Letras
“Las hijas del espino”, de Lucía EstradaLas hijas del espino
Extractos

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Yocasta

Si preguntaras
a la Piedra
respondería con tu nombre:
el propio corazón
                         es el oráculo.

 

María Egipciaca

I

Una piedra guarda
los nombres de la piedra

                     tú estás entre los más altos

quien mire atento los cristales
bajo el musgo
                     no encontraría
la noche más larga

aparta otra vez el brillo
ofrece el negro de los subterráneos
el crujir de las retortas

                     enciende un fuego que dure
                     lo que los elementos

y ayúdame a comprender

de este lado de la llama
por qué el pájaro ya es fuego
cuando atraviesa el humo

                      tiéndeme al lado de tu espera

noche a noche seguiré
el recorrido de tu pupila
                     hasta el alba.

 

II

Soy en otros cuerpos
me diluyo

                          pacientes
sus manos me construyen
como tejiéndose a sí mismas

perpendiculares fabulosas
                          por las que resbala
un oro líquido

altas torres
mis ojos en la oscuridad
esperando acontecer

                          entrar en lo desconocido
es hilar un poco
                          en la rueca
                          de los acercamientos.

 

Djuna

Pregunto por el sueño

            y en respuesta
lentos animales
de la noche
            rodean mi casa.

 

Luisa Ackermann

Dibuja sobre mí un pez
cúbrelo de agua hasta que desaparezca

              siembra en mi lugar un fresno
             derríbalo con tu hacha

instituye bajo mi lengua
un alfabeto sagrado
que en él se reconozcan los hijos del mar
                                                  y del aire
ordénales después el olvido

nunca fui la mano que se abre
y muestra las líneas de su destino

              mi alma es el puño cerrado
              la aldea desierta
              el paraíso tras la caída de todos los ángeles

escribo para merecerlo.

 

Alma Mahler

Yo también lo prefiero.

Es más bella la mano
al pulsar una cuerda invisible.

Cuando duermes,
reaparecen las tres mil sombras de tus dedos
tejiendo filigranas
en el oscuro cuello del dragón.

Te miro inquieta
sin atreverme a respirar.

Es la hora más alta
del doble vuelo nocturno.

Escribo en la seda de tus párpados
mi temor de perderle,
de que huya como un gato por los techos,
de que salte y reviente la cuerda
de todas las campanas del mundo,
de que se despeñe con el sonido metálico
de un arcángel
en el centro mismo de la orquesta.

Yo también lo prefiero
cóncavo y oscuro.

La clave blanca y negra
de todo cuanto existe
se advierte
en su sinfonía de agujas.

 

Cosima Wagner

Ofreceré mis ojos
al paso de la yegua nocturna,
ofreceré mi fiebre,
el arco de la medianoche;
porque tú estás al fondo,
porque es tu imagen
la que se oculta bajo el yelmo.

Una danza mortal
en el vientre blanco
de los sonidos que se cruzan.

Somos ángeles enraizados
allí donde nadie sueña.

La casa está vacía
y el oído.
Puedes entrar a galope
en el reino de los timbales
y las flautas.

Puedo morir
para que la música
siga en ascenso.

 

Clara Westhoff

Qué cercanas y distintas
las hojas de un mismo árbol.

Crecen silenciosas
en la contemplación de sí,
de sus bordes,
en el trabajo minucioso del insecto
que las hiere.

Apenas unidas por un hilo de savia
a la corteza del mundo,
a su naturaleza vegetal.

El viento las obliga a inclinarse
sobre su propia sombra
y en el misterio único
de ser Sauce o Avellano,
se adhieren, se compenetran
sin perturbarse.
Así, recibirán a un tiempo
su gota de lluvia,
el beso ígneo del verano.

Caerán también bajo la misma luz,
rodearán como sílabas diversas
de un mismo alfabeto
la profundidad de las raíces,
la grieta oscura del tronco
que las vio levantarse
y permanecer.