Música estentórea
El aroma que desprende la copa vacía
se viste con túnica de uva quebranta
en el pisco que arma el bochinche
en mi sereno olvido de vértigos que vuelan
sobre el cuenco que acomoda mis parpados
en mis manos veo adheridas las pompas
que desaparecieron
en los invernáculos de horchatas
con butifarras de caracoles
que dejaron calato a este peruano
que se borró
con sus cachivaches
y de vuelta al camal
me siento sobre mi tópico
de cholo ignorante
en el acápite epistolar de los quebrantos
de la melodía de una zampoña
que anestesia el entuerto prensil
que arrancha sin complacencia la belleza arcaica
infesta de obscenidad
que deja entreabierta la ventana
donde la luz cruza a destiempo
una música estentórea.
Fauna desmantelada
Empiezo el día con el sueño, todavía
enlazado en la pregunta
si hoy será como ayer
todavía sigue la maleta de barro
llena de cacharpas,
llena de faunas nocturnas, bosques encallados
un puñado de corazón abierto que estalla
en follaje de heridas nuevas,
es un nenúfar antiguo que flota por la ardiente brisa
que me sopla una callada música
mis venas también se abren por zozobra
se mezclan en claroscuro de batallas
que hiende apenas la efigie distante
del pintor que irisó mi huella
empiezo el día desnudo
y desmantelado,
descubierto en un cofre ponzoñoso
sin ningún artificio que me concluya.
Soy dañino para mi salud
Mi cuerpo necesita otra alma
porque soy dañino para mi salud
se me van deshaciendo los acervos
y el incesto de mis adagios
se acentúan en un anacrónico cameo de tragicomedia
no es el tabaco lo que me mata,
no fumo, ni tampoco aspiro a nada,
es el principal acertijo de mis piernas dormidas
donde el hormigueo se vuelve halófilo
ante mi sangre que se desdenta
el filo de mi razón de antonimia
corta entre jácaras
las venas que alimentan mi cerebro
y todo el pensamiento se desangra
sin que pueda mudarme de piel
mi cuerpo necesita otra trova
porque mi rostro en el espejo, se descompone.
Por qué no eres la mujer perfecta
¿Y por qué tú no eres la mujer perfecta?
por qué tus brazos fueron a caer sobre los míos
por qué, en mi desarmado cuerpo me ardes, siendo tibia
por qué tus ojos ya no son acertijos
por qué cedo ante el silencio, que me deja cara de culpa
por qué me salen cicatrices en mi lívido inherente
por qué la historia ya te ha marcado en mi tiempo
por qué siempre apareces en el papel de mis continuas muertes,
en mis frecuentes huidas
por qué dejas mi sangre en un hilo, pendiente de tu desbocada oscuridad
y por qué tú eres la mujer de los centímetros arrancados por mis dientes
de la fábrica de palabras que se convierte en carne tornasol
de la luz que despierta debajo de mi piel
de la avaricia de mi tacto sanguíneo
haces que todas mis derrotas
se vayan por la sombra que deja tu perfume
ensangrentado en mi sustancia.
Morir de noche
No tengo cómo defenderme de mi muerte
si está aleccionada
por la flagrante noche de tus senos
se me llena la almohada de gritos sobrenaturales
por encima de mi lento asesinato
y la guadaña
suave y rabiosa
que destaja mis huesos
me extrema a la ventana helada
que se empaña
con la sangre de tu perfume.