Su esposa bailaba sobre la mesa junto al piano una danza exótica en el país de los ebrios. Don Jorge se limpió el sudor con una servilleta que arrebató a su compañero. Suplicando porque los invitados no se dieran cuenta, bajó a Jéssica de la mesa. La cargó en sus robustos brazos, pero no aguantó más de diez pasos y le dejó caer en un sillón. Los 45 kilos del cuerpo de su mujer y el cigarro cobraron venganza en las fuerzas y el corazón de Jorge. Un cosquilleo subió por su brazo izquierdo paralizándolo. De inmediato sintió cómo su corazón lo traicionaba ahogándolo en un grito de desesperación y sin poder hacer nada más, rodó por el suelo hasta quedar junto al sillón donde Jéssica tarareaba una canción infantil. Sus invitados tardaron algunos segundos en reaccionar. La ambulancia tardó un poco más.

Tito miró todo agazapado en la ventana. Por fuera todo se vio tan diferente. Le dio risa cuando vio a su madrastra bailándole así al otro gobernador, pero la risa se convirtió en eco cuando Jorge se desmayó. La ventana se empañó. Tito se fijó más en eso. Con uno de sus dedos pintó una carita feliz que se evaporó al instante. Pegó su pequeño rostro al cristal hasta llenarla de mocos. Le dio frío en la nariz y en las pupilas de los ojos cuando Laura lo vio, lo señaló y pronto, todos se olvidaron del bulto junto al sillón. Tito se asustó ante tantas miradas endemoniadas y salió corriendo hacia la cabaña de José. En el camino se tropezó con una silla, dio una marometa que se le figuró eterna y cayó de espaldas sobre el pasto mojado. Le punzó la cabeza de nuevo, miró cómo las gotas jugaban con su piel y le gustó la sensación. Parecía que el cielo cayó sobre él con todo y nubes. En seguida, vio los ojos de José sobre él, moviéndolo para que caminara. Cuando lo vio, pensó en la única vez que vio nevar, cuando tenía 3 años. Los ojos de José parecían dos copos de nieve recién separados del iceberg.

 

Jéssica despertó en su suave cama. Sintió cómo se hundió entre los pliegues del edredón blanco. Lo acarició, trató de levantarse y se cayó de espaldas. Acercó el bote de basura a su boca y devolvió todo el alcohol que ingirió la tarde de ayer... el bote no fue suficiente. Chole le llevó el periódico con unos apetitosos chilaquiles con crema y un frío jugo de naranja recién hecho.

—No seas estúpida. ¿Jugo frío? ¿Quieres que me de una pulmonía?

—No señora, es que pensé que tenía sed después de todo lo que tomó...

—Criada imbécil. ¡Qué asco! ¡Llévate esto de aquí!

Chole no levantó nada y salió de la habitación dejando un olor a mueble viejo a su paso. Ese mismo olor se coló por las fosas nasales de Jéssica, quien lo pasó por su delicada piel, lo saboreó, y luego hizo el amor con él... ¿Cómo es posible que nunca me hubiera dado cuenta de la esencia de Chole? ¿Cómo serían sus manos?

—¡Chole! ¡Sube! ¡Te necesito!

 

Un estornudo provocó que Tito regresara a su mundo obligado. José se limpió la prominente nariz con un papel sucio. La lluvia se filtró a sus huesos, la edad lo castigó. Algún día debía pasar. Tito le tocó la frente como tantas veces había visto a su papá hacerlo con su mamá.

—Estás caliente. Tienes calentura —no sabía qué era eso, pero debía decirlo.

—Sí, niño Tito. Hágame un favor. Vaya a la casa, sáquele dinero a la cartera de su mami, llámele al doctor y dígale que venga.

Tito comenzó a reír. Se sobó la panza como el señor gordo de las caricaturas y arqueó las cejas al decir:

—Uyyyyy, José. La señora Jéssica no es mi mamá. ¿Que no sabías? Mi mamá me está esperando en la casa con el papá. Y cómo le voy a llamar al doctor ¿así? Doctoooooor, doctoooooor. Jaja.

—¡Cállese! ¡Lo van a escuchar!

—Pues tampoco porque no hay nadie en la casa. Don Jorge se cayó hace como tres días y vinieron por él los doctores. La señora Jéssica está como muerta en su cama, yo la vi. Hasta tiene los ojos así de zombie —Tito volteó las pupilas hacía arriba hasta que sus ojos quedaran en blanco y comenzó a caminar con los brazos hacia el frente mientras trató de hacer voz sepulcral—. Creo que se murió y es un zombie que te va a comer, José...

—No lo dudo, niño. Que me quiera comer...

 

—Chole, siéntate aquí, junto a mí, y cierra los ojos.

—¿Los ojos?

—Sí, mujer. No te voy a hacer nada. Préstame tu mano.

Jéssica acarició la mano de Chole. Percibió una sensibilidad como nunca antes. Sintió las uñas largas y mal cuidadas, los nudillos rasposos, el camino de las venas... la acercó a su nariz y la olió... olor a bosque enmohecido. Chole le arrebató su mano asustada por los ojos desorbitados de la señora.

—Qué hermosas manos tienes. Nunca las había observado bien.

—Lo que debería observar bien es el periódico, ¿ya vio que su marido está en el hospital?

—Ya. Se lo merece por tomar tanto. Tus manos son únicas. Préstamelas un día de estos.

—¿Cómo? No señora, creo que sigue ebria, voy a bajar a preparar la comida.

—No te vayas. ¡No te vayas! ¿Cuánto te paga mi marido semanal? ¡Yo te pago lo doble! Pero déjame...

Hasta aquel momento, Chole se dio cuenta de que sus patrones no eran sólo ricos, sino enfermos también, enfermos de hipocresía, lujuria, vanidad y todos los pecados capitales que el señor cura le explicó a detenimiento el otro día. Se mareó al bajar las escaleras con Jéssica tambaleándose detrás de ella. Chole necesitó aferrarse a los barrotes del barandal para no resbalar. Le pareció un mal sueño que su patrona la persiguiera como si quisiera violarla, arrebatarle su orgullo. No podía permitirlo. Al momento de que Jéssica la alcanzó y la jaló de la mano, Chole volteó y le dio un puñetazo en la cara. La esposa de Jorge salió volando hacia atrás y su cabeza fue a dar contra en filo de uno de los escalones de mármol. El blanco material se volvió rojo cuando la sangre escarlata salió en un fino hilo de entre la rubia y pintada cabellera de su dueña.

 

No se volvió a saber de Chole ni de sus maletas, utensilios de cocina, la cartera de Jéssica o la televisión.

 

—Oye, José, ¿le llamo a tu mamá para que venga por ti? ¡Contéstame! —la nariz de Tito comenzó a resoplar como queriendo llorar—. ¡José! ¡Vamos a jugar! Levántate...

 

—Jorgito, pobre de ti, mira nomás cómo te dejaron.

—Las mujeres, cabrón, ellas me dejaron así, pero ya mañana salgo. Me urge, tengo mil asuntos pendientes.

—Pues dijo el doctor que no te debes de esforzar más de la cuenta. Por cierto, ¿quieres una sorpresita? Adivina quién está en el cuarto de al lado con una contusión en la cabeza... ni te lo imaginas...

 

—José, ya levántate, que tengo hambre. Vamos a robarnos unos panes de la cocina, ¿sí? Si quieres yo voy y te los traigo —Tito se enjugó las lágrimas con la manga de su sudadera mugrosa, embarrándose más la suciedad. Con los ojos temblando más de lo normal, abrió la puerta de la cabaña y al no ver a nadie, corrió a la casa. Todo cerrado, pero eso no importa, es tan pequeño que bien pasó por la puerta del perro. La cocina reluciente como siempre, en la mesa metálica se reflejó la silueta del desnutrido niño que abrió las alacenas vacías de par en par, parece que a ellas las abandonaron también... pan... pan... ¡Pan!... está muy duro... no me gustó... aquí hay... latas de... (Frunce el ceño en un gesto de persona grande, como si leyera) frijoles (en realidad era sopa enlatada), más frijoles (chícharos), ¡puros frijoles! Esto no me gusta...

Tito subió entonces a la habitación de Jéssica. Con mucho cuidado, abrió la puerta e inspeccionó todo el piso, al darse cuenta de que está al fin solo, brincó sobre la cama hasta convertirse en un astronauta y alcanzar Plutón, tomó un extraño cepillo para alaciar el cabello: una nueva arma. ¡Extraterrestres! ¡Pum! ¡Pum! ¡Morirán! Porque mi espada de súper ultra laser los matará ¡Pum! ¡Toma, mamá Jéssica! ¡Morirás! ¡Ja, ja! ¡Soy malo como Don Jorge el monstro! ¡Y te comeré como al papá!

 

—José, ¿estás muerto? ¿Te mató Don Jorge? —lo mueve con la punta del cepillo—. ¡José! Mira, traje frijoles y pan. Si lo mojas con saliva sabe más rico, ¿ves? ¡José! ¡Mira tu mano! ¡Está morada! ¿Te la mordió el perro? Porque mira —se alzó los pantalones—, a mí me mordió el otro día, pero lo maté con mi súper espada que me quitó el monstro, pero ya conseguí otra...

 

—¡Me lleva...! ¿Cómo es posible que Chole te hiciera esto? Pues, ¿qué le hiciste?

—No seas idiota. Aparte te vas a poner de parte de ella, ¿no? Nada, se volvió loca, me empezó a pegar en las escaleras. Yo creo que nos quería robar.

—¿Sabes en cuánto va a salir la cuenta del hospital? No te mides, Jéssica...

—Es lo que te preocupa, ¿verdad? La cuenta, la cuenta... mejor regrésate a tu cuarto. No me fastidies. ¿Que no ves que estoy delicada? ¿Que me puedo morir?

—Ja, ja. Dímelo a mí. Ni una llamada mientras estuve casi al borde de...

—¿Y tú qué? ¡Vete! Nada más vienes a hacerme sufrir...

 

El tapiz que la luz dibujaba en diferentes formas se caía con una lentitud morbosa, como costra mala. El sol no quería entrar por las persianas sucias, mejor jugó con las partículas de polvo, el viento las hizo bailar, y la luz se reflejó en ellas como espejo, espejito, ¿quién es la más hermosa de todas?

 

Un grito provino de una de las habitaciones superiores. Un lamento que expulsó al sol, al viento y marchitó las débiles flores que trataron de sobrevivir solas. A Jéssica le dolía la cabeza de nuevo. Jorge la escuchó, pero hizo como que no. Prefirió quedarse en la cocina con un café desabrido, un periódico atrasado y una mirada curiosa desde el filo de la puerta.

—¿Y tú qué haces ahí? Ve a ver a tu mamá, a ver qué quiere.

—La señora Jéssica no es mi mamá. Mi mamá está con el papá en...

—¿Otra vez con tus chingaderas? ¡Qué vayas a ver qué quiere! ¡Ya!

 

La nariz del niño se asomó con timidez al ver a la momia enlutada en las sábanas negras sobre el confortable y moderno ataúd.

—Dice don Jorge que qué quiere.

—Dile que venga él. Bueno, mejor no. Súbeme un jugo de naranja, que muero de sed.

—Pero si yo no sé...

—Si sabes, ándale ve...

—¿Y mi regalo?

—¿Tu regalo? Ni que fuera tu cumpleaños, ándale ve.

Pues sí es mi cumple... cumplo 7 años. El año pasado el papá me regaló un cochecito que se llevó el agua mala y mi mamá me hizo un pastel de chocolate. Hasta los tíos me llevaron al cine... ¿Dónde está mi papá?

 

—¿Y ahora tú? ¿Qué tienes? ¿Por qué chillas?

—Es mi cumpleaños y extraño a mi papá.

—Tu cumpleaños, sí, cómo no. Lo que pasa es que eres un berrinchudo. ¿Qué te dijo Jéssica?

—Que... que... que.... Ya se me olvidó...

—Urge contratar a personal... ve por el periódico de hoy. Ten 20 pesos, y me traes el cambio ¡Eh! Córrele

El aire le pegó en la cara como cuchillos sin filo sobre una naranja recién madura. Tito se cubrió lo mejor que pudo con su suéter verde bandera que le quedaba grande, hasta las rodillas. Vio el billete. Luego vio pasar un autobús. Vio el billete. Otro autobús. Billete. Autobús. Libertad. Billete. Taxi. Billete insuficiente. Periódico.

Los recuerdos se volvieron agua en sus ojos. Corrió de regreso como si algo lo persiguiera, como si aquellas memorias y su horrible presente se colgaran de sus hombros como capa de Superman. Devolvió los diez pesos de cambio y a cambio ni un gracias.

A la siguiente semana ya había personal nuevo, que por supuesto, también odiaron a Tito porque sus patrones lo odiaban. La vida del don y su esposa siguió normal. Nada había pasado.

Nuevas elecciones. Nuevos discursos. Nuevos engaños.

Antes de que Jorge saliera al estrado, paseó su lengua cobre la sensación pastosa que dan las mentiras acumuladas. Sintió la boca seca de valor, le dio un trago al whisky. El licor quemó su garganta, no su pasado que aquel día quería salir a flote de entre las entradas de poco cabello en su sudorosa frente.

La gente le aplaudió como nunca. Valió la pena los acarreados. Todo valió la pena. Las encuestas subían como espuma en el chocolate caliente que Tito se robó de la cocina aquel día.

Tito subió corriendo las escaleras con cuidado de no derramar el delicioso contenido. Jorge y Jéssica detrás de él gritándole. Eras un ratero, siempre lo supe, pero ahora sí vas a ver, escuincle del demonio, lo que te va a pasar. Era mi chocolate. Ahora tú vas a ir a comprármelo de nuevo... pinche raterito de mierda. ¡Ah! Con que escondido en el armario... ahora sí vas a ver lo que es bueno.

 

Jéssica miraba detrás de la espalda de su marido con una copa en la mano. Tito quiso salir del clóset. Mala hora. Jorge cerró la puerta de un azotón sin fijarse que los deditos de Tito se aferraban a la puerta. Los deditos volaron. El cielo calló. Tito no pudo gritar. Simplemente se desmayó. Jorge dio un salto hacia atrás... sangre... ¿Qué hice?... ¡Jéssica, llámale a un doctor!

 

Jéssica no respondió... estaba muy entretenida recogiendo los dedos del suelo y guardándolos en la bolsa de su saco, llenos de sangre, tibios, tiesos, deliciosos...