Letras
“Árbol de sol”, de Mónica López BordónÁrbol vacío

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Me asusta el gran vacío en que me muevo.
Leopoldo de Luis

Bujías verdes

Éramos voces en lo verde.

Es irremediable,
somos de lo humano, la flor iluminada
sin sepultura en el tiempo.

Esta vez, nos encontramos ante un septiembre
que había quedado a la derecha del hablar perdido.
Embebimos exilios y nombres,
nos inventamos una muerte bella, inmortal, al alba.
¡Imagínate!, somos la patria libre,
la alegría de los ojos, mi amor,
la alegría de los ojos,
en lo verde.

La voz escrita en los libros
de alguien que anuda los trozos
en el corazón del lenguaje.

La voz de alguien que piensa
a la altura de la boca,
en toda la vida que hay en ellos.

Éramos voces en lo verde,
de lo humano, la flor iluminada
sin sepultura en el tiempo.

 

La memoria

Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Pedro Salinas

Enterraré los olvidos prendidos
en el pronombre colgado de un verso.
Olvidaré lo olvidado,
las creencias de tener que ser,
entre todas las gentes,
un despojo.
No quiero vivir con los fantasmas
de la tradición,
el Bien y el Mal
hundiendo el mundo,
quebrando la balanza.

No quiero.

“Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.”
Soy del amor que me escribe,
rojo, en la medida del alma sin cuerpo.

De nadie y de todos,
como tu desnudez.

 

Árbol vacío

Me asusta el gran vacío en que me muevo.
Es tan indecente la queja
desde este despertar soberano...

El mundo está en cada uno de nosotros.

Agarro tu pecho insólito,
bestia conjugada de amor y besos,
paisaje solícito del universo sin límites.
Busco en el vacío un signo turquesa
que me guíe hacia la luz del silencio sonoro.
La respuesta es el eco mudo
que interroga al mar por algún anhelo.
Desanudo tu lengua, desnudo tu piel
y, vacío, te pongo palabras.

Me pronuncio cada noche.

La postrera muerte siempre invita
a beberse el océano de un sorbo.

 

La maleta de piel de pájaro

Humedecidos pájaros aúllan
en la mañana
el agua de la soledad.

Vacío.

y la maleta de piel de pájaro
se llena de gaviotas.
Canciones marineras
recuerdan el destino partido
en esquirlas prisioneras.
Guardo la lluvia en un cajón
y tomo su nombre.

Esta vez, no juraré en vano.

El vuelo del pájaro es alto,
me sostiene del abismo.
Pedí un billete de ida
sin posibilidad de regreso.

 

Sentado borracho en mi ataúd

Ebrio de sombras y castigos,
me siento
borracho
en mi ataúd.

Lo construí una tarde de invierno
sobre la nieve de la montaña,
blanco como la luna,
fuerte como la tierra.
Al fin y al cabo, viviré con los gusanos,
con los huesos deshechos,
con el humus maloliente,
de la putrefacción.

¡Qué difícil, morirse!
¡Qué difícil!
Incluso con diez copas
sobre esta alma malcriada,
sentado, borracho,
sobre mi ataúd.

Miro alrededor,
observo,
saco el pecho
para que ningún lagarto
piense
que tengo miedo.

Borracho, sí,
pero sin miedo;
muerto, sí,
en ataúd blanco
vivo de la tierra fértil
de los vivos.
Acuno la desesperación
que arrastra mis pies,
pido por caridad
que me dejen dormir esta noche
en el albergue de indigentes.
¿Cómo? —me gritan—
¡Cómo un poeta puede pedir
esa locura!

Sí, señores, poeta, poeta de la vida,
del pueblo, de las fiestas, de la calaña baja,
de los burdeles, de las putas baratas,
de los amantes enamorados.

¡Mírenme! ¡Mírenme bien!
Aquí estoy,
Sentado, borracho, en mi ataúd
en primera línea de batalla.

La tempestad mece
el abismo de mi alma
mientras escribo versos
a la muerte
para morir,
para irme acostumbrando
a futuros inquilinos malsanos:
los gusanos
de mi ataúd blanco.

(A Charles Baudelaire)

 

Pájaros insondables, volad

Beso la algarabía
de nuestro goce infinito.
Palabras,
sólo palabras
y rondamos
un porvenir de amor.

Beso,
beso tus soledades, tus sonrisas,
las tristezas dulces
de los encuentros futuros.

Entrego este cuerpo a los dioses,
algún verso me nombrará
en una mañana fría de invierno.

Pasó el día.
Nieva
y vuelo sin alas en el sueño
de vivir abrazada a tu cintura.

Pájaros insoldables,
volad
aunque cueste la vida.

 

Ópalo del deseo

Sueña el poeta en la vigilia.
Los relámpagos dictan su propia voz entrecortada
en paradojas memorables.
Descubre entre las sábanas a una mujer,
y sus manos vacilan un instante.

Recorre pausadamente
el abrigo azul de la piel en primavera.

Resuena el eco del yo, del tú...
un nosotros que divide la realidad y el deseo,
las nubes, los pájaros perdidos, las espadas,
los hombres, labios en mares
nacidos de corazón de nadie.

Dicta el poeta caminos donde arden los recuerdos
y decide guardar las huellas del pasado
en el olvido verdi-negro
de una habitación sin nombre.
Fija su imagen en pronombres y metáforas.
Escribe un verso:... “Me llaman...”.
Levanta la cabeza y tú,
desnuda, acaricias el borde del poema.

Amas la palabra viva, ópalo del deseo.

(A Magdalena Salamanca)

(de Árbol de sol, Grupo Cero, 2001)