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Cruz María Salmerón AcostaVida y obra de Salmerón Acosta

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1. Introducción

El presente trabajo trata fundamentalmente sobre el destino en la vida y obra de Cruz María Salmerón Acosta. La forma en que transcurre su vida antes y después de la enfermedad. El dolor acarreado por ésta en la vida del poeta y cómo se relaciona con su obra poética. Este es el eje central de la investigación. Se intenta también con ella rescatar el aspecto humano y sensible de este personaje de la poesía venezolana. Hasta ahora tan poco conocido; casi soslayado. Resulta verdaderamente una falta imperdonable la escasa diversidad de los estudios realizados sobre el poeta.

Lo que aquí se discute se basa casi exclusivamente en el estudio de Osvaldo Larrazábal Henríquez. Su indagación acerca de Salmerón Acosta es el fruto de muchos esfuerzos. Abarca una gran cantidad de temas de nuestro interés. El destino trágico del poeta de Manicuare es uno de ellos. Aborda, asimismo, su poesía con un marcado pero justificado enfoque autobiográfico. En la poesía de Salmerón podemos descubrir sin dificultad hechos importantes de su vida. Es que él no es un poeta hermético ni mucho menos. Al contrario, es claro y franco. Su poesía está llena de sutilezas; de grandeza de espíritu; de nobleza. En este sentido, su actitud hacia el dolor de la enfermedad es de resignación estoica. Por esto se crea un destino en su vida y su obra.

El destino como un sendero debe ser transitado por el poeta con renuencia casi pueril, y no es para menos: es su vida la que va corriendo al abrazo de la nada mientras él, desesperado, la ve pasar despreocupada y casi independiente de su dueño en una carrera vehemente hacia la muerte. Su poesía es fatal. Respira lo volátil de la vida. También lo volátil del amor. Su vida se trunca súbitamente. Sin ninguna explicación. Después de conocer la gravedad de su enfermedad Salmerón siempre quedó como interrogándose por la justicia de su destino. La poesía de Salmerón Acosta es poesía lírica como pocas. Trasciende ampliamente las circunstancias de su vida para convertirse en algo más elevado. Su cántico es a la vida; vida plena y rebosante. De allí su grandeza.

Lo sublime de la poesía de Salmerón Acosta se halla en su sencillez. Esa humildad propia del hombre de pueblo. Cada palabra de sus poemas reúne a la vez lo genuino y lo hermoso del habla de Manicuare. Sus versos no son erudiciones rebuscadas ni falsas pretensiones. Únicamente son el lenguaje de su pueblo. Ni más ni menos.

No obstante la sencillez de su poesía Salmerón Acosta supo darle al lenguaje un uso poético muy hondo. Su vida se fue extinguiendo en toda la hondura de su poesía. Más hondo que las profundidades del mar que le vio aparecer y desaparecer como si de un rayo se tratara. Así fue la vida de Salmerón; honda y fugaz.

 

a. Reseña biográfica del autor

Cuando se habla de Cruz María Salmerón Acosta se siente casi ineludiblemente una extraña empatía con el significado de su desgracia. Nace en Manicuare, pequeño pueblo del estado Sucre, en el año de 1892. Crece y se desenvuelve ante el paisaje más hermoso de la Península de Araya. Región cálida y remota de la geografía nacional, dominada por las aguas del mar Caribe. Desde muy pequeño Salmerón Acosta entra en contacto con la experiencia sobrecogedora de la naturaleza.

La vida del poeta hasta ahora no asoma la inclemencia del destino. La vida transcurre en apacible armonía: los juegos infantiles, la contemplación del paisaje, la escuela. Su corazón aún no entiende de penas ni angustias. Sus días se incorporan sutilmente con los de su gente y su pueblo. Ningún presagio todavía.

Ya cerca de la adolescencia, Salmerón viaja a Cumaná. El motivo: continuar su formación. Las condiciones económicas de su familia así lo permiten. Sus años de bachillerato le hacen conocer a quienes jamás lo olvidarían. Entre ellos, a José Antonio Ramos Sucre. La amistad profesada por ambos es sincera y profunda. Es respetado por sus amigos casi con reverencia. El joven Salmerón demuestra un sentido primordial del valor. En él es depositada con absoluta tranquilidad de espíritu la confianza de todos sus compañeros de estudio.

Llega el momento en que cada quien debe correr su propio camino: la graduación. Obtiene el título de bachiller, en 1910, en el Colegio Federal dirigido por José Silverio González, Luego, la universidad. Decide trasladarse a Caracas para cursar estudio de leyes en la Universidad Central. Una vez en la capital, Salmerón se hospeda en una residencia de estudiantes. Con él dos compañeros, uno de éstos su amigo Ramos Sucre, quien es compañero de promoción.

La vida estudiantil se llena de promesas e ilusiones. Aventuras, nuevas experiencias y andanzas en el desconocido ritmo capitalino. Durante su estadía en la ciudad, Salmerón conoce a quien será el eterno amor de su vida. Una joven caraqueña llamada Conchita Bruzual Serra. Desde entonces, y para siempre, Conchita se convierte en el objeto de un amor entrañable por parte del poeta.

Inesperadamente, el destino comienza a dar indicios. Salmerón recibe las primeras noticias acerca de los síntomas que tanto le habían extrañado. El diagnóstico es impreciso pero parece ser algo serio. Desde este momento su vida no cesará de copiar en el alma los sucesivos signos del destino.

Es menester señalar datos fidedignos cuando se construye una reseña sobre la vida de un autor. Sobre todo por apego a la realidad de las cosas del poeta. Por esto, resulta un tanto revelador conocer las verdaderas circunstancias enfrentadas por Salmerón Acosta en relación con su enfermedad.

Los primeros síntomas padecidos se manifestaron en brazos y dedos. Al recibir los informes médicos Salmerón aún desconocía con exactitud la enfermedad que lo aquejaba; y es que los propios doctores también lo ignoraban. Fue mucho después cuando se supo de la naturaleza del mal. Sin embargo, desde el primer momento, Salmerón ya sabía que de algo grave se trataba. No por mera casualidad realizó algunas visitas al leprocomio de Cabo Blanco en Maiquetía.

Salmerón se encontraba en Maiquetía debido a un “temperamento” al cual fue sometido durante dos meses por orden de un doctor caraqueño. El doctor Guevara Rojas, entonces rector de la Universidad Central de Venezuela, fue quien tomó el caso. A pesar de no saber con certidumbre de qué se trataba el padecimiento del joven, la sintomatología le llega a preocupar. No obstante el “temperamento” que ordena, las visitas al leprocomio nada tienen que ver con indicación o sugerencia hecha por su persona. Fueron hechas por iniciativa propia de Salmerón Acosta.

En tal sentido, Salmerón nunca llegó a dar a sus familiares alguna explicación convincente sobre la razón de aquellas visitas. Obviamente presintió algo. Ésta es una faceta sumamente interesante del poeta; su facultad de premonición era conocida y aún hoy día es recordada por familiares. Definitivamente poseía un raro don que lo hacía muy singular. De esto se hablará más adelante a medida que se avance en la lectura.

Una vez terminado el reposo de dos meses en Maiquetía, Salmerón se dirige a Caracas. Encuentra la Universidad Central clausurada por motivos políticos (durante la dictadura de Juan Vicente Gómez). Sus sueños paulatinamente dejan de tener cabida bajo tales circunstancias. Decide regresar a su pueblo natal. Apenas llegado a Manicuare consigue grave a su hermana Encarnación, quien muere al día siguiente de su regreso. De los siete hermanos de Cruz María, Encarnación tenía una significación especial debido a la similitud con su carácter.

La enfermedad es finalmente diagnosticada en 1920. Sin embargo, ya para 1913 Salmerón conocía cuál era su padecimiento. El doctor Juan Francisco Pesticott es quien hace el examen de las condiciones del paciente. Su diagnóstico: lepra anestésica nerviosa con neuritis cubital. Para aquel entonces, la enfermedad se mezcló y potenció con los efectos de una epidemia contraída por el poeta en 1918. En este año hubo un epidemia de gripe española que no excluyó al joven, quien tenía sólo veintiséis años.

Salmerón vivía apartado de su familia desde su venida definitiva de Caracas. A partir de su retorno al oriente venezolano ya nada será igual. Alrededor de 1913 comienza el retiro físico y espiritual del poeta. Por petición suya es levantada una pequeña vivienda cerca de la casa paterna en Guarataro. Allí se interna, desde 1916, aferrado a su soledad hasta la muerte. Recibe visitas de familiares y amigos, poetas y artistas. Pero la poca vida con que cuenta le exige tiempo para madurar pensamientos y aclarar sentimientos.

En 1914, su hermano, Antonio Salmerón, es asesinado bajo extrañas condiciones. Fue, al parecer, objeto de reprimendas por parte de autoridades públicas. El hecho desencadenó la reacción en masa de la población, la cual tomó venganza por propia cuenta. Como resultado de su participación Salmerón Acosta fue encarcelado por un tiempo. Meses más tarde se le otorga la libertad.

 

b. Obra poética

Dentro de la obra poética de Salmerón Acosta destaca la reducida cantidad de poemas conservados. Gracias a la labor exhaustiva de su amigo Dionisio López Orihuela hoy conocemos una buena parte de los escritos, recopilados en forma de poemario y publicado éste como Fuente de amargura. Cada poema fue creado con gran ingenio y sensibilidad. En 1911, Salmerón irrumpe como poeta formalizando un primer intento serio en “Cielo y mar”, dedicado a “su hermano” José Antonio Ramos Sucre.

Ramos Sucre es quien alienta en su amigo Salmerón la inquietud creadora. Incluso llega a darle algunos regaños debido a la costumbre que tenía de romper cada poema terminado. Quizá fue este lamentable hábito el causante del número poco elevado de poemas que conservamos del poeta.

Los motivos de la poesía de Salmerón Acosta responden a un gran esquema común. Los estudios realizados por Larrazábal Henríquez señalan tres grupos en los cuales pueden ser incluidos todos los poemas. Él los denomina como: ciclo vital, ciclo amoroso y ciclo de poesía circunstancial. Como el mismo Larrazábal explica, esta clasificación tiene sentido como estructura metodológica de estudio hecha a posteriori. Sin embargo, insiste en que cada poema fue creado bajo una misma unidad de concepción. Bajo esta concepción unitaria se estudiará aquí la obra poética de Cruz Salmerón Acosta.

La temática de la poesía de Salmerón abarca buena cantidad de sentimientos vividos, de pensamientos iluminados por la corta vida y matizados por una actitud razonable de fatalismo. Entre sus temas se encuentran: el amor a su querida novia Conchita Bruzual, el paisaje de su tierra, la separación y el alejamiento entre los dos, la imposibilidad física de vivir a plenitud sus mejores años, la soledad, el sufrimiento y el miedo a la muerte.

Junto con la enfermedad va surgiendo una nueva conducta en Salmerón, que se reflejará en algunos de sus poemas. Una vez recluido en la pequeña casa del cerro en Guarataro comienza a suceder lo inesperado. Finge una normalidad en sus relaciones con los familiares y amigos cuando interiormente su ánimo estaba devastado y la angustia por su futuro inmediato le carcomía las entrañas. Guardó íntegramente su sufrimiento para sí mismo y se vio necesariamente obligado a llevarlo a cuestas; quizá por amor propio, por temor a no convertirse en una carga para los seres más queridos. En este sentido, su voluntad no le dio respiro; tenía que ser consecuente con su decisión. Tal fue su destino.

La poesía de Salmerón es única dentro de la producción poética venezolana. Jamás una poesía ha tenido que ser tan necesaria. Tantas cosas por decir y tan poco tiempo. Desde “Cielo y mar”, un año antes de saberse enfermo, incluso antes, cada poema es casi una fotografía dejada por el poeta como prueba de su existencia. Ya enfermo, esta actitud se manifiesta más perceptiblemente; su poesía es hecha para ser testimonio de la existencia de un hombre, de un héroe literario, de un mártir.

A pesar de que el propio poeta se consideró como mártir, jamás permitió a nadie considerarlo como tal. Su capacidad de sufrimiento es casi trágica. No fue desbordada ni siquiera por la arremetida impetuosa del destino. Su poesía, a veces, está teñida de hondas “amarguras”. No obstante, la grandeza excede el sentimiento de impotencia ante su suerte. Se sobrepone a las circunstancias y decide cantar a todo aquello lleno de vida: sus recuerdos de infancia, su novia, sus playas, su “azul”.

 

2. El destino en Salmerón Acosta

“En esta época hay muy poca gente que crea en el destino. El mío es muy triste, y hasta creo que en algo tiene que ver, culpablemente, el nombre que me pusieron: Cruz significa cosa de tumba, y María es nombre de mujer”.

Cruz Salmerón Acosta

a. Profecía trágica o actitud pesimista

En 1911, tras haber concluido el primer año universitario, Salmerón Acosta viaja a Manicuare para reunirse con su familia durante las vacaciones. En este período escribe “Cielo y mar”; va dedicado a un joven poeta cumanés: José Antonio Ramos Sucre. Ese poema guarda un significado muy importante dentro de su obra. No solamente por su belleza y contenido sino también porque representa una decisión implícitamente concebida en la mente del poeta, resolviendo las posibles dudas acerca de su habilidad para componer versos. La elección quizá estuvo influida por el seguimiento y el constante apoyo que, desde los años de adolescencia, dio Ramos Sucre a su inclinación literaria.

Ya desde pequeño Salmerón demostraba su ingenio en la composición de décimas y coplas. Su gusto por rimar fue conocido en las casas del pueblo, cuyos habitantes le hacían peticiones para diversas festividades. De este modo, la poesía de Cruz Salmerón Acosta se impregna progresivamente de un lirismo extraordinario. Lirismo agudizado aun más por empeño del infortunio y la adversidad.

Hablar de la amistad entre Ramos Sucre y Salmerón Acosta es girar en torno a un destino común. Ambos sufren una muerte prematura. Aunque por circunstancias de distinta índole, tanto el uno como el otro rememoran la soledad y el sufrimiento. Ramos Sucre desde su “Torre de Timón” y Salmerón desde “la casita” en el cerro de Guarataro. Uno, a través del aislamiento voluntario; y el otro, mediante la reclusión forzada. Uno desprecia profundamente a la mujer; el otro, desespera por la imposibilidad de seguir amando a una mujer.

No obstante las diferencias existentes entre sus dos maneras de contemplar el mundo, la amistad entre Ramos Sucre y Salmerón fue sólida y enriquecedora. Ante la tragedia por venir, casi vislumbrada, aparece la natural actitud de asombro por parte de su gran amigo. Una vez que la noticia de la enfermedad llega al oído de Ramos Sucre:

“De pronto, lo estable se disloca en fragmentos de emotiva sensibilidad: particular impresión le causa saber que el poeta Cruz Salmerón Acosta, su amigo de siempre y cercano compañero de estudios en Caracas, está enfermo de lepra y debe regresar a su lejano pueblo natal: Manicuare. La enfermedad bíblica era entonces una segura condena a muerte” (Carrera: El signo secreto).

El aprecio que tenía Ramos Sucre por Salmerón radicaba en su inmensa valía como ser humano. Salmerón siempre fue muy sensible ante las cosas de su gente. Todavía hoy, vive en el recuerdo de unos pocos que lo conocieron y en el de otros muchos a quienes ha llegado su historia y su anécdota por medio del relato y la referencia.

Se recuerda mucho a Salmerón por su intervención en las causas perdidas. Dicen de él que era muy justo y sólo intercedía cuando había algún atropello. Su causa siempre fue a favor del débil, del desvalido y del indefenso. Le disgustaban la arbitrariedad y la desigualdad. Por esto, cuando se le recuerda, la gente lo hace con respeto y admiración. Él supo ganar el cariño de sus semejantes con su sencillez y sobriedad.

De él se puede tener un perfil humano en estas palabras de Ramos Sucre, cuando refiere que:

“La cortesía graciosa, el talante despejado, el cuerpo de príncipe le conciliaba la simpatía de los hombres y el amor de las mujeres. Era su carácter extraviado como de artista. Vivía para la acción intrépida y el enlace galante” (Larrazábal H.; Salmerón Acosta, itinerario de un poeta).

Ya después de la muerte de Salmerón, ocurrida en 1929, sucede un hecho igualmente lamentable: la muerte del poeta Ramos Sucre, en 1930. Éste, al igual que el primero, tuvo que convivir con una enfermedad terrible. Él padecía de insomnio crónico y temía perder paulatinamente sus facultades mentales. Con respecto al término abrupto de su vida, se indica:

“Ese orgullo esencial acompaña a Ramos Sucre durante toda su vida. Y lo lleva al suicidio. En cartas familiares, el poeta, torturado por la enfermedad, de manera tajante desecha, sin embargo, la idea de acabar por propia voluntad con aquellas penalidades sin remedio. Pero al final, se cumple el desenlace suicida” (Carrera; El signo secreto).

Recordando la partida de casa del poeta cumanés a propósito de su amistad con Salmerón, dice Rita Sucre de Ramos lo siguiente:

“De esa manera se fue mi hijo para Caracas, y vivieron juntos en la misma habitación. Esa enfermedad los unió hasta la muerte —repite doña Rita, porque para ella la muerte de su hijo no fue otra cosa que el llamado que le hizo Cruz María, fallecido un año antes” (Larrazábal H.; Azul de Manicuare).

Casualmente existe un documento relacionado con Salmerón Acosta, en el que desmiente un rumor propagado en torno a su persona. Es una carta enviada a su novia Conchita en la que deja clara su posición al respecto. La fecha de la carta es del 4 de junio de 1916; y niega la noticia de un supuesto suicidio. Dice así:

“Yo todavía amo la vida y no quiero desprenderme de ella mientras amor florezca en mi corazón y en mi alma trine la Poesía.

”Estoy aprendiendo a hacer de mi vida un sueño agradable y ya estoy como bajo la influencia de una alucinación amorosa...” (Larrazábal H.; Salmerón Acosta, itinerario de un poeta).

Como se había señalado anteriormente, la premonición ha rodeado de misterio la figura de Salmerón Acosta. Ya desde un principio, en el soneto “Cielo y mar” se halla manifiesta la angustia del poeta en algunos de sus versos. Sea cual fuere la naturaleza de tal angustia no deja de constituir un dato bastante curioso. Expresa una especie de incertidumbre alrededor del hecho futuro, aún desconocido.

Cielo y mar

En este panorama que diseño
Para tormento de mis horas malas,
El cielo dice de ilusión y galas,
El mar discurre de esperanza y sueño.

La libélula errante de mi ensueño
Abre la transparencia de sus alas,
Con el beso de miel que me regalas
A la caricia de tu amor risueño.

Al extinguirse el último celaje,
Copio en mi alma el alma del paisaje
Azul de ensueño y verde de añoranza;

Y pienso con obscuro pesimismo,
que mi ilusión está sobre un abismo
y cerca de otro abismo mi esperanza
.

Nota: cursiva mía

Se puede observar esta clase de referencias fatalistas en varios de los poemas del autor. No sólo en el poema anterior. También en “Martirio eterno”, “Corazón invicto”, “Veinte años”, entre otros. La última etapa de la vida de Salmerón estuvo signada por la renuncia y la soledad. Su creencia en el destino le sembró muchas amarguras, que lo acompañaron hasta sus últimos días. Estas son las palabras de Arráiz Lucca, quien incluyó dentro de una antología un par de sus poemas:

“El pueblo de Manicuare (...) lo tiene como a un santo. Padeció de lepra y su vida no pudo ser otra cosa que un calvario. Murió a los treinta y ocho años después de agotar sus días circunscrito a su pueblo y preguntándole a Dios por la infelicidad de su destino” (Arráiz Lucca; Antología de la poesía venezolana).

 

b. La soledad y el dolor

A partir de 1916 comienza el período de reclusión de Cruz Salmerón Acosta en la casita del cerro en Guarataro. Lo único que consuela al poeta es el azul del Golfo de Cariaco y la vista en la lejanía de la ciudad de Cumaná. Todo lo básico para el sustento de la vida le es proveído por sus familiares y por los más consecuentes amigos.

A causa de haber contraído la gripe española sus condiciones de enfermo se vuelven precarias. Más adelante será necesaria la construcción de una tina de baño especial para los requerimientos de la enfermedad. Salmerón probará diversos remedios que le son recomendados por cada persona con algo nuevo. Sin embargo, en varias ocasiones experimenta la frustración y la impotencia ante la inutilidad de tales bálsamos. Más de una vez su afección presenta deterioro como consecuencia de la acción irresponsable de algún “doctor”.

La conducta de Salmerón cuando se desenvuelve con la gente es abierta y hasta, podría decirse, despreocupada. Sin embargo, esconde sus angustias y sus más recurrentes pensamientos para vivirlos en soledad. Quizá su razón se debió al intento de minimizar lo más posible la influencia de tales pensamientos sobre su espíritu. No permitió que su influencia cambiara las relaciones armónicas de las que disfrutaba con toda su gente. Una manera de escape bastante válida puesto que así aseguraba el acceso al mundo negado por la imposibilidad.

Por otra parte, su aislamiento le proporciona el tiempo suficiente para elaborar las más arduas reflexiones. Hace continuos cuestionamientos sobre su suerte y se va fortaleciendo su creencia en el destino. Su actitud fatalista, al principio, no era más que eso: una actitud. No obstante, con el paso del tiempo y la llegada periódica de nuevos sufrimientos, se desarrolla un lento proceso en su forma de percibir las cosas. La rabia, la duda y la impotencia alcanzan niveles desconocidos en él.

Salmerón no sólo padeció la evidente imposibilidad física debida a su progresivo deterioro sino que paralelamente tuvo que hacer frente a fuertes consideraciones de carácter psicológico derivadas de su problema de salud. Por un lado, soportar callado la cercanía de la muerte; y por el otro, vivir la desesperanza de la incurabilidad de su mal. Otro aspecto muy relacionado se encuentra vinculado con el estigma casi mítico de la lepra.

Parece seguro que Salmerón Acosta, en algún momento, haya sentido cierta culpa por su padecimiento. Quizá la naturaleza contagiosa de la enfermedad creó en él inconscientemente la necesidad de ampararse en el aislamiento. Generalmente, la lepra tiende a degenerar progresivamente en el enfermo. Se puede pensar también que el malestar físico es doble. Aparte de la acción interna de la enfermedad en el organismo también se manifiesta en piel y mucosas. De lo anterior posiblemente provenga el estigma.

Salmerón Acosta consigue en la poesía darle vida, a través de ensueños e idealizaciones, a todo aquello de lo que obligadamente abdicó. El amor de su novia es una de las pérdidas más sentidas por el poeta. Ya cerca de su muerte ella viaja a visitarlo y consigue al fin la aceptación de la renuncia. No sin dificultad Salmerón Acosta entiende que todo había acabado y que sólo estaba unido a ella a través del recuerdo agradable de tiempos mejores. Para ella tampoco fue algo sencillo. Dicen que lo amaba intensamente.

Entre otras cosas Salmerón también es recordado por sus buenos tiempos. Quienes lo conocieron refieren su increíble habilidad para los juegos de carta, como truco por ejemplo. Era muy inteligente y sabía revelar la actitud corporal de cada oponente. Poseía una gran afición por la pelea de gallos. Frecuentemente estaba bien informado acerca de los animales favoritos para la justa.

Salmerón permanece en la memoria de su pueblo como la persona que honró su nombre por medio de la palabra sencilla e ingeniosa. Su poesía exalta la naturaleza que lo albergó durante tantos años. Manicuare fue testigo de su infancia así como también tuvo que serlo de su agonía. El dolor sólo podía aliviarse un poco por medio de la contemplación del paisaje. El azul representó para el poeta un significado vital. El cromatismo de su poesía es característico en toda la poesía venezolana.

 

c. La conciencia del final

Los últimos diez años de la vida del poeta transcurren entre la cansada angustia de lo que iba a suceder y la indecible frustración por todo lo que había perdido en su vida. Su creencia en el destino responde más a la atribución de sus penas a una instancia diferente que a una simple concepción de vida. Jamás pudo creer que él había sido objeto de tal especie de castigo inmisericorde.

El proceso de renuncia y negación en Salmerón es tal vez más difícil de asimilar. Tenía muchas razones para vivir, mucho talento y fue abruptamente arrancado de su vida promisoria. En este sentido, le hizo frente continuo a cada adversidad. Es que no podía hacer una cosa diferente. La vida le exigió demasiado; tanto que sólo la muerte habría de darle respiro. El respiro que a medias encontraba en su poesía.

De esta manera se puede afirmar que sea natural perder la esperanza. Era lo último de lo que también debía desprenderse resignadamente. Renuncia entonces al último asidero con que contaba. Sólo quiere descansar. Su deseo inmediato es acabar con el sufrimiento. Su vida de clausura le permite autodescubrirse. Explora los rincones del miedo y halla a la muerte en medio de una telaraña.

En julio de 1929 las condiciones de Salmerón Acosta son evaluadas por un médico. Se comienza a preparar la familia para lo inevitable. El diagnóstico presagia la inminente desaparición. Los cuidados para con el enfermo son esmerados. Sin embargo, cada atención ofrecida es rechazada inmediatamente. Salmerón conocía la inutilidad de tales miramientos. Durante toda una semana demostró una serenidad de espíritu, casi solemne, que escalofriaba a quienes lo acompañaron hasta el final.

La poca vida restante fue sostenida con el mínimo de alimento. El enfermo se negó a seguir comiendo. La prolongación de la agonía debía terminar. En esos días sólo tomaba sopa que era casi forzada por la insistencia de los familiares. Salmerón habría de tomar la última decisión: dejarse morir. A los ocho días de haberse realizado la visita médica fallece finalmente el día veintinueve a las nueve y media de la noche.

 

3. Conclusiones

La realización de este trabajo ha sido posible gracias a la labor de Dionisio López Orihuela y de Osvaldo Larrazábal Henríquez. El primero, por haber recopilado pacientemente cada uno de los poemas creados por su amigo Salmerón. El segundo, por su valioso estudio sobre la vida y obra del poeta de Manicuare. Los trabajos de Larrazábal abarcan toda la obra poética conocida del autor. Su investigación reveló la existencia de algunos poemas que aún permanecían en la oscuridad.

La obra poética de Salmerón fue dignamente acogida por quienes tuvieron el agrado de conocerla. Junto a José Antonio Ramos Sucre y Andrés Eloy Blanco, Cruz Salmerón Acosta conforma la llamada impronta cumanesa. La claridad en su concepción poética lo distingue del hermetismo de Ramos Sucre. Sin embargo, ambos partieron de un mismo tronco formativo. El intercambio de ideas entre estos dos poetas configuró la identidad estética en cada uno o, al menos, contribuyó para ello.

La particular sensibilidad queda expresada en la musicalidad creada por Salmerón en cada uno de sus poemas. El soneto como forma expresiva fue utilizado con gran destreza. La habilidad del poeta surgió también para fundir forma y contenido en un solo universo; en un todo armónico y coherente.

Además del verso endecasílabo Salmerón también experimentó con otra clase de metro. Así, incorporó en algunos de sus poemas el verso eneasílabo y el alejandrino. En este sentido siempre estuvo en contacto con las innovaciones provenientes del modernismo; aunque sólo realizó la captación de nuevas formas. Parafraseando a Osvaldo Larrazábal: Salmerón fue modernista de expresión mas no de concepción.

La temática de su poesía estuvo poco influida por el movimiento modernista de principios de siglo. Más bien, adopta una posición muy parecida a los románticos del siglo XIX. Crea un mundo idílico, a través de la poesía, desde el cual contemplar la vida. Sin embargo, en él ocurre un fenómeno un tanto más radical. El tiempo pasa mientras el fin se acerca. La creación de ese mundo de anhelos y quimeras constituirá para él un importante bastón emocional, si no el único. A medida que advierte lo irremediable de su enfermedad se protege más en el universo poético.

En una entrevista televisiva señaló una vez Octavio Paz que la poesía satisface las mismas necesidades psíquicas que la religión; a pesar de que ambas persiguen una finalidad diferente. Quizá se pueda pensar ahora en lo sucedido con Salmerón.

 

IV. Lista bibliográfica

Obras citadas

  • Arráiz Lucca, Rafael. Antología de la poesía venezolana. Caracas: Panapo, 1997.
  • Carrera, Gustavo Luis. El signo secreto: para una poética de José Antonio Ramos Sucre. Cumaná: Edición Cultura Universitaria, 1996.
  • Larrazábal Henríquez, Osvaldo. Azul de Manicuare. Colección Avance. Nº 33. Caracas: Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, 1971.
    —.
    Salmerón Acosta, itinerario de un poeta. Cumaná: Editorial de la Universidad de Oriente, 1979.
  • Salmerón Acosta, Cruz. Fuente de amargura. Volumen VI. Caracas: Ediciones de la Línea Aeropostal Venezolana, 1952.
    —. Fuente de amargura. Colección “La Torre de Timón”. Nº I. Cumaná: Biblioteca de Temas y Autores Sucrenses. S/F.
    —. Vida somera: cantos al mar, al amor y a la muerte. Caracas: Monte Ávila Editores, 1997.

 

Obras consultadas

  • Lameda, Alí. Canto elegíaco a Cruz Salmerón Acosta. Colección “La Torre de Timón”. Nº V. Cumaná: Biblioteca de Temas y Autores Sucrenses. S/F.
  • Mármol, Luis Enrique. La locura del otro. 2ª edición. Volumen IX. Caracas: Ediciones de la Línea Aeropostal Venezolana, 1953.