Artículos y reportajes
Ilustración: Doriano SolinasSobre el escribir como oficio de tiempo completo

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Tengo una constante desazón que creo común a muchas personas como yo, escritores de tiempo parcial, es decir, cuando las circunstancias y las obligaciones lo permiten. Esta condición de parcialidad genera en mí la sensación de estar donde no debo, de estar donde el poco tiempo disponible se “dilapida” en hacer “lo que se debe hacer”, y en ello se van los días, los meses y los años.

Me asaltan a ratos, como ahora, inquietudes sobre el escribir, pasión que llevo en mí sin que siquiera intente detenerla. Algunas de ellas son: ¿es esta infame dedicación lo que la escritura se merece? ¿Es ésta la forma de sacar de mí lo mejor que puedo dar? ¿Son, desde mis manos, éstos los mejores poemas que haya podido escribir? Y ante todas aparece un rotundo no. Más que una excusa o la aceptación de una cobardía, creo que cada decisión tiene sus porqués, y yo tengo los míos para hacer lo que hago, así no los tenga explícitos en alguna parte de mí o de mi ámbito circundante.

He leído de aquellos que, gloriosa, rebelde y audazmente, se han dedicado a escribir como forma de vida. Mi admiración crece, así conozca que muchos de ellos apenas sobreviven, pues la inclemencia de sus condiciones de vida así lo demuestra. Hay pocos ejemplos exitosos, tomando como contexto los cientos de miles (había escrito millones y, de ello, no estoy seguro) de personas que han tomado tal decisión. Algunos han llegado a ser ese ser que soñaron ser, no importa si “para unos pocos amigos”, o si han llegado a brillar después de muertos. ¿Alusión o reminiscencia a Andrés Caicedo? No lo sé de cierto (parafraseando a Sabines).

Un ejemplo puede ser Bioy Casares, quien en respuesta a una de sus múltiples entrevistas dijo: “Cuando me preguntan que de dónde saco las ideas siempre respondo lo mismo. Si usted se dedica a escribir, el tiempo le dará la respuesta. Creo que la mente del narrador vive en una actitud que le permite descubrir historias, aunque estén ocultas; por lo general, para eso está despierta. Si escribo poco, se me ocurren menos historias que si escribo mucho”. A mí me ha tocado vivir esto, en pocas ocasiones en que he tenido la oportunidad como en mis recientes vacaciones, pues cuando me dedico a escribir interactúo largamente y en disfrute con la lectura, y en esos momentos (así suelen ser) florecen las ideas sobre otras escrituras y nacen muchos proyectos desde la perspectiva de la instantaneidad y del carácter de retratista que suele ser el poeta. Muchos de ellos ni siquiera llegan siquiera a dos líneas aunque a veces logro almacenarlos en algunos archivos que se llaman algo así como: “ideas”, “poemas inacabados”, etc., y donde en algunas ocasiones he ido a nutrirme para desarrollar algunos o para encontrar que ya ni siquiera recuerdo cuál era la esencia de aquellas líneas.

En la mayor parte de las ocasiones, al escribir uno inicia con una “idea” pero uno casi no sabe claramente dónde va a terminar. En una de sus conferencias, a Rosa Regàs (autora de Azul) le preguntaban que de dónde sacaba el autor lo que tiene que escribir, y ella contestaba que “cuando uno escribe, vas escribiendo y no te enteras y cuando has acabado de escribir dices: ¿y esto, de dónde salió?”. Continuaba diciendo: “Yo tengo un argumento... pero hasta que no me pongo a escribir no me salen las mil cosas, que yo no sé y no sé lo que voy a decir. Cuando uno se pone a escribir y empieza a buscar los porqués y va buscando ejemplos y va acabando de definir los personajes y las situaciones y los diálogos, para mí es una manera de llegar a la realidad, que yo no puedo llegar por ningún otro sistema”.

Otro de esos seres que escenifican la escritura como forma de vida, Gabo, dijo alguna vez de su condición que “nunca ha hecho otra cosa en su vida que escribir historias para ‘hacer más feliz la vida a un lector inexistente’, sin más ‘arsenal’ que dos dedos y 28 letras del alfabeto”. Como prueba de esa forma de vida, también le he leído “del encierro de 18 meses para escribir la novela, de las dificultades económicas que pasó con su familia en esos meses en que vivieron al fiado, teniendo a veces que dejar de comer para comprar las resmas de papel que Gabo, obsesionado con la nitidez de la página mecanografiada, gastaba en cantidad”, según narra Gioconda Belli de sus notas de la inauguración del IV Congreso Internacional de la Lengua Española de marzo de 2007 en Cartagena.

Sólo estos ejemplos no muestran la generalidad de los escritores, en este caso no importa si conocidos o famosos o no, pero me dicen que ese llegar hasta allá requiere de esfuerzo, tesón, dedicación y, obviamente, una alta dosis de decisión. A pesar de esa gran carga, sigo creyendo que quien quiera decir algo debe escribir, como Whitman sostenía: “...todavía le digo al ejército de los ilegibles, por el amor de Dios, hagan lo que puedan para escribir de modo que podamos obtener al menos algunos indicios sobre lo que ustedes tratan de decir”.

Tal vez ser un “part-time writer” (como diría mi profesora de inglés) sea una solución apropiada para mi condición, pero sí me queda en el tintero cada que a escribir me atrevo, que pude haber escrito no sólo más sino mejor, si hubiera... (y aquí aparecen muchos participios) revisado, dedicado más tiempo, corregido, vuelto a leer, etc. Sin embargo, es cada vez más el conjuro de todos los fantasmas que me rodean lo que me hace poder seguir escribiendo, así sean notas como ésta que sólo muestran la desolación de quienes, como yo, añoramos ser escritores de tiempo completo.