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“100 autores colombianos del siglo XX. Antes y después de García Márquez”, coordinado por Plinio Apuleyo Mendoza y Noemí SanínInstrumentos culturales (el sello Apuleyo)

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En la sobria y azul contraportada del libro se lee: “Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia. Edición patrocinada por Telefónica— Eso es todo. O no, ya se irá viendo. Porque en honor a la precisión visual las palabras de la contraportada vienen acompañadas del escudo patrio y del logotipo del patrocinador, al modo:

 

ESCUDO PATRIO

Ministerio de
Relaciones Exteriores de Colombia

Edición patrocinada por
Telefónica

Telefónica

Así está mejor. O no del todo, porque, impreso el escudo patrio, es cosa de pegar los ojos a la parte baja de aquella sobria y azul contraportada para descubrir incrustado en él, cómo no, la inefable pareja patria: “Libertad y Orden”.

Si se le gira con las dos manos (¡el volumen pesa casi dos kilos!) se descubre que portada no le falta. Iconografía y título plenos de fuerza, como mandan los cánones de un buen producto de comercialización: premio Nobel en contrapicado, a media vía de una mueca alegre, bigote blanco grueso, emparejado con regla, cejas pobladas y entrecejo despejado, patillas a media oreja generosas hasta la posibilidad de llevarlas despeinadas, “a nuestro aire”, parecen decir las patillas. La mirada, las manos, los hombros, los labios, las ojeras, las gafas (guardadas en el bolsillo de la chaquetilla, visibles), la frente, los pómulos, los dientes, las fosas nasales; todo parece en su lugar. Todo excepto el mentón. ¿Qué pasa con el mentón de Gabriel García Márquez cuando ríe a media asta? Las dos líneas que descienden en curva desde de las comisuras de los labios hasta encontrarse y formar la papada lo demarcan con tal precisión que el mentón adquiere un insólito relieve, el relieve propio de una bodega humana para alimento futuro. Sin ánimo de alarmismos el observador se ve obligado a pensar en la posibilidad del Nobel metamorfoseando en pelícano. Pero pelícano o no el hombre no sólo sonríe como si no quisiera sonreír. También agarra con sus dos manos, igual que un bate de béisbol, una sombrilla abierta. Es de hecho la sombrilla de tela clara y diminutos cuadros oscuros quien ocupa la porción más grande de espacio en el encuadre. Se posa a su espalda haciendo de horizonte y se extiende como paisaje mismo del universo que es la foto. En las esquinas inferiores del encuadre un cierto exterior se anuncia, un exterior que bien puede consistir en árboles o edificios pero que por más que se lo observa permanece indeterminado, negado casi por el volumen de los protagonistas: la sombrilla que hace sombra y el hombre que se transforma en pájaro.

El color original de la foto le está vedado al observador. El trabajo de edición la ha convertido en una sobria paleta de sepias (¡el viejo y nostálgico truco del sepia!) atravesada por una franja verdosa destinada para el título: 100 autores colombianos del siglo XX. Antes y después de García Márquez.

En una segunda inspección de la fotografía el observador descubre un dato ante el que no tiene más remedio que asombrarse: la sombrilla está rota. Parece una broma, es cierto, pero no lo es. Una de las únicas dos terminaciones visibles del perímetro (los demás bordes de la sombrilla están recortados con el encuadre) aparece descosida, recogida a media vía como cuando el alambre se desprende del final de la tela en los paraguas. ¿No tenían otra sombrilla a la mano al momento del shotting? ¿Se trata quizá de la sombrilla favorita del Nobel? Si el libro es, como se ha expuesto ante la opinión pública, una muestra representativa de la tradición literaria nacional, ¿qué dice de esa tradición una sombrilla rota en manos de un premio Nobel que parece reír cuando no parece querer reír?

 

Los comunicados de prensa, al mejor estilo de las estrategias de expectativa, antecedieron la aparición del libro. Corrían los primeros días de septiembre de 2006. La noticia se divulgó así:

“Plinio Apuleyo Mendoza, escritor y embajador de Colombia en Portugal, y Noemí Sanín, su homóloga en España, han sido los impulsores de la publicación de 100 autores colombianos del siglo XX. Antes y después de García Márquez, proyecto en cuya realización contaron con la colaboración de los escritores y críticos literarios Juan Gustavo Cobo Borda y Rafael Humberto Moreno Durán, el novelista Santiago Gamboa y Dasso Saldívar. Este cuarteto se encargó de la selección de poetas, novelistas y ensayistas ofrecidos por Colombia al mundo a lo largo de la centuria anterior, extensa y valiosa nómina en la que destacan, entre otros [...]. Editado en España con ayuda financiera de la empresa española Telefónica y prologado por el presidente Álvaro Uribe Vélez, 100 autores colombianos del siglo XX será presentado en Bogotá en septiembre y en Madrid en octubre. La fotografía de García Márquez que aparece en su portada es obra de la fotógrafa colombiana Indira Restrepo”.

Como parece natural al género del comunicado de prensa, en el texto citado tanto hay de información como de imprecisiones. Por ejemplo, y en lo que quizá no pase de ser un error de comunicación entre la sección cultural del ministerio y las embajadas comprometidas en el proyecto, el texto confunde las fechas de presentación del libro. Nunca pudo ser el plan inicial presentarlo primero en Bogotá en septiembre y luego en Madrid en octubre. El plan siempre tuvo que ser a la inversa. Tener el libro en Madrid en septiembre y luego sí presentarlo en Colombia en octubre, como finalmente sucedió. ¿La razón? El proyecto del libro (esto es, el proceso que hubo entre el momento en que Apuleyo Mendoza, embajador de Colombia en Portugal, conoció el libro de edición bilingüe 100 livros portugueses do século XX: uma selecção de obras literárias (Instituto Camões, 2002, introducción de Fernando Pinto do Amaral), y la decisión de hacer una versión decorosa de lo mismo o de algo parecido con las letras de su país) fue practicable en el 2006 y no en otro año porque en ese preciso septiembre de 2006 y no en otro momento del tiempo Colombia fue “país invitado de honor” de la vigésimo cuarta Feria Internacional del Libro de España, Liber 2006, la feria de negocios más importante de la industria editorial más grande en lengua castellana, una oportunidad de atención sin igual para el “invitado de honor” por parte de un socio comercial fundamental, una oportunidad inmejorable, se adivina, para convencer al patrocinador extranjero de la buena inversión que estaba haciendo al apadrinar el libro, porque, como bien se sabe, una buena inversión es, la más de las veces, una inversión a tiempo.

Tantos superlativos juntos marean al observador. Una pausa, calcula, quizá le ayude con una primera clarificación: la incomodidad suscitada por la confusión en las fechas de presentación del libro habla de un factor decisivo a la hora de analizarle como objeto cultural; a saber, el hecho de que el proyecto Apuleyo fue, en gran medida, contexto. Cuando la polvareda hizo nido y las defensas atacaron, la apelación al contexto diplomático fue su primer disparo. El pronunciamiento, como no podía serlo menos, estuvo a cargo de Plinio Espadachín:

“El libro va a cumplir el propósito de promoción de Colombia en el exterior, es un instrumento extraordinario para todas las misiones diplomáticas y para distribuirlo en los medios culturales de los distintos países donde Colombia esté acreditada, me parece que es su primera labor importantísima”.

 

Pero ¿disparos?

Sucede que el entramado mediático alrededor del objeto en observación sólo se completa considerando otro movimiento que éste suscitó: la contra-estrategia de expectativas para enfrentar la estrategia de expectativas. Y es que, días antes del lanzamiento oficial del libro en Bogotá (17 de octubre de 2006), Casa de Nariño y discurso presidencial de por medio, revistas como Semana y programas de radio como UN Análisis de la Universidad Nacional, apelaron a voces de expertos literarios (profesores universitarios, editores de revistas literarias, escritores incluidos y excluidos) para evaluar el libro. Tal evaluación disparó dardos fustigadores sobre distintos frentes. Sus ejes críticos fueron dos: el carácter de oficialidad de la selección dado que el editor fue una trinidad del poder ejecutivo; y los nombres seleccionados considerando la poca claridad sobre el criterio de “autor” manejado. En el libro, señala el análisis de Semana, “aunque priman los escritores, hay indiscriminadamente ensayistas, críticos y filósofos y hasta periodistas. Pero en ese mismo orden de ideas, no hay los suficientes ensayistas, críticos, filósofos y periodistas que debería haber”.1 Además, el tipo de exclusión que el libro generaba dado su carácter oficial, no era igual al de cualquier antología comercial; la selección, se concluía, era “caprichosa”, “irregular” y, sobre todo, llegaron a decir, “irrespetuosa con la literatura colombiana del siglo XX”.

A pocos días de la fiesta de lanzamiento en la Casa de Nariño el minidebate mediático tuvo repercusiones inmediatas: algunos de los autores vivos incluidos en el libro decidieron no asistir al agasajo en su nombre. (Quizá habían decidido no hacerlo de antemano, pero ¿cómo saberlo?) El libro, ya filtrado a cierto nivel de la luz pública como objeto de regalo para “notables” durante el desarrollo de las actividades en Madrid de Liber 2006 en la última semana de septiembre, sufrió de arrepentimiento y nunca se apareció por las librerías nacionales donde se había prometido su comercialización. Apuleyo Mendoza contraatacó mostrando los dientes:

“Me tiene sin cuidado la crítica académica y la malevolencia colombiana, las pequeñas minucias. Los escritores que hicieron la selección tienen méritos suficientes para hacer la selección y para incluirse. Desde luego que en los autores recientes hay una apuesta, pero de eso se trata, de arriesgarse, de proponer nombres. Siempre hay injusticias y me parece sano que haya discusión: para eso se hacen las antologías. Esta me parece valiosa y siempre será mejor hacerlas que no hacerlas. De todas maneras se trataba de un experimento, de un primer intento al que se le pueden corregir muchas cosas”.

En suma, la sensación producida por el revuelo mediático-literario de esos días alcanzó un pico de nitidez: la discusión sobre el canon literario nacional había querido ser mal tocada. Se habían prendido las alertas y afortunadamente alguien había salido en defensa. Todos a respirar tranquilos.

 

A esta altura el observador se ve obligado a soltar el libro y a hacer uso de sus dedos para llevar las cuentas: diplomacia, industria editorial colombiana y canon literario nacional. Vaya con las trinidades. El horizonte se ve enorme y abrumador. ¿Cómo funcionan estas fuerzas? O mejor, ¿qué amplia gama de contubernios no necesitan practicarse en procura de la armonía?

Conjetura armónica: la diplomacia promueve la industria editorial colombiana y así, con el tiempo, ha sido posible la existencia de un canon literario nacional.

Conjetura armónica II: la diplomacia y la industria editorial colombiana se promueven mutuamente. El canon literario nacional puede esperar.

Conjetura temeraria: la industria editorial sobrevive a pesar de la diplomacia y del canon nacional.

Conjetura gobiernista: gracias a la diplomacia todo ha podido ser orquestado. La industria editorial y el canon literario nacional operan bajo su mando.

Conjetura rebelde: el canon literario es un instrumento inventado por la diplomacia para promover cierta industria editorial.

Conjetura rebelde II: el canon literario es un instrumento inventado por la diplomacia para promoverse a sí misma, es decir, para promover la administración de turno.

Conjetura literaria ingenua: el canon literario se construye en el silencio del tiempo, al margen de la diplomacia y de la industria editorial.

Conjetura literaria suspicaz: el canon literario nacional, la industria editorial y la diplomacia, están envueltos en una delicada dialéctica de favorecimientos.

Conjetura de contra-cultura: el canon literario nacional y la industria editorial son aliados comerciales esposados a conveniencia de unos favoritos. La diplomacia les brinda la seguridad democrática necesaria.

Conjetura anarquista: hay que hacer volar la trinidad.

El observador se rasca el cráneo y una única pregunta descubre en su cabeza: ¿por qué, si el libro es presentado como instrumento de divulgación cultural para misivas diplomáticas, no está editado en inglés, la lengua contemporánea, precisamente, de la diplomacia internacional? Quizá los textos ya estaban escritos y el patrocinio, aunque bueno para producir un objeto evidentemente costoso dada la calidad del papel y la solidez de la portada, no fue suficiente para costear un trabajo de traducción. Quizá se planteó la posibilidad pero se temió ofender a sectores protectores de la lengua castellana (bien se sabe de los recelos colombianos al respecto). Quizá se decidió que en castellano se homenajeaba mejor la tradición tratada. O quizá, ya de plano, teme el observador, no es cierto que se trate de un instrumento diplomático multilateral. Es decir, quizá se trate simplemente de un instrumento diplomático bilateral, un instrumento diplomático para congraciarse con la “invitación de honor” de España al Liber 2006, después de todo y a juzgar por la extensa fe de erratas incrustada con delicadeza en la parte trasera del libro,2 éste claramente se sacó a marchas forzadas, presionados por la inminencia de una fecha específica en el calendario.

Con tal respuesta tentativa un bochorno de vergüenza ajena trepa el rostro del observador. No sabe muy bien de qué se trata, pero sospecha lo siguiente: combinada con la primera de las conjeturas, la conjetura armónica, el libro en sus manos debía cumplir entonces como instrumento diplomático promotor (facilitador, impulsador, son muchos los verbos que se le deben a la diplomacia cultural) de la industria editorial colombiana, es decir, debía ayudarle a posicionar mejor sus productos en el mercado español. Ahora, ¿cuáles productos si la región crucial de exportación de la industria editorial colombiana es Centroamérica o países como México y Venezuela, y los productos libros de texto, es decir, libros escolares? Cien textos escolares colombianos del siglo XX. Después de Rafael Pombo, una mejor herramienta si de comercializaciones se trata, calcula el observador, todo lo cual lo conduce a sospechar que la labor diplomática del libro no tiene en sus prioridades los intereses del gremio de la industria editorial colombiana. Como se temía, parte de la conjetura temeraria cobra fuerza: el sector productor del libro sobrevive pese al gobierno. Cuando la diplomacia dice literatura colombiana, los empresarios del libro huyen.

Pero, de ser así, ¿para qué entonces la exaltación de cierta tradición literaria desde el poder ejecutivo? Si no se le quiere ayudar al sector editorial se entiende que no se haga nada. O incluso, se entiende que se le quiera restar privilegios tal y como lo pretendía el proyecto de reforma tributaria de la segunda administración Uribe, reforma que gravaba el libro con un IVA del 10% acabando con el estímulo de crecimiento generado por la Ley del Libro de 1993.3 Ahora, exaltar una parte de ese patrimonio de los libros, el que se refiere a la figura del autor, ¿para qué? ¿Qué es lo que la trinidad diplomática promueve cuando promueve un libro de este tipo, un libro en donde, se va precisando, no se realza tanto la literatura colombiana (por eso no se sigue en su estructura obras literarias significativas, ¡hilo conductor, por ejemplo!, del libro portugués del cual Apuleyo Mendoza transculturó su idea) como la figura misma de autor?

 

El observador abre el libro en busca de respuestas y otra foto lo enfrenta. Se trata del hombre delgado y de semblante piadoso y trabajador al que los colombianos en los albores del siglo XXI llaman presidente. Al fondo, en vez de paraguas, escudo y bandera nacional. Foto y firma acompañan sus palabras de presentación. La primera parte del párrafo de apertura cuenta de qué se trata la iniciativa. La segunda, teme el observador, comienza a dar respuestas:

“En estas páginas encontramos, reunida por primera vez, una expresión global de nuestra creación literaria, desde José Asunción Silva hasta nuestros días. Los lectores apreciarán cómo nuestras letras están a la avanzada de la humanidad. A pesar de las amenazas que hemos tenido que afrontar, surge en cada página de este libro un canto a la vida, a la libertad y a la democracia. En Colombia, el arte, la literatura y la música están unidos al alma popular. El país habría visto disolverse su capital social, si no tuviera lazos espirituales que nos enaltecen y configuran la recia personalidad nacional”.

El observador tiene que taparse los oídos. Resiente el uso de lugares comunes e hipérboles en tal grado de desfachatez. “Por primera vez”; “unidos al alma”; “un canto a la vida, a la libertad y a la democracia”; “nuestras letras están a la avanzada de la humanidad”; “unidos al alma popular”; “lazos espirituales”; “recia personalidad nacional”. Bua; manual de vocabulario mañé propio de comandante de República urgida de autoestima. Demagogia.

Disgustado, emocionalmente alterado, tentado a estrellar el libro contra el piso para dedicarse a desperdiciar su tiempo en asuntos más divertidos, la curiosidad del observador es más fuerte que su primer impulso de lector sensato y no sólo decide leer el texto completo sino comenzar de nuevo. Al finalizar la segunda lectura del segundo párrafo, lo que no parecía posible tiene lugar: los bombos edulcorados de la primera parte están articulados con otros en la segunda. La presentación del libro (¡el libro entero en su finita materialidad! teme ahora el observador) no es, no parece posible que sea, un simple resbalón en la vida de aquellos con tantos discursos que pronunciar. No. Hay un proyecto articulado y éste, teme el observador, tiene que ver con el uso del capital simbólico de esa tradición literaria de 100 figuras. Los usan como ejemplo de tesón, de trabajo, de expresión espiritual maravillosa (inexplicable casi, parece decir el tono férvido del texto) en un país desangrado y criminal. Tenemos una “recia personalidad nacional”, el discurso quiere que la tengamos, y en prueba presenta al mundo la calidad de un pueblo, su “capital social” expresado en páginas.

“Razón tenemos los colombianos para proclamar que somos un pueblo esencialmente literario; hemos sacado de nuestra difícil situación toda una inspiración que nos hace tener una verdadera literatura nacional. Desde épocas remotas se ha desarrollado en Colombia el arte de escribir y componer. La gesta libertadora, por ejemplo, produjo millares de páginas memorables: García del Río, Caballero, Caldas, Nariño, Zea, José Manuel Restrepo, son una pequeña muestra de ello. Luego vinieron los cultivadores de la lengua, los juristas, los ensayistas y los teólogos. Su altura intelectual y prolijidad explican por qué don Miguel de Cané dijo en 1877 que Bogotá era como una Atenas suramericana. El siglo XX, entonces, recibió una literatura colombiana madura, llena de expresión autóctona, pero con valor universal. Esta muestra, que comienza con el gran Carrasquilla, tiene su punto más alto en el Nobel García Márquez y cierra con los jóvenes valores de finales de siglo”.

¿El pueblo literario del que habla el hombre es el mismo que, señala el último informe sobre hábitos de lectura, lee 1,2 libros al año, uno de los índices de lectura más bajos de América Latina y por lo mismo del mundo? Si hay, efectivamente, como parece configurarse en el libro, el uso de un capital social, ¿qué tiene que decir al respecto ese capital social que permanece vivo? ¿Si la presentación estuviera escrita en inglés y a un pakistaní le tocara en suerte adentrarse en la historia de la figura de autor en las letras colombianas, seguiría éste leyendo el libro, cualquier libro de un autor colombiano, después de la frase “razones tenemos los colombianos para proclamar que somos un pueblo esencialmente literario”? El observador no sabe con franqueza si reír o echarse a llorar. Otra pregunta lo asalta: ¿por qué la discusión en los medios sobre los nombres elegidos o excluidos, el carácter de oficialidad o no de la selección, si para el libro los nombres en sí mismos son lo de menos? Es decir, valen en tanto suman para el 100 y en tanto su lugar de nacimiento los condena a la convención de una nación, pero, sus obras como tales, el hecho, por ejemplo, de que hubiesen sido escrito en franca y alevosa contravía contra la idea de nación (puede ser el caso de Vargas Vila, de Zapata Olivella, de Gutiérrez Girardot, de Vallejo, apenas por dar algunos ejemplos, ejemplos que bien podrían abrirse a otros espacios del discurso como los de la homosexualidad o el feminismo), ¿dónde quedan en medio de esta línea de ascenso y “maduración” que el texto quiere hacer creer existe y por eso sintetiza sin asomo de rubor bajo la sonora estructura: de “la gesta libertadora” hasta “los jóvenes valores de finales de siglo”?

 

(Vale, vale, lo entiendo), habla el observador como consigo mismo (me dirán que qué se puede esperar si aquel hombre que hace de presidente ha confesado no gustarle los libros y llevar mucho tiempo sin leer. Pero, ¿y su intelectual embajador en Portugal? Vale, vale, lo entiendo, me dirán que qué sabe Plinio Espadachín del asunto si sus éxitos literarios han sido los éxitos de un parásito, éxitos a punta de espaldarazos, de pegar su espalda contra la de otros, o bien la de García Márquez o bien la de la familia Vargas Llosa... A propósito), sigue diciéndose el observador (en el Manual del perfecto idiota latinoamericano uno de los ejes centrales de señalamiento y burla alrededor de ese cierto perfil generacional identificado con la izquierda, es la nula o poca o, mejor, ingenua comprensión de los entramados económicos bajo los cuales se ha venido moviendo el mundo ya hace varios siglos), en sus mejores esfuerzos el observador ha contado 20 chistecitos alrededor de este tópico. (Ahora, si como se va demostrando, las calidades diplomático-literario-comerciales de este nuevo producto de sello-Apuleyo se han ido revelando sospechosas —fe de erratas, monolingüismo, monocultivo expresado en el abuso de una sola imagen, la de la portada— hasta el punto, incluso, de que el objeto-producto vive —¡y vivirá!­— por fuera del mercado, ¿qué le queda ahora al señor embajador como horizonte literario? Lo que nos temíamos: se avecina la publicación del Manual del perfecto idiota diplomático), dice en voz alta el observador, entre carcajadas de abandono.

La orientación de la discusión mediática en términos de inclusión o exclusión de autores, combinada con el alegato de oficialidad de la selección, acabó por hacerle juego al propósito explícito de la administración en nombre de la cual la trinidad diplomática trabajaba. En otras palabras, haber generado una controversia del tipo la selección es injusta, faltan nombres, produjo dentro de la opinión pública nacional una sensación que potenció, precisamente, el propósito final de exaltar un “capital social” letrado. Son tantos los que faltan que lo mejor va a ser apurar una segunda centena. Esta precisa ruta de escape, y no otra, fue la usada por el hombre que llaman presidente en el acto de lanzamiento del libro, días después del debate mediático.

“Yo no tengo sino palabras de gratitud, palabras de reconocimiento y una gran admiración porque sé que la tarea de ustedes no es fácil. Esa tarea de defender en una comunidad internacional de tanta controversia, la acción de un gobierno de Seguridad Democrática, es una tarea enormemente difícil, de suyo coparía todo el tiempo, para que ustedes hagan este magnífico esfuerzo, que se traduce en el resultado del libro. Muchas gracias a Telefónica, por contribuir con el patrocinio de esta publicación, en buena hora para Colombia.

Y sí, por fortuna hay un error por omisiones, porque son más de 100, lo grave habría sido no poder encontrar los 100. Lo que habla bien del país es que sí encontramos los 100 y hay muchos más. Cuando yo oía esas explicaciones ahora de Plinio y Noemí decía: pero siquiera encontramos los 100, sin dificultades y hay otra fila de muchos más, de óptima calidad, de excelencia. ¡Qué bueno!

Y para que sigan con ese ánimo y se saquen la segunda edición y se complete la segunda centena, permítanme decirles lo siguiente: el Gobierno Nacional está empeñado en sacar adelante la agenda legislativa [...]. Es una agenda legislativa fundamental para cimentar confianza en Colombia, a ver si este país se pone a crecer al 6 por ciento y somos capaces, el 20 de julio del 2010, de decirles a los colombianos que hemos cumplido con la meta de reducir la pobreza al 35 por ciento.

[...]

Sé que la agenda legislativa ha causado algunas preocupaciones en la cultura. Quiero decir a una audiencia tan representativa de los sectores culturales de la Nación, que el Gobierno es sensible a esas preocupaciones. Por eso le he pedido a la Comisión de ponentes y al Ministro de Hacienda (Alberto Carrasquilla), entre muchos puntos, en las largas reuniones con ellos, dos puntos: uno, que la Ley del Libro se respete totalmente durante los años de vigencia que le quedan. Les he dicho: en un país que ha tenido esta gran creatividad en todas las expresiones de su cultura y en la literatura, que infortunadamente —y es un contrasentido—, tiene un bajo nivel aún de lectura en el per capita, la Ley del Libro fue una gran creación, no nos queda bien interrumpirla antes de que se agote el periodo que se le definió cuando fue inicialmente aprobada por el Congreso. Seguiré insistiendo ante el Ministro de Hacienda y ante el Congreso para que un artículo expreso diga, explícitamente, que la Ley del Libro se mantendrá durante todo el periodo que se le asignó como periodo de vigencia, al ser aprobada”.4

¿Meta de reducir la pobreza, agenda legislativa, sectores de la cultura, seguridad democrática, comunidad internacional, controversia, gran creatividad, esfuerzos traducidos en el libro, contrasentidos? Caras de la trinidad. Como el observador temió intuir desde un principio, analizar el libro que tiene entre las manos no puede consistir en preguntarse cuál de las tres esferas opera en él. Ninguna puede dejar de hacerlo en la medida en que ninguna es ajena a la negociación que el pasaje del discurso citado transparenta. En la negociación, sin embargo, también se vislumbra la capacidad del discurso político para apropiarse, para absorber con su simpleza, las posibles controversias culturales. ¿Que son más de 100?; ah, pues, qué bueno, hagamos entonces uno de 200. ¿Que hay preocupaciones en los sectores culturales (¡¿cuya audiencia representativa son Apuleyo y Sanín?!) porque les vamos a quitar el privilegio que llevan ya buen rato aprovechando al verse exentos del pago del impuesto de valor agregado?; ah, pues arreglamos: les dejamos el privilegio para darles “ánimo”, que igual plata pa la guerra siempre habrá de dónde sacar. Que no concuerda eso de ser esencialmente literarios y no leer; ah, pues contrasentidos que tiene la vida.

Conjetura única paranoica: ¿y si la reforma para acabar con los privilegios del libro nunca fue otra cosa que una falsa opción para, precisamente, una vez descartada, ganar puntos con el sector editorial y por extensión con el sector de la cultura? En otras palabras, ¿por qué iban a querer acabar con la Ley del Libro si, a la hora de la verdad, esa ley ha hecho que capital extranjero expresado en filiales de las grandes editoriales españolas, cada vez se sientan más gustosas de editar desde Colombia? Será por eso que la exención tributaria para el libro se mantuvo; gracias, eso sí, y es fundamental que la opinión pública guarde tal sensación, a esfuerzos como los expresados en el libro de la diplomacia peninsular.

¿Y todo el mundo, pues, tan contento?

No, piensa el observador. La única torpeza imputable a Apuleyo no es haberse pelado en el número. Después de todo, a lo mejor estuvo cerca. El 101, por ejemplo, hay que reconocerlo, le habría dado al libro un cierto toque de ingenio, ese toque “moderno y de buen diseño” que él mismo declaró como premisa anhelada del libro, premisa que, desafortunadamente, los retoques blanquecinos de las fotos interiores de los autores acabaron por echar al piso, unos retoques cuya audacia diseñadora quizá aspiraba a mostrarlos como porcelanas extraterrestres para así captar público juvenil (bien se sabe de la atracción que sienten los jóvenes por lo que espanta); y es que, en otra más de sus declaraciones, Apuleyo manifestó su preocupación al respecto. Agotadas sus balas esgrimió en defensa la triste carta paternalista: “[...] mostrarles a los jóvenes lo importante del pasado que no conocen y que deben conocer” —¡Agggrrr!, grita el observador, ya a punto de perder la paciencia y a punto de tirarse de rodillas para agradecerle al mercado por mantener el libro lejos de las librerías, sería un robo a mano armada que un joven se gastara sus pocos pesos en un objeto tal, en un torpe negocio seudo diplomático de aquellos que siguen creyendo que lo que una comunidad literaria necesita es convertir a su figura central en Cristo, esto es, monocultivar, lo que después de todo concuerda con una sociedad educada en el caudillismo de estirpe católica.

No, piensa el observador, incluso los patrocinadores de Telefónica deben andar descontentos. Después de todo, ¿por qué tuvieron ellos que financiar un libro que no pasará por las manos del público, ese que necesitan empezar a atraer y a convencer considerando que con la compra de Telecom (2006) han entrado de lleno en los mercados nacionales?

Con el paso de los segundos el observador respira profundo y se siente más tranquilo. Los jóvenes son más inteligentes que esto, se asegura, mientras en la cabeza le retumba la última frase del discurso de presentación del libro, esa que dice que toda la investigación y todas las obras y todo el compendio y todas las piezas magistrales y todo Sultano y todo Fulano son todos “un regalo para la mente y la reiteración de lo grande, bella y culta que es Colombia” —la frase empalagosa y funesta le retumba hasta la náusea y hasta hacerle resonar también el cierre de la conferencia que Fernando Vallejo diera por esos mismos días de finales del 2006 en Bogotá, acompañado por una decena de perros a modo de escoltas; ese cierre que, refiriéndose a Uribe y en toda su pose de pudor lingüístico, descubre ahora el observador, viene a revelar una verdad de otro calibre: (“que robe, que mate, que asesine... ¡pero que no hable, por favor!”, dijo Vallejo) la verdad ominosa de la demagogia cultural.

 

Notas

  1. Revista Semana, Nº 1.237, 9/23/2006.
  2. No se incluye el crédito de la autora de la fotografía de la portada, Indira Restrepo; en la página 33 se incluye la fotografía de un libro de Pardo García y no el que correspondía, es decir, el de Eduardo Castillo; en la página 56 del libro confunden el primer poema publicado por Aurelio Arturo, Balada de Juan de la Cruz, y lo titula Balada de San Juan de la Cruz; en la página 116 llaman a Heidegger Martín Gutiérrez Girardot; en la página 123 anticipan la fecha de publicación del libro Obra negra (1974) en diez años; en la página 188 se refieren al pueblo tolimense donde naciera William Ospina como Papua; en los créditos se pelan en el apellido paterno de R. H. llamándolo Rafael Humberto Durán. Sólo para citar unos ejemplos, los más graciosos en todo caso, y los más significativos también. Casi se podría escribir un ensayo sobre la literatura colombiana a partir de la fe de erratas del libro.
  3. Para un informe algo más completo (aunque no del todo completo) de la industria del libro en Colombia, véase: Estadísticas del libro en Colombia. Bogotá: Cámara Colombiana del Libro, 2004.
  4. En: “Lanzamiento del libro 100 autores colombianos del siglo XX”.