Letras
Breve historia de la realidad
(1800-2007)

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1 Nadie supo jamás cómo obtuvieron el dinero (la herencia había sido dilapidada años atrás), pero lo cierto es que los hijos del viejo Fountainhill compraron la libertad de 1.000 esclavos del sur de Estados Unidos para trasladarlos a la Patagonia Argentina, donde los hermanos y sus libertos erigirían una ciudad en medio de la desolación del fin del mundo. Poco antes de partir, sin embargo, uno de los hermanos muere y el otro, herido y agonizante, logra apenas reunir las fuerzas necesarias para llevar a cabo el traslado. Postrado y sabiendo que sus días están contados, se las arregla para guiar su flota por los mares y arribar a las tierras prometidas, donde muere poco tiempo después de colocada la piedra fundamental de las nuevas construcciones. La ciudad, a medida que pasan los años, prospera. El misterio de la doble muerte nunca es resuelto. 2 Hacia los años sesenta del siglo XIX el nieto de uno de los libertos resuelve que será él quien inicie la tradición literaria de la que entiende la más joven de las naciones del orbe, oculta en la Patagonia pero merecedora de ser conocida por pensadores de todo el mundo. Habrá de resaltar los ideales de los hermanos, la pujanza de los antiguos esclavos y la fe de la humanidad en el progreso, inclusive cuando está perdida en el fin del mundo. Sin embargo, en su afán investigador, tropieza una y otra vez con barreras y misterios hasta que, finalmente, logra dar con los escritos del hermano que condujo a su pueblo hacia la nueva vida. Encuentra también cartas y notas del hermano muerto en Estados Unidos, y lo que asoma desde esos archivos llena su alma de terror; roba los documentos y huye de la ciudad en dirección a Buenos Aires, donde se instala pasando en un principio mil penurias pero eventualmente mejorando lo suficiente su situación como para poder entregarse a su tarea. Ya en edad madura y padre de hijos mayores, escribe los últimos capítulos de la historia completa de Fountain City. Había descubierto, entre otras cosas, que los hermanos disputaron el amor de la misma mujer, que el dinero había sido ganado con sangre, robado y estafado, que había asomado la sombra del parricidio y el incesto. ¿Contamina esta sangre el destino de la ciudad? Sí, por supuesto, pero él está lejos, y las vidas y el futuro de su antigua gente ya no arraigan en su pasión. Resuelve sustituir con detalles de su invención (y de sus anhelos y sus sueños) aquello que no comprenda o deba encubrir movido por el pudor más elemental; el libro se publica sin mayores repercusiones. Está escrito en un español trémulo, contaminado de anglicismos y de la fosilizada jerga del sur de sus mayores. 3 En 1908, un joven poeta Montevideano, amigo de Julio Herrera y Reissig, encuentra, revolviendo los libros mohosos de cierto mercado de las pulgas, un ejemplar de Historia de la fundación y devenir de Fountain City, la ciudad del fin del mundo. Creyendo que se trata de una novela utópica compra el libro y empieza esa misma tarde a leerlo, en el fondo de un caserón del Prado. Pronto entiende que es una historia verídica, no registrada por la historia oficial de Uruguay, Chile o Argentina. El destino de los hermanos Fountainhill y su ciudad se mezcla con la vida y penurias de Joe Smith, el autor, un perfecto desconocido en las letras rioplatenses que, calcula el poeta, debe andar por los setenta años o un poco menos. Algo en el estilo, en el brío bárbaro de aquellas palabras, cautiva al joven y lo convence de la necesidad de viajar a Buenos Aires en busca de Smith. Hace acopio de algunos dineros y se despide de sus amistades, confiándole a Herrera y Reissig que está embarcándose en una búsqueda llamada a cambiar la historia de las ideas de los hombres, pues en alguna parte existiría la Utopía o una Utopía posible, análoga a la República de Platón o a la soñada por Tomás Moro. Una vez en Buenos Aires todos los esfuerzos por encontrar a Smith son infructuosos. Nadie lo conoce, el pie de imprenta del libro es ilegible, nadie ha leído su obra. Resuelve, ya que no puede dar su empresa por fracasada tan pronto, perderse él mismo en la Patagonia para encontrar Fountain City, que imagina próspera y bellísima, acaso el lugar perfecto para retirarse a leer y escribir, a forjar su propia obra, que será de alta poesía. Deduce la ubicación exacta a partir de datos un poco confusos del libro de Smith y parte en tren, a caballo, a pie. No muy lejos de donde había postulado la ubicación de la ciudad encuentra apenas los restos de media docena de chozas, un abrevadero y dos caminos de tierra casi borrados por completo. Sigue buscando sin éxito; finalmente entiende que la obra de Smith era una ficción, que los hermanos jamás existieron, que en la Patagonia no está la Utopía. Humillado regresa a Buenos Aires, donde un amigo ha dado no con Joe Smith sino con su viuda, que aclarará el enigma: el nombre del autor es un pseudónimo, toda la historia de la ciudad una invención. El joven poeta se resigna al fracaso. En Montevideo se perderá en la política colaborando con Batlle y Ordóñez, lo le asegura cierta fortuna y renombre, aunque no en su amado mundo de las letras, que, de todas formas, muerto Herrera y Reissig, se ha convertido en un desierto. 4 Tienen que pasar más de treinta años para que, tras la prematura muerte de Hilario Barros, sus papeles caigan en manos de un sobrino ansioso de entender la historia de su familia. El muchacho se maravilla de descubrir que su tío había participado de la escena literaria del novecientos, protagonizando varios escándalos y polémicas, contra Quiroga y De Las Carreras. Una parienta remota confirma las historias y añade algún detalle pintoresco; el joven resuelve escribir la historia de su tío, celebrado como hombre de estado pero desconocido como autor de versos, entre los que exhuma mordaces parodias del modernismo a la moda y no pocos anuncios de cierta poesía de vanguardia aún por llegar. Pero encuentra también lo que parecen capítulos de una novela sobre la construcción de una ciudad en la Patagonia, un millar de negros del sur de Estados Unidos conducidos por dos hombres de genio que esconden un crimen pasional y una rivalidad maldita. La historia de estos hermanos lo fascina. Su tío jamás la había publicado y él mismo, según cree saber, jamás será capaz de inventar algo tan empapado de vida y tragedia, así que relee los papeles una y otra vez, inventa algunos detalles, ordena situaciones y cronologías (incluso mucho más atrás de la decisión de los hermanos de perderse en el fin del mundo) y da finalmente a la imprenta su novela El descenso, que sería alabada en su momento por Juan Carlos Onetti y Jorge Luis Borges. 5 En Mallorca se encuentran dos jóvenes, uno de ellos Mexicano, otro Uruguayo, ambos en el exilio, por diferentes razones pero compartiendo el desprecio por la idea simple de patria y la utopía de los caminos del mundo. La conversación sigue hasta la madrugada, entre copas de absenta que no tardan en encenderles los nervios. Uno de ellos, no importa cuál, nombra El descenso, de Felipe Castro. El otro no la ha leído. Surge la historia de los hermanos Fountainhill y del traidor Joe Smith, que huyó de la ciudad para regresar con la semilla de su destrucción porque el destino es monótono e implacable y lo sucedido entre los hermanos ha de repetirse, bajo múltiples máscaras. En las Baleares, lejos del Río de la Plata y de América del Norte, algunos nombres empiezan a cobrar otros relieves. Las palabras se abisman en la noche, los jóvenes entrevén cierto destino que puede estar esperándolos. Un hombre bastante mayor los escucha; cuando callan pide permiso y se sienta con ellos, paga otra ronda y se presenta. Soy Mateo Acevedo, dice, argentino, y lo que están contando no es ninguna novela, es verdad. ¿Cómo verdad?, pregunta el Mexicano, o el Uruguayo. Es verdad, yo vi la ciudad en la Patagonia, recién me entero del nombre pero vi la ciudad, una ciudad de negros escondida en el culo del mundo. Y añade: es una ciudad abominable, nadie sale jamás con vida o cuerdo, todo el mundo está loco o deforme, o ambas cosas. Hablan una lengua incomprensible y adoran ídolos de terror. A mí me disculpa, dice el Uruguayo o el Mexicano, pero todo eso suena a cuento de Lovecraft. Así será, contesta el otro, pero también es verdad. 6 Unos años después el Mexicano o el Uruguayo, no importa cuál, que se ha visto mezclado con guerrillas y fallidas y olvidadas revueltas en Belfast, en Chiapas, en Euskalherría, agoniza entre fiebres y morfina. Llama a gritos a su gente, jura que está cuerdo, que tiene algo que decir y que deben tomar nota. Detalla la localización de una ciudad que comenzó como utopía, una ciudad que inspiró a cierta novela de un tal Felipe Castro, escritor Uruguayo que con seguridad ha muerto hace años. Deben viajar y ubicar la ciudad, deben darla a conocer al mundo porque esconde un secreto terrible. Nadie lo toma en serio, excepto una fotógrafa que ha estado en Haití, en Nigeria, en Iraq. Ha leído la novela de Castro y por alguna razón las palabras del moribundo le parecen verdaderas; viaja a la Patagonia y sigue las confusas indicaciones. Desaparece por seis meses; es vuelta a ver en Barcelona, donde organiza una exposición de fotografías que revelan rostros curtidos por el tiempo, rostros de indios, de negros, de uruguayos, de argentinos, mexicanos, chilenos, peruanos, bolivianos, brasileños, venezolanos, catalanes, baskos, gallegos, irlandeses, escoceses, armenios, judíos, palestinos, hombres y mujeres. Ningún texto las acompaña, ninguna localización, ninguna aclaración, sólo los rostros. La muestra se publica en forma de libro; algunos creen deducir una historia por encima de las fotos, como un hilo conductor secreto. No falta quien la escriba, como crónica, como novela, como cuento fantástico. 7