Especial
Gracias por el fuego de la poesía y de la vida, Mario
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Tengo una soledad tan concurrida que puedo organizarla como una procesión por colores tamaños y promesas por época por tacto y por sabor. Desde un rincón del mundo, República Dominicana. Nunca olvidaré tantas palabras lindas que dejaste y que muchas noches leí. Descanse en paz.

Anónimo.

Un poeta muere cuando nadie lo lee. Muere por falta de compromiso con la palabra. Deja de vivir, que es morir, si el amor le sopla un ojo y sale por la ventana su memoria y sueños. Un poeta muere si se deja morir. Si su palabra es más oscura que la luz y es fiel a su vida, no puede morir. Un poeta es inmortal cuando se compromete con la verdad, la libertad y la vida que es la poesía.

Por eso se me hace difícil creer que el poeta uruguayo Mario Benedetti haya muerto hace un par de horas en su país chiquitito que ha dado tipos como Benedetti, Onetti, Viglietti, Quiroga, para romper la cadencia de la rima italiana, Galeano y ese extraordinario cuentista que es Felisberto Hernández.

Mario Benedetti se confundió con la voz sencilla, directa, humilde, susurrante, de los pueblos del Sur, a los que nunca olvidó y en los que seguramente en estos momentos se encuentra de viaje acompañado por amigos y pueblos lejanos tan próximos a su canto.

Qué podemos decir ante lo inevitable, qué bueno que existen tipos, hombres, poetas, escritores, como Mario Benedetti, en tiempos en que la palabra huele a flores secas, cuando la farándula saca a bailar al mercado, una época barrancoabajo en bancarrota.

Benedetti ha partido con su biografía bajo el brazo: 400 páginas que ha escrito Hortensia Campanella bajo el título Mario Benedetti; un mito discretísimo, y más de 80 libros de poesía, narrativa, teatro, ensayos y miles de crónicas. Fue también un cronista y periodista de su tiempo. Nos deja un legado de hormiga.

A Benedetti no se le puede desvincular de escritor comprometido, hombre del Cono Sur, de su condición de exiliado, uruguayo, de su solidaridad con la vida y el amor, ni a su poesía con el canto popular que lo elevó a la calidad de mito: Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Daniel Viglietti, Sandra Mihanovich, Soledad Bravo y Pablo Milanés.

Las últimas noticias dicen que falleció en su amado Montevideo, desde donde partió tantas veces para regresar siempre, y que será velado en el Congreso de Uruguay en el Salón de los Pasos Perdidos, título de la novela del cubano Alejo Carpentier.

Benedetti fue un hombre en primera fila de las causas latinoamericanas. Nunca cambió un punto ni una coma, ni zigzagueó su acento Sur. Este Mario Benedetti / nació en el Sur / más chiquito / para decirnos / que el Sur también existe.

Los miles de mensajes que han escrito sus lectores en el mundo para saludarlo, más que despedirlo, reconocerse en su obra, agradecerle su enorme complicidad, su manera sencilla de ser, vivir, su compromiso ejemplar, irreductible diría, nos hablan no sólo de un hombre querido, sino de que la poesía y el Sur existen.

Benedetti pertenece a ese Sur entrañable, al de las primaveras rotas, al de los patios de las viejas casas con sus parrones de uvas negras, el de los amigos que compartían hasta su desesperanza, un Sur secreto lleno de voces susurrantes, al Sur que le faltan manos para abrazar, un Sur con rostro Sur, ese que no pierde la memoria y que tiene una palabra en la boca, un acento inconfundible.

La memoria colectiva de Benedetti nos seguirá hablando mientras dure y permanezca nuestra memoria.

 

Epílogo

Un epílogo tal vez no para terminar, sino para volver a empezar a contar la historia, mezclarla y darle futuro a las palabras. Leí, miraba las imágenes, revisaba tanto material relacionado con un poeta en el mundo en estos tiempos y pensaba a solas que era como un delicioso momento casi obsceno para la poesía como género olvidado y puesto detrás de la vitrina, a la sombra de un lector ocasional, circunstancial, privado, íntimo y en extinción para algunos que llevan estadísticas. La imagen, los comentarios, la vida y la muerte de Mario Benedetti han vivido en las últimas 48 horas una explosión en los medios de comunicación, escritos, mediáticos, en el ciberespacio única, inimaginable para un poeta en estos tiempos. Desde muchos puntos cardinales se ha comentado la obra de Benedetti y su calidad humana y el compromiso personal. A él parecía que le bastaba Montevideo y que el mundo era historia para una nueva generación.

Al ver este fenómeno sobre un escritor emblemático para América Latina y en especial el Cono Sur, aquella generación de los 60 y 70, rota, quebrada, formada por el exilio, sorprende el poder de la memoria que ha formado una obra y de la palabra colectiva.

Benedetti, guardadas las proporciones y pensando que toda comparación es arbitraria, a veces odiosa, es para Uruguay lo que Neruda para Chile: un poeta histórico e irrepetible. El tiempo pasa, sucede, la historia cambia, y Benedetti ha tenido la dicha de morir en paz, es velado con los máximos honores del gobierno uruguayo y el martes 19 (que es cuando escribo este Epílogo) será llevado en marcha fúnebre por su pueblo, obreros y estudiantes, a su última morada. Es sabido de todos que la muerte de Neruda ocurrió en circunstancias trágicas para Chile y que el pueblo, su partido, con el puño cerrado y entonando la Internacional Comunista, lo llevó al Cementerio General para ser enterrado en una tumba anónima en medio de la metralla policial.

Otros tiempos, pero Benedetti en italiano significa benditos, como bien recordara Eduardo Galeano, así que se salvó de una época dura, mala, torva, oscura, y realizó su obra leída y respetada por sus lectores en el mundo. Queda su obra, un par de libros inéditos y una fundación llamada Mario Benedetti, que atenderá a jóvenes escritores de habla castellana. Esos son sus verdaderos herederos, continuadores de su obra.

Nicanor Parra, el antipoeta chileno, seis años mayor que Benedetti, le ha despedido con un Artefacto intitulado: “En la hora de su muerte”, publicado hoy por el diario La Tercera. “A lo más que se puede aspirar / Es a dejar dos o tres frases en órbita / Que yo sepa don Mario dejó al menos una: / La muerte y otras sorpresas // ¡Señor mío, la frasecita!”.

Y del Epilogar, desde México el poeta argentino Juan Gelman, otro sobreviviente de la Triple AAA, se despidió de su amigo con una breve carta que dice a la letra: “Querido Mario, te digo adiós pero no te lo digo, te despido pero no te despido, siempre estarás en mí y en el alma y el corazón de centenares de miles de personas que entraron a la poesía por la puerta grande de tus poemas. Hasta luego entonces. Juan Gelman”.

...Murió Mario Benedetti en Montevideo y el planeta se hizo pequeño para albergar la emoción de las personas. De súbito los libros se abrieron y comenzaron a expandirse en versos, versos de despedida, versos de militancia, versos de amor, las constantes de la vida de Benedetti, junto a su patria, sus amigos, el fútbol y algunos boliches de trago largo y noches todavía más largas. Murió Benedetti, ese poeta que supo hacernos revivir nuestros momentos más íntimos y nuestras rabias menos ocultas. Si con sus poemas salimos a la calle —codo a codo somos mucho más que dos—, si leyendo “Geografías”, por ejemplo, aprendimos a amar un país pequeño y un continente grande... José Saramago.

Daniel Viglietti dijo, en la despedida, que “ética cabe dentro de la palabra estética (...). Eso nos enseñó Mario”.

“Mario es una unidad dialéctica difícil de encontrar”. Benedetti “no necesita que lo idealicemos, porque es un ideal en sí mismo”.