Letras
Álbum de los adioses
Extractos

Comparte este contenido con tus amigos

Hospedaje de paso

Nunca he conocido a los inquilinos de mi vida.
No he sabido cuándo salen, cuándo entran,
en qué estación desconocida descansan sus miserias.
Las mujeres han salido de este cuerpo a los portazos
quejándose de mi tristeza,
en algunas temporadas se han quejado de humedad
de mucho frío, de algún extraño moho en la alacena.

Se marchan siempre sin pagar los inquilinos de mi vida
y el patio queda nuevamente solo
en este hotel de paso donde siempre es de noche.

 

El regreso

Regresar de los viajes
con la urgencia de quien ha conocido
la única moneda de la muerte,
contemplar los libros regados en el piso,
rastrear y limpiar los discos y los afiches de antiguos festivales.
Sacudir los muebles
y saludar de mala gana a los vecinos que no nos han extrañado,
abrir la revista que quedó inconclusa en la mesa de la noche
y saber que otro amor la magulló.

Regresar de los viajes
y acomodar los souvenirs y las postales en un lugar
que no ha sido preparado para ellos.
Reacomodarse y organizar la pobreza en las gavetas,
y trastearse como el amor, siempre de afán.

Se ha cambiado tantas veces de casa, de gustos, y de vida
que ya se aprende a respetar a los viejos inquilinos.
Ante el cansancio hacerse un lugar entre la gente,
saber que se estorba, que sólo ebrio nos quieren los amigos.

La vida cierra las persianas
y uno no se encuentra con su cuerpo,
acostarse a contar las nuevas cicatrices,
desayunar con la nostalgia de los rostros dejados
y en soledad saber somos algo incompleto a la deriva,
una larga temporada baja a la que siempre se retorna.

 

Álbum de los adioses

¿Qué sastre tejió estos cuerpos que nos visten de vida
remendados con lágrimas equivocadas
y cosidos con paños y parches de un viejo almacén de baratijas?

¿Cuál fue ese sastre que tomó las medidas
y con su dedal y aguja cosió los botones
de las secretas costuras y cicatrices del cansancio
y climas repetidos en la áspera estación de la piel?

¿Qué extrañas prendas nos visten de vida
tejidas a la medida exacta de cada sed, de cada hambre,
del afán disperso de todos los comensales
que aguardan el agrio cereal del fracaso?

¿Y quién cosió los colores desconocidos al corazón?
¿Quién sabe cómo es el amor que vive debajo de estas ropas?
¿Acaso fue Dios con su bata de cirujano
enseñando el antiguo oficio de extraer costillas?
¿O fue aquella muchacha cuando me sonrió
en su día libre del paraíso?

 

Asuntos familiares

Este vivir entre multitudes y muchedumbres
me recuerda el linaje que no conozco.
No sé si mis antepasados fueron comerciantes o humanistas,
quizá sastres de alguna corte o algún barrio.
La sangre que me corre es de ellos.
No sé si eran abogados o médicos,
no sé si hubo algún santo, deportista, héroe o payaso
pero en mis ojos reconozco cada día el licor de sus tristezas.

 

Festín bajo el tiempo

Esas cartas de amor en las estanterías
quítalas; y las fotos, las notas abrumadas.
Corta tu propia imagen del espejo.
Y siéntate. Hoy hay fiesta en tu vida.

Derek Walcott

No vuelvas a convocar a los ángeles del desespero
a este festín de múltiples despojos.
Compra los andrajos, los vestidos usados en mercados de rebaja
y asume desde ahí el desorden de todos los azares.
Pronuncia tu nombre antes del banquete
y búscalo en boletines de guerra, en obituarios
en directorios telefónicos o en libros de poemas.
Posterga siempre la llegada de la orquesta
y viste a las estatuas con cascaras del tiempo
o con residuos vegetales.

No los convoques.
En esta fiesta
la lista de invitados ya está llena.
No invites al espanto, ni al olvido.
Deja en casa las canciones de antaño y las tristezas,
rompe las agendas y sus direcciones viejas
y devora desde hoy con lágrimas a todos los fantasmas.
Es lo vivo y lo pasajero
lo que nos regocija y nos conserva ante el instante y el miedo.
No regresemos a los cuerpos que fuimos
y olvidamos hace mucho tiempo.
Ya nos sabemos de memoria sus dictados y pronósticos
de aquellos días destilados en el alma
el amargo licor de algún exilio.

Calla
la dicha no volverá a ser tardía
nuevas voces serán la fiesta.

Esperemos lentos amaneceres,
la trunca resurrección y la palabra.

 

La otra casa

Pondrás en mi tumba un salvavidas
porque uno nunca sabe.

Robert Desnos

¿La muerte será como irse a una casa más oscura
o a un vecindario donde la amargura
se resuelve en un pago de contado?

¿Cómo será esa entrada al barrio de la muerte?
¿En la oficina migratoria
reconocerán mi linaje del fracaso,
la aduana exigirá los sellos de salida de todas mis mujeres?

¿Cómo será el rock que se escuchará en sus bares?
¿Sabrán allí del amor, de religión, de buenas recetas de cocina?
¿Pareceré un extranjero tomando fotos a sus parques, catedrales
y sus inmensas estatuas?

No sé cómo será la muerte
pero como en la vida
seguiré llegando tarde a todas mis citas, mis exilios, mis adioses
y puntual a mis nostalgias
y arrojaré nuevamente mi corazón a los mendigos
con la certeza de que ninguno se hará cargo de él.

 

Correspondencias

Ella me envió su foto
en el volcán del Himalaya.
Suya era toda la nieve y las cumbres.
Me envió fotos en una calle de Praga con una anotación:
“Las calles de Kafka, Holan y Hrabal no dejarán de pertenecernos”
y retratos en mercados de Estambul y Madagascar.

Llegaron postales de la sagrada Moscú
la Catedral de San Basilio, el Kremlin y el Café Pushkin.
En San Petersburgo recordó en el Hermitage
mi triste afición por la pintura.

Razones que no olvidó mis versos en Pere Lachaise
ni en la Avenida Corrientes ni en Constitución.
En la servilleta de un Pub de Dublín líneas de Joyce y Yeats

Se me pasó la vida recibiendo postales, retratos y razones
desde que me dejó con este frío
las nieves perpetuas de mi vida
desde aquella última vez...

 

Autorretrato con máscara de mujer
(Monólogo ante un cuadro de Edvard Munch)

Si el hombre tiene la edad de la mujer que ama
yo tendré la edad de un ángel
que extravió su alma entre los hierros de mis huesos
Me llevo fragmentos de tu cuerpo al territorio de la muerte
hoy que devuelvo las imágenes a la ceguera del mundo:
con tu voz arriba la primavera a la celda de Dios.

A Eliana.

 

Ángel para un blues

Hay dos ángeles
que me calcan la ciudad en blanco y negro.
En Trocadero 162
Suele descansar la luna en sus últimos silencios.
Tal vez se pueda uniformar la noche
como un país
donde pasear la fatiga sea una misión más de los fantasmas.
Aún no sé cuál es color de la nostalgia
pero es el mismo de las fogatas del alba.
Por eso dicen que en La Habana
el alba es su única estación.
Urgente escucho un blues
para convocar a mis ángeles centinelas
para que me escolten en el próximo equinoccio,
para que remienden mis lágrimas de sangre,
porque caminando por La Habana
en la última desbandada
se convirtieron en estrellas.

A Irene y Andrea

 

La poesía

Es un solitario fruto caído en la orilla desconocida del silencio
como una estrella fugaz brillando en su esplendor al mediodía
extraviada de su órbita, de su noche, de su casa estelar
inventada por la luz entre la muerte.

 

Oración del derrotado

Señor de los derrotados
te ruego por mí, estafeta de los pájaros.
Nunca conocí la magia y el milagro
antes de pasar por las fogatas de la resurrección.
Yo que nunca fui madrugador
tampoco me fue otorgado ningún atardecer,
desterraste mis lágrimas de su lienzo, el alba mis ojos.

Señor de los equivocados
por qué le diste a ella mis veranos
y a mí sus tempestades,
por qué de los tres misterios
me revelaste primero los dolorosos.

Señor de la soledad, Patrono de los débiles
por qué cada regreso es un inventario de ausencias
deja que a mis noches las habiten unos cuantos esplendores
aunque sean los últimos amaneceres que visiten mi carne.
Si nosotros los hombres estamos hechos a tu imagen semejanza
debes ser una criatura cansada, un ser desteñido
con olor a cuerpo rancio entre tu piel,
embajador del hambre
que pesa su tristeza para entender
por qué nos diste estas almas con fecha de vencimiento.

Señor de los torpes
tú que nada sabes del tiempo,
que en tu reino tienes a Van Gogh, Patrono de la luz,
por qué enviaste la amargura a este lado del viento,
a este valle de extraviados, de huérfanos
donde mis ángeles se emborrachan
con el óleo fermentado de mi soledad.

Señor de mis fracasos y agonías
te ruego por mis palabras, única semilla del primer Paraíso,
por mis sueños que amanecen hechos ceniza en mi almohada,
por mis urgencias y naufragios, la resaca de los días
y dame ya, en esta orilla
el asombro y el color del primer despertar en la muerte.