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El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti, de Mario Vargas Llosa

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Seguramente son muchas las palabras que arrastran su horma de tabú, aunque en verdad describan objetivamente fenómenos políticos recurrentes en las actuales sociedades que van erosionando la fe en las instituciones democráticas: demagogia, populismo, apología, por ejemplo.

Cuando uno atraviesa el umbral de los significados conceptuales y convencionales, se encuentra con la definitiva semántica de las palabras; precisamente el sinsentido y el retorno a lo atávico como instintivos impulsos hacia la supervivencia. Lo que heredamos no es la memoria de las palabras, sino la pulsión de su malditismo que yugula cualquier defensa moralista del sujeto.

La apología de la violencia más visceral y acérrima convierte a los personajes de Onetti en posibilidades conductuales que admiten la irracionalidad congénita como un rasgo humano que ha de sobrevivirnos. De hecho, se intuye que es el único mecanismo de supervivencia mal que pese al filósofo o al pedagogo. En efecto, el ensayo de Vargas Llosa disecciona unas novelas que reflejan la apocalíptica decadencia de los valores culturalmente racionalistas que deberían caracterizar a entelequias occidentales tan politizadas como “posmodernidad”, “igualdad”, “tolerancia”, “interculturalidad” o “globalización”.

Sucede en Onetti, como en el caso de la narrativa de Vargas Llosa, que la ligazón entre pericia de los personajes y discurso narrativo está tan cohesionada que difícilmente la obra de ficción deja algún resquicio para la incredulidad, sino que la verosimilitud de las radiografías de los actores es inmanente a la propia realidad sensitiva y contextual, más allá incluso de las páginas. Así la verdad de la novela tiende a ser verdad en el mundo. Lo que existe en realidad es el hombre en su remota indeterminación a pesar del discurso demagógico de las instituciones, leyes y ortodoxias.

La construcción del relato de Onetti está arraigada en una trama que se dispersa voluntariamente en multitud de encuentros, delaciones y asesinatos, porque la determinación de la voluntad es el mal, no el paradigma de las bondades sacramentales. Difícilmente es entendible que las epopeyas de Onetti no sean una analogía de las épicas políticas, pseudodemocráticas y dictatoriales de Hispanoamérica; pero, como enfatiza Vargas Llosa, Onetti no es un escritor de juicios universales, sino de costumbres, de short stories tipificadas en su propio universo desarraigado, afín a la novela negra y al versículo folletinesco. No hay necesidad de trasladar los espacios expresionistas, humosos y lúgubres, o las conductas depresivas de los incautos a un paradigma interpretativo nacional o internacional. Lo que Onetti o Vargas Llosa, sin embargo, parecen ocultar es que, para el lector, ese ejercicio es, por desgracia, automático, incluso indispensable para comprender, desde lo particular, las deficiencias estructurales de las presuntas democracias contemporáneas.

En los márgenes de este debate político y literario, el ensayo de Vargas Llosa incide además en la hollada lectura y relectura de Faulkner, en quien Onetti atisbó la metodología para superar la normalización de un lenguaje narrativo que sucumbía inconscientemente a la linealidad, a la delimitación de patrones textuales (descriptivos, narrativos y dialógicos) y a estereotipos de conducta a veces excesivamente psicoanalizados.

Como en las novelas de Vargas Llosa, la influencia de Faulkner desprende esa especificidad narratológica que El pozo, Juntacadáveres o El astillero representan hacia localismos verdaderamente insustituibles: la alteración temporal, la ruptura de diálogos y la simultaneidad de acciones contribuyen a la arquitectura narrativa de Onetti, que verdaderamente se adapta a las convulsiones y marejadas que representan las voluntades torcidas de sus personajes al margen de su status.

Después de los años, todavía sobreviven, en cada uno de mis actos, mi experiencia enfermiza como lector de Onetti: las humeantes carcasas de los prostíbulos y de las tascas portuarias, atrapando hombres cosidos a cicatrices, pero lejos aún de estar acabados.