Especial
Mario Benedetti

Mario Benedetti

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Cuando una celebridad se muere, enseguida le aparecen conocidos que revelan anécdotas desconocidas del finado. Claro, como ya no se puede desmentir, pues queda muy bien. Un servidor no ha tenido la fortuna de conocerlo. Y lo siente, porque tiene uno la impresión de haberse perdido la oportunidad de conocer a un hombre cercano, sencillo, humilde y lúcido. Aunque no haya sido así, al menos, como el resto de los mortales, sí ha tenido la fortuna de conocer al autor. Y si siguiendo el mandato de Cervantes, el hombre es hijo de sus obras, pues, en éstas trasluce su honestidad. Hace años, bastantes, conocí a unos emigrantes uruguayos que pretendieron —porque no lo consiguieron— establecerse en España; pero les fue mal y malvendieron todo para volverse a su país. Una tarde, no sé cómo surgió, hablamos de sus recuerdos allá. Y, curiosamente, uno de ellos fue la figura del escritor, aunque no viviera allí. Pero sus poemas, de alguna manera, les hablaba de lo que conocían, de lo que les era cercano y propio. No hay mejor manera de hablar de alguien. Cuando con su obra es capaz de formar parte de la memoria colectiva de un país, sobran los adjetivos, los recordatorios pomposos. Era uno más, y lo fue siempre (taquígrafo, cajero, vendedor, contable...). Alguien con quien podía uno encontrarse en cualquier calle y parar a tomarse unos vinos en la taberna más próxima, sin sentirse incómodo por su autoridad. Porque, no sé si patino —creo que no—, se estaría muy a gusto con alguien que ha entendido la vida como una estancia más, en la que no hay que justificar más que la propia existencia, lo cotidiano, sin petulancia. Voy algo más allá. A Benedetti —continúo con Cervantes, con quien haría muy buenas migas—, le valdría lo que se dijo del personaje al que fueron a enterrar porque murió de desamor de la sin par Marcela (no fue así según explica convincentemente ella): “Grave sin presunción, alegre sin bajeza”. Tiene uno esta impresión a juzgar por lo que ha escrito, para quién ha escrito y qué ha escrito. Porque en esa fabulación están representados quienes no tienen voz ni voto. Esas personas anónimas, grises, anodinas —que somos el común—, que pasan por esta vida como si no lo hicieran. Nacen, crecen, viven, trabajan y mueren. Pero, a la vez sufren, padecen, piensan, opinan y hasta influyen llegado el caso, aunque no fuera más que en el destino de los que les prosiguen. Otros brillantes autores nos han regalado viajes, historias, lujos alcanzables para muchos sólo a través de estas páginas. Benedetti es de los que se han sentado a llorar con los suyos, o se ha arremangado para segar con ellos si llega el caso. O ha comprendido a quien nadie ve, ni oye, ni escucha, porque no pertenecen a las grandes cifras, a las estadísticas, a los números inleíbles. Son los de carne y hueso, los que se hacen viejos sin mirarse un solo día al espejo del baño de su casa. Lo dice el propio autor de una manera clara y concisa:

“Ustedes cuando aman
Exigen bienestar
una cama de cedro
y un colchón especial

Nosotros cuando amamos
es fácil de arreglar
con sábanas qué bueno
sin sábanas da igual”.