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“¿Quién mató al doble de Edgar Allan Poe?”, de Edgar BorgesEdgar y Poe
(A propósito del libro ¿Quién mató al doble de Edgar Allan Poe?)

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Este año se cumplen doscientos de su nacimiento. El nacimiento de un escritor gótico cuya vida fue inicialmente creada por otro. Hablamos, claro está, de Edgar Allan Poe y de su primer biógrafo Rufus Wilmot Griswold, quizá desconocido si no hubiese fabulado al primero. No podemos olvidarnos aquí de la famosa cita de Borges “cada escritor crea a sus propios precursores”. Lo cierto es que, muy probablemente, el mayor acierto literario de Griswold haya sido esta fabulación. En ella creó a un Poe drogadicto, alcohólico, pendenciero; en definitiva, entregado a todas las formas de vida disipada. Y este personaje, que encajaba como un guante dentro de la categoría de escritor maldito (lo que incluye continuos intentos de redención a través de la escritura) fue rápidamente adorado y adoptado. Tal es el extremo que, en 1875, se volvió a celebrar el entierro de Poe (en este caso fue enterrado el Poe creado por Griswold). Al primer entierro, “el real”, en 1849, habían acudido, casi literalmente, cuatro gatos.

En 1875 apareció otra biografía de Poe, más fiable, debida a John Ingram. No fue hasta 1941 cuando Arthur Hobson Quinn presentó evidencias de falsificaciones en la de Griswold: éste había reescrito muchas cartas de Poe, suplantándolo en su vano intento por desprestigiarlo. Griswold merecería un lugar en la borgeana Historia universal de la infamia. A su pesar lanzó a Poe, no especialmente conocido en vida, y a sí mismo, como seudobiógrafo, a la Eternidad.

Muchos investigadores han luchado por desmontar la imagen griswoldiana (permítaseme el adjetivo) de Poe, autor del que, por otro lado, ni siquiera se conocen con exactitud las causas de su muerte. Pero la leyenda de Poe navegaba a favor del viento. A pesar de las revelaciones de Quinn, todavía hoy está mucho más extendida la idea que Griswold propagó. Es mucho más hermosa y estética la visión de escritor maldito. Personalmente, más que la difícil lucha contra la leyenda, me atrae más la idea de crear una nueva ficción en la que Poe fuese más semejante al de las biografías oficiales, ficción que incluyese al Poe de leyenda y a un nuevo Griswold: el difamador. Queda tendido el guante.

Esta introducción viene motivada porque en este año 2009, acaba de aparecer un relato cuyo título es ¿Quién mató al doble de Edgar Allan Poe?, de la autoría de Edgar Borges, cuyo nombre y apellido podría llevarnos a pensar que vamos a continuar con el juego de la suplantación, pero en este caso en su propia persona. Esto lo desmentimos ya, el juego de la suplantación va a continuar, pero exclusivamente en los márgenes de su obra. Aquí veremos la aparición de dos Poes, cuyo parecido es casi exclusivamente físico; la vestimenta y el carácter de cada uno caminan por derroteros muy diferentes: uno es elegante, el otro zarrapastroso; uno se muestra locuaz y seguro de sí mismo, hasta en la aceptación de su destino fatal, el otro aparece como taciturno y hundido. Las preguntas surgen como inevitables: ¿partiría Edgar Borges de la suplantación de Griswold, recogiendo, ya, a priori, el guante en forma de ficción que, líneas arriba, he lanzado? La suplantación del autor, como delito cuya gravedad es mayor que la del asesinato, planea en todo el relato. Una vez que un artista, cuyo dios es la singularidad y con ella la eternidad, es suplantado, y su obra atribuida a otro: ¿qué le queda?

Observando a uno de los dos Poes del relato (supuestamente el “Poe” original) uno lo ve casi como un observador de su propia vida, incapacitado para la vida en sí, para la acción. Casi todo el tiempo en el relato aparece como una víctima que asiste a su propio juicio, que no se defiende por sí misma, sino que es la declaración, casi azarosa, de un mesero, la que cambia su destino. También en sus sueños es observador y víctima de una pesadilla. Y uno recuerda a Gustav von Aschenbach, aquel anciano envejecido prendado del joven Tadzio en La muerte en Venecia de Thomas Mann.

Edgar BorgesComo Aschenbach, el Poe original del cuento semeja ser un artista, un literato, un creador; como él aparece enclaustrado en un destino de observador, de sufridor de la vida. Si en La muerte en Venecia la enfermedad (en varias formas) lo inunda todo; aquí es sustituida por el crimen de la suplantación. Edgar Borges crea un mundo donde la imagen, lo onírico, es básico, y éste se funde con el crimen y sus consecuencias. La sensación de extrañeza, de falta de referencias objetivas, se adueña de la obra y de nosotros. Y el final no nos proporciona el referente buscado. Así Borges crea un mundo donde lo fantasioso, lo onírico, se entremezcla con lo real y tiene tanta vigencia. No hay distinción. Y en ese caso, siguiendo a Nietzsche, si la verdad no existe, creamos la realidad al pensarla y todo conocimiento no pasa de ser una (re)creación, una metáfora. El arte es un nuevo ente creador. Y Edgar Borges un creador de mundos. En su mundo habita otro creador, Poe, que aparece taciturno, enfermo, sin fuerzas para defenderse a sí mismo como creador. El dúo arte-enfermedad que tan bien aparece en las obras de Mann (La muerte en Venecia o La montaña mágica son un buen ejemplo) surge con fuerza aquí.

Edgar Borges, como Poe, hace gala en esta obra de ser un buen creador de atmósferas. No necesita para ello de grandes y exhaustivas descripciones. Los elementos introducidos son mínimos, pero muy poderosos en su imagen (como la soga del ahorcado o como la mesa en la que está sentado, cabizbajo, el Poe original durante su juicio). Estos elementos y lo “extraño”, entendido esto como el conjunto de lo paradójico o extravagante de la situación que a veces se mezcla con lo onírico, están siempre presentes. A veces sucede que no sabes bien qué está pasando; otras lo sabes, pero no llegas a alcanzar cuál será todo el alcance de eso que sucede.

En Poe lo extraño, en forma de ser caótico, inadaptado, enfermo o loco, aparece en sus cuentos. Tenemos un protagonista que considera que los extraños son los otros; en el transcurrir del relato se va sugiriendo que es el personaje principal el raro, el extravagante (una primera persona, bien empleada como lo hacía Poe, es muy útil para conseguir este efecto). Un magnífico ejemplo lo constituye “El corazón delator”. En él se cuenta un asesinato, pero lo que realmente importa para el narrador-asesino es que lo vean como cuerdo, aunque ello implique su culpabilidad, ya que como prueba de su lucidez esgrime su exquisito tacto y cuidado en todos los pasos del homicidio.

Edgar Borges también usa lo extraño en ¿Quién mató al doble de..?”. Es extraña la situación (dos personas iguales en lo físico que dirimen quién es realmente el que ambos pretenden ser), pero mucho más extraña es la normalidad con que se acepta ésta por parte de los personajes secundarios (y esta normalidad en la extrañeza causa efecto en el lector). Un caso, especialmente extravagante, trata de ser resuelto de forma típica, como si fuese un delito común (hasta en un momento determinado, uno de los Poes dice: “¡Esta es una vulgar historia de robo y usted es el ladrón!”). Como en las burocracias kafkianas, lo extraño se sumerge en lo administrativo.

Y a lo largo del relato, lo extraño se va adueñando de todo, de los sueños de pesadilla del protagonista, de la aparición del mesero, con su revelación, de forma que el elemento más diminuto y pusilánime puede tener una clave importantísima, y la extrañeza del final, que acaba con nuevas preguntas que prácticamente nos remiten al principio.