Artículos y reportajes
Aquel célebre cadete

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Un ensayístico recorrido, más que suntuoso, explaya de manera crítica y reflexiva lo medular en la narrativa de Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936). Su autor, José Miguel Oviedo (Lima, 1934), es considerado un clásico en la acuciosa reflexión en torno a la obra de Vargas Llosa, integrante del boom latinoamericano en los años sesenta.

Los inicios de Vargas Llosa se remontan al periodismo en el diario La Crónica, labor que no ha abandonado a lo largo de su vida, y que fue cincelando al Vargas Llosa crítico, observador y de espíritu libertario que encontrara su primer magma de lecturas de “literatura libertina” en la biblioteca del Club Nacional, en donde laboraba durante su juventud, literatura francesa catalogada por Apollinaire en 1911 —nada menos que 930 títulos—, leídos en parte por el joven arequipeño.

Según la precisión crítica de Oviedo, en estos ensayos publicados en revistas o por encargo a prólogos a libros del gran novelista, el persistente leitmotiv que recorre la obra de Vargas Llosa parte de lo erótico, desligado de toda forma de poder, como único camino a la liberación del ser humano.

Una crítica al militarismo encumbraría al joven Vargas Llosa, que ya a los 27 años —el más joven del boom— fuera galardonado con el premio Biblioteca Breve, por esta primera novela ya madura, bajo el lema Los impostores; otro título provisional fue también La morada del héroe. La ciudad y los perros, La ciudad y la niebla y un tercer título que “ya no recuerda”, fueron sugeridos por Oviedo, “seguramente en la redacción del diario El Comercio”, antes de su publicación en España, por Seix Barral (1963).

En La casa verde alterna la narración de cinco historias en acontecer caleidoscópico, a lo largo de la novela, en una Piura marginal, de las chicherías y el prostíbulo, y la selva amazónica.

Anclado ya como un célebre escritor de renombre, alternando entre la trama novelesca y la crítica puntual ante un mundo siempre caótico en los ámbitos deshumanizados que urde una sociedad en crecimiento, su columna “Piedra de toque” (aparecida inicialmente en 1977 en la revista Caretas) recorre América y Europa en prestigiosos diarios cuyos lectores leen quincenalmente, reflexivas apreciaciones del mundo cambiante. Contra viento y marea reúne sus artículos periodísticos aparecidos en diarios como El País, El Comercio, Le Monde, entre otros, que muestran la faceta crítica de un intelectual plenamente comprometido con su sociedad, y que ya suman “quizá decenas de miles de páginas”. Series de reportajes periodísticos realizados entre los años 2003 y 2004: Diario de Irak e Israel/Palestina: paz o guerra santa, remarcando su faceta libertaria respecto del acaecer internacional, que muy bien tiene en la mira de francotirador acucioso de una realidad que no escapa a sus cuestionamientos reflexivos y malestar ante la guerra, el caos y los actos inmorales.

Conversación en La Catedral (1969) es una muestra de la plenitud alcanzada como narrador diestro, novela política, y visos de lo caótico y diverso del bajo mundo limeño acaecido durante el período dictatorial de Manuel Apolinario Odría (al que apenas menciona en una línea), entre 1948 y 1956; retratando un clima de “cinismo, apatía, resignación y podredumbre moral”, caricaturesca, “cacográfica”, del Perú del ochenio. Magistral estilo de contar, la intromisión de un narrador omnisciente, en la historia que van develando sus propios personajes. De lleno, la técnica al servicio de la historia, orquestada con ingenio magistral, dando la impresión de que apenas interviniera el autor, comparado a un Joyce invisible que —burlón— signa la vida de sus farfullescos personajes a su antojo en el Ulysses (1922), mientras se lima las uñas.

Oviedo observa que en Pantaleón y las visitadoras (1973) y La tía Julia y el escribidor (1977) aparece una segunda faceta más remarcada en la experimentación como curso de la narrativa. Alterna la crónica, el informe policial, cartas, documentos oficiales, artículo periodístico, etcétera, y el nada serio y parodiado discurso apocalíptico y moralizador de radio, que denota un mundillo provinciano alterado en su orden por el batallón de visitadoras regidas por la disciplina militar del mediocre Pantaleón Pantoja. En este segundo grupo de novelas aparece ya una faceta más irónica, parodiada, como que los temas tocados (prostitución, militarismo, “autorreferencialidad”) así lo requerían, una manera de darle más verosimilitud hilarante a esa verdad creada por el novelista, que nada tiene que ver con la del mundo fáctico, como creyeran lectores ingenuos.

Un puntual manifiesto criticando al gobierno aprista de la segunda mitad de los escabrosos años ochenta, ubicaría a Vargas Llosa como virtual candidato a la presidencia peruana, liderando el movimiento Libertad, unido luego al Fredemo, vencido en elecciones “democráticas” en el año 1990, por el ingeniero Alberto Fujimori; de seguro, una experiencia traumática para el escritor con esperanzadoras aspiraciones políticas.

La última faceta del escritor, El paraíso en la otra esquina (2003), entretejida por una mirada reflexiva, casi hibridizando el ensayo y la novela, por el carácter autorreflexivo de la narración, fusión de lo real y lo ficticio, que incluso el epitafio de Paul Gauguin no se sabe a ciencia cierta si ha sido inventado o tomado de la propia tumba de Koke, su apodo tahitiano. Alternancia que parte del mundo personal del novelista, su espacio autorreflexivo asociado a la experiencia de sus personajes, involucrando su historia al espacio de filosofía personal, imaginería, hilaridad tramada a la usanza del arquitecto que hace de la otra historia, su historia, universo independiente, convergida en el mundo imaginario-biográfico de su creador, una trama indesligable de su realidad como universo fáctico, desliza su rueda la última etapa del escritor. Estas dos biografías se alternan en un principio, desligadas, pero convergentes conforme se acerca el desenlace. Tanto por la cercanía genealógica de nieto y abuela, como protagonistas, como por la experiencia inventiva del autor mismo, nos acerca la confabulación a ese final desenlace, al que progresivamente se llega, en exquisita lectura bien documentada (como últimamente se caracterizan los proyectos novelísticos que aborda el escritor, programándolos cada quinquenio), que aparentemente mostraba cierto aislamiento, esto por el desarrollo paralelo y a la vez alternado, que en principio se creyera cada biografía por su lado, pero que un final de estoque desenlaza el encuentro feliz, llegada a buen puerto, culminación plena de la historia.

La última novela de este harto premiado y prolífico autor se embarca en una experiencia amorosa: Travesuras de la niña mala (2006) que arranca en los años cincuenta de una Lima miraflorina y continúan las narraciones en París, Londres, Tokio y Madrid.

La reciente faceta del escritor es la del teatro, habiendo presentado en la Feria del Libro de Guadalajara, el 2007, La verdad de las mentiras, adaptación teatral alimentada de textos célebres de la literatura universal, que ubican apasionadamente la escena de la experiencia por la lectura y la creación, sobre las tablas. Últimamente ha adaptado y escenificado Al pie del Támesis y Las mil y una noches.

De momento, Mario, autor de una treintena de libros, entre estudios, ensayos, novelas y teatro, ha emprendido al Congo en busca de información in situ para alimentar la redacción de su última novela, El sueño del celta, título provisional en torno a Roger Casement, “un irlandés que fue el primero en conocer al novelista Joseph Conrad, al llegar a ese país africano”, y que también merodeó la cuenca del río Putumayo, en la Amazonía peruana, defendiendo los derechos humanos, lo que le costaría la vida. Será una novela de “gran aliento”, en la que lleva ya un año trabajando —según leo en la Revista Ñ, del diario argentino El Clarín, y en el libro-homenaje ilustrado: Mario Vargas Llosa, La libertad y la vida (Planeta/PUCP, 2008).

Para el autor de Conversación en La Catedral, “la literatura es un mundo perfecto”. Ve en la apacible sensualidad del hipopótamo, hosco al hacer el amor, esa contradicción que lo emociona.

Estatua viva (2004), un poema largo con tres litografías de Fernando de Szyszlo y una instalación de estatuas del artista español Manolo Valdés, que incorporan “la poesía hablada”, muestran la faceta lírica (bien puesta) del autor de La fiesta del chivo (2000).

A sus 72 años, Mario Vargas Llosa es uno de los más grandes, célebres, galardonados, lúcidos y disciplinados escritores vivos del planeta, inventor de ficciones que son verosímiles en su propio universo. La totalidad de su obra ha sido y será (Dios mediante) una oda libertaria de ese héroe persistente signado a lo largo de su obra, de espíritu moralizador, infractor de las reglas impuestas, cuyo malestar existencial parte, protagonista rebelde, contrasistema, de un carácter hedónico, erótico, móvil para alcanzar la plena libertad como ser humano íntegro y perecedero, para así alcanzar y recrear sus fantasías, reinventando su propio mundo literario a partir de los escombros en donde le ha tocado habitar, devastado, mundo enfermo, incompleto. Ese mundo perfecto que urde su literatura (lejos de la realidad aplastante), tan bien cohesionada y a la vez indesligable de su frío magma real que es el mundo ordinario, para el autor de la próxima novela: Las cartas de doña Lucrecia (que cierra el ciclo dedon Rigoberto), alimenta mucho más a la imaginación del hombre, que la burda rutina, amén de si el oficio literario nos paga más con olvido que con lauros, lo cual no debiera importarnos más que la simple pasión por escribir.

 

Referencias bibliográficas