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Le Clézio: “Los libros son un tesoro mayor que las cuentas bancarias”
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El escritor Jean-Marie Le Clézio se convirtió este 7 de diciembre en el decimocuarto francés en recibir el Premio Nobel de Literatura. La Academia Sueca argumentó su decisión en favor de Le Clézio por ser “el escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada”. El rey Carlos Gustavo de Suecia distinguió al autor de El africano, La cuarentena y El atestado, junto a los ganadores en las categorías científicas, en la Sala de Conciertos de Estocolmo.

En su discurso de recepción del premio, pronunciado el sábado 6 y titulado “En el bosque de las paradojas” (una versión en español puede leerse en nuestra sección de materiales especiales), Le Clézio dijo que no cree en la posibilidad de que se puedan lograr cambios en la sociedad mediante la literatura, pero que ésta es imprescindible para velar por la lengua y la supervivencia cultural del hombre. Rindió homenaje al escritor mexicano Juan Rulfo y recordó las selvas tropicales de Panamá, donde vivió largos periodos hace 30 años.

Vestido de azul marino, camisa negra, corbata psicodélica y aparentemente impresionado por el solemne ambiente, el escritor francés de 68 años dedicó el galardón a Elvira, prodigiosa contadora de cuentos en la selva de los amerindios, antes de rendir homenaje a autores literarios del mundo entero, como Rulfo, el nigeriano Chinua Áchebe, el mauritano Malcom de Chazal o el poeta británico Wilfrid Owen.

Antes de comenzar su discurso, el escritor volvió a agradecer a la Academia Sueca “el gran honor” que le ha deparado. Después de una pausa, empezó preguntándose: “¿por qué escribimos?”, y continuó: “Imagino que cada persona tiene una respuesta. Tal vez porque no estamos dispuestos a enfrentarnos a la realidad. Para mí escribir es la guerra, pero no como un hecho histórico revolucionario, sino la guerra que viven los civiles y, sobre todo, los niños y los jóvenes. Tenemos hambre, tenemos miedo, tenemos frío”.

Recordó cómo las tropas del Mariscal Rommel desfilaban bajo su ventana, cómo escribió sus primeros textos en las páginas de las cartillas de racionamiento (“desde entonces me gustan los lápices y los papeles sin refinar”) y la falta de libros en la postguerra, un período que, confesó, le marcó más que la propia guerra. Entonces escribió su primer libro, a los seis o siete años. Se llamaba Un globo para viajar alrededor del mundo.

Al abordar los asuntos relacionados con su infancia y sus primeras lecturas recordó el talento narrador de su abuela, los textos de Don Quijote, El Lazarillo de Tormes y los viajes de Gulliver y de Marco Polo. Las aventuras escritas por Víctor Hugo, el Abad Rochon y los cuentos de Balzac. Habló sobre sus viajes a África, su encuentro con la verdadera selva, los animales y cómo su padre le enseñó a escuchar los sonidos de los gorilas, experiencias que le sirvieron para escribir novelas futuras.

Se refirió a Cicerón, Solzhenitsyn, Rabelais, Rousseau, Madame de Staël, Milan Kundera y Jean-Paul Sartre, entre otros, y tras divagar sobre la necesidad de reinventar la cultura, aseguró que no cree que el escritor puede cambiar el mundo, sino que es un testigo: “La soledad es su destino”.

Tras explicar que el bosque de paradojas —como el sueco Stig Dagerman define la literatura— es un lugar del que no se escapa, contó cómo minutos antes de que la Academia le anunciara el premio estaba precisamente leyendo un libro de textos políticos de este autor, titulado La dictadura de la nostalgia. “Un libro cáustico y amargo, que amo especialmente. Estoy más cerca de los textos pesimistas de Dagerman que del activismo de Gramsci o la desilusión de Sartre”.

Le Clézio habló con énfasis sobre la lengua, de la que dijo que es el invento más extraordinario de la humanidad, que precede a todo y comparte todo; “sin la lengua no habría ciencia, tecnología, leyes, arte, amor”, y advirtió sobre el peligro de anemia y degeneración. Habló también de los libros, “un tesoro mayor que los inmuebles o las cuentas bancarias”, y de cómo descubrió la cultura de otros continentes a través de Soyinka, Achebe, Kourouma, Betin o Malcolm.

Mencionó a Internet como una “cosa buena” y se preguntó: “¿Habrían valido la pena estos asombrosos inventos de no ser por la enseñanza del lenguaje escrito y los libros? Proporcionar a casi todas las personas en el planeta un dispositivo de cristal líquido es utópico. ¿No estamos, de cierta manera, en el proceso de creación de una nueva elite, trazando una línea que divide el mundo entre aquellos que tienen acceso a la comunicación y el conocimiento y aquellos que se quedan fuera? Grandes naciones, grandes civilizaciones han desaparecido por no darse cuenta de que esto podía ocurrir”.

Y concluyó con una nueva mención a Dagerman, de su creación literaria y de la insatisfacción de no poder hablar a aquellos que pasan hambre y a los analfabetos que exigen nuestra lucha. Pidió igualmente que en el milenio que ha empezado “ningún niño, sea cual sea su sexo, su idioma o religión, sea abandonado a la ignorancia y condenado a pasar hambre. Sea dejado a merced de su destino. Porque a ese niño (dijo citando a Heráclito), que lleva dentro de sí el futuro de nuestra raza humana, le pertenece el reino”.

Fuentes: ABCAFPDPA