Entrevistas
Guillermo Gómez RiveraGuillermo Gómez Rivera, de la Academia Filipina
“La pérdida del español para el filipino ha comportado el desarraigo de su propia cultura”

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Guillermo Gómez Rivera es una figura histórica de la cultura filipina. En la presente entrevista habla sobre su actividad académica y artística, menciona la condición cultural y política de su país, la situación de la lengua española en Filipinas y la relevancia que ésta reviste en la cultura filipina.

Guillermo Gómez Rivera (Iloílo, 12 septiembre de 1936) es una figura histórica de la cultura filipina. Es sobrino-nieto del escritor Guillermo Gómez Windham, primer autor que recibió el prestigioso Premio Zóbel en 1922.

Estudió en la Universidad de San Agustín de Iloílo y en el colegio San Juan de Letrán de Manila y, posteriormente, fue catedrático de español en la Adamson University de Manila. Periodista, escritor, poeta, lingüista y ensayista, durante décadas ha animado la cultura de su país promoviendo la valoración del aporte hispánico a través de varias actividades. Fue miembro y presidente de la Conape (Confederación y luego Corporación Nacional de Profesores de Español) y ha dirigido revistas de lengua española como El Maestro (órgano de la Conape) y el semanario Nueva Era de Manila (única revista filipina en español que todavía se sigue editando). En 1975 ganó el premio Zóbel por la obra teatral El caserón. Importante es también su trabajo como lingüista; participó en la Philippine Constitutional Convention (1971-1973) como Secretario del Comité del Lenguaje Nacional, donde defendió la preservación del español. Su labor de defensa de la cultura hispánica ha valorizado, incluso, el antiguo cine, la canción en castellano y el baile español (es consultor del Ballet Nacional Filipino “Bayanihan”). Es el miembro más antiguo de la Academia Filipina correspondiente de la Real Academia Española. Aunque sus ideas puedan resultar algo radicales, es considerado un punto de referencia imprescindible y una personalidad para toda la cultura filipina de hoy.

A.G.: Todo su trabajo de profesor, académico, intelectual y, hasta de hombre, es una defensa de lo hispánico. Desde hace tiempo, la lengua española en Filipinas está en seria dificultad. Hace poco, la presidenta de Filipinas, Gloria Macapagal Arroyo, anunció en España que ella restauraría la enseñanza regular del español, en todos los niveles de la educación filipina. ¿Por qué considera tan importante para su país mantener la lengua española? ¿Y qué opina de esta decisión de la presidenta?

G.G.R.: La decisión de la presidenta es oportuna porque se ha dado cuenta de que el conocimiento del español para los jóvenes filipinos de hoy tiene su dimensión económica; pero, como presidente de la Corporación Nacional de Profesores Filipinos de Español, no veo cómo se ha de poner en ejecución factible la restauración del español en este país.

No hay duda de que el español es igualmente importante para ayudar a resolver la crisis de identidad del pueblo filipino educado en inglés. La pérdida del español para el filipino ha comportado el desarraigo de su propia cultura, por el que tanto los individuos como las colectividades filipinas hoy carecen de una voluntad para progresar. De hecho hay un refrán filipino que recita: “quien desconoce su pasado no entiende su presente y no tiene la voluntad de ganarse su futuro” (ang hindi lumiñgón sa pinanggaliñgan, di puedeng maka-intindi nang kanyang kasalukuyan, at hindi makararating sa paroroonan); en cierto modo —por la situación tan crítica que vivimos— el filipino piensa que no tiene ningún futuro.

Esta crisis de identidad se está traduciendo, en estos momentos, también en una crisis política que escinde al pueblo filipino entre la clase pobre, que es la inmensa mayoría, y la clase pudiente, que son más o menos 400 familias, sobre una población total de más de noventa millones. La crisis de identidad se traduce en la falta de idealismo y de conocimiento de sí mismo, por parte del ordinario filipino; pero también, de aquellos altamente educados supuestamente en inglés, que venden el voto al mayor postor.

Esto quiere decir que el político elegido tiene que levantar fondos de cualquier manera, posiblemente de una manera criminal, para poder pagar al votante que le ha de elegir para un puesto encumbrado; y el filipino elegido a los puestos políticos más encumbrados del país, se da cuenta, a la larga, de que no puede decidir independientemente de la supuesta política internacional de Estados Unidos.

En medio de esta situación social, cultural y política, la presidenta Arroyo ha anunciado que se va a restaurar la enseñanza del español en todos los niveles de la educación filipina. El problema está en la ejecución actual de esta enseñanza, por la sencilla razón de que ya no hay un suficiente número de maestros filipinos de lengua castellana. Desde 1987 muy pocos jóvenes filipinos se han matriculado para ser maestros de español.

A.G.: ¿Y cómo piensa se podría resolver este problema?

G.G.R.: Se tiene que crear una “infraestructura humana” local para que la juventud filipina se anime a estudiar español y que más tarde curse el profesorado de esta lengua a fin de poner en ejecución la enseñanza de esta lengua en todas las escuelas, colegios y universidades, públicas y privadas, de este país. Y de momento casi nadie de la actual juventud decide hacerse maestro o profesor de español.

A.G.: ¿Cómo pensaría crear esta “infraestructura” a corto plazo?

G.G.R.: Siguiendo el refrán “a grandes problemas, grandes remedios”, se tendrían que mandar aquí, para empezar —y a pesar de que la propuesta podría ser ilógica o no factible— unos cuantos millares de maestros españoles preparados para enseñar a los filipinos; a la manera de los “Thomasites” americanos de principio del siglo XX, que vinieron para enseñar inglés a los niños filipinos en todas las escuelas primarias del país; escuelas cuyos edificios, en su mayoría, habían sido construidos de cemento y madera durante la época española en obediencia al decreto educacional de 1863. En esa época, hasta la Escuela Normal de Filipinas, empezada por el gobierno español en 1890, se convirtió en escuela normal en inglés: aquellos maestros, ya entrenados a enseñar en español, se vieron obligados a aprender inglés y entrenarse de nuevo para enseñar inglés, bajo la dirección de los mencionados “Thomasites” (eran maestros voluntarios estadounidenses que llegaron a Filipinas mediante un barco que antes era para transporte de ganado, conocido como S. S. Thomas). Sabemos, desde luego, que es imposible que venga un número parecido de “thomasites españoles” en el presente, dispuestos a sacrificarse y a enseñar en este país con sueldos de hambre. Lo ideal sería que fueran debidamente compensados y subvencionados por el gobierno de España y las instituciones docentes de Filipinas, pero esto ahora no es posible.

Habría por lo tanto que tomar en consideración medios, tal vez más sencillos pero más eficaces, proyectos factibles, para la realidad filipina.

A.G.: Entre los años 70 y 80 usted organizó el concurso de “Miss Hispanidad” que tuvo mucho éxito. ¿Qué recuerda de esa experiencia? ¿Piensa repetirla?

G.G.R.: Dicho concurso era un concurso de talento, personalidad y de conocimientos filipino-españoles que incluía un pasable dominio del idioma español. Lo empecé en 1975, cuando era vicepresidente de la Federación de Profesores Filipinos de Español, y el concurso se celebró desde 1975 hasta 1985. La junta directiva de la Conape aprobó el concurso y la presidenta, doctora Rosario Valdés Lámug, encabezó su dirección y logró obtener el apoyo de muchas compañías filipinas y chinas que levantaron respetables cantidades para premiar a las ganadoras en metálico. El concurso tenía un seminario para los participantes: 20 horas de orientación sobre las relaciones filipino-españolas, 30 horas de español conversacional básico —arrancado de los hispanismos existentes en el idioma tagalo— y 30 horas de baile español. En realidad el concurso era un examen final, por lo que oralmente las participantes tenían que contestar unas preguntas en español. Luego, tenían que mostrar algún talento como cantar una canción en español, bailar un baile español, o también recitar una poesía o declamar un monólogo tomado de alguna obra filipina en castellano; por ello se les iba dando puntos y un jurado las aquilataba y se les daban los grados que a su juicio se merecían. Las que obtenían los grados más altos ganaban; tres eran las ganadoras principales y otras diez las secundarias. Fue tan exitoso el concurso que hasta el presidente Ferdinand Marcos y la primera dama, Imelda, donaban los trofeos para las ganadoras.

De las participantes del concurso se formaron nuevos y jóvenes profesores de español.

Se entiende que en Europa semejantes concursos podrían ser no pertinentes a la cultura, pero en el caso particularísimo de Filipinas, cuando se quiere llevar a cabo un proyecto a corto plazo, como por ejemplo la defensa del medio ambiente, se obtiene el concurso de “Miss Earth”, etc...; este puede ser un medio muy eficaz que alcance y sensibilice a diferentes estratos de la población.

Un concurso parecido puede ayudar mucho a promover la cultura hispánica y el idioma español, si es que el objetivo es crear, a la postre y a corto plazo, una “infraestructura humana” que se dedique a la enseñanza del idioma español, porque lo valora. Actualmente, como decía, no son muchos los jóvenes filipinos que aprenden español y, menos aun aquellos que harán la carrera de maestro o profesor. Si hemos de depender del Instituto Cervantes para crear esta infraestructura, la orden de la presidenta Gloria Arroyo nunca se pondrá en ejecución como todos esperamos.

A.G. ¿Ha tomado usted, como presidente aún de la Conape, algún paso definitivo para que se vuelva a celebrar este seminario-concurso?

G.G.R.: ¡Sí señor! Le he escrito al senador Edgardo J. Angara —el autor de la “Ley de amistad filipino-española”— y él recomendó al Departamento de Turismo que se organizara, con la colaboración de un servidor, dicho concurso. Pero dicho Departamento de Turismo alega que no tiene fondos específicos para organizar este concurso y ha dirigido una carta a un servidor aconsejándole que se presente el proyecto a la misma presidenta de Filipinas, cosa que un servidor ya ha hecho. Sólo se espera que la presidenta de Filipinas —agobiada por ahora por la campaña de la oposición en contra de ella— se digne responder debidamente a nuestra sugerencia. Confiamos, sin embargo, que la posibilidad de que nos apoye en este sentido es grande. Como un seguimiento, un servidor también ha escrito una carta al ministro don Alberto Rómulo, de Asuntos Exteriores, que, como la presidenta, es miembro de la Academia Filipina y colega de un servidor.

Una iniciativa parecida a la que se organizó con éxito en las décadas de los 70 y 80, atraería y animaría a muchos buenos jóvenes estudiantes a que participaran en tal seminario/concurso; propagaría una idea positiva de la tradición hispana y fomentaría nuevo interés hacia ésta y, en fin, de los participantes podrían salir nuevos hispanistas filipinos.

A.G.: Cuando estaban vigentes aún las leyes Magalona y Cuenco, las que incluían las 24 unidades obligatorias (8 asignaturas) de español en todos los cursos universitarios, existía una división en el Departamento de Educación que se encargaba de la enseñanza del castellano. En la actualidad, ¿no se ha organizado en el Departamento de Educación una división o una oficina que se encargue de la enseñanza del idioma como antes?

G.G.R.: ¡Nada! No hay tal división en el Departamento de Educación. La orden se dio, pero nadie la obedece por la sencilla razón de que no hay maestros en suficiente número como para poner en la debida ejecución dicha orden. Además la señora Arroyo termina su mandato en 2010 y no se sabe si el nuevo presidente de Filipinas ha de empeñarse en que se implemente esta orden ejecutiva. Por esa misma razón el seminario con concurso que sugerimos viene a ser importante.

A.G.: ¿Estuvo usted en España alguna vez?

G.G.R.: Sí, en 1986, cuando la Real Academia Española invitó a la correspondiente filipina, de la que soy miembro, a ir a Madrid para poner al día los filipinismos en el diccionario español.

En esta ocasión tuve la gratísima oportunidad de conocer a los grandes académicos españoles, entre ellos a Dámaso Alonso, Zamora Vicente, Lain Entralgo y Lázaro Carreter además de Manuel Alvar.

A.G.: ¿Puede recordar alguna experiencia de su encuentro con los ilustres miembros de la Academia?

G.G.R.: ¡Sí, claro! Recuerdo que don Dámaso Alonso, tras haber recibido un escrito del académico filipino don Enrique Fernández Lumba, donde se calificaba a la Academia Filipina como “la reliquia”, preguntó a un servidor la razón de ser de la Academia Filipina, puesto que el idioma español ya no se habla mayoritariamente en las Islas Filipinas.

Un servidor le contestó a don Dámaso que: “Precisamente, la Academia Filipina tiene su razón de ser en la actual Filipinas para, justamente, custodiar, enaltecer y difundir el idioma español sistemática y oficialmente perseguido por la influencia colonial “usense” (¡forma con la que un servidor suele definir a los estadounidenses!). Precisamente, la existencia de la Academia Filipina testimonia que el idioma español, además de aún pervivir como tal entre un sector minoritario de filipinos, también pervive como una influencia vital y de referencia sobre el idioma nacional filipino a base del tagalo y las diez otras lenguas principales de las islas, lenguas saturadas de hispanismos. Considere —seguía un servidor explicándole a don Dámaso— que la gramática de las lenguas filipinas, especialmente el tagalo, está a base de afijos que se aplican sobre un caudal de ocho mil palabras-raíces siendo cinco mil de las mismas de puro origen castellano. Además, entre las diez lenguas principales está el criollo, antes chabacano, del idioma español, que todavía lo hablan más de medio millón de habitantes. Al fin y al cabo la Academia Filipina se encuentra en una circunstancia singularísima que no la tienen las otras academias hermanas en la América española. Considere usted, don Dámaso —le dije—, si la Academia Filipina de nuestra lengua no tiene su razón de ser en Filipinas en vista de estas circunstancias”.

Un silencio cayó sobre todos los señores académicos y don Dámaso arrancó de un maletín suyo uno de sus libros y anunció para que lo escuchasen todos los demás académicos: “Señores, no es costumbre mía regalar mis libros, pero en esta ocasión voy a dedicarle un libro mío a este académico filipino tan joven y tan bien articulado que con el mero hecho de ser académico de la Filipina, dicha Academia merece existir contra viento y marea”, y escribió “A mi querido don Guillermo Gómez Rivera, filipino. Dámaso Alonso”.

A.G.: Volviendo a lo que se decía antes, ¿usted cree que el Instituto Cervantes a corto plazo puede implementar la enseñanza del español aquí tal como lo espera la señora presidenta de Filipinas?

G.G.R.: El Cervantes está haciendo una muy buena labor, pero no creo que tenga una capacidad de formar el número necesario de profesores filipinos en español para poner en ejecución la enseñanza del castellano, ni siquiera en la mitad de los colegios y escuelas de Filipinas. No se olvide que aquí se trata de noventa millones de filipinos que deben adquirir un mínimo de nociones del idioma castellano para entender su propia cultura e historia. Pero mucho se podría hacer si también se abriesen otros institutos Cervantes en la ciudades principales como Cebú, Zamboanga, Iloílo, Vigan, Davao, Basilan, Naga. Piénsese que en Brasil hay siete institutos Cervantes, cinco en Marruecos y cuatro en Italia, mientras que en una capital de casi 20 millones de habitantes como es Metro Manila, solamente hay uno para todo el país.

A.G.: ¿Cuándo fue que decidió dedicarse a la enseñanza del español? ¿Podría resumir brevemente las etapas de su trayectoria de académico y artista?

G.G.R.: Mi primera carrera es de perito mercantil (B. A. of Science in Commerce) y mi especialidad es economía, porque quería abrir un negocio, manejar plantaciones de azúcar y arroz o levantar alguna fábrica de cemento y ladrillos. Pero mi madre me hizo escoger una segunda carrera relacionada con la cultura. Tuve, por lo tanto, que matricularme en la carrera de educación (Bachelor of Science in Education) con la especialidad de enseñar inglés y economía. Pero, más tarde, también hice el Minor en historia y tagalo. Cuando pasó la ley de Cuenco (en los años 60), la de las 24 unidades de español, hubo una demanda de profesores. De Iloílo vine a Manila. Primero entré como contable en Soriano y Compañía, pero como había una gran demanda de profesores de español, me matriculé en Letrán para formarme como profesor de castellano. Vine tomando el curso de noche y lo terminé en 1966 (Liberal Arts, Major in Spanish, con unidades acreditadas para el Master en Español). Simultáneamente, me matriculé en otro centro docente, la Academia de Cervantes, regida por un sabio jesuita filipino, gran hispanista, erudito, dramaturgo y catedrático de literatura española y filipina, donde completé el doctorado en literatura filipina en 1967. Era el año en que empecé a escribir artículos en inglés en el Philippine Free Press y en el Saturday Mirror Magazine, en defensa de la razón de ser del idioma español en Filipinas. También escribía al mismo tiempo en español en el diario El Debate, de Manila. Por esos numerosos artículos, el diputado por Cebú, don Miguel Cuenco, autor de la ley homónima, convenció al doctor José María Delgado, primer embajador filipino ante la Santa Sede, de que me empleara como secretario ejecutivo de la Solidaridad Filipino-Hispana Incorporada, una organización para la defensa de la oficialidad del español y de su enseñanza. En su local había un biblioteca española, salón de clases de español, salón de baile español, salón de proyecciones de películas y documentales en español. Dentro de la misma yo, por mi cuenta, fundé la revista El Maestro en ciclostel (de 1964 hasta 1975) que después fue la revista de la Conape.

Desde la Solidaridad llevaba un programa de radio en español que se llamaba La Voz Hispanofilipina, donde teníamos una rondalla filipina completa, bajo la dirección de Roberto Buena, “Bert”, que era director de música de la radio nacional filipina; aquella radio se sostenía por si sola por los anuncios que tenía. Era un programa de música de canciones en español, en vivo, y pagábamos a los artistas. Se organizó otro programa, tres veces a la semana, en la radio católica de Filipinas, Veritas, donde hacíamos comentarios sobre la importancia de la lengua española, además de ir poniendo discos en español de filipinos, españoles y latinoamericanos.

Fui locutor también de la Red Nacional (DZFM). Fui campeón regional de la canción en Visayas, ya que al interpretarlas con letras en español, el público en general las entendía y las apreciaba sobremanera. Por eso, además del disco LP, Nostalgia filipina, produje otras grabaciones de música filipina para llenar cuatro CDs más. Se titulan: Zamboanga hermosa, El Ylongo chiquitín, Manila mía y El collar de Sampaguita. El éxito de Nostalgia filipina fue asombroso en los años sesenta y setenta. Ahora, y muy recientemente, la exitosa Nostalgia filipina se pudo reeditar por la incondicional ayuda concedida por el anterior director del Instituto Cervantes de Manila, don Javier Galván Guijo.

Volviendo a la Solidaridad, recuerdo que eran miembros de esta sociedad los senadores filipinos Oscar Ledesma y Pedro Sabido; embajadores como Pedro Gil, y tantos otros académicos filipinos.

Desde la Solidaridad fundé el grupo manileño de baile español y flamenco, cuyos participantes llegaron a 50; enviábamos bailarines y bailarinas a todas las fiestas escolares y hasta a la televisión, creando de esa manera un ambiente cultural hispano.

A.G.: ¿Y cuándo fue que se incorporó como catedrático en la universidad? ¿Qué más recuerda de su experiencia universitaria?

G.G.R.: En Iloílo entre 1957 y 1960 era maestro de tagalo e inglés en escuelas secundarias para chinos. Fui maestro de español desde 1962 aunque antes de ese tiempo ya había sido maestro de la primaria, intermedia y la secundaria. En la Universidad de Santo Tomás (UST) empecé a ser maestro de español de la secundaria. Trabajé en el colegio de San Beda y en la Philippine Women University, donde me relacioné con el Ballet Nacional de Filipinas. Más tarde, cuando la Universidad de Adamson pasó a manos de los Padres Paúles, fui invitado a ser jefe del Departamento de Español, compuesto por otros 24 profesores de español.

En Adamson escribí ocho libros de texto de español, desde el nivel 1 hasta el 8, y quedé de jefe allí por 15 años. Cuando la regularidad de la enseñanza del español se quitó, se me hizo profesor de lógica, filosofía, estética, geografía mundial, estudios rizalianos, historia filipina y cultura. Más tarde se desintegró el Departamento de Español porque el Departamento de Educación del Gobierno envió una circular ordenando su supresión como asignatura regular.

El presidente Marcos, a pesar de su simpatía por el español —a raíz de su participación en el concurso de Miss Hispanidad— dio a entender, en uno de sus discursos a la Conape, que se vio forzado a reducir las 24 unidades a 12 por presiones extranjeras que él no podía en aquel momento identificar. Sin embargo nosotros, que ya conocíamos quiénes tramaban en contra del español “desde la sombra”, sabíamos quién era “el enemigo”. Al identificar positivamente al enemigo resolvimos investigar y exponer su acción agresora sobre Filipinas.

Como anécdota contaré que, en una de las audiencias sobre la ley del español organizadas por la legislatura filipina, durante las cuales se preguntaba si era necesario para Filipinas continuar con su estancia y estatus oficial, un servidor tuvo un intercambio con un senador protestante que llegó al extremo de preguntar por qué un servidor no tenía cara de malayo filipino. Un servidor le contestó que el señor senador tampoco tenía el rostro de un malayo filipino porque de hecho era de origen chino. Y que además de protestante, su ejecutoria política demostraba ser la de un procónsul estadounidense. En vista de este intercambio la audiencia se suspendió.

Cuando este servidor fue secretario del Comité del Lenguaje Nacional, de la Convención Constituyente, organizada por el presidente Marcos desde 1971 hasta 1973, conoció muy de cerca la intervención norteamericana mediante la Summer Institute of Linguistics. Con la ayuda de un sacerdote jesuita, el padre Llamson, se convenció más aun de que la política de Estados Unidos en Filipinas es quitarnos el español que tenemos como nuestro, y luego destruirnos el idioma tagalo mediante la imposición, en él, del alfabeto inglés que, por antifonético, está diametralmente opuesto a la fonología del tagalo y de todas nuestras lenguas indígenas.

A.G.: Usted es director de Nueva Era, ¿es el único periódico que queda en español?

G.G.R.: Sí, es el único. Nueva Era fue un periódico fundado el 12 de octubre de 1935 por don Emilio Inciong de Lipa Batangas. Como era amigo de mi abuelo Felipe, él me invitó a que escribiera una columna semanal, esto desde 1965, creo; en la misma época tenía una columna diaria en El Debate, que tuve hasta 1971 cuando, por la ley marcial de Marcos, se cerró, junto con todos los diarios de Manila. En cambio Nueva Era siguió porque era semanario. Más tarde, en 1985 y tras el fallecimiento de don Emilio, sus hijas me nombraron director de Nueva Era. Este periódico es también una gaceta oficial donde los anuncios oficiales sobre naturalizaciones, casos de familia y ventas de terrenos públicos deben publicarse en español. Nueva Era hasta el tiempo presente vive de tales anuncios judiciales, pero bien se podría mejorar si se le ayudara.

A.G.: ¿Cuáles son sus futuros proyectos?

G.G.R.: Actualmente jubilado como profesor de español, me dedico a dar breves cursos de español a los trabajadores que se van a España; sigo escribiendo Nueva Era y he abierto una academia de baile español en mi casa donde enseñamos tangos, rumbas, alegrías, sevillanas y jotas aragonesas, navarras y castellanas, además del chotis. Voy preparando mis libros: un poemario, algunas novelas y cuentos —parte ya dibujados en forma de tebeo—, un trabajo sobre la destrucción del cosmos filipino, unas obras de teatro: una nueva versión de El caserón, otra titulada Armagedón filipino y otra más, una es sobre el pintor Juan Luna y su tragedia personal. Tengo también algún ensayo extenso sobre el idioma español en el mundo. Pienso, por otro lado, que también tendré que escribir mis ideas en inglés y en tagalo para también llegar con este mismo mensaje de hispanidad a estos otros sectores del país.