Artículos y reportajes
El enfermo de Abisinia

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Se preguntaba Orlando Mejía en su libro crítico La Generación Mutante (Manizales, 2002) si existía acaso una nueva narrativa colombiana, más allá de los universalmente conocidos García Márquez, Álvaro Mutis, Espinosa, Vallejo o Gardeazábal. Su respuesta era que sí y que ésta se caracteriza por la fuerza de su ruptura estética y porque han logrado hallar una voz narrativa postmacondiana “que está sin fundar, sin nombrar, y se oculta en los múltiples objetos que aguardan ser tocados u olidos, para que comiencen a reflejar las memorias colectivas de otras geografías simbólicas a través de sus recuerdos personales recobrados del olvido infantil”.

En efecto, esta nueva generación caracterizada por la hibridación de géneros, por la mezcla de códigos culturales, la revisitación del pasado, el escepticismo, la ironía y el cosmopolitismo, existe y ya ha dado algunas figuras de obra valiosa y reconocida en el exterior como Laura Restrepo (Delirio), Jorge Franco (Rosario Tijeras), Héctor Abad (El olvido que seremos), Octavio Escobar (Saide), Evelio Rosero (Los ejércitos), Consuelo Triviño (Prohibido salir a la calle), Marco Schwarz (El salmo de Kaplan), Efraim Medina (Érase una vez el amor…), entre otros, como el propio autor de ese libro, el médico bogotano Mejía Rivera, autor de la reconocida Pensamientos mortales, ganadora del Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura 1998, una indagación ética sobre la condición del hombre y la violencia que supone el secuestro de personas y sus implicaciones sociológicas, aparte de otras obras de ensayo, filosofía e historia, muy ponderadas en aquel país que apenas están conociéndose en España.

Orlando Mejía publica una nueva novela, esta vez en España de la mano de Carmen Balcells y Bruguera (Barcelona, 2007) que ya está disponible en las mesas de novedades de las librerías del país. El sugerente título de El enfermo de Abisinia de inmediato nos lleva a la legendaria figura del poeta francés Arthur Rimbaud, aquel de obras fundamentales de la lírica universal como El barco ebrio, Una temporada en el infierno o Las iluminaciones, aquel jovencito que conmocionó la vida cultural parisina de la segunda mitad del siglo XIX con su ideario místico y profético y su escandalosa vida ligada a Paul Verlaine, aquel que postuló que el poeta se hace vidente por medio del razonado desarreglo de todos los sentidos, aquel “poeta maldito” que misteriosamente dejó de escribir poesía a los veinte años, recorrió media Europa y se asentó en la actual Etiopía para dedicarse al comercio de café y al estudio del Corán, aquel que enfermó de una extraña tumoración en una rodilla y murió deplorablemente en Marsella en 1891. Pues sí, El enfermo de Abisinia es Rimbaud, estupendamente retratado en sus últimos años de vida en su lejano autoexilio africano, con el nombre de Abduh Rimbo, por el supuesto médico de origen griego Nikos Sotiro, quien fuera su galeno, amigo y confidente.

Mejía Rivera usa el hábil recurso de una serie de cartas y artículos de periódico, buena parte de ellos apócrifos, para esbozarnos la vida previa del poeta en Europa y su relación con Verlaine, y darnos un retrato metaficcional del “adolescente indomable que escandalizó en su compañía a la sociedad de París”. La saña del crítico Lepelletier y la evocación apasionada de Verlaine, por la vía de la mezquindad y el deslumbramiento, nos permiten adivinar la figura mítica de un Rimbaud iconoclasta e iluminado. Posteriormente el médico Sotiro, en una larga carta divagante y carente de artilugios líricos, desfoga su antipatía por Verlaine y nos muestra a un Rimbaud que lucha por la supervivencia, se afana por la fortuna, se adentra en los misterios del Corán y reniega de sus obras y amistades juveniles: “Son unos grandes idiotas. Ahora sí, cuando ya no me interesa. Puras babosadas de adolescencia”. El galeno trata de dilucidar las claves de su rechazo a su asqueante pasado pero, sobre todo, lanza la original teoría de que la muerte del genial y sufrido poeta y comerciante no se debió a las secuelas y complicaciones de una sífilis crónica. Aquí el médico que es Mejía Rivera, usa con solvencia sus densos conocimientos de semiólogo e internista y nos lleva a dilucidar que la patología que agobió a Rimbaud no tenía nada que ver con la enfermedad que bautizó Fracastoro y, por tanto, echa por tierra uno de los elementos del mito.

Si bien se pudiera decir que la historia es lineal, que los personajes están poco definidos y que a la narración le falta algo más de aliento, considero que la figura de Rimbaud queda suficientemente perfilada y la tesis propuesta de la otra enfermedad y que ninguno de los estudiosos de su vida y obra ha abordado como posible línea de investigación es lo que dota al relato de un elemento especial de interés y de tensión que se mantiene hasta el final.

Orlando Mejía en esta obra confirma algunos de los rasgos distintivos de la Generación Mutante señalados más arriba, como el cosmopolitismo, la hibridación de géneros y la relectura del pasado y se consolida como uno de los autores más interesantes de esta nueva camada de escritores colombianos que muestra el vigor de una joven narrativa a la que deberemos seguir con suma atención.

En fin, una obra bien escrita y entretenida sobre uno de los íconos más relevantes de la poesía francesa de todos los tiempos, y que aporta una interesante tesis sobre las causas de su muerte y sobre las razones de su asunción de una vida ajena al mundo de las letras, porque como bien dice Nikos Sotiro: “No estábamos preparados para escuchar y convivir con Arthur Rimbaud transformado en un hombre maduro y sano, viviendo la segunda mitad de su vida, hasta los setenta u ochenta años, revelando al mundo imágenes sacadas de otras dimensiones y todavía prohibidas para esta civilización nuestra, tan atrasada, tan arcaica, tan cerca de las alimañas y los cocodrilos...”.