Letras
Súcubo

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Chihiro solía caminar sobre mi estrés. Pensaba que era un alma en pena descubriéndose muerta a mi lado o flotando azulado; golpeándome los muslos hasta sangrar y mordiendo mis dedos mientras los besaba.

Recuerdo cuando se reía al arrancarme el cuero cabelludo gritando que no duraría mucho, que fuese paciente al succionar. Apretaba los botones de mi negación como la humareda de mi verde plastilina.

Sus tijeras me absorbían el sexo. La imaginación de su pálida belleza posterior, un triángulo negro, altos tacones, lado b, estigmatizados por una pluma degolladora de peces sonrisa, debilitaba mi elección.

Te voy a ahorcar hasta devorar tu yugular, pateando tus pies y aplastándolos con clavos en la guerra de tus bolsillos. Ahora mismo me golpeo con tus sesos que van directo a mis besos.

Mi alergia a tus vellos me quemaba las arterias, resaltabas tus pezones con mis lapiceros, en ruegos, al pisar los enchufes y tus aretes a la corriente.

Mordía mi mierda, reía a martillazos, el miedo de decir lo indeseable Te estás viniendo, te estás viniendo a golpes sobre mi cama. Mientras todos se divierten, yo estaba triste.

La madrugada solía terminar nuestro idilio.

Sin embargo, aparecías en mis dibujos, en mis sueños, en mi cena. La fantasía de mi pared con tu cabellera. Tus párpados simbiosis de dientes en cadenas.

Rogaba por respirar tras tus oídos. Y mis papeles arrugados dimitieron por hacerle el amor a cada ojo de mis libros.

Te encontré en la niebla esperando a Godot. Caíste como Alicia, leías como Matilda, implorabas como Araceli. Mis opiniones de payaso en el almuerzo desnudo buscaban la verdad, mientras tu retrato envejecía y tu cadáver quería orinar. Durante veinte años hablaron sobre nosotros alrededor del mundo, que me había convertido en un insecto y tú, en la mujer del médico que me guiaba.

Saborearte. Zambulléndote en helado. Esperaba que se derritiera para absorber la disolución de la azúcar sobre tu cuerpo.

Solíamos platicar sobre helarte. Aguardabas con un diminuto vestido deshojado, mientras mordía tus hombros. Luego te levantabas, te despedías, te vestías y yo, bajo el pavimento, inundaba sabanas.

Ya no fumes, no me lances, usa mi pubis como horno y apacigua tus antepasadas ansias de can. O no me volverás a ver jamás.

Cuando me dejaste una pluma fragante sobre el monumento, la llevé morada y la celé en nuestro cofre atemporal. Mas por las noches, dormía en mi nariz, intentando percibir aquel aroma de tu sexo previo al dolor.

Te sentía cercada mediante aquélla, como si en realidad fenecieras en el suplicio más que en nuestra madrugada.

Extrañaba mi descalcificar.

¿Dónde andas, Chihiro? Ya no apareces ni en la quimera de mi cama. Es difícil recordar cada uno de tus dientes en las heridas de mis dedos.

La neurosis me abrasa la nostalgia. No quiero leer, no quiero dibujar, mi mano plagada de espinas ama tus plumas.

Así cada golpe proyectado a tus pestañas sollozantes, simbolizara una décima de mi amor. Aquella noche, fue la única vez donde la tregua por inocularte, nos sació la cacería.

Me arrodillé, como siempre. Besé sus pies, adoré sus tobillos, lamí sus pantorrillas, necesitaba grabarme su sabor, su esencia, mi delicia, mis mejillas entre sus muslos, mis labios junto a su lengua; mis manos, ella respirando, mis dedos, muy lento, mis yemas, completo mutismo, su piel, exhalaba sobre mi piel.

Acerqué mi boca al lugar odiado. Conforme gateaba con la cima de mi lengua la sima de sus rosas, ella emitió las primeras espinas. Continué hasta que mis rodillas contuvieron la evolución. Coloqué mis oídos sobre su llanura y dancé hasta colocarla entre sus senos y trepé serpenteando por las pequeñas. Las lamí con mis dientes. Extenderlas, rozar, jugar con el sonido de nuestras viscosidades. Guiaba mi sexo al cardinal, lo implanté, Chihiro, amé tus siete gritos secos en círculos. Sentir la muerte cubriendo la delicia de nuestra esquizofrenia coital.

Seguíamos adheridos, emergiendo por la acogida; ninguno de los dos quería evaporarse. Clavó violenta sus uñas en mi espalda, para recordarme que me amó más de lo que demoró mi retorno.

Sus garras me intoxicaban de sueño, sueño, sueños de sublime blanco, dulces de leche, manjar blanco, acciones doradas, paraíso estanco, sutilezas, venganzas, bancos... cielo, purgatorio, infierno... eres la prometida infernal, invernal, sideral, irreal... One, two, three, four, five, six, seven, all good children go to heaven...1

Aparte de mi punzante insomnio, mis ojos se habían soldado. Mi hermosa Chihiro desnuda, y yo, sabiendo que no era cierto, que sólo su rostro era mío, que la mutación es real hasta para la ficción.

La despedida bostezaría al estirar sus cabellos. Chihiro extendió sus temibles alas. Me abrazó. El patio era celeste e iluminado. Deseché la mirada, era demasiada luz para unos ojos acostumbrados a las tinieblas.

El viento parafraseaba su cuerpo y desaparecía entre las nubes junto a su genuino perfil. Mis párpados llagaban mi memoria y la convertían en golpes blanquecinos de una delicada mano estrujando fuertemente vidrios reventados.

Gustavo despertó de golpe, no sabía por qué estaba desnudo, sudoroso, cansado y magullado; tampoco lo que hacía una pluma blanca, y de olor muy agradable, sobre su almohada. Sólo hasta que subió la mirada, y vio colgado en la cabecera un cuadro de la Virgen María con el Niño en brazos, pudo comprender las imágenes de aquel sueño tan confuso del que acababa de salir. Sonrió como si estuviese apreciando el retrato de alguien conocido, y sin saber por qué, muchas lágrimas cayeron sobre las innumerables plumas esparcidas sobre su cama.

 

Notas

  1. The Beatles. You never give me your money. Abbey Road. 1969.