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Elcina Valencia Córdoba, voz y figura de sirena y palma
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Elcina Valencia CórdobaMaría Elcina Valencia Córdoba es hija de río con bagres y piedra, del mar con rulos de coral y verde y de una guitarra que cuelga de sus hombros de negra marina. Las ondas del bravío Río Naya la trajeron a sus playas mineras y la hacen heredera de una etnia que tiene raíces negras y rumor de alabao y cununo.

Su padre es Julio Francisco y su madre Nicolasa, y su tierra madre es cuna de platanales, chontaduros, borojó, de cocoteros y piñales. La vio crecer la Vereda, su terruño, que se llama San José a seis horas de la ciudad que más tarde la llamaría. De niña lanzó el anzuelo a la corriente para jugar con los peces, corrió detrás de venados, de tatabros, de conejos, guaguas y orejudos armadillos.

De su abuela y de su madre, cantaoras de oficio, recogió el amor por la música y con su gente alegró las fiestas patronales con aguabajos, jugas, boleros y currulaos. En las novenas de diciembre empezó a arrullar su guitarra mientras los mayores rotaban en corro el biche, el guarapo casero y el vinete con anís. Por entre el río materno, entre la canoa y con los bogas y pasajeros, por los campos de Puerto Merizalde su juventud fue pasando entre cantos y la melancolía de una tierra olvidada.

A sus 14 años, cuando terminaba primaria y su cuerpo estiraba sus piernas, jugaba con amiguitos y les escribía canciones al llegar las vacaciones.

Fue una sorpresa tu beso
y por temor al regaño
y al pellizco de mi madre
he esperado largos años.
He crecido atravesando
este río para verte
con el anhelo de un día
crecer y poder tenerte
y cuando fuéramos grandes
quizá amarte para siempre
Pero mi vana ilusión
se me va con la corriente
por una prueba de amor
que yo no puedo ofrecerte.1

En el esplendor de los 17 su profesora Elba Martínez alguna vez, de tarea, le pidió hacer unos versos y compuso este poema a un novio esquivo al que le puso el pícaro título “De qué te quejas”:

¿De qué te quejas? ¿Acaso temes?
¿Acaso sientes tu corazón hirviendo?
Date cuenta que los vicios que aún no dejas
son motivo de tu vida en sufrimiento.2

Elcina Valencia, de piel de seda, es una negra de brisa fuerte y ojos de mirar diferente. Su poesía canta al Pacífico y no es pacífica, besa a la mar y allí no se queda. Echa a volar sus versos y se ha convertido en poeta colombiana. Ha aprendido, como las gaviotas y los alcatraces, a rozar sus alas por playas y por esteros, por ríos y por manglares, allá donde el rumor del agua suene. “Quiero a mi Pacífico porque me siento antes muy colombiana”.

Si yo fuera “sola”...
Si no estuviera en el corazón de mis paisanos,
...si no fuera un pedazo de tierra negra,
no estaría tan ligada a este pueblo mío.

...Pero mientras haya razón para luchar
echaré raíces cada vez que pueda.3

Sus temas poéticos son la familia, el amor, los recuerdos de sus ancestros, la dignidad del ser humano, el ansia de liderazgo, la lucha continua por la identidad cultural. Los escenarios de su canto son su patria chica, los ríos, el mar, la gran ciudad, las calles de la patria, los campos con sus productos de maíz, cocos, pianguas, cerdos, gallinas, patos y cangrejos. En su maletín de maestra lleva cargadas las palabras y sobre la espalda va su guitarra con la que rasga el aire y sale ella con su poesía y las melodías.

Además de sus padres, su esposo José Antonio y su hija Sary Rocío, ama a los poetas de su sangre, Jorge Artel, Nicolás Guillén, Helcías Martán Góngora, Gerardo Valencia Cano, Hugo Salazar Valdez y a su colega Mary Grueso Romero. De ellos ha bebido la fuerza y la inspiración para sacar de su pecho altivo la voz, la rabia y el amor por su pueblo y sus ideales. Junto al río, en sus riberas, en el grito libertario, en el canto de los niños muertos, en los saltos de las olas sobre los arrecifes, de su garganta salen versos y dolores, lloran las cuerdas y baila la guitarra de sus caderas.

Todos señalamos, nadie es culpable,
todos predicamos mucha caridad.
Si tienes dinero, si tienes la fama
tú tienes amigos en gran cantidad,
pero si flaqueas, si tienes problemas
si estás fracasado, todos te critican
todos te calculan. Esa es la verdad.
Todos exigimos lo que nunca damos,
y si fracasamos...
a otros queremos culpar, nada más.4

El primer escenario grande que acogió la palabra de Elcina Valencia fue el Museo Rayo de Roldanillo en el Encuentro de Mujeres Poetas Colombianas en 1991. Allí la maestra Águeda Pizarro y su esposo el pintor Omar Rayo la rodearon de su afecto y desplegaron ante ella la alfombra de Aladino, que la ha llevado con su cofre de poesía por lugares, naciones y continentes. Desde hace dos años su calidad y trabajo le ha hecho merecedora al apelativo honorífico de Almanegra que la coloca en el pedestal de las mejores en su género.

Maestra por vocación, ha alimentado sus versos con el estudio, la investigación y la lectura de costumbres y problemas. Ha cultivado su amor y su oficio en la educación, con el gusto por el folclor autóctono, por el impulso a la cultura en su ciudad y ha tenido tiempo para viajar y dar a conocer su voz y su trabajo poético. La han visto surcar el espacio las gaviotas de la mar, la aristócrata Inglaterra, el primer mundo y la aridez y la exuberancia de América del Sur. Su mundo es ancho y es cantera de donde brotan diamantes negros, lágrimas santas, verdades y sonidos de vientos y encantos.

No quiero tener marido
porque esclava me han de ver,
cuando enamoran son buenos,
después dejan de querer.
Cuando están de enamorados
te ponen en un altar;
regalan lo que no tienen
después ya no quieren dar,
te mandan a trabajar,       
y te dicen al oído
que no están comprometidos.

Como yo no quiero miel,
pa’ después tener la hiel,
no quiero tener marido.5

Cuando María Elcina Valencia escribe con su mano negra brotan a la vida, como conejos, recuerdos de infancia, retratos de su alma o blancos cariños para Sary Rocío o para José Antonio, el hombre que la secunda. Su poesía es una fuente que sale pura de entre su tierra y de sus humores. Es principal tema y el corazón late cuando toma la pluma para tocarle al oído a su pareja con las siete cuerdas de sus más íntimas querencias.

Amanecer sin ti,
es amanecer sin ilusión,
es tolerar otra vez
el bochorno del insomnio
de una noche a solas.6

No sólo la poesía es un atributo de Elcina Valencia. La naturaleza también la adornó con el don de la musa Euterpe. Su cara se ilumina, su cuerpo vibra y a su alrededor todo es fiesta cuando ella le pone música a lo que en su hígado siente. Sus canciones son un pusandao picante con sabor a coco y con vaivén de jaiba roja y currulao en una cazuela caliente. Sus ojos brillan y la voz resbala alegre con las notas que danzan en su cintura:

Ay, me llaman la palmera,
porque muevo la cintura
y me parezco a la marea.
Ay, yo no consiento pájaro,
Ay, que caiga sobre mis hojas.
No tolero el aguacero
que me toque mi cogollo.
El que quiera tumbar coco,
que venga y suba a mi palma,
que le doy su sacudida.7

El nombre y la obra de Elcina van parejos detrás su poesía, de sus correrías y de sus canciones. Su vida y talento están al lado de la cultura de Buenaventura y de donde su presencia se requiera. Sus libros Todos somos culpables, Analogías y anhelos, Nuestra espera, Pentagrama de pasión, Susurros de palmeras, hablan por sí solos de su producción y su vigencia.

La Fundación Plenilunio esta noche, como aquella en que la vimos en todo su esplendor en Cereté, llena de calor, luces y cantos de victoria, abre los aplausos para esta mujer negra que pone otras estrellas al lado de la Luna con sus letras y con sus cuerdas.

 

Notas

  1. Este fragmento pertenece al poema inédito “Vana ilusión”, suministrado por la autora.
  2. Valencia Córdoba, Elcina. Todos somos culpables. Poemas y cantos. 2ª ed. Cali: Imprenta Departamental del Valle. 1993.
  3. Valencia Córdoba, Elcina. Rutas de autonomía y caminos de identidad. Razón de mis luchas. Buenaventura: Impresos y Diseños EVA. 2001. Págs. 5-6.
  4. Valencia Córdoba, Elcina. Todos somos culpables. Poemas y cantos. 2ª ed. Cali: Imprenta Departamental del Valle. 1993.
  5. Ib.
  6. Valencia Córdoba, Elcina. Susurro de palmeras. Poemas. Insomnio. Buenaventura: Litografía Palacio. 2001. Pág. 24.
  7. Esta cita de su canción “La palmera” fue dictada por la autora literalmente por teléfono al ensayista.