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Poemas

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La frustración de un complejo

Soy el complejo de Electra
ella ignora mis frustraciones.
Soy un deseo incestuoso
Al que ella acude cuando está sola.

Luego de años viviendo a tu sombra
me pregunto:
¿Cuál será el refugio de mis frustraciones Electra
cuando el deseo de poseerte
quede grabado en mi inconsciente?

 

Variaciones en torno a una puerta

Rememora los placeres del viento,
va y viene para sincronizar
con los corazones de los árboles del no-olvido.

La puerta lucha
para no olvidar sus raíces, sus pies de fango
a veces delira con muñones y bastones de palo.

en los días de invierno
estalla contra los marcos
para sacudirse la nostalgia

cuando ya no puede
con tanto hastío
se desquita contra los dedos
de algún niñito distraído

 

A vuelo de pájaro

Te miro con ojos de pájaro sobre la ciudad

planeo tu instinto desnudo de ríos, de tiempo, de amargura
en vano descifro
el trópico de tus venas.

tus curvas de bahareque, me son precisas para desearte
(no imagino un amor sin nostalgia)

El abecedario de tus dedos lee mis intenciones
—ya no tan secretas—
Pero insistes en huir de la jaula de mi tacto.

Tu sexo volcán,
el desmayo de tus planicies,
estaciones en tropel.

¿Cómo abarcar
la compleja orografía de tu piel?

 

Saudade

Mi melancolía es un animal antediluviano
que boga a veces rápido,
otras tantas lento en el hueco de mi pecho.
Lo he sentido crecer desde mi infancia;
una tortuga con coraza de musgo.

Por las lágrimas vertidas en su lomo,
sé que ostenta una cabeza arrugada,
pálida y blandengue.
La he visto en el espejo
es tan fea como mi alma.

Imagino sus paticas de hueso, marfil o de madera
a veces trepa y lastima mi garganta.
Conozco con certeza sus instintos carnívoros,
con frecuencia lame mi corazón desvencijado.

Sé, además, que la vida la abate:
Ella se contrae en el hielo de mi pecho,
Yo con mimos y desvelos
me apresuro a resguardarla
bajo mi saco de lana.

 

Los sonidos de las cosas

Me son gratos los sonidos de las cosas.
La puntilla desentrañada de la madera,
júbilo inmortal al ritmo de rajaleña.
El intento de vuelo de los libros al caer,
—los recién leídos
tardan en dominar el arte—
la tocata en las puertas,
los chillidos aerofónicos de las ventanas,
el ronroneo de mi gato perdido
hace años en los tejados.

En imitación,
mi idiófono cuerpo, percutido y sacudido,
salta al tempo
de mi reloj musical descompuesto.
las paredes me arrojan cuerpo a cuerpo
como si tocándonos descubriésemos,
que somos rodajas del mismo pan añejo
entre salto y salto lo confirmo:
todo en mi vida se resiste al cambio.

 

La edad de la razón

Te entrego mis recuerdos.
Acéptalos,
los condenaré al olvido.
confórmate con los de la infancia,
—los otros tardarán—
deben pasar por la horca
de mis lazos familiares.

te entrego un inventario:
Un par de juguetes amputados
sin pies, sin manos...
sin cariño.
Siete días contados en los dedos,
dos relojes pintados en cada mano,
las cuentas rojas y amarillas en el pequeño ábaco.
—cuida de dejar las rojas a la izquierda,
pueden afectar la lateralidad de la memoria—

Te ofrendo mis recuerdos.
Cuídalos.
la Edad de la razón viene a instalarse
en mi memoria.