Entrevistas
Jorge Asís
“Nunca volví a sentir la misma libertad que tuve cuando escribí Flores robadas en los jardines de Quilmes”

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—¿En qué condiciones escribió Flores robadas en los jardines de Quilmes? ¿Cómo le afectó la censura a la escritura del libro?

—Con muchísima libertad, con una libertad casi insultante hoy, al recordarla. Porque cuando yo me decido a escribir la serie de cuatro novelas que va a ser después, la empiezo en 1975. Al escritor Haroldo Conti, al que está dedicada Flores robadas, en una caminata entre Viamonte y Pueyrredón, donde estaba la revista Crisis y el Once, donde vivía su hermana y donde por entonces vivía yo, le conté prácticamente la base de lo que iba a ser mi novela Flores robadas en los jardines de Quilmes, que era una especie de balance muy precipitado de la generación (yo tenía 29 años) de entonces. Pero percibía que se iba todo absolutamente al demonio. Y me sentía cargado con una historia enorme, que hoy casi la recuerdo con ternura, porque tengo 61 años. Recordar a aquel chico de 29 años que suponía que estaba en condiciones de hacer un balance generacional por todo lo que me había pasado y había experimentado. Me acuerdo que se lo conté: “Ahora viene el golpe militar”. El golpe militar a mí me cambia directamente la vida.

—¿Cómo lo sorprende el golpe militar?

—Escéptico, con la percepción de que todo se iba al demonio. Desde el 73 yo había dejado la militancia de izquierda pero estaba “enredado” afectiva e ideológicamente en el universo de la izquierda. En el 74 saco mi primer premio, mi primera mención Casa de las Américas por Los reventados. Bueno, estaba en listas, como todos, todo absolutamente ya como vencido, entregado... en el sentido que estaba muy escéptico, veía que todo se iba al demonio. Hay un texto que está en un cuento que se llama Fe de ratas, publicado en 1976 que se llama Las Fac. Ahí, más o menos, refleja esa sensación mía de este fenómeno político, publicado en el 76 pero escrito más o menos en el 74, con todo lo que tiene que ver con esa época, razón por la cual, en mí, todo lo que era represión, lo nuevo... para mí, era como que lo veía venir. Y en esta sociedad bastante hipócrita, en realidad todos lo esperaban. Y una gran mayoría en ese entonces, lo deseaba.

—¿Por qué dice que escribió la novela con absolutísima libertad?

—Porque en 1976 yo me afeito, me pongo hasta más presentable, viajo a Brasil a presentar la edición del libro Los reventados en portugués. Cuando vuelvo, era casi todo un desastre... sinceramente, me habían ido a buscar, mi ex mujer en otro lugar... todo un lío... y me iba de la Argentina. Me iba a Brasil. Está todo contado en otro libro mío (Diario de la Argentina, episodio autobiográfico), que llego a la Editorial Sudamericana, casi para despedirme. Estaba Fernando Sánchez Orondo como jefe de prensa, pido por él, me dicen que no podía atenderme porque estaban tratando el concurso Clarín-Sudamericana, pero le dicen que estoy yo. Cuando le dicen que está Jorge Asís aparece un hombre diciendo: “¿Dónde está Jorge Asís? Quiero verlo a Jorge Asís”. Ese señor, que en ese momento era el capo máximo del diario Clarín, me dice “Vení a verme que quiero hablar con vos”. Yo voy al día siguiente dispuesto a barrer y me quedo en Clarín. Cambia muy pronto mi vida. Me convierto en otra persona. Empiezo a ser Oberdán Rocamora. Me hago famosísimo como Oberdán Rocamora en esos tiempos, para muchos inmorales, del proceso en el 77. Fui muy famoso porque ¿qué es lo que pasa en el 76? Como no existe la política, empiezan a ganar espacio otras secciones como información general, el deporte. Yo entro como escritor y me dicen directamente: “Tenés que ser el orificio por donde respira el diario, el Clarín”. Casi con claridad, y está contado en otro libro mío, Diario de la Argentina, me dicen: “Nosotros estamos con el proceso militar en lo político pero estamos en contra del equipo económico Martínez de Hoz”. En aquel tiempo estaban los desarrollistas, frigeristas, con el control ideológico de Clarín, todo lo que sea crítica a la cuestión económica era bastante bienvenido porque el desarrollismo aspiraba a quedarse con la parte económica del proceso. Todas estas cosas, que yo las entiendo después, pero en ese momento, para mí era un laburo que me salvaba.

—Como periodista...

—Sí, como periodista. Yo paso a ser Oberdán Rocamora y durante años Jorge Asís pasa a ser para mí un extraño. Pasa a ser, para mí, un tipo que se quedó en el 76. Que incluso yo me entero en el suplemento cultural del Clarín que querían hacer un encuentro entre un escritor mayor y un escritor joven, y decía el escritor joven más importante, más relevante que tenemos acá en la Argentina es Jorge Asís. Pero alguien muy ubicado, después me entero, dice: “Pero Asís se terminó en el 76”. Cosa que era rigurosamente cierta. Ahora, entonces, ¿por qué digo yo con una enorme libertad? Porque yo me lanzo a escribir esa historia que le había contado a mi amigo Haroldo Conti, que ya había desaparecido, en aquella caminata por la calle Córdoba. Me largo a escribir, con una libertad atroz, porque tenía la certeza y la despreocupación de saber que aquello que escribía no se iba a publicar no sé por cuánto tiempo. Razón por la cual escribía con una enorme coartada y contaba con una enorme libertad; y disfrutaba enormemente al contar no solamente Flores robadas en los jardines de Quilmes. En ese lapsus yo escribo lo que iba a ser después Carne picada; canguros, la última Canguros que va a salir ahora como Cazador de canguros y La calle de los caballos muertos que es un insert de las otras, es una cuarta novela. Esta novela era una de las tres. Yo escribo, desesperadamente diría, entre el 75, 76, 77 y 78. De primera, ¿dónde escribía? Porque yo tampoco tenía un lugar donde escribir. Porque yo tenía un departamentito, que lo había tenido que alquilar... todas las cuestiones. Mi lugar de máxima protección era Clarín, donde me había convertido en un personaje: Rocamora. Oberdán Rocamora era un personaje. En realidad, si dicen “Jorge Asís: un éxito del proceso”, al que tienen que investigar como exitoso del proceso fue a Oberdán Rocamora porque escribía unas notas impertinentes, bien escritas, irreverentes, aguafuertes... que eran consumidas en ese momento. El diario vendía entre 700 y 800 mil ejemplares por día, en los años del mundial llega a más de un millón de ejemplares, una popularidad la de Rocamora, atroz. Y yo, simultáneamente, en el propio diario. A veces me iba a la mañana y escribía estas obras con una libertad que yo no sé si volví a tener para escribir. Yo tenía la despreocupación y ninguna urgencia por terminar absolutamente nada. Porque eso que yo escribía, de ningún modo se podía publicar en esa fecha.

—¿No es esa una situación irónica entonces? Casi nadie podía publicar o escribir con libertad...

—Sí... y yo escribía con una absolutísima libertad, liberado de todo tipo de cuestionamientos...

—Eso es exactamente lo que la ironía le permite decir, es un doble juego, es oscilar entre un extremo y otro...

—Por supuesto. Porque, ¿qué es lo que pasa? En 1978 yo corro una carrera de autos como Oberdán Rocamora. Cuarenta días paso en un auto de carrera, en una carrera que es Buenos Aires-Caracas-Ushuaia-Buenos Aires. Yo doy toda la vuelta, aparezco en la tapa del diario con Fangio y con Bordeu, flaco, debe estar en el archivo del diario. Estoy flaco, chupado, después de 40 días; y ahí mucha gente se da cuenta de que Oberdán Rocamora y Asís eran la misma persona. Después de eso me voy veinte días a un departamento que me prestan en Mar del Plata en el mes de octubre. Y solo, en ese departamento en Mar del Plata, termino la primer versión de Flores robadas, casi como para terminarla. Entre 1978 y 1980 la novela pasó por todas las editoriales argentinas en ese momento.

—¿La rechazaban?

—Con entusiasmo.

—¿Por qué? ¿Qué le decían?

—Por la temática, porque en ese momento no se podía ir ni siquiera con algo que tuviera que ver algo con la realidad. Pero, ¿qué es lo que pasa? Ya escrita la novela, ya todos sabían que yo tenía una novela. Y viene una cierta lasitud a partir de 1979, después del mundial en la Argentina. El proceso militar ya era distinto, ya hasta había fracasado, ya había que buscar una salida política. Ya se hablaba del cuarto hombre. Esto fue antes de Malvinas. Trascendían cuestiones internas de los militares. Y en 1980, con la apertura del videlismo al violismo, exactamente en ese momento, con la editorial Losada, que tenían una situación pendiente conmigo (porque habían querido publicarme a principio de los 70 pero por distintas cuestiones que sería muy largo de contar, pero que fueron muy pintorescas, no pudieron publicarme, pero que quedaron bien, con onda conmigo), había buenos amigos ahí. Ahí estaban Jorge Laborda, que era un crítico argentino, crítico de la editorial y amigo mío personal, y una mujer que cuando la recuerdo me emociono, que es Beatriz Guido. Beatriz creo que ni siquiera había leído mi novela pero le rompía tanto a Gonzalo Losada: “Hay que publicarlo a Jorgito, porque la novela de Jorge... porque lo que es Jorge...”. A caballo también de la fama que yo tenía en esos momentos por Clarín. Sale la novela y pasa lo que pasó. Hacía tres meses de la primer edición y Hugo Levin, de Galerna Distribuidora y Editora, uno de los editores que rechazaron mi novela, inclusive, cuando vio que salió mi novela compró diez mil ejemplares en firme. Al comprar diez mil ejemplares en firme, Losada no podía distribuirla a su gente y de más, hacen cinco mil ejemplares, que se agotan en dos días. Y después, yo no sé cómo fue. El gran mérito fue vender con Losada como ciento veinte mil ejemplares. Y ahí empieza otra historia: la historia del éxito, que es infinitamente más problemática que la historia de los obstáculos para generar el éxito. Porque el éxito condiciona, de alguna manera, el resto de mi carrera literaria. Porque el éxito viene directamente con la condena, con la sospecha: ¿cómo vas a ser un éxito en esos años inmorales sin ser parte y sin ser colaboracionista?, o sin resultar funcional a la dictadura militar y toda la cantidad de agravios que empezaron a surgir desde el interior de la Argentina, algunos por motivos hasta vascos; y desde el exterior, donde había algunos intelectuales que estaban en el exilio que no podían admitir la existencia de una literatura digna que se escribiera desde el interior de la Argentina. Razón por la cual, yo, con treinta y pico de años, y con una soberbia feroz (sinceramente no me importaba nada todo), se generó todo un malentendido que signó toda mi existencia y mi literatura posterior, porque después del éxito y repercusión vino una fierísima y despiadada global persecución. Todos aquellos incluso, que sabían que yo tenía una novela que no se podía publicar y me utilizaban casi como bandera para hablar de la censura, esos eran los mismos que prácticamente me ponían bajo sospecha. En adelante pasé a ser un escritor sospechoso para todos.

—Que lo llevó a retirar sus novelas de circulación durante una época...

—Eso fue después, fue una generación de equívocos que arranca desde ahí. También reitero, con las características de mi personalidad provocativa. Pero sinceramente tampoco creo que había que hacer una cosa absolutamente correcta, para hacerlo políticamente correcto, para que toda la cretinada lo aceptara, no, no. Sinceramente, no. Yo seguí con lo mío hasta que me quedé intelectual y políticamente solo, existencial, ontológicamente solo. Hay un libro que se escribió sobre mí, sobre esto, le dedicó ocho años, pobrecita, se llama Nidia Burghos, de la Universidad de Bahía Blanca. Escribió un libro donde cuenta todo esto, sabe más de mí que yo. El éxito también me produce una acotación hasta en el propio diario donde yo estaba. Era el escritor que tenía más lectores pero que no tenía espacio porque empezaban cosas como ésta: “Es que utilizó el diario para subir”. y empiezan todas estas cosas menores que, con un caracterología bastante particular como la mía, fue generando toda una serie de tensiones. Después viene Carne picada, cobro mucho dinero por el contrato de esa novela y todos se enteran y se encargan de contar la cantidad de dinero que yo cobro. Era una editorial que se quería instalar en la Argentina y compra. Gané muchos miles de dólares y me compré una casa, y todo se sabía. Y después de Malvinas, viene prácticamente mi declinación. ¿Por qué? Porque lo mío era muy duro en ese momento: proceso militar en la Argentina pero era blando o tierno para toda la literatura revolucionaria que venía después, toda la prosa reparatoria de tanta... y es como que yo me quedo en el medio, como que siempre me quedo aferrado al proceso que se termina. Así como aquel tipo decía: “Asís se terminó en el 76”, con el advenimiento de la democracia “Asís se terminó en el 83”. En realidad, yo no tengo otra alternativa que la ironía porque vivo terminándome. Terminándome siempre por períodos, razón por la cual, cuando yo doy una charla, no generalmente de política sino a los que se interesan por la cuestión mía literaria, yo clasifico mi obra a partir de los procesos institucionales de la Argentina. Yo tengo mi obra entre el comienzo de 1976, la obra escrita entre el 76 y el 83, la obra escrita en los años del alfonsinismo, que ahí escribo mi novela que es la más litigiosa, por la cual seguramente se me va a recordar, que es el Diario de la Argentina, que es sobre Clarín que ahí ya oficializo y legitimo toda sospecha y toda proscripción. Después vienen horribles momentos que se pueden leer en Cuaderno del acostado, cuando me pasan por arriba, no tenía más nada que hacer en este país. Razón por la cual yo construí conscientemente mi propia epopeya, mi propio mito. En realidad pasé esos momentos hasta el día que, en 1988, yo tomo conciencia de que desafío demasiado al poder, el poder me pasa por encima. Decido crear, por mi propia cuenta, otro polo de poder y tiene que ver con mi adscripción ya diferente, a la política, y al contrario, yo no soy como muchos creen, hoy, un escritor atemperado, condicionado por la política. Si no hubiera sido por la política hubieran terminado conmigo como escritor y me hubieran convertido en un suplicante solicitador de trabajitos. Pero con la política, en muy poco tiempo, otra vez otro gran salto mío, termino como Su Excelencia en París. Pero ahí ya viene todo otro proceso que termina... todas esas cosas que yo sé que al intelectual (y muchos intelectuales extranjeros me tienen como objeto pintoresco de estudio por las cosas que me pasan) porque fundamentalmente a los intelectuales casi no les pasa nada, no les pasan muchas cosas en la vida, de pronto están con los temas... que si aparece tal croniquita, o aparece tal traducción... son honores mínimos y disputas de poder irrisorio diría. Y yo que paso de arriba a abajo y de pronto aparezco trabajando en televisión, es decir, me pasan muchas cosas, y todavía me siguen pasando muchas cosas. Vengo de ser candidato a la vicepresidencia de la nación y mis libros, felizmente, no sé quién los lee, pero se reeditan, se hacen pocket y ya empiezo a ser leído y en algún momento diría ya discutido y valorado por los hijos de aquellos que me obturaron. Razón por la cual todo tiene que ver con una cuestión de ironía. La ironía hay que aceptarla como una manifestación de la inteligencia, que te permite más o menos caricaturizar.

—¿La ironía surge como su estilo personal o es una elección para salir airoso de situaciones complicadas?

—Se me ocurre.

—¿Puede ser una forma de quedar bien o salir bien parado?

—Nooo... si yo quisiera quedar bien con todo el mundo, hubiera trabajado de otra forma. La ironía me sirve para interpretar una realidad enormemente irónica, la argentina.

—¿La Argentina es irónica?

—La Argentina y el mundo. A mí, la novela de Kundera, La broma, me parece una ironía absolutamente desgarradora que tiene que ver con el paso del tiempo, con las mutaciones, cambios de discurso en las mismas personas para sobrevivir. Para mí Internet ha sido la salvación. Internet me permite tener mi propio medio de comunicación, vivo de él, tengo miles de visitantes cotidianos, ya los números son otros. Sale un librito y se puede decir que hay un escritor más o menos de éxito en la Argentina porque vende tres mil ejemplares. Por ejemplo, hoy sale una nota mía que va a tener treinta y cinco mil visitas, va a ser reproducida por catorce portales distintos, va a ser forwardeada por gente desconocida y se va a poder leer en cualquier parte del mundo. Y bueno, eso es poder. Legitimidad propia, peso propio. Cuando yo tengo el portal, cuando yo publico con el portal nadie se mete conmigo. Casi diría que me convierto en una especie de intocable, nadie quiere que me ocupe de él. Y yo puedo decirlo hasta con esta ironía: nadie quiere que yo me ocupe de sus asuntos. Y estas son manifestaciones que tienen que ver con un país en un mundo donde las cuestiones de poder y lo que yo disputo es un liderazgo conceptual. Un liderazgo de concepto que en la práctica es también un liderazgo político. Te convertís en “opinator”, o en líder de opinión, de consulta. Y ya sinceramente el tema de los libros, el publicar o no publicar otra novela no me desespera. Tengo obras, publicaría. Yo hoy tengo un diálogo entre mi palabra, mi inspiración, la realidad y la gente que un escritor como yo hubiera querido ser contemporáneo de Juan Bautista Alberdi, de Sarmiento, la Argentina es un país hecho por escritores. Y si está mal hecho, y si está mal diseñado, también está mal diseñado por culpa de los escritores. En la Argentina, los escritores que me interesan a mí tienen esta visión de la cultura y la política casi de una manera similar. Me hubiera encantado, salvando las distancias, ser contemporáneo de estos tipos.

—Cuando se publica Flores robadas, ¿tiene usted algún problema? Algunos críticos dijeron que estaba alineada con la ideología de la dictadura.

—Eso es un disparate.

—¿Cómo fue que permitieron su publicación si no lo estaba?

—Es una cuestión de poder. Yo en ese momento era Rocamora, Asís, de Clarín. Aparte era más complicado ahí censurar. Y además, ¿por qué? Sinceramente si alguien dice que es la novela enrolada con la dictadura significa que uno tiene que ser absolutamente un partidario total de lo que fue la guerrilla en Argentina. Sinceramente, es una cuestión más o menos de distancia. No es casualidad que yo, ya en el 74, veía que se iba al demonio todo. Hubo un intento de autocrítica generacional que tal vez fue precipitado. Hoy lo veo con el tiempo, a ese mocoso impertinente que se cree ya en condiciones de reflexionar de su generación. Pero en realidad lo mío fue todo muy precipitado. Yo era un apasionado pregonador de la juventud. Yo nunca imaginé mi vida para más allá de los cincuenta años en aquel momento. Hay un libro mío que se llama Carne picada. Que ahí se habla de la juventud como lo único importante. Yo no creía que se podía vivir más allá de los treinta y cinco años, razón por la cual yo escribía con desesperación, con ganas de terminar con todo. Entonces, la cuestión es muy elemental: “Si no se prohíbe, entonces se es cómplice”. El regulador estético es entonces el funcionario que te puede prohibir o no prohibir. Ahora, ¿cómo prohíben algo que cuando (y esto sí que es ironía) pasaron cuatro meses que por los problemas internos de Losada no aparecía mi libro, no aparecían las reediciones? Lo que circulaba, se prestaba y seguía figurando en lista de best-sellers... y no había más libros. Hasta que aparece una nueva edición de Flores robadas, como de diez mil ejemplares, de la Librería Clásica y Moderna. Cuando aparece la edición ponen un gran cartel que dice “Recibimos Flores robadas”. Y había porteros que creían que recibían flores y robaban (se ríe). Ahora, si el código es “¿Por qué no la prohibieron? Y si no la prohibieron entonces se es cómplice”, es no entender absolutamente nada porque ese proceso tenía que ver ya con un violismo, con una apertura, con un proceso que estaba en vías de extinción, en la preparación de la aventura de Malvinas y liquidación total. Ya en el 82 se publicaban todas las cosas. Aparece mi libro y aparece el de Piglia. Como el de Piglia es oscuro, alegórico, entonces “ésa tiene que ser la fórmula” y demás. El Falcon verde como emblema de la dictadura militar surge de Flores robadas. El Falcon verde “que lo tomaron unos ciudadanos de pelo corto...”. Si los tipos lo que hubieran necesitado era que yo escribiera una proclama pro-montonera, pro ERP de la Argentina en 1980, golpean la puerta equivocada. Primero, porque no estoy con ellos, no tengo que ver con ellos. Segundo, porque son exactamente los que fomentaron ese golpe militar. Es una cuestión de crítica política que no tiene que ver con la mala fe o con la mala leche. Porque en realidad, la construcción del golpe militar fue una construcción compartida por una izquierda que en ningún momento valoró lo que era el sistema institucional democrático ni tampoco valoró, por supuesto, la defensa de los derechos humanos. Eso viene después. Después de la derrota. Yo no tenía ninguna obligación de ver la realidad como si yo fuera Osvaldo Bayer desde Alemania. Si yo sinceramente no quería, no participaba... salvo que me digan que es pecaminoso no haber apostado. Yo quisiera saber qué hubiese pasado si hubiese ganado el ERP o Montoneros, ¿qué hubiera pasado con la Argentina? No creo que hubiera habido un epílogo superior al que hubo con el triunfo de los otros, y esto no es teoría de los dos demonios. Yo no participaba ideológicamente de la política de la guerrilla. Todas esas cosas heroicas que se cuentan... Si leen mi cuento Las Fac,que es escrito en el 74 o el 75, es mucho peor que Flores robadas, es mucho más irónico, porque ahí me vienen a buscar a mí, al narrador, porque se formaban las Fuerzas Armadas Culturales. Yo ya lo tomaba antes a eso con una dimensión tamizada por un humor desesperado. Aparte desesperado porque mis amigos son los muertos.

—Hay una metáfora en Flores robadas que dice “la ola, o ponele, los militares, nos tiraron el castillito a la mierda...”. ¿Es éste el mensaje central de la novela?

—Por supuesto que sí. Algunos se enojaron con la mina que decía que tiene ganas de irse, que “se metan el país en el culo”... Claro, por supuesto. ¿qué pensaban? Que rajen.

—Rodolfo, en la novela, ¿siente una sana envidia porque Samantha se va?

—No.

—Hay momentos que pareciera que él también se quiere ir.

—No, ese Rodolfo es un sobreviviente, porque la quiere pero no la tomó en serio, y en una forma de distancia le dice “perdoname todas las jodas”, y después se ponen a hablar del Conde de Píndola y esas cosas así que tienen que ver con esa formación...

—Es el típico porteño flirteador.

—El típico porteño flirteador y que, bueno, si eso lo puede hacer casi como el Woody Allen de Manhattan, casi como si fuese una genialidad, esa cosa, de ese porteño...

—Marinelli le dice constantemente que es un mentiroso: “sos un tipito todo hecho de mentiras”.

—Pero por supuesto. Se lo dice a cada rato y se ríe. Se le ríe y se ríe de sí mismo todo el tiempo. En ese momento fue una manera... El libro ese se nota que está escrito con una libertad que no sé si volví a tener.

—Eso es irónico. No se podía escribir con libertad.

—Yo lo pude escribir porque sabía que vivía de Clarín. Escribía como Oberdán Rocamora, estaba en el diario. Cuando venía la hora que venían todos los periodistas inventaba cualquier nota para escaparme, tomarme un café, ir, escribir algo y volver. Y escribía con la libertad de aquél que no tiene nada para terminar ni quiere publicar, sabe que no va a publicar en lo inmediato. Yo me acuerdo estando solo en la mañana en Clarín, escribiendo alguno de estos capítulos y yo solo me mataba de risa, se reían todos “¿Qué estará haciendo el loco éste?”. Porque no solamente fue la base de Flores robadas. Fue Flores robadas, Carne picada, Canguros, todas esas novelas las escribí en esa época. No fue que yo después empecé a sacar libros como chorizos. Ya estaban escritos, porque me pasé años escribiendo. Tenía el verano, y en ese momento no tenía ordenador o laptop. En ese momento tenía que poner una frazadita debajo de la máquina por el ruido que hacía, para que mi hija pudiera dormir. Y para corregir una página tenía que pasar toda la hoja. Con lo que me costaba escribir... si uno no es libre cuando escribe, ¿cuándo va a serlo? Por eso digo, no volví a tener esa libertad porque el éxito generó un condicionamiento, un posicionamiento, una serie de miradas que incluso inexorablemente en la escritura uno tenía que ser una especie de respondedor de críticas que yo sabía que estaban. Hubo algún idiota, que fue Avellaneda, que publicó un libro, o un artículo que dice que mi discurso es el discurso de la dictadura militar. Este hombre está loco. El libro de Nidia Burghos lo recomiendo para leer. Se pasó años escribiéndolo.

—Hay bastante gente que a usted no lo quiere...

—Ya lo sé, yo reconozco que es así. Pero lo que pasa es que los hijos de esa gente me empiezan a valorar.

—Si comparamos el funcionamiento de la alegoría con la ironía, la alegoría presenta diferentes significados mientras que la ironía trabaja con opuestos.

—Eso se ve en esos dos tipos del comienzo, desesperados, que lo encuentran a Rodolfo y quieren verlo, y dicen salgamos a tomar un café y quieren recordar todo, es una crueldad.

—¿Y el rol de la mujer en la novela? Me parece que la mujer está presentada como objeto sexual, un poco denigrada, pareciera que la mujer es feliz sólo si es feliz sexualmente.

—Nooo, es exactamente lo contrario. Quienes supieron verlo a eso fueron los feministas. Yo cuento eso. Cuando el tipo dice que “el amor era un combate en el que tenía que triunfar el macho”. Las minas supieron ver que lo que se contaba directamente ahí era una situación que suponía una discriminación. Después Samantha crece pero con una fuerza...

—Samantha sí, pero ¿las otras?

—¿Y los tipos? ¿y cómo quedan los tipos? De última el problema del autor es con el género humano. No es con las minas. ¿Cómo queda Marinelli, el propio Rodolfo, los personajes de la novela, el pobre tipo, el verdulerito ése? La que se va es Samantha.

—La que triunfa es Samantha. ¿Triunfa porque se va?

—No. Se va por que sí. Triunfa, sale. No es por casualidad que fue tomada por heroína. Casi todas las chicas que hoy tienen 25 o 26 años que se llaman Samantha es por Flores robadas en los jardines de Quilmes. Yo me acuerdo cuando se estrenó la película, un día en Mendoza, había no menos de dos o tres minas llorando en el final diciendo: “Usted contó mi historia”. En el fondo, tal vez no es la propia historia. Es la Samantha que hubieran querido ser. Hay gente que tal vez Flores robadas es el único libro que leyó. Después de ese libro, me jodieron. No pude escribir más nada que no fuera comparado con esto. El problema es con el género humano, no es con Samantha, es con los tipos, con el padre de ella, con todos los personajes de la novela, con la tartamuda, con todo.

—Salvo Samantha, la mujer está presentada en la casa, con sus hijos, hasta la esposa de Rodolfo es ama de casa.

—Sí.

—La tartamuda tiene que limpiar, Samantha hace patines con el batón de su madre... “pisotea” el símbolo del ama de casa.

—¿Y la que se suicida?

—Que le dicen “coqueluche”, que es el nombre de una enfermedad. Todo lo que tiene que ver con la mujer está un poco rebuscado en la novela.

—No sé. Tendría que verlo.

—Rodolfo dice cosas muy groseras de su propia madre.

—Eso lo dice Marinelli. Dice: “Un día de estos voy a tener que cogerme a mi vieja” (se ríe).

—Marinelli es el bufón.

—Es Marinelli el que le dice a Rodolfo: ¿qué harías si te ofrecieran la reencarnación?

—Rodolfo le pregunta eso a Marinelli y Marinelli le contesta “que se la metan en el...”.

—Yo no me acuerdo, no la leí más. A la novela ésa no la puedo leer más.

—¿Usted está de acuerdo con la idea de que una vez que el autor terminó su novela, de ahí en más ya no puede decir más nada y es labor del lector interpretarla?

—Yo conocí escritores insoportables. Tan insoportables que vivían siempre modificando lo que habían escrito y te leían un cambio que habían hecho y te leían un cuento entero. A mí se me puede frecuentar porque no jodo a nadie. Yo no leo más. Yo no puedo leer lo mío anterior. Lo que me interesa es lo que está saliendo ahora. Publico libros que andan muy bien, que son selección de artículos del portal y tengo algunas novelas, pero soy consciente de aquella situación conmigo. El poder cultural es insólito. El poder literario que se puede tener como referente, canónico, como Saramago, Fuentes, viajeros que pontifican donde va, el poder del que yo me aparté. Porque hay un triángulo de poder que pasa por los directores de colecciones de las editoriales, que por lo general escriben, directores de las editoriales que a lo mejor escriben, directores de suplementos, y críticos de suplementos literarios que también seguramente escriben, llevan sus libros a estas colecciones de editoriales y el tercer polo de poder es la universidad, donde también hay escritores que más o menos digitan lo que se publica. Entonces te bendicen o te maldicen y hay una exaltación y una celebración de la literatura de 500 ejemplares, que está hecha para los críticos y deja aparte al lector. Este circuito es lo que otorga prestigio. Yo eso, como no lo tengo, porque yo soy sospechado, condenado, execrado por cuestiones estéticas, si se quiere éticas, por haber sido menemista, embajador de Menem, por no ser de izquierda. Porque si vos no sos de izquierda, aunque no exista la izquierda electoralmente, aunque los tipos no voten a la izquierda, si no pertenecés a la izquierda culturalmente hablando es como si tuvieras un defecto físico. Y sinceramente, muchachos, yo no soy de izquierda. Fui. Y como conozco la izquierda, fui militante de izquierda, di algún cursito de izquierda, es muy difícil que me pongan a mí en una bolsa teórica fácilmente con preceptos. Conozco a la Unión Soviética, conozco a los países socialistas, tengo una cierta cosa... bueno. Todo ese espacio progre de malditos que quieren salir en la tapa del suplemento cultural diciendo que son malditos sé que no lo tengo. Salieron siete libros míos en esta colección y ni un solo suplemento cultural pone una línea, y, si alguno me entrevista, la entrevista es para preguntarme por qué es que no me quieren todos los escritores, un disparate. Razón por la cual gano más plata, la paso mejor, vivo de mi escritura y mi palabra. No puedo publicar mis novelas. Novelas mías se reeditan, pero novelas nuevas... tirar otro libro así para... no, por ahora, por lo menos.

—Haber escrito un best-seller durante la dictadura puede ser visto como oportunista.

—¿Oportunista? Una novela que se publicó en esa oportunidad... antes hay que escribirla, hay que escribir 300 y pico de ejemplares... después decir que soy oportunista. Ojalá tuviera hoy una novela que tomara directamente la temperatura de la época.